Salir de la Niñez

Abril 2024

 

El peronismo pudo haber convertido a la Argentina en una superpotencia; tuvo todo para lograrlo. Sin embargo, desde un principio y fiel al ADN de su líder (un vivillo poco ilustrado de talante violento, misógino y sobrador) decidió no hacerlo.

Los bárbaros (a lenguaje argento de hoy, “los corruptos” y sus aliados “los cabeza de termo”), en verdad, siempre han buscado derribar las reglas para hacer prevalecer su prepotencia (su interés incivil) y este fue el caso del justicialismo, arremetiendo sin solución de continuidad contra la república. Contra la propiedad privada y contra el capitalismo (excepto el “de amigos”), en alas de un ánimo menos competitivo; más primitivo, ventajero… e igualitario bajo garrote para el resto.

El propio C. Menem, intentando en su momento un giro económico desesperado hacia el liberalismo sucumbió ante la marea de corrupción, privilegios (cajas) intocables y entramados mafiosos, propia del partido que lo había llevado al poder.

Tal es la emocionalidad básica que pervive en los once millones y medio de connacionales que votaron a S. Massa en el pasado mes de Diciembre. Los mismos que hoy se oponen en toda la línea al gobierno elegido y que bogan por su fracaso dado que no quieren que nuestra Argentina cambie. Que madure. Que se avive. Que deje de aferrarse a las faldas de mamá Estado y crezca.

Herederos del acervo emocional de las generaciones peronistas creadoras de las Villas Miseria y el Parasitismo Mágico, esos 11,5 millones son parte de los mismos que en Octubre del ‘19 votaron a conciencia para terminar de fundir al Estado y para dañar de forma irreversible la fe de nuestra sociedad en las instituciones de la democracia republicana; en definitiva, para destruir lo que quedaba de fe en la eficacia fáctica de la Constitución de 1853/60.

Se trata de un número demasiado alto de personas que, si no se “arrepienten y convierten” (algo bastante difícil), harán que la totalidad de los argentinos vivamos en un estado de insatisfacción permanente, siendo su correlato en el mejor de los casos la ingobernabilidad permanente.

Hoy, no hay acuerdo en cuanto a modelo de país. Y sin coincidencias de diagnóstico, no existen buenas soluciones generales para los problemas comunes. De donde se sigue que para acercarse en forma consistente al “bien común” va a haber que renunciar a la unanimidad, dividiendo aguas.

Aun así, lo inteligente para la hora no es el antagonismo sino la interdependencia virtuosa que fomentan las políticas de libre mercado. Que por otra parte son la única cura (en paralelo a una reeducación en valores) para la grieta ética que nos parte. Abismo que bien podría acentuar el fallido nacional llevándonos a las lógicas de la secesión o de la emigración como alternativas a la guerra civil.

Dividir las aguas que depuren y “eficienticen” al pobrismo por un lado y al capitalismo por otro, es hoy tan utópico como lo era en 2019 afirmar que en 4 años el electorado argentino (con 4 generaciones de estatismo endovenoso en sangre) iba a elegir por amplia mayoría a un furibundo anarcocapitalista. Uno a cuya derecha está la pared.

Así, las cosas ya no parecen tan imposibles como hace tan solo 12 meses. Prueba de ello es el giro/avance cultural de permitirnos el pensar/hablar temas antes tabú cuestionando, incluso, a “vacas sagradas” del culto intervencionista. Valga como ejemplo el caso de los vouchers educativos a la demanda, percibido como un primer paso en la marcha hacia la privatización de la mayor parte de nuestra lamentable (¡frenante!) educación pública.

Todo parece formar parte de ese salir de la niñez que nuestra Argentina empieza a experimentar, asombrada de su propia audacia; del madurar como comunidad, sobrepasando incluso a sociedades “avanzadas”. Del iniciar la superación de adoctrinamientos y mandatos sociales paterno-colectivistas hasta ayer incuestionables, ejerciendo el derecho al disenso y a la apertura mental. Y sobre todo al intenso, honesto placer intelectual del pensamiento crítico, marca de agua de la adultez cívica y del ancho mundo derecho-humanista de la responsabilidad individual.

