Todos Saben


Diciembre 2012

En lo que respecta al tema de nuestra forma de gobierno, todo argentino pensante sabe bien cuál es el juego y cuáles sus reglas.

Quienquiera que desee llegar a formar parte del gobierno, sabe que debe incorporarse a un partido político sometiéndose después a un proceso interno de selección.
Y sabe que se trata de un proceso que asigna puntajes a la inteligencia, idoneidad, dedicación y honestidad del candidato en un 10 %, aproximadamente, aunque también los asigna a otros factores en el 90 % restante.
Estos últimos pueden resumirse en lo que podríamos llamar aptitud para el caradurismo: en la obsecuencia, la mentira, la insensibilidad ético-social, la corrupción compartida y sobre todo… en la omertá (o lealtad mafiosa en pactos de silencio).

Selección de gente que, arribada al poder, resulta en un 90 % contraproducente para los bolsillos -y la elevación cultural- del conjunto social como un todo, aunque en idéntico porcentaje resulte conveniente para unos pocos acomodados políticos.
El Estado, como es tradición, se encuentra hoy colonizado por el partido gobernante. Y allí encuentra perfecta vigencia la mencionada competencia por cargos y listas electorales, que privilegia la designación de los peores.

Es dentro de este encuadre de hierro y con esta clase de personas al mando, que puede entenderse la  inexorable deriva que sufre nuestra democracia en tanto sistema.
Una suerte de pulsión indetenible hacia el máximo retorcimiento interpretativo o bien hacia la directa violación -o cambio- de toda cláusula constitucional, toda ley, toda norma, tradición, valor o institución que impida al Poder Ejecutivo surgido de una parte de la población aplicar sus  ideas anti-sistema (totalitarias, desde que empezamos a decaer con ímpetu, hace unos 70 años) sobre todos.
Lo que ha implicado colocar bajo ataque, frente a una línea de mutantes cuyo poder de fuego va in crescendo, al único “contrato social” que precariamente nos une como nación: la parte dogmática (alberdiana y liberal) de la Constitución de 1853/60. A su núcleo o “alma” épica de profunda fe en la capacidad de los individuos para organizarse, crear y crecer en libertad, sin ser empujados ni esquilmados.

¿Existe, en verdad, ese tal “contrato social” que todos los argentinos acepten? A la luz de lo observable, permítasenos ponerlo en duda.

De la mano del aumento de la desesperanza y la pobreza generadas por aquel 90 %, una “patria estatista” indolente, mafiosa, corrupta y contraria a tal espíritu ha ido deviniendo mayoritaria no sólo entre la legión clientelar del kirchnerismo sino también entre dirigentes y militantes radicales, socialistas, peronistas “auténticos” y de otras agrupaciones falsamente opositoras.

Éxito y fracaso son entonces, bajo esta óptica, expresiones que cobran diferente significado según los visualice una persona totalitaria (estatista) o una libertaria (capitalista).
Asunto no menor y de cuya adecuada comunicación social podrían esperarse cambios positivos en la percepción de los votantes, alejando así del horizonte las cuatro opciones que el actual abismo de corte “chavista” abre ante nosotros: sometimiento, huida, resistencia civil activa (armada o no) o secesión.

Así, éxito para los estatistas sería asegurar el reparto de buenos subsidios por hijo, por esposa, por vejez, por enfermedad, por falta de trabajo, oportunidades o estudios para todos los que lo necesiten. Éxito sería ver grandes barrios obreros igualitarios y ordenados en la periferia de las ciudades, sin casas de chapa ni calles inundadas, con prolijos hospitales municipales o dispensarios.
Sería procurar para los trabajadores activos, sueldos que cubran la canasta básica así como jubilaciones para los mayores, que cubran también los extras en gastos médicos. Éxito sería para ellos tener muchas y bien pintadas escuelas e institutos públicos, uniformadoras de su concepción del mundo. Sería contar con más cárceles estatales, policías y gendarmes que aseguren el cumplimiento de las leyes de mayorías, que protejan y aíslen a los funcionarios que las idearon y que combatan a la delincuencia general (en ese orden).
Como también mantener los aeropuertos, puertos, rutas y caminos de tierra en buen estado así como fútbol, recitales y TV codificada para todos sin pago tarifado.
Y sobre todo un férreo sistema impositivo que, quitando a quien sea y como sea hasta el nivel necesario, asegure el cumplimiento cabal de todo lo anterior, con más el aporte de deuda nacional y emisión inflacionaria como anestésicos de acción prolongada.

Es la utopía que con notable tozudez y previsibles malos resultados, se viene intentando en versiones sucesivamente corregidas (y embozadas con antifaces cazabobos) desde hace siete décadas. Deseos de muy modesta pretensión por cierto (de cabotaje en pobreza administrada) y aún así, inalcanzables.

Éxito para los capitalistas, en cambio, sería llegar rápidamente al subsidio cero a través de un fortísimo aumento de actividad creativa y empresaria privada que ofrezca más empleos, capacitación intensiva y mejores sueldos a más personas. Para que, con dinero sólido en el bolsillo y trabajo serio por delante, cada ex indigente pueda tomar el crédito que precise para construir la casa que más le guste en el lugar que le parezca. Abandonando el triste destino de la casilla social de fila indiferenciada o el sucio monoblock de serie en un mal barrio, al estilo soviético.
Éxito sería para ellos barrer con las leyes totalitarias que frenan el ingreso de capitales al país, haciendo posible inversiones a gran escala en múltiples áreas a la vez incluyendo seguros de retiro, clínicas, colegios y universidades privadas por doquier, que abastezcan la demanda de una población dispuesta a elegir su consumo de lo que sea con el poder que da un buen ingreso.
Sería bajar gradualmente impuestos devolviendo ese dinero a la gente. Para que luego decida si contrata una super-seguridad privada que la proteja primero a ella (tal vez integrada con ex policías y gendarmes hoy indigentes), o si invierte en rentables acciones de un fondo dedicado a administrar correccionales privados.
¿Por qué no? Los libertarios son gente de mente abierta a toda innovación que genere oportunidades, progreso, negocios, bienestar y riqueza para más personas.
Éxito para los capitalistas sería ver nuestro país cruzado con autopistas y trenes de última generación, sin más caminos de tierra. Sería ver puertos cooperativos e internacionales por todo el litoral, tráfico aéreo y aeropuertos ultramodernos en sitios impensados, surgidos con el desarrollo de nuevos centros poblacionales productivos y eco sustentables a lo largo de todo el interior.

Todos saben que una Argentina sin pobres, donde la más amplia mayoría pueda pagarse la TV codificada, los recitales o los partidos de fútbol de su elección además de muchas otras cosas agradables, es posible.

Pero jamás confiando en la utopía estatista. Sólo a través del más crudo y utilitario realismo capitalista.





Injusticia Social


Diciembre 2012

Un gran pensador francés del siglo XX, ya fallecido, constató cierta vez que en el seno de una multitud, una creencia se extiende no por persuasión sino por contagio. Y que un grupo humano se transforma en multitud manipulable cuando se vuelve sensible al carisma y no a la competencia, a la imagen y no a la idea, a la afirmación y no a la prueba, a la repetición y no a la argumentación, a la sugestión y no al razonamiento.

La democracia modelo siglo XXI se apoya no en los individuos (que la anteceden y que le dan justificación en la tarea de protegerlos) sino en este tipo de multitudes, capaces de torcer el resultado de una elección.

