Viva la Grieta

Diciembre 2020

 

La grieta argentina es algo serio; hoy podemos verla en toda su dimensión como algo irreversible por muchas décadas. Un foso moral, ético, de decencia que nos divide por mitades, que sigue creciendo y que da forma de un modo cada vez más nítido a dos países sin consensos básicos.

Libertad creativa y riesgo empresario versus paternalismo corporativo clientelar; prensa libre versus censura (realidad versus relato), libre inversión versus impositivismo extremo; contractualidad no violenta versus coacción mafiosa. En suma, capitalismo liberal versus pobrismo totalitario o bien republicanismo versus feudalismo. Al final del día, propiedad privada versus bolcheviquismo.

Separados por este abismo quedan dos modelos de sociedad muy diferentes, juntos a la fuerza dentro de un mismo territorio; con poblaciones equivalentes y valores contrapuestos. Se trata de graves desacuerdos; fuerzas centrífugas poderosas que no pueden ser sujetadas, ya, por la mera letra de un contrato social (Constitución Nacional) cuyo espíritu y postulados fundantes fueron y son pisoteados hasta por la mismísima Corte Suprema, una y otra vez.

Postulados que no se cumplen, sencillamente, porque la mitad de la población no está de acuerdo con dogmas como el derecho de propiedad, la transparencia y subsidiariedad de lo público o la independencia real de los poderes: valores innegociables para la otra mitad.

Está claro que a los planificadores sociales intoxicados de soberbia, a los resentidos y a los vagos anti-mérito no les va nuestra norma fundamental. La odian; la desprecian. De hecho, cuando se les presentó la oportunidad (1949), la arrojaron a la basura sin más trámite cambiándola por otra de cuño fascista más acorde a sus posiciones; cosa que sin duda volverán a hacer en cuanto les sea posible.

La idea de secesión (finalmente, el gran remedio para el gran mal que nos aqueja), por ahora, espanta a muchas almas tímidas y el negacionismo entre las personas de bien lleva las de ganar.  Una negación que podría ir debilitándose a medida que la tenaza  kirchnerista se vaya cerrando sobre la yugular de nuestras clases medias en su master-plan de sometimiento por pobreza. Una negativa sustentada hoy en la esperanza de que el avance de la desocupación, las  quiebras, la inflación y la miseria (de la conurbanización o favelización generalizada) provocará un cambio mental sobre cierta masa crítica de votantes que, desechando sentimientos previos, virarán hacia opciones políticas de mayor libertad relativa salvándonos sobre la hora del naufragio absoluto y de la diáspora “a la venezolana” que asoma en el horizonte.

Pero lo real es que quienes han puesto el tiempo y los esfuerzos de 3 generaciones en convencerse de una escala de valores tan “de vivillos” como la peronista, difícilmente salgan de aquello que los psicólogos resumen como “persistencia”: esa tendencia tan humana a cerrarse con vehemencia en los propios sentimientos y sinrazones frente a cualquier conato de “ataque” externo.

No nos engañemos: la necesidad individual de coherencia puede ser muy fuerte. Es un ejercicio muy doloroso para la mente el desmontar creencias afirmadas e inculcadas de abuelos a hijos y de hijos a nietos con tanta convicción y durante tantos años. Sería aceptar que estuvieron equivocados desde el principio; sería asumir su propia ignorancia, emergiendo a la luz solar como idiotas: culpables en primer grado de su propia desgracia económica y verdaderos antipatrias, cómplices de la brutal genuflexión argentina ante nuestros vecinos y frente al orbe. Sería tirar por la borda todos los discursos, apoyos, sornas, esfuerzos y recursos puestos hasta el momento al servicio… de la derrota nacional.

El costo psicológico de arriar las banderas de toda una vida enfrentando las miradas del prójimo puede resultar (y por lo general les resulta) demasiado elevado. Aún en el relativo secreto de un cuarto oscuro.

Lo que a la postre llevará a un resultado decepcionante en lo político. Algo que el gran Mark Twain (1835-1910) ya había advertido con tristeza cuando escribió “ninguna cantidad de evidencia persuadirá a un idiota”.

Aunque en las legislativas de 2021 se invirtiese la marea y el actual oficialismo perdiese la mayoría en ambas cámaras, la persistencia mental en el error (y en el resentimiento por propia incapacidad) seguirá presente con riesgo cierto en las presidenciales de 2023 y más allá: son demasiados, aun con transitorias migraciones políticas, los argentinos que sienten un regocijo casi voluptuoso cuando escuchan las palabras impuestos, regulaciones o Estado, constituyéndose, así, en obstáculo insoluble a la riqueza comunitaria.

Corregir esta persistencia implicaría un giro copernicano en gran parte del ámbito docente -con resultados preliminares a más de 15 años vista- que nos ponga en la senda de una educación de avanzada en valores culturales, cívicos y económicos; o al menos que no atrasen un siglo ni estén tan minados de envidias y miserias inconfesables. Algo a todas luces imposible de iniciar en las circunstancias que nos tocan.

Si pretendemos que los niños nacidos en 2021 tengan reales oportunidades de progreso y felicidad en este, nuestro lugar, no hay otro camino que empezar a pensar ya en fórmulas organizadas de resistencia civil a la esclavitud fiscal y de firmeza en la defensa de la decencia que nos lleven a abandonar el lastre pobrista a su propia suerte. A sus propias políticas y deseos anticonstitucionales, elegidos y votados. Como las políticas de igualitarismo económico con redistribución forzada a través del robo impositivo que deroga la propiedad privada y del abuso reglamentario que aniquila la libertad de industria.

Cortar con la Argentina totalitaria para luego reagrupar fiscal y legalmente (al tiempo que físicamente) a la mitad productiva, estudiosa, creadora, honesta y trabajadora de nuestra sociedad bajo el sistema de la libertad; bajo reglas liberal-capitalistas (como las de Irlanda o Singapur, para empezar), diametralmente opuestas a las del corrupto oficialismo que hoy, bajo coerción, padecemos todos.

Separado el trigo de la cizaña, veremos a los lobos estatistas despedazarse entre ellos hasta hundirse en Argenzuela, tragados por su amado Leviatán.

Vivemos entonces a esta grieta que, poniendo las cosas en negro sobre blanco, podría llevarnos a formalizar la sana separación de cuerpos y bienes en nuestra comunidad, cuyo defecto está arruinando tantas vidas y futuros.