Todo lo cual podría condensarse en una pastilla de sabiduría empírica. En el concepto madre de derecho de propiedad privada, base condicionante y savia nutricia esencial de los demás derechos humanos. Un derecho primo en clave áurea que, asumido y respetado en profundidad, desanclaría a nuestra sociedad de las envidias, odios, resentimientos y taras auto boicoteantes (socialistas) que la frenan, quitándole su miedo a volar.

No por nada nuestro presidente inscribió este ítem el primero, entre los 10 enunciados iniciales de nuestro nuevo Pacto de Mayo. Verdadero contrato social que pondrá en evidencia de qué lado de las aguas está cada uno de los referentes que hoy creen conducirnos.





Identificando el Problema

Marzo 2024

 

El gran desafío del presente gobierno “libertario” (por ahora sólo aspirante a minarquista) está en su habilidad para generar las sinergias de una épica de esperanza.

Así, para allanar ese camino de fe, orgullo argentino y nuevo entusiasmo creador, lo conducente es seguir con el proceso de quiebre de espinazo al pobrismo de izquierdas (en particular al peronista), el gran cáncer emocional que carcomió el ideal de la democracia republicana en nuestro país, arruinándolo para siempre.

Hay que decirlo una y otra vez: el justicialismo votado por once millones y medio de argentinos el pasado mes de Diciembre constituye una ideología violenta. Sus líderes siempre apuntaron con cinismo a lo más bajo del común denominador social, ampliándolo y estallando sus mentes para galvanizar una onda expansiva de mafias entramadas tan lucrativa (para la nomenklatura) como difícil de revertir.

Concedamos, por otra parte, que el constitucionalismo liberal fue un ideal bienintencionado aunque ingenuo con respecto a la verdadera naturaleza humana y por eso mismo, constructo de improbable concreción.

Así las cosas, la utopía más inspiradora que puede ofrecerse hoy es “prosperidad y cultura para todos” cambiando el modelo social “proletarios regimentados, empobrecidos y embrutecidos” por el modelo “propietarios liberados”.

Y a esa atractiva sociedad de riquezas extendidas, paz y cooperación se llega soportando las reformas legales que el gobierno intenta en estos días en su afán de estabilizar el desastre heredado e impulsar algunas inversiones. Y apoyando más adelante (elecciones parlamentarias del ’25) las nuevas leyes e instituciones sociales inclusivas que orientarán al pleno comunitario en un giro, ese sí, copernicano. Virando la nave nacional para que ingrese de lleno en la más poderosa de las corrientes del progreso: aquella cuyas instituciones inteligentes, en sintonía con la Ley Natural, mejor se adapten a los seres humanos reales (no a la estúpida entelequia del “Hombre Nuevo” socialista), permitiendo aprovechar todas sus potencialidadesAbriendo licitudes. Liberando al Hombre y a sus innatas “ganas de hacer”; de ganar dinero sin cortapisas, ayudar y progresar en toda actividad lícita imaginable.

Instituciones inversas, por cierto, a las del actual modelo extractivo en las que debemos adaptarnos por la fuerza a las visiones y reglas de gobiernos depredadores.

Arruinado el ideal del constitucionalismo liberal emerge, generacionalmente, su reemplazo. Recambio ideológico nacido de una batalla cultural que empieza a identificar correctamente el origen del problema, que no es otro que el del monopolio estatal.

Cada vez son más quienes lo perciben: bajo sus auspicios, los precios reales de la administración estatal, la justicia estatal, la educación estatal, la salud estatal y la protección estatal en relación a nuestros ingresos reales aumentaron, al tiempo que su calidad y cantidad bajaban.

¿Cómo pudo abusar de los argentinos este ente monopólico de la coerción territorial, esta gran asociación de personas puntuales con intereses particulares llamada Estado (que de ningún modo “somos todos”)? Por la vía clientelar del fiscalismo, la deuda, la emisión… y el déficit.

La ausencia de competencia conduce casi siempre al abuso y a la ineficiencia sin que esta sea la excepción. Las propias normas, frenos y contrapesos constitucionales, por más bienintencionadas que hayan sido, sucumbieron aquí, allá y en casi todas partes a la naturaleza humana que, fiel al interés personal de los individuos empleados por el Estado, no hizo otra cosa que cumplir su destino genético haciendo crecer sin pausa la estructura y competencias del Leviatán hasta ahogar y desincentivar (por vía impositiva y reglamentaria) al decreciente número de quienes, produciendo, lo sostienen.