¿Cuántos votantes argentinos, acaso, son conscientes de que en el curso de los últimos años, igual que durante toda la historia y en todas partes, las injusticias sociales preexistentes se redujeron en las sociedades más capitalistas y se profundizaron -o tornaron resignada costumbre- en sitios más socialistas?
Entendiendo a la justicia social como la posibilidad real de crecimiento personal, de ingreso y consumo para los grupos familiares más necesitados. Vale decir de acceso efectivo (y sustentable) a un bienestar de clase media, apalancado en las mejores tecnologías empresarias disponibles (común denominador de economías con fuerte creación de riqueza).

La nómina de las naciones con mayor ingreso por habitante está encabezada, precisamente, por las más libres y respetuosas del derecho ajeno a decidir. Por las de economías más “permisivas”. Vale decir, allí donde funciona con mayor plenitud y en mayor cantidad de sentidos, el capitalismo liberal.

La experiencia universal en la materia, por otra parte, está graficada desde hace más de 200 años en un par de coordenadas simples donde puede verse cómo, a medida que aumenta el nivel impositivo y de intervención internándonos en el socialismo, disminuye el grado de justicia social real ofrecida a la población y cómo a medida que se reduce la carga tributaria y regulatoria acercándonos al capitalismo, crece el guarismo de justicia social efectiva a disposición de los más pobres.

Guiada por su -elegida- oligarquía, nuestra sociedad transita las injusticias sociales dentro de este esquema, procurando desesperadamente adulterarlo en su provecho (desde que en los años ’40 Juan Perón y Eva Duarte así lo dispusieran) mas sin poder jamás sustraerse a él, ni escapar al contragolpe correspondiente a cada medida socializante.
Hemos estado siguiendo una “doctrina” que, al no ser más que un compendio de vacías estupideces, sólo devolvió a la Argentina al atraso económico, a la miseria y a la noche feudal de los caudillismos. Porque el hambre resultante fue y es, en verdad, para los líderes redistribucionistas el capital más precioso.

A esta altura, la doctrina (hoy, el “modelo”) de reducir más y más los derechos personales de la gente y en especial su derecho constitucional a la búsqueda de la propia felicidad -o progreso- sin dañar al prójimo, suma en la línea del tiempo a varias generaciones de argentinos sobreviviendo con lo mínimo.
Decenas de millones de compatriotas a quienes se privó de las herramientas que necesitaban para construirse una buena vida y un buen legado, para acabar con la injusticia social de sus pobrezas y desesperanzas. Algo verdaderamente criminal, causante de incontables sufrimientos y muertes inútiles a lo largo de decenas de años, que será un día considerado… nuestro propio holocausto.

Claro que para sostener el consenso electoral necesario que permita a esta oligarquía política, sindical y cortesano-empresaria seguir gozando de las comodidades -de tan bestial modo- habidas, es menester mantener la mayor ignorancia posible sobre el historial de sus resultados pasados, facilitando así los mayores engaños posibles en el presente. Es, con precisión quirúrgica, a lo que se dedican. Cualquier rudimentario oportunismo servirá entonces de “pensamiento” para millones, confirmando uno de los dones más distintivos del homo sapiens: la capacidad de ver lo que no existe para así no ver lo que existe. En particular, en el área de la justicia social.

No es realista, sin embargo, pretender que el actual voto “de izquierdas” abandone por el razonamiento, convicciones a las cuales no fue llevado por la razón, habida cuenta de que el socialismo tiene visos de ser uno de esos sentimientos-mito a los que el fracaso, por más reiterado y cruel que sea, rara vez refuta.
Tal vez porque desde hace mucho vivimos en una sociedad donde el miedo de los más vulnerables (derivado hoy en un tipo de terror cotidiano y generalizado), no es fácil de auto-visualizar y por ende, de neutralizar, desmitificar ni revertir.
Es más: muchas veces los izquierdistas arrepentidos, por insuficiente reflexión sólo llegan a serlo a medias. Y acaban solidificando un ácido resentimiento contra quienes se abstuvieron de compartir sus errores, en lugar de aplicarlo “terapéuticamente” contra los que se los hicieron cometer.

Tal vez sea tiempo, entonces, de usar las mismas armas de la oligarquía corrupta, enemiga de la gente, contra la propia oligarquía. Armas de acción psicológica efectiva como la descripta por aquel pensador francés en el primer párrafo de esta nota.
¿Existirá entre nuestras reservas morales de políticos, periodistas y empresarios, gente con las agallas como para llevar esto a la práctica? Las injusticias sociales que se perpetran en nuestra ex república, son ya grandes males. Males que sin duda están justificando el uso de grandes remedios.

Lo Democrático y lo Libertario


Noviembre 2012

La democracia es un sistema imperfecto. En el mejor de los casos no más que un despotismo con guante de terciopelo y en el peor, con guante (y máscara) de hierro. Pero siempre un régimen fallido por lo autoritario.
Al menos para los millones de ciudadanos cuyos candidatos no ganaron, refiriéndonos siempre a gente pacífica y cooperativa que a nadie robó ni dañó, forzada a declarar, hacer y pagar cosas que jamás aceptaría libremente informar, realizar ni financiar.

La bella idea de que los perdedores están representados (y defendidos) en las comunas, en las provincias o en lo nacional a través de sus respectivos legisladores, o la también bella idea de contar con organismos públicos de auditoría y control o la de tener un Estado dividido en 3 poderes independientes que aseguren los derechos y las garantías constitucionales con ciega imparcialidad, son solo utopías. Bellas ideas teóricas, mayormente inoperantes.

Lo real, lo de sentido común, es la comprobación diaria de que todas esas bellas -y costosas- instituciones republicanas forman parte del mismo Estado y se financian con los mismos impuestos, obtenidos de coaccionar a toda la población. Y que quienes comandan ese fantástico mecanismo de relojería denominado “el gobierno” son hombres y mujeres corrientes, con inclinaciones muy humanas. Que desde luego están interesados en que toda esta superestructura se mantenga, crezca, sea lo más cómoda posible para ellos… y que sigan cobrándose cada vez más impuestos. Perfeccionando una legislación que persiga y fulmine como delincuentes (“evasores”) a todos los que pretendan salirse de la trampera.

Que nadie se sulfure ante los hechos, por favor. Porque las claves del fracaso argentino fueron perfectamente estudiadas hace ya… ¡2400 años! por los propios inventores del sistema.
El mismísimo Sócrates concluyó entonces -en la primera y más clara comprensión del socialismo- que la democracia nunca funcionaría porque la mayoría menos creativa (con menos cultura del trabajo, diríamos hoy) siempre escogería vivir en forma parasitaria de la minoría más creativa mediante la confiscación de su riqueza, para distribuirla entre ellos.

A pesar de opinión tan lapidaria, la utopía volvió a llevarse a la práctica por vez primera en tiempos modernos cuando, a fines del siglo XVIII los estadounidenses declararon su independencia adoptando el sistema representativo, republicano y federal de autogobierno. Ingenio democrático anclado en una Constitución escrita, que por sus muchas previsiones y brillantez intelectual se convirtió de inmediato en faro ideológico para muchas sociedades con inquietudes liberadoras. Entre ellas, la nuestra.

