Creadores


Mayo 2018

Argentina necesita emprendedores. Creadores de miles de pequeñas empresas, que un día se transformen en grandes. Necesita fundadores de sociedades y compañías; de cooperativas y emprendimientos que prosperen, que generen nuevo trabajo y riqueza.
Hoy, de cada mil que emprenden ese sueño, sin dinero pero ricos en ideas y entusiasmo, cien lo harán realidad si consiguen el capital. De entre ellos, diez superarán la barrera del tiempo a fuerza de tenacidad, ingenio y sacrificio. Aún así, sólo uno de esos diez logrará hacer de su empresa algo perdurable. Tener éxito y crecer.

El modelo educativo y económico que las mayorías argentinas votaron durante las tres últimas generaciones (regulador, fiscalista y en tanto tal, corrupto) conspiró con éxito contra cualquier estímulo empresario honesto.
Lo hizo, combatiendo al capital. Hombro con hombro, contra cada uno de esos mil egoístas del ejemplo dispuestos a competir pensando en ellos y en los suyos.
Las presiones impositivas y regulatorias (empezando por las laborales) aplicadas por el Estado fueron y siguen siendo inversamente proporcionales a la tasa de aparición y éxito de tales emprendedores.

Pero es inútil llorar sobre la leche derramada. Lamentar la imposibilidad de que argentinos con el talento de Bill Gates o Steve Jobs (que seguramente los hubo y los hay) hubiesen podido iniciarse y progresar aquí, creando empresas multinacionales, cientos de miles de empleos directos e indirectos e inversiones multiplicadoras sin par.
Porque nunca sabremos a cuántos de esos individuos sobresalientes, nuestros buenos votantes asfixiaron en su cuna con la almohada populista.

Una responsabilidad particular en nuestra decadencia abortadora de creadores exitosos la tiene la progresividad impositiva. Una política cuyo único soporte estriba en la preferencia social-estatista por una comunidad más pobre, siempre que no haya grandes diferencias entre los deciles extremos. Y su opción por este modelo pobrista o de “resentimiento activo” por sobre el que posibilita una elevación general, aún con mayores diferencias entre individuos (aunque su riqueza sea honesta), como podría ser con potenciales Bill Gates o Steve Jobs nativos.

Tanto la buena teoría como la experiencia empírica han demostrado que la progresividad tributaria propende a que tanto la propiedad como los medios de producción se concentren en menos manos, configurando en la práctica una política ultraconservadora. Reaccionaria.
Práctica impositiva que fue, de hecho, la sentencia de muerte y el tiro de gracia a la masiva capitalización pequeño burguesa argentina que no fue.
De por sí, es sabido que impuestos altos propician la concentración patrimonial y perjudican a la clase media, que necesita de una buena distribución de la propiedad privada para expandirse.
Para peor, la concentración patrimonial populista o de “capitalismo de amigos” tan bien conocida por el pleno de la centroizquierda local, se parte y reparte mayormente entre “empresarios” cortesanos, sindicalistas, funcionarios estatales corruptos, sus familiares y cómplices.

Una espiral centrípeta tan viciosa como diabólica que acaba tragándose a hijos y entenados y que genera otro dilema criollo: el problema de la eficiencia social en lo que respecta al tándem impuestos y servicios. Donde más que lo coactivo versus lo contractual visibiliza la dicotomía de fondo, que es la de monopolio versus competencia, sea esta pública o privada.
Y dado que la competencia dentro del ámbito público no pasa de ser una bella entelequia, es la actividad creativa privada, la nueva, la disruptiva, la que debe dar batalla al siempre maligno monopolio, sea público o privado.
Y no hay casi excepciones ni límites antojadizos a actividades que una sana competencia no pueda beneficiar en modos impensados.
Sin verdadera subsidiariedad y competencia en la provisión de bienes y servicios (incluidas áreas restringidas plagadas de tabúes decimonónicos como justicia, seguridad, previsión, educación, salud, ayuda social, infraestructura o administración), serán siempre los pobres quienes pierdan.

Sin verdadera competencia en el marco de integraciones inteligentes, la generación local de empleos será siempre precaria, raquítica y de bajo nivel salarial comparativo.  Vulnerable a cualquier contingencia económica global.
Profundicemos, pues, en la actual baja del gasto público improductivo, la seguridad jurídica y la poda impositiva y regulatoria en tanto sendero más corto para que decenas de miles de emprendedores encuentren en la Argentina terreno más que fértil para hacernos más ricos a todos.
¡Sin importar qué tanto se enriquezcan ellos!

Tributos y Decadencia


Mayo 2018

¿Sabemos cuánto nos quitan por impuestos?
En Argentina, entre impuestos explícitos y ocultos, aproximadamente el 55 % de lo que ganamos.
Pasamos más de la mitad de cada año trabajando no para nuestras familias ni para proyectos de progreso personal sino para el fisco.
¿Pensamos alguna vez en todo lo que podríamos hacer con ese dinero? ¿Qué servicios y bienes podríamos comprar en el mercado? ¿Qué inversiones, viajes, artes, cooperaciones y ayudas podríamos implementar?
A los siervos de la gleba, verdaderos esclavos medievales atados a sus deudas y labores de por vida, se les quitaba el 50 %.