La ronda de privatizaciones, desregulaciones y demás incentivos capitalistas que el actual gobierno propone al hartazgo argentino de cara al “Estado mínimo”, no es más que una antesala. Una posta alberdiana o concesión transitoria a la susodicha democracia republicana en una hoja de ruta de décadas, balizada de rebajas impositivas. De guiños al principio libertario de la no-agresión frente a la peor de las violencias cívicas innecesarias, cual es la tributaria. Violencia consecuente con un orden artificial (socialista) hijo de la envidia y el resentimiento; orden inhumano en el que vivimos sin darnos acabada cuenta y que supone que sólo los burócratas tienen sapiencia y corazón mientras todos los demás estamos imbuidos de maldad y desinterés por el prójimo. Un orden artificial redistributivo cuyo derecho liminar es a la igualdad en el parasitismo y la miseria, aniquilador por estrés de lo que resta de fe en el sistema.

En esa línea, comienza a estar a la vista del común la contradicción de que el Estado “proteja” (con su monopolio de seguridad y justicia) la propiedad que al mismo tiempo expropia (con impuestos ruinosos), cosa que no puede sino conducir a cada vez menos protección y a más impuestos, dada la definición universalmente aceptada de que un monopolio siempre tenderá a subir los precios y/o a bajar la calidad y cantidad de lo que sea que produzca; en este caso, justicia y seguridad.  El concepto-antídoto es, claro está, “libre competencia”.

En la actualidad cunde la idea de que los legisladores son básicamente vivillos de alto sueldo, que el diálogo es allí una negociación entre tahúres y que su consenso es casi siempre cuestión de precio. De que la mayoría de los jueces no son independientes ni creíbles y de que la cacareada igualdad ante la ley es sólo una falsedad más.

Por su parte, las tan ponderadas mesas de diálogo políticas corporativas o sectoriales no serían más que guitarreo para la tribuna, orientado en realidad a articular acuerdos espurios destinados a perpetuar los privilegios de los dirigentes y sus amigos. La legión de gobernadores, intendentes y protegidos tan visiblemente corruptos de estos últimos años, sumado a la debacle nacional en economía, salud, educación, justicia y seguridad abonan (y certifican) la concepción de que vivimos en un país surcado de mafias; fallido… y con instituciones fallidas. En esta visión, el pueblo es sólo un conjunto de idiotas útiles a ser usado en las elecciones y los electores, borregos irredentamente crédulos.

En los años ’30, los conservadores abrieron la puerta al peronismo al establecer banca central, controles cambiarios, impuestos progresivos y juntas reguladoras.

Es hora de volver a cerrar ese cancel, reiniciando y repotenciando entre todos el apogeo perdido.





Pensar en Grande

 

Marzo 2024

 

Hace pocos días visitó las Malvinas el ex primer ministro y actual canciller británico, David Cameron.

El evento suscitó el repudio del más rancio nacionalismo criollo y un relativo silencio por parte de nuestro gobierno.

Sucede que a diferencia del pobrismo autarquista que con brevísimas excepciones dominó nuestras administraciones durante casi 8 décadas, el libertarismo capitalista que hoy encabeza el presidente J. Milei sabe que el camino inteligente para recuperar esa soberanía y plantar cuanto antes nuestra bandera en Puerto Argentino es el de convertir a nuestra nación en una potencia económica superior a Gran Bretaña. Una con mayor apertura e intensidad comercial global y mejores perspectivas a la baja de regulaciones e impuestos. Una con consistentes aumentos de seguridad jurídica, derechos económicos y cívicos, con consecuente alza de prestigio internacional, inversiones e inmigración calificada. En definitiva, un país de grandes libertades personales para la acción privada, compatibles con calidad de vida, nivel cultural y empoderamiento social superiores.

En tal eventualidad, serían los propios kelpers y/o sus hijos quienes terminarían pidiendo la anexión a la superpotencia en ciernes, basados en las muchas ventajas prácticas que su cercanía les depararía.

Quedaría así solucionado de la mejor manera, además, el hoy espinoso tema de la autodeterminación.

Dadas nuestras enormes potencialidades naturales y de creatividad sumadas ahora a la audacia política de intentar hacerlas efectivas, nada sería más lógico que nuestra Argentina fuese más rica, justa, feliz y prometedora; más “vivible” que Gran Bretaña en casi todo sentido.

