P.S.I. Pacto Social Inteligente

Mayo 2011

Bajo el lema “democracia real ya”, las multitudes españolas protagonistas de la protesta 15 M estuvieron abocadas -a través de asambleas abiertas- a la definición de sus exigencias, redactadas en un documento de 8 puntos considerados claves.
En casi todos ellos pueden verse propuestas interesantes y de relativa audacia intelectual que significarían mejoras ciertas (si bien modestas), en contradictoria mezcla con otras propuestas colectivistas francamente regresivas, que sin duda empeorarían la situación de desempleo y falta de horizontes que da origen a esta pueblada.
Como es natural en estos casos, la insatisfacción por el statu quo se expresa de manera confusa, a veces con ignorancia teñida de (justificado) resentimiento, pero siempre empapada en deseos de fuerte cambio que, en esencia, sólo pueden ser satisfechos con metodología liberal-libertaria. Con menos violencias impuestas y más libertades civiles.

Considerando el hecho argentino de encontrarnos en un proceso electoral nos pareció inspirador, a modo de reflexión, tomar esos mismos 8 puntos rescatando lo positivo, más el aporte de ideas como las mencionadas, de las que circulan profusamente hoy por las redes sociales del ibérico 15 M.
Podríamos llamarlo nuestro Pacto Social Inteligente, si se quiere. O considerarlo un vistazo a la vanguardia, a la línea de fuego de los que hoy levantan su puño derecho contra la opresión de un funcionariado peligroso, incapaz y de manos sucias.

1. Eliminación de los privilegios de la clase política.
Supresión de sus privilegios en el pago de impuestos, categorización de aportes y monto de jubilaciones.
Equiparación de sus salarios con la media nacional, más los viáticos indispensables para el cumplimiento de sus funciones.
Eliminación de sus inmunidades judiciales e imprescriptibilidad de los delitos de corrupción.
Publicación y control público permanente de sus patrimonios.
Reducción de los cargos de libre asignación y del uso de partidas discrecionales.
Control de ausentismo en cargos electos con rápida aplicación de sanciones específicas.

2. Contra el desempleo.
Eliminar toda traba a la contratación, para que los desempleados encuentren empleo, en lugar de depender de planes sociales. Desregular el mercado laboral para viabilizar el teletrabajo, el microemprendimiento, el cooperativismo, la contratación de horas o días sueltos, altas, bajas o reducciones de jornada, todo libremente negociado entre las partes.
No interferir, incentivar ni desincentivar el mercado laboral mediante medidas anti empresarias con el dinero de todos los ciudadanos.
Volver a las cuentas de capitalización voluntarias (esta vez sin las ruinosas imposiciones estatales que las destruyeron) permitiendo la decisión individual sobre la edad jubilatoria.

3. Derecho a la vivienda.
Respeto estricto al derecho de propiedad en todas sus dimensiones, desde el propio cuerpo y la vida de las personas hasta su patrimonio bienhabido. Reducción o eliminación de todos los impuestos y pseudo leyes que lo vulneran, encareciendo el acceso a la vivienda.
Reducción o eliminación de los costos laborales para que los empleados dispongan de una renta más elevada y puedan costear alquileres o hipotecas.
Profunda reforma del sistema bancario, que genere alta competencia real en libertad inyectando más fondos prestables en el mercado.

4. Servicios públicos de calidad.
Suprimir aquellos servicios que podría prestar directamente la sociedad civil organizada en cooperativas y entidades sin fines de lucro.
Drástica reducción de gastos inútiles con control independiente de los presupuestos y drástica reducción del peso, volumen y costo de las administraciones de gobierno en sus 3 niveles.
Universalización del acceso a la medicina y seguros médicos privados, encarando la transición con la mayor parte del actual presupuesto de salud pública, convertida en cheques de libre canje entregados a quienes necesiten esta atención.
Universalización del acceso a la educación privada mediante el mismo sistema, promotor de competencia y excelencia para todos.
Evitar la estatización de la investigación científica, desgravando y desregulando la importación e inversión privada para ese destino, de universidades, particulares y empresas.
Liberar el mercado del transporte de personas o mercaderías y bajar sus costos impositivos, propiciando la competencia y la aparición de nuevos actores, sin restricciones públicas (ni de mafias privadas) discriminantes.