Íntegramente basada en la sabia desconfianza de sus autores para con los -casi irresistibles- poderes corruptores del Estado, se trató de un intento consensuado por liberar la potencia creadora de las personas (procurando que esta perdurase en el tiempo), alineado a la máxima jeffersoniana “Los dos enemigos de la gente son el gobierno y los criminales. Atemos al primero con las cadenas de la Constitución para que no se transforme en la versión legalizada de los segundos.”  
Intento bien intencionado pero ingenuo, tal como se vio más tarde… a pesar de lo cual en su aplicación inicial y durante los primeros períodos, demostró como jamás en la historia la increíble potencia creadora de riqueza de un capitalismo libertario operando con pocas trabas. Los Estados Unidos pasaron entonces de ser una colonia semi-asfixiada bajo los impuestos ingleses a la prosperidad general más asombrosa, en pocos años.

No otra cosa que volver al respeto de las reglas originales de ese "sistema" es, precisamente, lo que propone  el movimiento Tea Party, cuya cara más visible hoy día es la del ex candidato a vicepresidente por el Partido Republicano (el congresista Paul Ryan) que contó con el apoyo de la mitad del electorado estadounidense.

El propio Thomas Jefferson (1743-1826), uno de los Padres Fundadores de su país, tercer presidente constitucional y artífice fundamental de esta verdadera “Carta de Derechos” era un ilustrado libertario. Lo mismo que sus discípulos y continuadores, los presidentes Madison y Monroe.
A largo plazo sin embargo, el viejo Sócrates tuvo razón y la naturaleza humana terminó por imponerse (con constituciones o sin ellas), ni bien se afianzó al comando de una herramienta tan peligrosa como es el monopolio armado estatal, tercerizando el costo de sus corrupciones y aventuras.

Cierto es que las corrupciones y aventuras humanas (económicas, organizativas, armadas etc.) son inevitables pero deben ser pagadas con sus dineros y libertades por quienes las encaran; no por todos. Mucho menos obligados a punta de pistola por un gobierno que no representa sino a algunos, como sucede hoy y aquí.
Y ciertamente lo que en tiempos de Jefferson y hasta hace unos años era otra utopía -sociedades sin pobreza, súper avanzadas y súper ricas liberadas del peso del Estado- es hoy teóricamente posible (y constituye en realidad una tendencia irreversible de largo plazo) merced a un cúmulo de nuevas e impactantes tecnologías.
Como en los campos de las comunicaciones y de la energía, áreas que son fuente de poder de gobiernos autoritarios y que están virando (a medida que se extingue la era de los combustibles fósiles) sus rígidas estructuras verticalistas hacia otras más democráticas y locales, de redes horizontales inteligentes, interactivas y abiertas. Voluntariamente cooperativas.

Libertarismo idóneo y gradual para que nuestras mayorías despierten de su largo sopor esclavo y fuguen de la jaula estatista. De este “planeta de los simios” donde se encuentra varada la Argentina.
Y para que puedan abordar, a medida que esto ocurra, la nave libertaria de los tips más evolucionados: “…acuerda libremente con todos y cada uno; déjalos responsabilizarse, decidir y hacer; no los violentes…” o como decía el gran John Lennon, déjalos ser.


Costo


Noviembre 2012

Hemos leído, visto y oído en estas semanas de qué manera el Sr. H. Chávez retuvo el poder absoluto en Venezuela.
Observadores argentinos in situ, dieron cuenta del funcionamiento práctico del socialismo del siglo XXI a saber: un amenazante despliegue electoral con movilización extorsiva a costa del erario más bombardeo oficial con propaganda de saturación en todas sus variantes de odio intenso, intolerancia e incontinencia verbal.
Largas cadenas obligatorias, prensa casi totalmente adicta post incautación, castigo financiero o cierre más férrea censura previa de los escasos medios críticos que quedan.
Amedrentamiento a través del voto electrónico dentro de un régimen policial totalitario de justicia sometida, cuyos antecedentes con la Lista Tascón (*) todos conocen.
Control político militarizado manzana por manzana en los barrios pobres (la mayoría, después de 14 años de mando), con toque de diana, chequeo de presentismo -el voto no es obligatorio- y posterior control pormenorizado de resultados.
Y muchos otros fraudes, atropellos económicos y civiles anteriores, conexos y adicionales, largos de enumerar pero conocidos y claros coadyuvantes a la actual decadencia venezolana.

También hemos visto a nuestra presidente, al grupo La Cámpora, a las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo y al Sr. H. Binner entre otros (con seguridad también los Sres. D. Maradona y F. Páez o las Sras. T. Parodi y A. Del Boca), sonreír y congratularse públicamente por la victoria chavista. ¡El socialismo local está de parabienes!

Por cierto y a propósito de todo lo anterior, sería de gran interés para los más de 30 millones de argentinos que estarían en condiciones de votar el año próximo, contar con estudios serios de economistas calificados que mensuren en 3 o 4 cifras clave, el costo de las políticas socializantes aplicadas en nuestro país desde, por caso, 1945 (momento histórico bisagra, de todos conocido).
Saber cuánto hemos pagado colectivamente, como sociedad, por las soberanas decisiones de nuestras mayorías.

No es tan complicado: estudios de esta clase fueron hechos en India hace poco. Informes cuyas conclusiones deberían resultarnos de interés ya que no sólo hablamos de la mayor democracia del mundo y una de las pocas superpotencias emergentes de este siglo (un listado en el que deberíamos estar), sino de un país de superficie casi igual a la de Argentina.

En el caso hindú, un modelo socialista (estatista, corporativo, redistributivo, fiscalista, proteccionista, forzador o como se lo quiera describir) gobernó al país entre los años 1947 y 1981.
Luego, al principio con timidez y a partir de los ’90 con mayor decisión, pasaron a un modelo más capitalista (más libertad de empresa, inversiones, creatividad, competitividad, exportaciones y creación de empleo privado con menos impuestos, dirigismo, “capitalismo” de amigos, corrupción, empleo público y subsidios).

Los estudios concluyen que el no haber encarado las reformas en su tiempo, provocó la muerte de 14 millones y medio de niños, mantuvo a 261 millones de individuos en el analfabetismo y a un total a 370 millones de personas, inútilmente, sufriendo y desperdiciando sus vidas por debajo de la línea de la pobreza.

Un informe semejante para el caso argentino sería verdaderamente aleccionador. Y bien utilizado, un definitorio misil contra la superstición socialista en su conjunto. Sin olvidar que el Sr. H. Binner y sus asociados pinosolanistas y radicales ayudaron codo a codo con D. Scioli a los Kirchner en casos como el del Consejo de la Magistratura, la confiscación de YPF y Aerolíneas, el robo a las AFJP, el saqueo al Banco Central, la mordaza de la Ley de Medios, la bestial presión impositiva sobre el agro y muchas otras sinvergüenzadas afines a su mortífera ideología.  Porque como puede verse en el caso de India, el socialismo literalmente frena… y mata.

No eludamos las responsabilidades, señoras y señores de izquierdas; convengamos en denominar al pan, pan y al vino, vino porque la verdad no ofende a los intelectualmente honestos. ¿Lo serán?

Desde luego, “redistribuir la riqueza” o el ingreso son formas semánticas alternativas que los votantes socialistas de todos los partidos usan para eludir el término “confiscación”. Para esconder el costo social (el real, sobre cada niño wichi desnutrido) de su fría, responsable, adulta decisión soberana de confiscar bienes ajenos toda vez que ingresan al cuarto oscuro. Procurando “oscurecer” el hecho de que todo su humanismo se basa en sustracción no consentida validada por pura coacción, con el puño izquierdo (del monopolio armado estatal) en alto; crispado; amenazante.
¡E intentando después esquivar las consecuencias de su acción!