Entendidas así las cosas, caería el velo que nos impide ver que el peronismo y sus cómplices políticos, gremiales y empresarios han sido los cipayos que impidieron sistemáticamente nuestra victoria frente a los ingleses en este y tantos otros campos, operando como quinta columna británica contra los intereses locales.

Que fueron, por décadas y décadas, taimados traidores a la patria imponiéndonos el freno autarco-proteccionista del capitalismo de amigos que nos fundió. Y que impidió adrede (como daño colateral por ellos desestimado) que las Malvinas volviesen a la Argentina.

Lo mismo sucede en el campo deportivo con especial énfasis en el fútbol, devenido aquí en bandera principal del sentimiento patriótico.

Desde hace mucho tiempo, nuestros mejores jugadores “fugan” tan pronto pueden hacia clubes del exterior que cuentan con poder económico como para ofrecerles contratos ventajosos; millonarios en dólares o euros.

Esto sucedió, incluso, con personajes como D. Maradona, de confesa simpatía por dictaduras comunistas.

Los quintacolumnistas argentos, férreamente alineados contra la posibilidad de que nuestra Argentina volviese al Primer Mundo, lograron hacer fortuna traicionando a las mayorías al tiempo de hundir en el subdesarrollo a nuestros clubes; imposibilitándoles competir por los mejores. Hicieron de ellos canteras empobrecidas y endeudadas (cuando no meras ventanillas de corrupción y patoterismo mafioso) en lugar de potencias, privando al pueblo de ver a sus cracks jugando en los campeonatos locales junto a otros grandes futbolistas del planeta, comprados y bien pagados por las nuestras. Así podría y así debería ser, desde luego, pues a diferencia de otras sociedades, tenemos con qué. Clubes poderosos; privados o cooperativos, de sociedades anónimas o de grupos de amigos pero libres para crecer, generar negocios honestos, servicios, espectáculos familiares, orgullos, tradiciones… en definitiva, riqueza comunitaria en serio.

Donde la clave de todo lo anterior es la palabra “libres”. Es decir, exentos de coacciones interesadas. Tal y como propone nuestro nuevo gobierno nominalmente libertario en contraposición al pobrismo sometedor que hasta aquí nos dominó, cuya palabra clave es, qué duda cabe, “esclavos”. Vale decir, sujetos a coacciones interesadas vía tributos ruinosos, redistribuciones con “comisión a la patria” incluida, comisariato político-educativo e ingente reglamentarismo de corte socialista.

Más allá del notable viraje cultural anti-estatista verificado entre las nuevas generaciones de votantes, no sabemos si estos “tres pasos hacia adelante” que dio nuestra sociedad en las presidenciales del ’23 pueden trocar en “un paso y medio hacia atrás” en la actual convicción nacional promedio y/o en las legislativas del año próximo.

Lo que sí sabemos, tanto para Malvinas y para el fútbol nacional como para otra miríada de temas, es que jamás variarán los resultados directamente proporcionales de los tándems “socialismo, esclavitud, pobreza” y “capitalismo, libertad, riqueza”.


 

Libertarismo

Febrero 2024

 

El libertarismo nuclea hoy a la élite intelectualmente más sólida y mejor preparada de todo el espectro liberal, caracterizado desde hace más de dos siglos por el dominio justificante de lo empírico-utilitario por sobre lo ético.

Puede decirse que lo libertario es la evolución del liberalismo y sin duda su vanguardia científica en las áreas sociológica y económica.

Parado sobre los hombros de dos gigantes del pensamiento de la talla de Ludwig von Mises y Friedrich von Hayek, Murray N. Rothbard (1926 – 1995) dio a luz esta disciplina superadora con la publicación de su Manifiesto Libertario en 1973, obra que culminó en 1982 con su libro La Ética de la Libertad.

Es efectivamente la ética, esa rama de la filosofía que estudia la moral y la acción humana (o cómo debemos vivir y comportarnos en sociedad), la idea matriz que preside al libertarismo muy por encima de lo utilitario.

Más allá de la explosión (muy real) de riqueza y bienestar que provoca la libertad aplicada al ámbito socioeconómico, el corazón de la propuesta libertaria se asienta en el sentido común inherente a la corrección cívica.