5. Control de las entidades bancarias.
Liberalización del sector acabando por ley con la discrecionalidad del Banco Central en el uso indebido de reservas o emisión de moneda y deuda carentes de respaldo.
El papel del Estado no es hacer de banquero, ni rescatar empresas, inversores ni bancos irresponsables con nuestro dinero.
Libre inversión y flujos de capital sin discriminación reglamentaria ni impositiva, hacia y desde cualquier lugar del mundo incluidos los paraísos fiscales, que por cierto denotan la existencia opresora de infiernos fiscales.
Firme tendencia a la separación de la economía del Estado, completando el círculo iniciado con la separación (igual de traumática) de la Iglesia del Estado.

6. Fiscalidad.
Proporcionalidad fiscal para no desincentivar la creación de riqueza y para no dejar a la sociedad civil sin los recursos necesarios para una máxima fluidez económica.
Eliminación de impuestos ideológicos, como los sucesorios y contra el patrimonio.
Drástica reducción de los restantes impuestos para desincentivar la fuga de capitales y la evasión. Y para incentivar la llegada de capitales, tecnologías y emprendedores en fuga, provenientes de sitios más fiscalistas.
Tope constitucional o férreamente legal a la presión impositiva, globalmente considerada para cada sujeto imponible.

7. Libertades ciudadanas y democracia participativa.
No al control de Internet. Protección a la libertad de información y al periodismo de investigación.
Utilizar las últimas tecnologías de comunicaciones para fomentar la participación del individuo en decisiones que puedan afectarlo, en una tendencia creciente a evitar la adopción de decisiones colectivas.
Modificación de las leyes electorales apuntando a un sistema auténticamente representativo, no discriminatorio y proporcional, donde la abstención, el voto en blanco y el voto nulo también tengan representación legislativa.
Garantizar la independencia del Poder Judicial, evitando todo nombramiento, influencia o interferencia por parte del Poder Ejecutivo.
Los partidos deben ser libres de organizarse internamente como deseen, por más que nos repugne la tiranía interna. Lo importante es que el sistema electoral general sea absolutamente libre, voluntario y democrático.

8. Reducción del gasto militar.
En este último punto, no podemos compararnos con España y su circunstancia.
La tendencia debe ser siempre hacia un mayor profesionalismo de alta retribución, priorizando la tecnología y la especialización más avanzada e innovadora por sobre el número físico de tropas.
Debe darse espacio a un futuro de inversión integrada con empresas nacionales o extranjeras líderes en ingeniería de armas, comunicación y robótica y a la eventual exportación de servicios argentinos de seguridad especializada.
El objetivo final es una protección ciudadana de amplia cobertura, totalmente privada, de altísima eficiencia y bajo costo individual para los contribuyentes.

Maduración de Indignados

Mayo 2011

Tal vez nuestra castigada sociedad debiera seguir -electoralmente hablando- el conocido pensamiento de la Sra. Mae West (actriz estadounidense 1893 – 1980) “cuando tengo que elegir entre dos males, siempre me gusta tomar el que nunca he intentado antes”. Al menos apuraríamos el proceso de prueba y error en el que se nos va la vida, evitando tropezar una y otra vez con la misma piedra. Tropezaríamos así con una distinta cada 4 años y con otra media piedra cada 2.

Consideremos objetivamente nuestra situación, mientras nos limpiamos el polvo de la última rodada.
Por caso: el famoso y vituperado diezmo (10 % de los ingresos) que imponía la más poderosa institución de forzamiento medieval (la Iglesia), se ve empequeñecido en nuestro país por el treintaycuatrezmo (34 % de los ingresos) que nos impone la más poderosa institución de forzamiento contemporáneo (el Estado). Una presión impositiva que está entre las más altas del mundo.

