La Segunda República

Septiembre 2021

 

Dijo el Sr. Juan D. Perón:

“Con un fusil o con un cuchillo, a matar al que se encuentre”. (Junio ‘47).

“Levantaremos horcas en todo el país para colgar a los opositores”. (Septiembre ‘47).

“Vamos a salir a la calle de una sola vez para que no vuelvan nunca más ni los hijos de ellos”. (Junio ‘51).

“Distribuiremos alambre de enfardar para colgar a nuestros enemigos”. (Agosto ‘51).

“¡Ah… si yo hubiese previsto lo que iba a pasar… entonces sí: hubiera fusilado a medio millón, o a un millón, si era necesario! Tal vez ahora eso se produzca”. (Mayo ‘70). 

“¡Al amigo, todo, al enemigo, ni justicia!”. (Junio ’72).

¿Cómo calificar objetivamente a un alto funcionario que haya expresado en público, frente a la prensa y ante el mundo tales ideas, propuestas, órdenes? ¿Estadista? ¿Político demócrata? Ciertamente no. ¿Matón peligroso? ¿Demente antisocial? ¿Vivillo argento? Lo cierto es que hay expresiones de las que, políticamente, no se vuelve.

Aunque esta persona haya dicho y hecho muchas otras cosas imperdonables (y algunas otras positivas, claro) a lo largo de su vida, lo dicho y afirmado en estas solas citas lo juzga para siempre, sin plazo ni remedio.

Como sea, el hombre está muerto pero… a quienes siguen definiéndose como peronistas (en cualquiera de sus variantes) a 74 años de aquellas primeras palabras y a 47 de su entierro, les cae el sayo de asumir lo propio: que son seguidores de un líder que, aparte haber sido responsable directo de matanzas sin ley (Triple A, por ejemplo) después de azuzar por años a la ultra izquierda y de haber echado a rodar entre nosotros (en especial entre los más pobres e ignorantes) un daño socioeconómico y cultural sin par, se reveló siempre con claridad meridiana como un intolerante detractor del espíritu y la letra de nuestra Constitución.

De hecho, cuando pudo (1949) la cambió reemplazándola por un patético libelo fascista, derogado tras su huida. Una constitución totalitaria; anti libertades y anti propiedad privada que anhelan reeditar sus seguidores, actualmente en el gobierno.

En las últimas elecciones generales (2019) una sólida mitad del electorado apoyó estos dichos y en general toda esta negra línea de conductas, largamente conocida por los argentinos. Hecho que prueba de manera concluyente que el pobrismo mafioso opuesto a los principios de nuestra Carta Magna, sigue en pie y goza de buena salud.

Se trata entonces de asumir la realidad de muchos millones de personas alzadas contra la Constitución vigente. Contra la justicia independiente, el respeto a los patrimonios, la libertad de industria,  las instituciones de contralor, etc.

Ciudadanos a quienes no debemos menospreciar ni negar en su legítimo derecho a elegir. A decidir en qué clase de sociedad desean vivir. Tal y como lo han expresado una y otra vez a lo largo de más de 7 décadas en innumerables votaciones, siempre contra la república como sistema.

Tienen todo el derecho a volver a su constitución de 1949 o a cualquier otra de similar tenor. ¿Quiénes somos el 50 % restante de la población para impedirlo, para forzarlos, para torcer sus elecciones de vida imponiéndoles las nuestras?

El que avalemos el tipo de organización que se deriva de la constitución de 1853 y defendamos a la actual Carta Magna es nuestra elección de vida, no la de ellos.

Lo mismo vale, claro está, para quienes votaron en 2019 y votarán en este 2021 por la alianza kirchnerista. ¿Qué clase de esclavismo de facto puede obligar -pistola en la nuca mediante- a la mitad de la población que votó y votará en contra, a someterse contra natura a su sistema totalitario?

¿Por qué primitivo y violento modo “legal” de imposiciones confiscatorias deberíamos sentirnos obligados a desangrar patrimonios y sueños familiares de progreso transfiriendo nuestro dinero a destinos improcedentes e inmorales, que violentan nuestro sentido ético además de operar en favor de la propia ruina, la de nuestros hijos y la de toda la gente honesta del país?

Señores, señoras, salgamos de la genuflexión, pongámonos de pie y consideremos opciones más terminantes antes de que sea demasiado tarde: checos y eslovacos se separaron en 1993 dando fin a tres cuartos de siglo de Checoslovaquia como unidad, para dar paso a la República Checa y a Eslovaquia como países independientes con acuerdo de sus poblaciones, en una decisión racional de preferencias. Sin guerra civil ni emigraciones masivas al extranjero. Por el contrario; desde entonces ambos pueblos forman parte de la Unión Europea y se administran separadamente acorde sus ideas, sentimientos y conveniencias.

Los historiadores dan cuenta de que nuestra sociedad siempre estuvo partida ideológicamente en dos. Diversas etiquetas marcaron esta división a través del tiempo y hasta la actualidad, pero una síntesis válida sería la de trazar una línea entre caudillismo autarquizante por un lado y cosmopolitismo liberal (liberalismo político, al menos) por el otro. En términos de nuestro debate actual, democracia oligárquica, clientelar, cerrada y mafiosa versus democracia cabal; abierta, republicana y federal.

Va siendo tiempo de asumir con madurez esta realidad de nación fallida que ya no podemos modificar y de plantearnos permitir (plebiscitos sucesivos mediante) que cada jurisdicción decida su pertenencia por sí, para terminar conformando dos bloques relativamente homogéneos que echen a rodar el proceso de procurarse nuevas constituciones; acuerdos sociales de base de los que hoy carecemos; carencia causal del -histórico- mutuo poder de veto y de nuestra subsecuente decadencia.

Parece ser este el traumático camino que debemos recorrer para ver un día, quizás, a esa nación laboriosa, justa, muy libre, creativa, generosa, no resentida y… unida que soñaron nuestros  antepasados.

Una situación que podría darse cuando la vecindad estatista, aplicando sin ambages sus principios “solidarios”, termine despedazándose en una orgía de extracciones mutuas, desplome productivo, aislamiento, inseguridad y pobreza extremas, levantamientos, recriminaciones, represión y finalmente, férrea dictadura repartidora de migajas.

Contexto propicio, si los hay, a la fuga de dineros y personas hacia la vecindad capitalista, tal como ocurría con el muro de Berlín y entre las dos Alemanias. Y que en nuestro caso podría terminar implosionando de igual modo: con la rendición incondicional del “lado de la mecha” kirchnerista y su disolución como tal dando lugar, ahí sí, a una nación veraz y viable. A una nueva Argentina.

A nuestra Segunda República.