Verdaderos Imbéciles

Enero 2022

 

Hemos escuchado a un ministro decir que el aumento de impuestos proyectado es correcto por “solidario”. Y hemos leído en comentarios de Instagram, defensas al impuesto a la herencia con argumentos tales como “Si tu padre te hereda dos casas, qué tiene de grave entregar una a quien la necesita? ¿Tan difícil te resulta practicar la igualdad?”

Lo cierto es que no se puede prescindir de la moral a la hora de hablar de economía dado que las acciones inmorales, contrarias a la ética implícita en la sacralidad laica de las personas, desembocan tarde o temprano en desastre. Los bestiales atropellos y genocidios del socialismo comunista son ejemplo final de ello; más cerca, lo son los 77 años de brutal pendiente económico-social argentina provocada por el violento “igualitarismo” pobrista del justicialismo.

La servidumbre fiscal es, de por sí, inmoral. Lo es en tanto compulsiva; simple robo basado en la fuerza de las armas. Como que nadie firmó nunca el supuesto contrato social mediante el cual acepta pagar impuestos “por el costo de vivir en una sociedad civilizada”. Aserto que se prueba con sólo imaginar qué pasaría si el gobierno despenalizara las obligaciones tributarias: sin importar las consecuencias del supuesto riesgo de dejar de vivir “en una sociedad civilizada”, en uso de su decisión personal y soberana, nadie o casi nadie pagaría un impuesto más. ¿Democracia full contact? Puñetazo y a la lona. Punto.

Claro que se trata de un ejercicio teórico; algo que no podría ser sino gradual dado el desmadre fiscal y el desastre de indigencia actuales, pero la civilización no caería.

Los ciudadanos de bien se organizarían sin inconvenientes y su sociedad estallaría de prosperidad, por cierto, al reinvertirse productivamente gran parte de la monstruosa cantidad de dinero antes esterilizada. Sólo caerían por tierra (y deberían empezar, por fin, a trabajar) las oligarquías política y de empresaurios cortesanos, de los sindicatos y organizaciones sociales mafiosas… y todos sus cómplices.

Como nos hace ver el gran Adam Smith (moralista escocés, 1723 – 1790), pocas cosas buenas hemos visto de quienes han pretendido actuar honestamente en bien del pueblo. Muchas, en cambio,  de quienes han actuado con honradez en busca de su propio bien y el de su familia.

Esto es así porque las personas se benefician mutuamente (aunque no se propongan ayudar al prójimo) del simple cooperar en libertad contractual con el aporte de sus respectivos talentos.

Y si bien el egoísmo es algo natural, también lo es la satisfacción de ver la felicidad de los demás, aunque nada se saque de ello como no ser el placer de contemplarla.

Digamos finalmente, para quienes se preocupan por las personas “caídas” o “perdedoras” en un supuestamente insensible sistema capitalista real, que el Estado no es el único salvador de última instancia posible. Antes bien es el peor, habida cuenta del inmenso costo de intermediación que hay entre la gente expoliada con impuestos (como el de herencia, mencionado más arriba) y la gente necesitada de auxilio. Y habida cuenta de su inmensa ineficiencia en la distribución del saldo a sus beneficiarios, así como en la exigencia de contraprestaciones y/o capacitaciones.

La caridad privada también existe, es importante en nuestro país y desde luego mucho más inteligente, direccionada y efectiva (peso por peso) que la estatal.

Esta clase de solidaridad voluntaria , la única verdadera (ya que la otra es simple “vivir de lo ajeno” sin  sentido ni valor moral al ser compulsiva), se encuentra frenada aquí no por falta de vocación sino por exigüidad de medios al tener que operar en un sistema socialista con el índice de saqueo tributario más elevado del planeta.

En sociedades donde han aflojado un poco más el bozal al capitalismo apareció, a pesar del Estado, una clase de empresarios multimillonarios que se caracterizan, justamente, por sus cuantiosas donaciones en ayuda directa y filantropía inteligente. Mayor a la que -mal- parten y reparten la mayoría de los gobiernos.

Personas como Warren Buffett, que lleva aportados 30.900 millones de dólares o Bill Gates, 29.500 o Li Ka-Shing 10.700 o Jeff Bezos, 10.000 o Mackenzie Scott y George Soros, 8.000 millones de dólares cada uno, entre muchos otros.

Imaginemos entonces qué clase de solidaridad se vería en nuestra Argentina si se soltase al 100 % el dogal a los emprendedores potenciales de esta tierra de creativos.

Cuántos multimillonarios benefactores y grandes empresas multiplicadoras de empleo y  riqueza podríamos tener.

Sí. Fuimos unos verdaderos imbéciles al priorizar la igualdad económica (la única útil es la igualdad ante la Ley) por sobre las libertades individuales y la férrea protección a la propiedad que ordenaba nuestra Constitución.