Sin embargo y contra lo que pudiera suponerse con sumas tan monumentales -y durante tantos años- a disposición de nuestra administración pública, la miseria asciende en este 2011 a más del 30 % y en el “país de las vacas y el trigo”, más del 9 % de los hogares se encuentran en “riesgo alimentario severo”, mientras que nuestro impuesto al pobre (la inflación deliberada) se ubica entre los más elevados del planeta.

Con solo ver esto y sin siquiera considerar el interminable muestrario de la caída argentina en todos los rankings comparativos, basta para concluir que el modelo no sirve. No funciona porque no produce riqueza social. No atrae inversiones a gran escala, no crea empresas nuevas ni empleo genuino al nivel que necesitamos. No libera potencia creativa. No innova ni cambia paradigmas de fondo, más allá del palabrerío.
Sólo sirve como frenética máquina emparchadora, obturando grietas sobre un volcán bajo presión, a través de un burdo (y destructivo) juego de aprietes a mercados y estadísticas.
Con desembolsos y prebendas políticas o empresarias discrecionales, muy corruptas, vengativas e ineficientes pero compra-votos, arrojadas en todas direcciones (¡12.000 millones de dólares al año sólo en subsidios (*) a transportes y energía!).

Emparchar para seguir violando la moderna comprensión de la ciencia económica con manotazos de aficionados nunca funcionó, aquí ni en ninguna otra parte como no sea para ganar una elección, robar entremedio y colapsar más temprano que tarde. Por más viento de cola en comercio exterior que toque en suerte (y la suerte de los Kirchner en este sentido ha sido, según expertos, la mejor de los últimos cien años), factor que explica casi por sí sólo en este caso el habernos podido sostener tanto tiempo en el dislate.

Es la gente trabajadora de las villas quien debe enriquecerse y no unos pocos funcionarios políticos y sindicalistas mafiosos. Es la gran clase media y no unos pocos “empresarios” cebados en el soborno y la ventaja.
Dueños de empresa que vemos hoy entre la fantasmagórica galería de pusilánimes y oportunistas que capitanean la Unión Industrial, por ejemplo, quienes en lugar de plantarse frente al poder exigiendo un entorno de alta competitividad para inundar el mundo con productos argentinos como firme sustento del crecimiento interno, continúan con su complicidad de lobistas apuntando a la ganancia inmediata y al eterno proteccionismo infantilizante, a costa del empobrecimiento general.
Actitud despreciable que nos recuerda aquellas palabras atribuidas a Carlos Marx “cuando empecemos a ahorcar capitalistas, se pelearán entre ellos para vendernos la soga”.

Lo que conviene, en particular al 30 % de argentinos pobres e indigentes, es la aparición de miles de nuevos emprendedores que traigan su dinero, lo arriesguen montando empresas y creando abundante empleo fresco para producir sin trabas estúpidas lo que sea, vendiendo agresivamente en el exterior y aquí mismo. Poniendo en competencia al “coto de caza” de los pseudo empresarios cortesanos obligándolos a pelear por sus mejores empleados, pagar sueldos de primer mundo, actualizar sus productos, bajar sus precios y retiros mal habidos o desaparecer.

Está claro que el campo progresista cuenta, a caballo de sus métodos, con los votos suficientes como para seguir inyectando a la sociedad con más toxinas anti libre-empresa.

De Cristina a Hermes y de Ricardo a Pino, pasando por Hugo y Daniel, la propia inercia de estos frenos llevará a sus ejecutores a la disyuntiva de hierro de profundizar el modelo o implosionar, abrazados a la bomba que -por acción u omisión- armaron. Una situación en la que, previsiblemente, optarán por seguir internándonos en el forzamiento totalitario sobre lo ajeno.
Lo harán, como ya se avizora, avanzando más aún sobre el capital de explotación y sobre la propiedad privada de los medios de producción. Vale decir, obteniendo a patadas, por poco tiempo y con final de tragedia asegurado, una fracción de lo que podríamos haber obtenido de manera permanente con las más inteligentes (pero menos útiles para la mafia) recetas de la libertad, sin necesidad de terrorismo fiscal de Estado.