Como indica el sentido común tanto en la India como aquí, es la producción y no la redistribución (ni tan siquiera el consumo) la que genera ingresos (riqueza) y por tanto, vida (poder de compra para los más), siendo que el ingreso no se redistribuye: se gana produciendo.
Son hechos palmarios. Conceptos básicos de costo-beneficio que ni el Sr. Binner ni ningún argentino opositor con simpatías de izquierda (en la práctica, sólo “kirchneristas mejor educados”) han comprendido a fondo… ni desean comprender.
Porque implicaría admitir que siempre estuvieron equivocados y que siguen siendo actores de primer orden en el drama (realmente mortal, eso sí) de nuestra decadencia.



(*) Listado de los 2.400.000 venezolanos incautos que, tras apoyar con firmas un referéndum revocatorio contra Chávez, pasaron a ser parias civiles a todo efecto institucional y blanco individualizado de la venganza del Estado, hasta el día de hoy.   
      

Argentinos y Ladrones


Octubre 2012

Las tiranías argentinas, incluidas las de primera minoría, apoyaron su accionar en consensos generales basados en el temor.
Dentro de estas minorías tiranas, por su parte, el consenso ha sido el de preferir las -aparentes- ventajas subsidiadas del corto plazo por sobre las promesas del largo, postergando consideraciones más prometedoras y de mayor altruismo tales como dotar de verdadero poder económico y moral a la patria, atraer más inversión productiva, previsionar una mejor situación educativa y laboral  para sus propios hijos y nietos, etc.
Aunque el costo de esta opción de corto plazo haya sido decir sí al autoritarismo forzador, a la persecución con impuestos abusivos sobre el trabajo ajeno, al tembladeral jurídico violatorio de derechos individuales o a un paralizante costo burocrático y regulatorio.
Aún favoreciendo la mordaza mediática, el odio, la división social y el enriquecimiento ilícito. Y aún boqueando entre el tufo de un relato mentiroso.

En definitiva, apoyando un modelo fiscal golpeador, anti creativo y anti capitalista. En una palabra, ladrón.

Sólo el fraude con propaganda masiva, votos cautivos y una gran ignorancia sobre la historia de fracasos catastróficos a los que sin excepciones y en todas partes condujeron estas prácticas oportunistas surgidas del mal, puede prohijar semejantes pronunciamientos de mayoría.  
Pero es exactamente lo que decidieron quienes votaron al Sr. Chávez este mismo mes en Venezuela. Un país que viene de aprobar en la imagen violenta de su líder lo peor de la “venezolanidad”, firmando contrato (con un dudoso 54 % de apoyo) para otros 6 años de delincuencia.
Es lo mismo que decidieron todos quienes votaron el año pasado, (también por presunto 54 %) y por otros 4 a la Sra. de Kirchner, claro extracto de lo peor de nuestra “argentinidad”.
Sonriente escupitajo a la corrección ética que no tendría mayores consecuencias, si los alegres sufragantes que la entronizaron la hubiesen elegido para y a cargo de ellos. Pero no. ¡Anatema, vade retro! ¿Es que acaso no somos más? ¡Que la crisis la paguen, igual que durante las últimas 6 décadas, los que no la votaron!
Porque la democracia consiste hoy en una coalición de desesperados, embrutecidos y oportunistas eligiendo a ciertos ricos jefes de banda bien armados, con el objeto de someter y despojar (antes que nada) a las personas honestas que no los votaron, para que algunas migajas del botín lleguen finalmente a sus manos.
Con presión fiscal récord y mirada de corto plazo, cada vez más manos y cada vez menos botín, claro; de allí los defaults, las inflaciones, los ni-ni (*), los crímenes y la proliferación de villas miseria (por cierto especialidad peronista desde los años ’40).

Un modelo propio de piratas de pocas luces, aplicando un “saqueo, me quedo y reparto” que nunca sirvió a pobre alguno pero que en un contexto mundial de economía del conocimiento capital intensiva, no  sirve siquiera a los más resentidos colaboracionistas del desastre.

Hasta el más infeliz de los des-educados empieza a advertir que la pirateada nac&pop no sólo es despreciable sino estúpida por contraproducente: caemos en picada en todos los rankings.
Con millones de ancianos condenados a jubilaciones miserables, con hombres y mujeres sub-ocupados en la flor de su vida productiva y con jóvenes desalentados frente a un mercado laboral asfixiante y mezquino, la realidad comienza a desbordar a la historia oficial, sin perjuicio de que el viento de cola esté trocando en huracán.

La inteligencia nacional debería concentrarse en superar el gravísimo problema de comunicación que aqueja a nuestra sociedad. Buscando los medios para llegar a la creciente masa de trabajadores en negro y empobrecidos, con un mensaje que los marque a fuego. Ofreciéndoles la vía rápida para conseguir (sin amenazar ni robar al prójimo) lo que queremos todos los argentinos: vivir mejor disponiendo de mucho más dinero “sólido y limpio” para ser libres de elegir (porque de esto se trata la libertad) cómo gratificarnos, cultivarnos, protegernos, invertir, progresar o ayudar en serio a quienes creamos conveniente hacerlo, llámese como se llame el sistema que nos asegure tal resultado.

No es una vía imposible. Lo hicimos una vez. Estuvimos ahí. Es historia comprobable documentada por historiadores, no relato del Mundo Indec de cartón y azúcar.
Como bien recordó hace pocos días una publicación especializada, en los 44 años que van de 1870 a 1914  (y bajo un sistema liberal capitalista) la Argentina aumentó su población de 2 a 8 millones, construyó 30.000 kms. de vías férreas y aumentó su producto de 3.000 a 30.000 millones de dólares a moneda constante. De la indigencia, pasamos a m’hijo el dotor, a la clase media y al top ten.
Mientras que durante los 65 años del modelo “social redistribucionista” transcurridos entre 1945 y 2011, nuestra población creció de 17 a 40 millones (la mitad que en el período anterior), aniquilamos la red ferroviaria y sólo aumentamos el producto de 80 a 450.000 millones (otra vez la mitad que en el período anterior). Del top ten retornamos a la indigencia o casi, si nos comparamos con las decenas de sociedades de pocas luces que en estos años de estatismo radical-militar-peronista, nos pasaron literalmente por arriba.

El cambio de paradigma representa el camino difícil. Lo fácil es la vía inclinada por la que nos deslizamos, votando a Alí Babá y su pretensión de que los 40 parezcan después del 7D 40 millones, súmmum de la sinonimia socialista entre argentinos y ladrones.

(*) Un millón de jóvenes que ni estudian ni trabajan.

La Empatía Importa


Octubre 2012

La única ideología que realmente importa… es la ideología de las necesidades humanas: aquella que mejor garantice no con palabras sino con hechos, la satisfacción de un puñado de necesidades básicas.
¿Cuáles? Simplemente hacer que la vida de nuestra gente sea más cómoda, entretenida, segura, productiva, saludable y culta. No otra cosa que disponer un ambiente en el que nuestros hijos quieran quedarse en lugar de emigrar. Un sitio al que muchos quieran traer su dinero o venir para empezar algo nuevo y prosperar (como ocurrió hace un siglo), sin ser despojados por un Estado policial.

Estado con el que los argentinos tropezamos hoy, donde todo el sistema legal funciona de acuerdo con los intereses de una mafia y el gobierno subvierte la cultura del trabajo, estafando a pobres y a ricos de manera alevosa sin que nadie lo frene. Entonces, los únicos resultados posibles son la corrupción desatada y una gran falsedad intelectual (con sus ejemplos desmoralizantes de que el crimen paga), destrozando los sueños de la mayoría.
Tal como se los destroza cuando, para sostener su cadena del robo, la presidente apela a un mix de despotismo y estímulo a pulsiones tan sucias como el odio, la deshonestidad, la indolencia, el resentimiento vengativo, la envidia y el clasismo marxista.