Porque lo esencial de esta ideología estriba en el principio de no agresión, aplicado en forma estricta a todo el campo de la acción humana. Y el principio de la no-agresión del pensamiento libertario es la base de la moral y la ética de las personas comunes que viven de su trabajo con honestidad, sacrificio y respetando los derechos ajenos. De esa inmensa mayoría de personas que enseñan a sus hijos a no comenzar peleas ni agredir a otros; a no engañar, trampear ni robar. A internalizar, en definitiva, que todo lo pacífico es bueno y que la violencia es mala.

La existencia misma de esa asociación de personas puntuales con nombre y apellido llamada Estado (que de ningún modo “somos todos”), trastoca el sentido común por una gran cantidad de motivos pero básicamente por deber su existencia a esa forma de robo agresivo cometido contra quienes a nadie habían agredido, llamada impuesto o tributo. Verdadero engendro no voluntario, independiente de los deseos y proyectos de vida de sus víctimas.

Su mismo nombre lo indica: imponer es forzar y tributar es rendirle tributo a un amo. Algo incompatible con el modo de civilización libertaria o anarquista (v. gr. sin Estado) de mercado. Porque, cuidado, también tienen derecho a vivir su sistema todos quienes se unan voluntariamente en anarquismos redistribucionistas o comunistas; de ahí el muy benéfico e inalienable derecho civil de secesión.

Despojados de adoctrinamiento estatista y viéndolo bajo simple sentido común, la única diferencia entre un ladrón común y un recaudador de impuestos es que el segundo opera con una gran maquinaria coactiva (asociación de individuos con intereses particulares o “Estado”) detrás, apoyándolo.

Si hay constructos opuestos a la ética, esos son los Estados. Y responde a la más pura lógica moral que una humanidad dominada por estos poderosos entes territoriales de escala monstruosa (de Leviatán) sufra injusticias a esa misma escala tales como guerras, pobrezas evitables, muertes prematuras, inequidades de todo calibre y aplastamiento a mansalva de derechos personales y familiares.

En verdad la sociedad debería dejar en paz a las personas que, responsabilizándose de sus actos, no hayan dañado, engañado ni forzado a otros; entendiendo que el uso de la fuerza es legítimo sólo defensivamente y en contra de los que han iniciado una agresión.

Cada persona debería poder vivir su vida como le parece tanto si sus elecciones incluyen ascetismo, trabajo duro o servicio al prójimo como si opta por sexo libre, ocio ininterrumpido o incluso drogas… siempre y cuando sus acciones no interfieran con igual derecho de sus semejantes, caso que constituiría el inicio de violencia.

Por cierto, la gradual ausencia de Estado y en particular del “de Providencia” con su exacción impositiva, posibilitaría la reinversión productiva privada de inmensas sumas haciendo a las sociedades más ricas y a las personas  mucho más generosas, humanas y caritativas con los desposeídos e infortunados. La historia prueba que en la misma medida de la intervención estatal y la coerción tributaria, crece la indiferencia hacia el prójimo en la comunidad.

Aunque parezca una verdad de perogrullo, los libertarios entienden que la moral es una sola y que la misma vara debería aplicarse para todos. ¿Por qué si una patota de 5 personas le quita su dinero a 2 transeúntes en la calle se llama robo mientras que 5 millones de personas que se reparten el dinero que quitaron por la fuerza a otras 200 mil votando (usando) como socio sicario al Estado se llama “redistribución de la riqueza a través de los impuestos”?

Robar está mal, no importa quién lo haga. Y un supuesto “bien común” (que no es tal) tampoco justifica los medios; en especial en la implacable ley natural o Ley de Dios. Lo contrario, como está a la vista, tuvo y tiene consecuencias.





De Perón a Milei pasando por los ET

Enero 2024

 

Dada la batalla cultural en proceso, seguirá siendo necesario durante mucho tiempo desmitificar una y otra vez al peronismo, exponiendo las mentiras que cimentan su aún importante “prestigio” transversal.

Breve prueba de ello es la falsedad de “hitos” sociales atribuidos a ese vivillo poco ilustrado, violento,  misógino, pedófilo y sobrador que fue Juan Domingo Perón; algunos mencionados recientemente al aire por el periodista y abogado Eduardo Feinmann.