Es lo que confusamente sienten los millones de simpatizantes de “los indignados” del 15 M español cuando gritan que no son marionetas ni mercancía en manos de políticos o banqueros y que quieren democracia real ya. El poder a la gente, a las personas individuales con sus convicciones, planes de vida y sufrimientos reales, para que dejen de ser un número (bi partidismo, listas masivas, totalitarismos) y empiecen a ser únicas, valiosas, escuchadas, autonómicas e in-avasallables (la persona absolutamente “sagrada”, protegida y en poder de su destino, esencia por otra parte de las nuevas ideas libertarias).


(*) Recordemos que se subsidia para forzar el funcionamiento de algo que no funciona en lugar de preguntarse porqué no funciona, procediendo a modificar lo que falla para dejar de tirar nuestro dinero. El motivo es que quien subsidia, clienteliza y manipula.

Hay Plata para Todo

Mayo 2011

Existe en toda sociedad la percepción cierta y generalizada de que “hacer lo correcto”, ser -a conciencia- intelectualmente honesto, laborioso, justo, benevolente y educado constituye una inversión (en esfuerzo de vida) que, tarde o temprano, rinde los mejores dividendos. O debería rendirlos, como veremos.
No sólo porque las religiones así lo aconsejen en referencia a nuestra vida en el más allá sino porque el propio sentido común nos compele a pensar que valores como el estudio, la honradez y la tenacidad en el trabajo, en un entorno “normal”, conducen tanto a la realización personal como a la prosperidad material en este mundo.

En verdad creemos que “el crimen no debería pagar” en ningún sentido y que un sistema de justicia perfecta debería premiar siempre, con resultados, a los muchos hombres y mujeres que hacen lo correcto.
Y aunque la realidad nos contraría con ejemplos de gente intelectualmente deshonesta, atropelladora y parásita (de quienes trabajan duro) que hace fortuna en pocos años, es por esa misma creencia que pocos los proponen de ejemplo para sus hijos.

Pues bien; resulta que la religión y el sentido común, en una comprensión ampliada del problema, no se equivocan. Las tendencias naturales y éticas se complementan para bien porque nuestro mundo está -realmente- bien diseñado; por Dios o por un orden natural evolutivo, como se prefiera.
Así como en la naturaleza (o en manejo igualado de condiciones) las plantas nobles suelen prevalecer sobre las malezas, el hacer lo correcto (sin distorsión estatal de por medio) llevaría naturalmente a la prosperidad del mayor número. El respeto por lo ajeno y la educación rendirían elevados dividendos. La honestidad y la generosidad voluntaria serían fuente virtuosa de bienestar. Y la justicia perfeccionada promovería riqueza, al tiempo que castigaría al distorsionador (o violentador) y al falso.

En verdad hay dinero para todo, en cantidades literalmente asombrosas. Para salud pública y educación de primera. Para ciudades limpias y amigables, con seguridad de altísima tecnología. Para miles de kilómetros de autopistas, puertos, terminales aéreas, subterráneos y trenes ultra modernos. Para un sistema de justicia rápido, eficiente, que no cargue ningún costo a la víctima y sí todo al victimario, en prisiones de avanzada pensadas para el trabajo resarcitorio. Para sostener con verdadera dignidad a todos los que estén en real situación de penuria. Para invertir grandes sumas simultáneamente en cientos de miles de proyectos, líneas de investigación y desarrollos, mucho más allá de la capacidad de imaginar, permitir o prohibir de un legislador, de un juez o de un ministro dirigistas. Dinero volcado a pleno empleo y buenos sueldos. Y para todos los ítems de confort, consumo y solidaridad que nos propongamos alcanzar.

Hay mucho dinero, afuera y aquí mismo, listo para aterrizar y hacer a los argentinos la vida más agradable. Pero no puede obtenerse a patadas (disimuladas con mejor o peor educación) como pretende la centroizquierda criolla sino a través de un círculo de virtudes como las mencionadas más arriba, guiadas por los más avanzados conceptos socio económicos de libertad y no violencia.