Es el punto de destrozo del cual debemos partir, sin embargo, contando con el lastre de millones de argentinos deshonestos que apoyan la torcida idea de que es posible acceder al bien (al desarrollo, a la empatía social) haciendo el mal (confiscando “a la atropellada” lo que no les pertenece). Algo propio de un malón araucano o de neardenthales, si se quiere.
Tal vez deberíamos aprender del mismo Darwin, quien en su madurez aceptó que la aptitud de supervivencia refiere tanto a la creación de fuertes vínculos de cooperación empática con los congéneres, como a la competencia.

Porque el poder que tiene nuestra cultura del clientelismo y la avivada para convertir a las personas en votantes-monstruos que sofocan esa tan necesaria empatía, es aterrador. Y nos está llevando en tanto nación, por el callejón sin salida de los fósiles que no supieron adaptarse a la realidad que los circundaba.

La creatividad emprendedora con su bagaje de inversiones, trabajo y progreso es flor que sólo prospera en un clima de libertad. Nunca en sociedades golpeadoras, que enfrentan a unos contra otros fomentando paranoias y desconfianzas. En donde se trata a las personas como un medio a “usar”, en lugar de considerarlas sagradas, “no forzables” y un  fin en sí mismas.
Como en esta Argentina fallida del 2012, donde la libertad se asume mayormente (por decisión explícita del gobierno) en un sentido negativo de aislamiento y exclusión. Como reacción defensiva de la propiedad y los derechos individuales frente a la  persecución de Estado al ahorro y a la libre empresa. Frente al terrorismo de Estado fiscal… cuyo peor terror sería compulsar sin trampas la verdadera “voluntad popular de pago”.

Libertad en positivo, en cambio, es la que sirve para poder confiar en el otro compartiendo el esfuerzo común por ser y crecer.
Para reconstruir nuestra unión, en la inteligencia de poner como supuesto-base la verdadera naturaleza del ser humano.
Sin forzarlo. A favor de sus inclinaciones. Dejándolo hacer, invertir, innovar y ganar (por derecha) quedándose con lo que le pertenece para después ayudar sin tanto dirigismo paralizante.
Sin tanto miedo a las decisiones de la gente. Porque en realidad, la inmensa mayoría de las personas buscaría cooperar, mostrar su sensibilidad y empatía social si las “reglas del sistema”, con un mínimo de perspicacia, así lo favorecieran.

Libertad para experimentar con la integración y la diversidad, visto que el sentido de la evolución ya nos marca el “plan global”; la “dirección” de la humanidad (sin que podamos evitarla, so pena de aislamiento y desintegración).
Donde sólo sacarán ventaja en retener los talentos necesarios para ser competitivos, aquellos países que apoyen en todos los campos de la acción humana una apertura económica trans-capitalista, tan multicultural como tolerante.
Siendo conscientes de que la peor intolerancia, insufladora de casi todas las otras, es la plasmada en la violencia impositiva.

Guste o no, de a poco, la psicología va reemplazando a la sociología y los individuos que piensan empáticamente, a las colectividades de masa esloganizada (no otra cosa que mano de obra esclava de las oligarquías políticas).
Ocurrirá como de costumbre: las sociedades más estúpidas demorarán en posicionarse dentro de un proceso globalizador que puede traer enormes oportunidades de bienestar pero que también puede ser  destructivo, convirtiendo en víctimas a quienes no estén preparados para aceptar el hecho in progreso de que la humanidad (a semejanza del planetoide Pandora del filme Avatar), se encamina hacia un tipo de “sistema nervioso central” colectivo. Que se ocupará de la biosfera en riesgo y de la entropía energética al mismo tiempo que del mundo ilimitado del mercado global y de un espacio social interconectado más ilimitado aún.
Una suerte de ágora universal que las mentes perspicaces (no nuestros atrasados “estadistas”) ven ya asomar en la práctica.

Mientras tanto aquí seguimos eligiendo el camino de la ignorancia, la opresión y la crueldad. De un vampirismo estatal habituado a usar a su gente, desangrándola sin importar las consecuencias.

Ejemplo de lo cual son los últimos diez años de -nunca vistas- oportunidades comerciales para lo que sí sabemos hacer mejor que nadie, desperdiciados en políticas cuya matriz lleva 60 años de atraso (sin poder seguir siquiera el ritmo del resto de la retrasada Latinoamérica), en lugar de haberlos aprovechado para despegar hacia la posición de riqueza y poder que por tradición nos correspondía. ¡Viveza argentina!

Hoy seríamos, sencillamente, una potencia de escala continental.

Salidera y Sovietización


Septiembre 2012

Fiel a su vocación totalitaria, la autocracia peronista que comanda la Sra. de Kirchner sigue optando por la vía del atropello.
El país entero advierte el creciente vuelco de nuestra ex república hacia un estatismo cerril, cada día más explícito. Un dirigismo ladrón pronto a apalear a quienes no quieran someterse y calcado del que hundió a todas las sociedades que forzaron su aplicación.

Un raid delictivo anunciado desde el 2003, para cualquiera con dos ojos para ver y dos dedos de frente para prever. Una auténtica salidera a escala nacional, con especial complicidad de empresarios pusilánimes y sindicalistas mafiosos que apoyaron el desfalco cívico desde el principio, sedando sus conciencias en el más despreciable oportunismo.   
Referentes que aún hoy parecen ignorar que asoma el tiempo en que acabarán aislados, lanzando golpes a ciegas y enredados en la telaraña que contribuyeron a crear de espaldas a la Argentina honrada. Con verdaderas jaurías de lobos comunistas, lanzados al control absoluto (impuestos, tarifas, salarios, reglas, precios, rentas, inversiones, productividades, propiedades) de lo que fueran “sus” comercios, industrias y gremios. Creyendo “hacer negocio” le vendieron al verdugo la soga con la que los ahorcará, junto a los que representan.