Entre otras mendacidades que la historia rebate,  el descanso dominical no se debió a J. Perón sino al presidente conservador Julio Roca, en 1905; las vacaciones pagas no las estableció Perón sino Uriburu, en 1933; la jornada de 8 horas tampoco se debió a Perón sino al radical Yrigoyen en 1928; la primera ley de jubilaciones no es obra de Perón sino de Alvear, en 1924;  la ley de protección al trabajo infantil y femenino no se debe a Perón sino al presidente Figueroa Alcorta, en el año 1905 mientras que la de accidentes del trabajo es de otro conservador liberal, Sáenz Peña, en 1915. La reglamentación del trabajo a domicilio no es mérito, de Perón sino del presidente Victorino de la Plaza, en 1914; tampoco se deben a Juan Perón las leyes de despido sin causa ni de protección a la maternidad sino al presidente Uriburu, corriendo el año de 1933.

Dejando mitos de lado y vistas las cosas en perspectiva, el fraude quirúrgico de la llamada “década infame” fue superado por el fraude generalizado del brutal clientelismo peronista, que terminó por arruinar a la democracia y a la mismísima república en tanto “sistema deseable”, tal como lo indican al día de hoy calificadas encuestas de opinión.

Todo ese pasado que aún atora con falacias el razonamiento y las emociones de tantos argentinos (nada menos que 11.500.000 según las últimas presidenciales) frena el despegue de nuestra Argentina. De persistir, nos llevará hacia una profundización del resentimiento y el parasitismo mágico que nos dividen, pudiendo terminar en lo que ya hemos advertido desde estas columnas: la asunción final del fallido nacional a través de la secesión, como alternativa a la guerra civil. O bien a la rendición, resignación y entrega que implica el éxodo en sus distintas variantes.

Una forma de acelerar la sanación anti envidia, anti odio y anti grieta provista por la batalla ética en proceso, es aquella siembra deliberada de esperanza que supone la difusión de un norte deseable, más allá de los tiempos y gradualidades que su consecución demande.

En tal sentido, valga de inspiración el punto de vista libertario que coincide en ver un eventual futuro al estilo Mad Max, Matrix u otras distopías similares propuestas por Hollywood, como el resultado natural del dominio mundial de los Estados territoriales; de la monstruosa, inhumana escala de sus operaciones, guerras e iniquidades donde libertades, propiedades, familias y personas son literalmente aplastadas.

Distopía que las civilizaciones extraterrestres (ET) que nos estudian desde una posición de miles o millones de años de avance, han obviamente superado. Ya que para no habernos destruido o sometido (acciones que no deben representarles problema técnico alguno) deben de tener en claro la maravillosa rareza de la vida inteligente en comunidad y de su concomitante respeto, amor y ética, en la inmensidad del universo. Así como la importancia de la preservación y potenciación de las creatividades, libertades, respetos y goces personales  de los individuos que son su célula.

Todo lo cual hace suponer que el futuro de la humanidad no solo es auspiciosamente rico, brillante y no-violento sino plenamente libertario, en tanto que hablamos de aquella filosofía ética de círculo virtuoso auto-acelerante que pretende dar a cada diverso y único ser humano, las posibilidades para que desarrolle su máximo potencial en sociedad, sea cual fuere, con la menor cantidad posible de  forzamientos, interferencias y condicionamientos externos.

Un verdadero contractualismo de mercado gerenciado en cada necesidad, en cada campo, por profesionales bien remunerados (o exonerados) y coordinados, al verdadero servicio de “su majestad el honorable ciudadano-cliente”.

Retrocediendo de la utopía hasta la Argentina 2024, a años luz de aquel norte aunque sin perderlo de vista, el actual objetivo tácito de “dejar las cosas en manos del mercado” significará para el gobierno nominalmente libertario que comienza, procurar no interferir en lo que la gente hace con sus propios recursos.

¿Cuatro ejemplos entre mil, buscados a corto y mediano plazo por el libertarismo en medio del caos que nos lega el corporativismo peronista? Libertad de afiliación sindical, libertad de elección de obra social, libertad de disposición previsional y libertad de negociación laboral/salarial.

Pavor a la pérdida de privilegios y negociados es el que provoca entre los cómplices locales de la Carta del Lavoro fascista de 1927, la bella palabra “libertad”.