La percepción general de lo que debería ser chocó hasta ahora contra la realidad de las mafias dominantes y contra la evidencia de una ciencia económica anquilosada, cuyo “reloj biológico” atrasa 50 años.
Pero los paradigmas evolucionan y las cosas cambian: porque a lo largo de la primera década de este siglo XXI la economía dio un importante salto evolutivo sobre la experiencia acumulada.
La vanguardia científica de la Escuela Austríaca, responsable de los “milagros” económicos alemán, italiano y japonés de posguerra y a la que adscriben numerosos premios nobeles, sostiene ya que la nueva concepción dinámica del orden espontáneo impulsada por la función empresarial globalizada concluyen dando por tierra con todas las viejas teorías justificativas de la propia existencia del Estado, como soporte social. Que el estatismo es teóricamente inviable, que su destino no es otro que un nuevo colapso empobrecedor (como empieza a verse incluso en Estados Unidos, Japón y Europa) y que, en definitiva y a esta altura de la evolución tecno-informática, la exclusividad del poder es totalmente innecesaria.
Nos aguarda un gran futuro de innovación, creatividad, alta competencia, producción sustentable y bajos precios. Días por venir de abundancia material y oportunidades reales para todo el que quiera progresar por derecha, con millones de nuevos empleos en áreas hoy inexistentes y miles de nuevas empresas proveyendo en libertad, con menos parásitos corruptos, lo que el estatismo hoy sofoca con sus pesados monopolios coactivos.

Es hora de hacer historia, sin importar el tiempo que tome. De promover una revolución de verdad, con ideales virtuosos y evolucionados. Poderosos. Tiempo de vender el mejor producto y de levantar la voz, subvirtiendo con dureza los “valores del robo y del atraso” (quito, me quedo, reparto y controlo).
Los dos tercios de nuestro electorado que se asumen estatistas sólo deben comprender que la resistencia libertaria es su amiga, que todo lo que desea es que dejen de combatirla con eslóganes desactualizados y que por propia y pura conveniencia presten su acuerdo en integrarse al mundo posible de este siglo.
Comprender que los resultados y el dinero más democráticamente repartidos son los que provienen de la diversidad y no de la homogeneidad forzada del conglomerado social. A través de los más audaces incentivos económicos para todos, potenciando sin trabas la mayor disparidad de acciones y pensamientos a todo nivel. Así enseña la nueva economía inteligente, trabajando a favor y no en contra de la naturaleza humana, que es como las sociedades se liberan y enriquecen y como las virtudes florecen.

Porque el enemigo nunca son los empresarios que arriesgan y crean sino los políticos mafiosos que no sólo no producen nada sino que siembran la ignorancia deliberada y su consecuencia: el temor a la libertad.

De Eso no se Habla

Mayo 2011

Toca a esta generación de argentinos ser testigos, tal como sucedió con nuestros abuelos a principios de los ’50, de cobardes ataques con todo el poder del Estado a la libertad de prensa, de corrupción a mansalva y de la profundización de un “modelo”, que nunca fue más que el “escofinado” a lo que nos queda del derecho de propiedad privada. A la garantía básica de todos los demás derechos humanos.
Un derrotero que sigue las tácticas del comandante Chávez y su “solución final” totalitaria, a las que nuestro gobierno adhiere con mayor tozudez cada día. Avizorando para el próximo mandato la reforma constitucional que, bajo los sones de “La Cámpora”, acabe de una vez la faena de degüello de la gallina de los huevos de oro, iniciada hace 65 años.

La caída de nuestra bandera y la derrota económica de la Argentina, hincada ante sus vecinos y ante el mundo, más allá de las risitas socarronas de chilenos y brasileños, de colombianos y uruguayos que apuestan a que en el país de los ciegos el tuerto es rey, tiene al menos la virtud de hacer ver con crudeza descarnada la realidad de lo que es la fuerza destructiva del Estado y de su sistema, la democracia política.
Pero de esto último no se habla, claro. Porque tocar al dios Estado y a su sistema, es iluminar el Tabú Mayor. Es provocar alaridos histéricos de la turba clientelizada y de inquisidores prontos a encender la hoguera, que apartará la atención de sus vilezas.