A fuer de sinceros, el lema kirchnerista “unidos y organizados” podría resetearse para los ciudadanos honestos que quedan en nuestro país como “adoctrinamiento y persecución”.
Porque ni el eventual recupero del maltratado mercado brasileño ni el exprimido de los soja-dólares (con eventual aumento, propiedad del agro) que vienen ayudando al régimen a postergar sus responsabilidades, bastan ya como viento de cola para evitar la caída de nuestra nación por el mismo embudo de aniquilación de clases medias por el que resbalaron Chile hace 42 años o Venezuela hace 14, sumiendo a sus pueblos en un lodazal de quite de garantías, insultos presidenciales, terror, barbarie cultural, divisionismo y miseria.
Argentina no está exenta -por gracia especial- de lo que les sucedió a nuestros vecinos chilenos, que huían por decenas de miles hacia nuestro país en aquellos años. La fórmula aplicada por Salvador Allende para aplastar la resistencia de la clase media a la confiscación (vg. “redistribuir la riqueza”) inspira hoy nuestra propia hoja de ruta.  
Se aplicó allí en aquel tiempo la llamada “Operación Asfixia” dirigida a financiar clientelismo con inflación, cierre al exterior y control de todas las variables para llegar después al racionamiento con delación y control civil por grupos comunistas de choque. Siguieron más leyes totalitarias y destrucción de la moneda, más impuestos expropiatorios y desocupación. ¿El objetivo? Pérdida gradual de poder adquisitivo y pauperización final de la clase media con el fin de quebrarla, diluyéndola entre la clase más baja, dependiente por completo del Estado.
Es la estrategia de sovietización y ruina de opositores usada también por el bestial payaso caribeño en Venezuela, de donde en la última década emigraron hacia Miami y otros sitios todos los que pudieron escapar: cientos de miles de familias de su clase media empresaria y profesional en un duro drenaje de sensatez, de cultura y de inversiones. A pesar de flotar sobre un “mar de petróleo” su país se hunde hoy, ahogado por niveles de narco-corrupción e inflación récord, pobreza sin fin y una delincuencia desatada que ya produjo más muertes que las estadounidenses en las guerras de Corea, Vietnam e Irak juntas.
Nuestra Argentina flota hoy sobre un “mar de soja”, pero también transita -en resignada desunión- por el mismo embudo socialista de servidumbre que termina en el averno: devorando la libertad de las personas, el pensamiento plural y la vida privada. Con una Impositiva cada día más parecida a la Gestapo y privilegios sin límite para los cómplices del modelo-salidera: toda una clase social de nuevos ricos engordados a la  sombra del atropello kirchnerista. Ellos se sienten herederos de sistemas como los de Chávez o Allende, capitaneando una delgada franja de ricos corruptos sobre a una masiva -y sometida- clase pobre. Oligarcas a los que no les interesan los valores fundacionales de nuestra patria, porque no son “negocio” para su nomenklatura.
Y tenemos una masa crítica de electores tratando de medrar un poco más, aún matando a la gallina de los huevos de oro. Con votos tan viles como imberbes prestos a acogotar a la producción nacional solazándose, además, en el antiguo pecado capital de la envidia. Despreciando la Constitución cuyo espíritu protector de la propiedad nos permitiera, hace 3 o 4 generaciones, sentar al país en la mesa de los grandes e iniciar desde la nada un crecimiento del bienestar popular pocas veces visto en el planeta.
La salida de esta porqueriza no será fácil, pero deberá hacer pie en una muy perspicaz campaña publicitaria de difusión masiva que procure convencer y alejar a la ciudadanía de nuestra Era del Simio (de estatismo con garrote). Posicionando a la libertad de empresa y a la no violencia impositiva como únicas opciones de prosperidad -acceso acelerado a la propiedad- para los más postergados y para todos los que están en el camino de la pobreza, aferrándose con desesperación a la mendicidad indigna de un subsidio “concedido” con dinero robado.
Porque es de conveniencia directa para todo desesperado asumir con claridad meridiana que todas las sociedades que creyeron en el capitalismo (el integral, no las ilusiones gatopardistas de espejitos de colores vendidas por J. Martínez de Hoz y C. Menem), aumentaron violentamente tanto su riqueza popular como su poder de negociación frente al mundo. Y que en todas las sociedades donde el liberalismo no se instaló, la gente siguió siendo pobre. Tal como lo fue durante toda la historia humana hasta la Revolución Industrial (motorizada por las provocativas ideas del capitalismo liberal), cuando todas las poblaciones de la tierra estaban integradas por una delgada franja de ricos y una inmensa masa de pobres sin clases medias, sueños ni movilidad social de ningún tipo.

Acerca de las Calles Privadas


Septiembre 2012

Preparando el terreno para el próximo paso en su plan de abolición de la propiedad, voceros del peronismo gobernante lanzaron a rodar la posibilidad de que las calles privadas de los barrios cerrados queden por ley abiertas al público. Caerían así los cercos protectores que las separan del resto del territorio.

El estatus legal vigente asimila estas calles internas al pasillo que distribuye la circulación entre las habitaciones de una casa, a los corredores, rampas y  montacargas de una planta industrial o a los caminos interiores y senderos de un establecimiento agropecuario o quinta suburbana. Está claro que constituyen hasta ahora y según la Constitución, propiedad privada inviolable.
Pero lo que también está claro es la vocación totalitaria de quienes impulsan y avalan nuestro actual régimen de democracia no republicana, donde el simple “somos más” determina el talante del amedrentamiento y despojo a aplicarse sobre individuos, minorías o clases enteras (igual que con los judíos en el régimen nazi), sin límites de ninguna naturaleza.
Como aclaró un intendente -tan obsecuente como cínico- del conurbano bonaerense,  la voluntad del pueblo está por encima de la Constitución. Adolf Hitler no lo hubiese expresado mejor.

Resulta así evidente el uso descarnado de idiotas útiles de toda procedencia por parte del gobierno, en la construcción de una estrategia de fomento al resentimiento, al acoso económico y a la división por odio que empuje finalmente a los argentinos a la claudicación. O a otra guerra civil ya que a diferencia de los ’70, la balanza de poder se inclina ahora hacia la izquierda.

Otra cosa que está clara (aunque desde hace unos 8.000 años), es que el derecho de propiedad es la base de sustentación de casi todos los demás derechos, incluidos los derechos humanos. Es el que hizo posible que saliéramos de las cavernas y que avanzáramos hasta la civilización tecnológica. Es el que cada vez que faltó (como en los modelos kicillofianos de la URSS y China con sus más de 100 millones de asesinatos políticos), hizo que volviéramos sin escalas a la barbarie. Es, finalmente, un caso perfecto (mil veces probado) de proporción directa: a mayor garantía de acceso popular y respeto a la propiedad, mayor y más rápido avance del bienestar social… y viceversa. Ley que siempre se cumple, aún cuando se verifiquen diferencias de ingresos.

La gente que hoy logra progresar lo hace a pesar del Estado. Y en verdad, los barrios cerrados con su seguridad privada son casi el único ejemplo nacional de calles seguras. Un sistema que funciona bien, prolifera y se expande pese a todos los obstáculos de la mafia gubernamental.
Es, entonces, el ejemplo a seguir en un todo de acuerdo con lo que los libertarios proponemos como norte para hacer de nuestra Argentina el país más avanzado, inclusivo y poderoso de la tierra.
Si tales cosas funcionan bien en tantas experiencias piloto a “pequeña” escala ¿por qué no habrían de hacerlo en otra mayor? Estaría bien que voluntaria y gradualmente caigan las barreras que separan a estos asentamientos de su entorno inmediato, a medida que ese mismo entorno vaya privatizando y asegurando sus calles, parques y accesos.

En el supuesto de una remisión del cáncer estatal en favor de una economía más libre y rica veamos la posibilidad, con un ejemplo de privatización de calles en barrio abierto.
Si se trata de una zona comercial, sus propietarios (los frentistas) particulares y comerciantes tendrán el máximo interés en que sus calzadas y veredas estén en buenas condiciones de circulación, iluminadas, limpias y seguras.
Al abolirse los impuestos destinados a tales fines, dispondrán de los recursos para organizarse cooperativamente y seleccionar los servicios por sí mismos.  También podrán acordar soluciones coordinadas en red horizontal con cooperativas, empresas o particulares dueños de calles y parques esponsoreados en zonas linderas buscando propuestas novedosas y escala administrativa, para una mayor eficacia y control de gestión con menores costos. Todo lo cual redundaría en una mayor afluencia de clientes y en la valorización de sus propiedades o en su defecto, en la decadencia del lugar con la gente yéndose hacia barrios más amigables.