En 1873, Estados Unidos abolió su Impuesto sobre la Renta. Salvo una excepción en 1894, esta política se mantuvo durante casi 40 años.
Casualmente, o no tanto, ese fue el período en que surgieron como la economía más grande y poderosa del mundo.
Por aquella época, nuestra Argentina también tuvo una política de muy bajos impuestos y escasas regulaciones.
Todos sabemos, también, lo que pasó mientras esto se sostuvo. Nuestro país creció de manera exponencial, superando incluso el gran ritmo norteamericano, lo que dio pábulo a la presunción general de que íbamos camino de convertirnos en superpotencia.
En contraste hoy, ya sea que nos demos cuenta o no, que nos hayamos registrado impositivamente o no, estamos colgados como reses del gancho estatal y somos más pobres. Y, además, garantes de la inmensa deuda del Estado nacional como también lo son nuestros hijos y nietos.
¿Acaso tales hechos nos dicen algo sobre impositivismo, progresividad, solidaridad forzada por tributación redistributiva y otros temas obsesivo-compulsivos de nuestra izquierda?

Por fortuna es cada día mayor el número de quienes se dan cuenta de que los impuestos, cualesquiera sean sus alícuotas, motivaciones y disfraces, son la principal causa de la decadencia moral y económica de nuestra sociedad.
En lo moral, para empezar, por haber violado en forma alevosa el precepto constitucional que dice que la igualdad es la base del impuesto y de las cargas públicas (hace más de 70 años que eso no ocurre).

Sucesivos gobiernos han acorralado progresivamente a los contribuyentes anulando lo mejor de la energía creativa argentina. Al tiempo que acostumbraron a la gente a esperarlo todo del Estado, disminuyendo su sentido de la responsabilidad y destruyendo el tejido ético y económico forjado desde la laboriosidad inmigrante de siglos pasados.

Por fin, el eslogan de que quien más tiene, en más proporción debe tributar para financiar un gasto social que modere el desaguisado anterior, cae bajo su propio peso demagógico.
El peso de neo-demagogos “garantistas-piqueteristas” que sostienen que procurar igualdad de oportunidades a quienes ingresan al mercado laboral no es más que una trampa capitalista ya que lo que importa es la igualdad de resultados, no de oportunidades. Y esto sólo lo logra la redistribución forzosa de toda renta a través de impuestos progresivos (el sistema actual), igualando a la creativa con la opa, al holgazán con el trabajador, a la ignorante con la estudiosa, al criminal con el honrado y a la ahorrativa con la despilfarradora.

Mas el conglomerado antiliberal no ha asumido aún que cuanto mayor es el gasto público menor es el efecto de la progresividad tributaria y peor la distribución de la renta en la sociedad. La idea de que el Estado es capaz de mejorar su distribución cobrando impuestos más elevados a quienes más producen o tienen para mantener o aumentar los subsidios sociales, es falsa. Puede resultar grata a oídos de frustrados, resentidas y envidiosos, pero no se sostiene en la teoría ni se verifica en la realidad.
Esto es así porque además de deprimir inversiones, atracción de cerebros, innovación, generación de empleo y productividad, los sectores de ingresos altos no tienen (ni pueden crear) el volumen financiero suficiente para cubrir un nivel de gasto público como el que tenemos. Obligando al gobierno a cubrir la farsa con mayores cargas impositivas al consumo y al trabajo, que recaen sobre los sectores de ingresos medios y bajos, provocando el empobrecimiento gradual del conjunto y su corolario: el agigantamiento de la tan odiada brecha entre ricos y pobres.

Lo brutalmente cierto es que el nivel impositivo que mal-soporta nuestra economía anula cualquier intento político de inclusión social. Y que en verdad frena el progreso social de las mayorías bloqueando todo esfuerzo honesto de superación.
En todo caso, si existiese posibilidad de redistribuir algo “de manera virtuosa” esta se hallaría en la misma medida en la que el gasto público se fuese reduciendo. Y los impuestos con él.

En otro orden de cosas y con el fin de mejorar las situaciones de inequidad causadas por las irresponsabilidades populistas, debemos considerar el problema de que los poderes conferidos al gobierno por nuestra legislación penal tributaria son incompatibles con una sociedad libre. Y asumir que los ciudadanos que dependen del Estado no son libres.
Y que en la misma medida en que cada uno trata de protegerse de las exacciones, cae el impulso empático de cooperación voluntaria, condición básica, a su vez, del orden comunitario. Cede entonces este su lugar al conflicto social que tan bien conocemos, en el marco de un asistencialismo creciente que dispara a su turno la inmovilidad sociocultural, confirmando nuestra lamentable involución hacia los parámetros esclavistas de la gleba.

Producto todo -mal que les pese a referentes religiosos y políticos, tan proclives al voluntarismo mágico en temas económicos- de esa misma economía fiscalista con baja tasa de capitalización y, por tanto, escasa productividad.

Sin duda el camino evolutivo hacia una sociedad de propietarios, rica, culta, generosa y pacífica (libertaria) será largo y tortuoso.
En esa línea conceptual, tener claro que nuestro norte de mediano plazo incluye un cuestionamiento frontal a cualquier tipo de exacción impuesta, no contractual, sería un gran paso en la dirección correcta.