Parece que hay cosas que no deben ser analizadas, pensadas ni cuestionadas, sencillamente, porque el negocio es demasiado grande y sucio.

La no violencia, esa misma de la que Cristo consagró el concepto y más tarde Gandhi marcó el método, terminará sin embargo por imponerse. Es el camino inexorable de la evolución civilizada y con seguridad veremos el principio de su triunfo antes de que termine el siglo, apalancado por la tecnología de la comunicación y las imparables redes globales. Que harán estallar fronteras discriminatorias, legislaciones esclavizantes y castas vampiras de políticos y funcionarios que hacen de la dictadura ladrona por el atajo cavernario -y automutilante- del simplista “somos más”, su propia succión vital sobre los mansos.

Si bien hace ya 2400 años los propios griegos inventores de la democracia política -a través de la voz de Sócrates- se percataron de que el sistema estaba destinado a fracasar pues “la mayoría menos creativa siempre elegirá vivir en forma parasitaria de la minoría más creativa mediante la confiscación de su riqueza y su distribución entre ellos”, en lo que se considera la primera y más clara comprensión del socialismo, veamos algunas otras negatividades más actuales.

Está más que comprobado en la práctica que la competencia política conforma un hábitat ideal para personas que desarrollen aptitudes para la demagogia, el soborno o el oportunismo mentiroso. Favoreciendo de este modo las habilidades agresivas (violentas) en detrimento de las defensivas y creando un ambiente irrespirable para aquellas personas íntegras que sientan aversión por el robo y la coacción.
Optar finalmente por el menos mafioso, fraudulento, hipócrita y ladrón es una mala solución en orden a llegar de una vez por todas a la riqueza generalizada, con una justicia implacable y transparente.

La democracia política coloca a personas de estas características en puestos intercambiables a cargo de los monopolios del gobierno, con todas las “oportunidades” que esto implica.
El funcionario debe aprovechar esta ventaja táctica dilapidando y “mordiendo” dinero ajeno tan rápido como pueda ya que su continuidad nunca está asegurada. Mantener el valor patrimonial (y la sustentabilidad) de los recursos a su cargo no es cosa que esté entre sus prioridades, como sí sucede con los propietarios privados, “seguros” de la duración a largo plazo de su propiedad.

Aunque… para defender sus bienes de estos peligrosos monopolios estatales inmunes a la quiebra, muchos propietarios privados tenderán a su vez a corromperse, perdiendo tiempo y escrúpulos morales en el desarrollo de sus habilidades de negociación política “por izquierda”.

Tampoco los miembros de los poderes judicial y legislativo, que según la Constitución debieran controlar estos desfalcos, logran sus posiciones accidentalmente. A mayor demagogia y desinhibición ética, más probabilidades de llegar, y más rápido, a la cima de estos resortes del Estado. Mala tendencia que, por otra parte, se retroalimenta.

Los mismos jueces de la Corte Suprema son nombrados por el Ejecutivo y confirmados por el Senado. Como parte integral de la institución del gobierno, dependen de los impuestos para su retribución y difícilmente estén interesados en limitar el poder del Estado o en reducir la carga que pesa sobre los contribuyentes.

Como no podía ser de otra manera, montañas de leyes espurias, avaladas por esta Corte, frenan y obstaculizan la contratación, el comercio, el uso creativo de la propiedad y hasta nuestra vida privada. Esta verdadera usina de inseguridad jurídica no solo aleja a posibles inversionistas sino que promueve el caos social, la evasión, el estrés, la violencia y la fuga de jóvenes, cerebros y capitales. Un pegajoso fárrago estatista que sustituye a la Ley y al Orden, como cualquiera puede percibir en esta Argentina 2011.

Se trata de mucha gente peligrosa con un poder de saqueo demasiado grande, sobre el número cada vez menor de los honestos que se esfuerzan en innovar, poner dinero, asumir riesgos patrimoniales, producir y dar empleos reales.