La propiedad formal de una calle, como la de una ruta, da derecho a peaje. En casos como el del ejemplo anterior, esto no tendría sentido práctico y sus responsables se abstendrían de exigirlo pero podría ser necesario y viable para avenidas de alto tránsito (y mantenimiento costoso) o bien en accesos interjurisdiccionales, autopistas y grandes obras de infraestructura como cruces distribuidores, puentes o túneles.
Existen tecnologías disponibles para solventar en forma ágil estas mejoras a menor costo que el actual. Podría hacerse mediante sensores que monitoreen el paso de vehículos con algún tipo de microchip universal de entrega masiva, para computar pasadas y derivar cuentas mensuales a cobro electrónico. Podrían implementarse asimismo métodos avanzados de identificación y detención o penalización de infractores a estos derechos de paso.

Los conductores, por su parte, liberados de impuestos internos y de patentes dispondrán de más dinero, disfrutando además de vehículos y combustibles a una fracción de su valor actual. Eso facilitará el pago voluntario de los múltiples pequeños cargos que representará el uso de la infraestructura vial privada, haciendo que nadie más vuelva a pagar -como la mayoría lo hace hoy en tantas áreas de su vida- por algo que no usó. 

No desdeñemos el ingenio y la adaptabilidad humanas: con seguridad surgirían compañías especializadas interesadas en mantener, mejorar, proteger y construir más facilidades de tránsito cobrando por tales servicios. Y compañías de seguros asociadas a ultramodernas agencias de seguridad privada (bien armadas), actuando en conveniente sinergia preventiva.
Muchos buenos ex empleados del actual populismo ladrón encontrarían trabajo en estos y otros nuevos y demandantes emprendimientos, de factura creciente en una sociedad que, de pronto, se abriese sin tanta traba estúpida a las inversiones de capital y saltara de forma decidida hacia adelante. 

La Obligación y la Pobreza


Agosto 2012

La situación política argentina de catástrofe ética (con su consecuencia económica) tiene la virtud -al menos- de operar como revulsivo mental sobre una gran cantidad de compatriotas,  que empiezan a revisar y poner en duda muchas actitudes de inútil sumisión, adquiridas a través de un sistema educativo anti-razonador, deficitario en valores evolucionados y reforzado in aeternum por publicidad oficial basura.     

Porque así como un productor rural patagónico vería en la liberación de sus ovejas un completo desastre, nuestros políticos (y su legión clientelar de desesperados y avivados) ven con escalofríos la idea de libertad para todos, asimilándola a una suerte de esclavitud para sí mismos. A la perspectiva de quedar obligados a trabajar en algo útil, dejando de violentar al prójimo como medio “normal” de vida.
Los esclavos, sin duda, deben seguir siendo los demás: el rebaño de los que estudian, profesionalizan la actividad económica, comercian sin coimas, crean, producen... y los votan.

No en vano se dice que en democracias no republicanas “de mafia y propaganda” como la nuestra, la ley no es más que una opinión a punta de pistola. Es de este modo como los parásitos violentos afirman su legitimidad de ser, legislando la invalidez del derecho de propiedad. O dejándolo totalmente condicionado a la opinión impositiva y reglamentaria de quienes cabalgan, como jinetes del Apocalipsis, sobre los tres poderes del Estado y su prensa adicta.

Saben que el malabar interpretativo que usan (tan “políticamente correcto”) de abstenerse de la expropiación de un bien para expropiar a cambio su renta, viola el espíritu de nuestra Constitución. Esa que mientras no fue violada supo llevarnos al top ten del Centenario y atraer a millones de inmigrantes con ganas de labrarse un destino por derecha y trabajando, sin que un gobierno ladrón los jodiera.
Saben que aún sin hablar de la inmensa corrupción inherente, forzar a todos los argentinos derechos a ser meretrices trabajando “para el macho” es una pésima forma de redistribuir riqueza: un real escopetazo en el pie. Que menosprecia el destructor impacto que conlleva en caída de inversiones, con sus efectos en cascada: verdaderos torpedos contra la línea de flotación del país. Y ¡cuidado! porque los desgraciados niños de escuela pública, los indigentes, nuevos pobres, incapacitados y pensionados (que hoy son mayoría), viajan en la bodega.

Por eso, todos los que desde la impunidad de un cuarto oscuro apoyan el desfalco socialista son auténticos felones, de esos que tiran la piedra y esconden la mano. Cobardes, sí, y muy efectivos en hacer que nuestro país se escore cada vez más de “nalgas al norte”, ante sociedades y potencias a las que antes mirábamos desde arriba o estábamos alcanzando.
Aunque sea duro de admitir a tal escala, se trata de cipayos que entregan nuestra nación maniatada a los lobos del mundo. Son millones los votos de Judas, vacíos de amor a la patria.
No sólo Cristina, Alicia o el joven Máximo. También Binner, Alfonsín, Solanas, Scioli, Massa, Moyano, De Gennaro, Ibarra, Cobos, Lorenzetti, Stolbizer, Rodríguez Saa, de la Sota, Menem, Artaza, Moreau, Víctor Hugo Morales, Felipe Pigna, del Boca, Parodi, Carlotto, Farinello, Maradona y muchos otros referentes sociales o políticos tan mediocres y rapaces como ellos, adscriben a esta anti argentina manera de pensar.

Los derechos de propiedad sobre los bienes y en especial sobre sus frutos, opinan estos “referentes” en insolente contradicción con la Carta Magna, son patrimonio “de todos los argentinos” ad referendum “de la comunidad organizada” (del Estado). Lo que significa en buen criollo, de los políticos que están en turno de servirse, practicar su omertá y clientelizar.
Ellos manejan el congreso, la impositiva y los fusiles. Pueden quitarnos el dinero impidiendo que lo usemos para crecer basados en que el derecho de propiedad es, en su opinión, inválido. Claro que el pretender quedarse con lo robado para usarlo legalmente implica para quienes así piensan que el derecho de propiedad es, al mismo tiempo (¡oh!), válido. Una inconsistencia por donde se la mire, salvo que admitamos la realidad de estar viviendo con dos códigos legales… el de los esclavistas y el de los esclavos.

Son esta clase de sistemas inmorales y teorías éticas falsas y no los delincuentes comunes, nuestra verdadera y más peligrosa fuente de inseguridad, habilitadora de todas las otras.
Nuestros políticos de siempre nos guían adentrándonos más y más en ese matadero y no nos damos cuenta porque hemos nacido en un sistema que se queda con nuestros ahorros tras apoyarnos, desde que tenemos uso de razón, una navaja en la garganta.
Bajo el argumento de protegernos de gente que podría llegar a dominarnos con algún fantástico monopolio, nos piden que obedezcamos… ¡al monopolio que ya nos ha dominado!

Porque bajo su pedido de obediencia a “la voluntad del pueblo” se esconde el mismo pedido comunista de obediencia a “la clase”, el mismo pedido fascista de obediencia al “Estado-nación” o el mismo pedido nazi de obediencia a “la raza”. Siempre avalados por el simplista “somos más” y con los mismos resultados, logrados una y otra vez gracias a la entrega obediente de fondos potencialmente productivos… a matones mafiosos.
En verdad, abonar altos (o aún bajos) impuestos a autócratas habituados al atropello y la extorsión, no sólo no es “contribuir a crecer” sino que es ser colaboracionista en la ruina de todos.

Caballeros, entendámonos: un marido que golpea a su mujer nunca tendrá un matrimonio feliz. La compulsión es ineficiente por naturaleza y lo que no resulta de interacciones voluntarias en un contexto abierto es siempre de mala calidad, tal como lo fue el calzado en las zapaterías soviéticas o la gestión de los subtes, escuelas y trenes bajo la órbita kirchnerista.
Nuestras instituciones son de muy mala calidad: sus resultados comparativos no pueden ser otros que exclusión, incomodidad y pobreza ya que son parte de un ente antinatural -el monopolio armado estatal- que algún día, tarde o temprano (cuando “despertemos” a la evolución civilizada), deberemos abolir.




Luche y Se Van


Agosto 2012

Un viejo lugar común interpela al ciudadano usuario de colegios privados en la siguiente consideración: ¿Le parece a usted muy cara la educación? Pruebe entonces con la ignorancia y verá.
Mientras que otro lugar no menos común afirma que no hay nada más costoso para una sociedad, que un niño que no se educa bien.

Un simple vistazo a los pueblos del mundo con sus impactantes diferencias en bienestar (proporcionales a sus niveles de respeto a la propiedad privada) basta para convencer hasta al más necio de que, a largo plazo, la educación (y formación en valores) de las mayorías define todo.
Nuestra nación sin embargo y salvo breves períodos, avanzó (¿avanzó?) pendiente del corto plazo durante más de 70 años.
En el caso puntual de esta última década peronista, obnubilados por el cortísimo plazo. Sólo de mes en mes o más probablemente de semana en semana, con la vista fija en la sola “acumulación de caja y poder” para seguir ganando elecciones, casi sin otro norte digno de mención, incluyendo al norte educacional.

Esta modalidad pueblerina guiada por el capricho, cuasi histérica, híper-corrupta y violadora serial de garantías constitucionales practicada por “el furia” Néstor y continuada a golpes de hormona, pánico y más improvisación totalitaria por su viuda, ha perfeccionado a conciencia una sola cosa: la ubicación de nuestra Argentina en el sumidero de la Historia, arracimada ya entre países delincuentes cuya proteína nutricia electoral es, igual que con los Kirchner, la ignorancia.
Lo lograron: hoy contamos con un importante porcentaje de la población en un grado tal de vulnerabilidad económica y cultural, que seguirá votando al populismo ladrón de Cristina, Scioli o Alperovich más por desconocimiento que por convencimiento. En el fondo, por casi pura desesperación.

El peronismo (con la ayuda de sus medio-hermanos radicales y socialistas) finalmente lo logró, pero al precio de colocar al entero Estado nacional en situación de cese de legitimidad. De irremontable pérdida de autoridad moral y de respeto ciudadano.

Debilitada la confianza social, sucede que la gente retrae sus reservas emocionales y financieras a círculos cada vez más estrechos, menos proactivos, al comprobar con mayor claridad que la suma de las energías creativas que fluyen en la sociedad va siendo superada por la suma negativa de las ineptitudes estatales.
La costosísima e ineficiente maquinaria de gobierno que nos coacciona no está garantizando el orden… sino el caos.
Con impuestos asfixiantes -a nivel de los más altos del planeta- y con una administración desastrosa en cuanto a probidad, pero también en lo que se refiere a seguridad, justicia, infraestructura, previsión social, salud y desde luego… a educación pública.
Porque la Argentina, está claro,  ingresó con la saga kirchnerista en su marchitamiento definitivo. Ese que lleva a la desaparición de los últimos vestigios de la civilización del top ten,  gozada in progreso hacia la época liberal del Centenario.

Eventualmente, la política se hunde en su propia impotencia y cunde la desesperanza cada vez que los -de por sí escasos- beneficios de estar cobijados por un Estado territorial se reducen y hasta se invierten, al empeorar las condiciones económicas.
Recordemos sin embargo, más allá de nuestra desazón de cabotaje, que los estados-nación tampoco son entes inmutables. Mucho menos, eternos. Ni siquiera demasiado antiguos.
Por el contrario, son constructos artificiales relativamente recientes siendo que los especialistas sitúan su nacimiento en la revolución e independencia norteamericana de fines del siglo XVIII, seguida por la instauración de la república francesa.
Su génesis puede rastrearse hasta finales del período medieval y principios de la Edad Moderna (comienzos del siglo XVI), en la aparición de “mercados nacionales” dentro de las áreas de influencia de las numerosas comunidades, ciudades-estado, ducados, principados y reinos en que se dividía Europa.

Estos mercados habían sido organizados por comerciantes y aristócratas gobernantes con el objeto de liquidar los focos de oposición a la libre oferta y demanda, remanentes del anquilosado sistema económico de la Edad Media. Aumentaron así el ritmo y la intensidad de los intercambios privados dentro de sus respectivas jurisdicciones, modalidad que justificó más tarde la aparición de estados-nación como los mencionados, abocados a la creación y aplicación de reglas que garantizaran un flujo eficiente para todo tipo de bienes particulares, dentro de una zona geográfica unificada (y con tendencia a la expansión).

En general no fue entonces, como popularmente se cree, que las poblaciones se aglutinaron orgánicamente bajo Estados para formar naciones, reuniendo a “tribus” de culturas, costumbres e idiomas comunes. La verdad es que los estados-nación son sólo comunidades imaginarias, fríamente ensambladas por élites políticas y económicas con el objeto de impulsar sus mercados.
Después de todo, era sólo cuestión de amañar narraciones sobre algún pasado heroico compartido, lo bastante atractivo como para atrapar las fantasías de la gente sencilla y lograr que creyesen en un destino y una identidad en común.
Intento aglutinante -en principio- no tan perverso pero que tomó vuelo propio, arrogándose el derecho de soberanía (¡como una persona con sus propiedades!), sobre el territorio del que formaban parte todos sus integrantes libres. Exigiendo autonomía e igualdad con respecto a otros entes (países) similares y derecho a competir con ellos en todo sentido, mediante el comercio… o la guerra.

Pretensión “soberana” que condujo al género humano a enfrentamientos violentos en una escala monumental, nunca antes vista. Que no hubiesen sido posibles de no haber permitido a los dirigentes políticos de estos ingenios tercerizar por la fuerza sobre inocentes y personas en desacuerdo, los inmensos costos de sus delirantes aventuras económicas y militares.
Entes artificiales que siguiendo las leyes de su propia naturaleza violenta, conformaron un mosaico planetario de estados-nación con férreas fronteras y “soberanías” geográficas, donde los otrora libres y soberanos burgueses, productores y comerciantes nos hallamos enjaulados, a merced de un saqueo reglamentario e impositivo a discreción.

El cretinismo y la injusticia implícitas en esta breve historia justifican por sí solas el objetivo libertario de la abolición de sus iniquidades y del desarme del leviatán que las promueve. Sobre todo ante la evidencia generalizada de que la economía del conocimiento, la interconexión global, empática, diversa, libre y tecnológica hacen hoy más obsoleto que nunca al sistema del forzamiento estatal, validado en forma cavernaria por mayorías des-educadas.
Porque no hay arma electoral favorable para el que no sabe (o para la que no quiere saber) cuál es la causa última de sus males y quienes son los verdaderos villanos.  
Y señores, la “broma” es que nuestro votante desesperado conocido más cercano a quien hay que contener, es hoy como aquella mujer que pidió al carnicero: “deme un kilo de bofe para mí y un kilo de lomo para el perro”. A lo que el comerciante respondió ¿no será al revés, señora? “No. La que votó a los Kirchner fui yo”.

Así las cosas, toda acción o docencia (por pequeña que sea) que emprendamos a nivel individual o cooperativo en dirección a la reversión, achique y desmantelamiento de este régimen  redundará de manera positiva, primero, en un freno al aumento del número de votantes desesperados y luego, en el comienzo de su disminución. Punto central, si lo hay, de la lucha para que los responsables de este desastre se vayan.