Por otro lado y si todo el mundo está de acuerdo en que los monopolios son “malos” ¿por qué nos querrían hacer creer que los monopolios estatales son “buenos”? En conciencia, todos saben la respuesta.
El caso de la Seguridad podría ser un ejemplo, aunque hay muchos otros como Justicia, Defensa, Moneda, Asistencia Social, Infraestructura, Educación, Salud, Control Comercial etc.

Producir protección es una actividad competitiva como cualquier otra. Si no hay libertad total de contratación y acceso a este negocio (y no la hay) el precio siempre tenderá a elevarse, bajando su calidad tal como predice el manual económico.
El monopolio forzoso de la seguridad pública tiende, por lógica, a derivar en gangsterismo. En protección al Estado recaudador antes que a la gente. En un peligro para bienes y personas. En un obstáculo a lo que por justicia corresponde: el castigo de los reos y el recupero de lo que perdimos y donde la confianza en la autoridad de aplicación se degrada hasta desaparecer. ¿Le suena a proceso conocido?

Pruebas al canto: la presión fiscal en Argentina (que incluye el costo de esta pésima Seguridad estatal) está en una cifra récord pero la inseguridad y la impunidad son mayores que nunca antes. ¿Queremos más de lo mismo? Votemos pues otra vez a un socialista, partidario de una sociedad bien fiscalizada.
Los impuestos -ocultos y encareciendo todo lo que tocamos- ascienden ya al 34 % del producto bruto del país. Una carga económica que bien podría asemejarnos a los esclavos de las monarquías del siglo XVII.

Nadie pagaría estos tributos sin el brutal armamento del gobierno apuntándole por la espalda. Daríamos a ese dinero, por cierto, un uso más productivo, satisfactorio y multiplicador.

Lo real es que por más belleza literaria que posea, la Constitución no dota a los ciudadanos comunes ni a las minorías que declara proteger, con los medios para tutelar el cumplimiento de esta protección. No es posible en la práctica impedir que el partido de gobierno abuse de sus poderes porque no hay medios efectivos que obliguen al oficialismo a observar las normas redactadas para controlarlo. Su interpretación de estos mandatos restrictivos es invariablemente laxa mientras que aplica con criterio inverso los más imaginativos frenos legales y hasta amenazas penales, contra el accionar de sus adversarios ideológicos.
Los resortes coactivos del Estado hacen la diferencia en orden a quién prevalece en esta pulseada de doble standard.

Suena propio de imbéciles, por otra parte, confiar en que una institución (el Estado) “autorizada” a gravar sin consentimiento, pueda ser protectora del trabajo y su resultado: más propiedad para más gente.
Poco o nada es lo que puede hacerse contra la simple mayoría numérica en este sistema violento de democracia política, para contrarrestar la tendencia a la opresión y al abuso del poder. Aunque resulte doloroso, todo lo que se diga a favor de la noble idea de un gobierno constitucional y limitado, será siempre una utopía.

Se nos dirá entonces ¿cuál es la alternativa? Es, por supuesto, apoyar la democracia de mercado que, como en el caso-ejemplo de la Seguridad, dé a la sociedad posibilidades de elegirlo todo con votos diarios (en lugar de cada 4 años), en competencia abierta y sin pagar dos veces por la misma prestación de servicios básicos, como sucede con los casos actuales de la seguridad, la salud, la educación y tantas otras cosas.
¿Por qué? Porque es lo voluntario. Lo no violento. Lo correcto y porque además la competencia genera inversiones y trabajo. Y porque la multiplicación del empleo genera poder de compra en la gente. Y porque ese poder brinda la posibilidad de elegir en el mercado, lo que sea. Y porque poder elegir en serio, finalmente, hace más libres y felices a las personas.

El derrocamiento de una persona, de un gobierno o de todo un sistema es, por fin, una cuestión de opinión pública. Traspasados ciertos umbrales de desconfianza y sentido común, el forzamiento de los honestos y de los pacíficos, tendrá siempre sus horas contadas.