Septiembre 2018
Los recientes, brutales casos de “nueva” mega
corrupción salidos a la luz pública, vuelven a interpelarnos sobre el futuro a
mediano y largo plazo de un cierto modo
de gobierno que se emperra en ignorar que la economía es consecuencia de la
política y no a la inversa.
Un modo que se hunde de manera consistente desde
hace más de siete décadas pero que hoy (sabiendo como se sabe que el clan
Kirchner robó unos 36 mil millones de dólares en efectivo sólo en sobornos de
obra pública) implosiona frente a nuestros ojos en tiempo real, queramos verlo
o no.
Sería ofender la inteligencia de nuestros
lectores remarcar el hecho de que casi todos nuestros problemas como país
derivan en línea recta de la anomia ética patentizada en el párrafo anterior.
No abundaremos en ello ni en las imágenes de
valijas con billetes, apiladas en casas de la familia Kirchner. Ni en el
atraso, la pobreza y los ajustes resultantes de esa mezcla tóxica de
sobrecostos e ineficiencias.
Ciertamente, a veces, las cosas son lo que
parecen.
Entonces ¿de cuál política se deriva este
resultado económico? De la política de centrar todo lo importante en el Estado.
De nuestra infantil necesidad de protecciones y garantías estatales de todo tipo,
que nos lleva a modelos económicos costosos, ineficaces e inmorales. Corruptos
y mafiosos. Y por ende inmensamente injustos.
Estos dirigismos, ordenamientos e intervenciones
impositivas y reglamentarias “providenciales” se verifican, desde luego, en
todo sistema totalitario. En autocracias paternalistas, tiranías y dictaduras.
En fascismos nacionalistas y colectivismos apátridas de todo pelaje.
Y también -aunque en menor grado- en las
socialdemocracias “liberales, capitalistas y occidentales” actuales (de hecho
Estados de Bienestar o providencia), donde sirven para asegurar y mejorar la
fortuna de sus extensas dirigencias, so pretexto de estar laborando por el “bien
común”. Bajo el argumento de proteger las libertades y de garantizar, dentro de
lo humanamente posible, justicia y oportunidades para todos. Un supuesto
obviamente falso.
Durante los años de la socialdemocracia Justicialista
que nos antecedió, bajo idéntica justificación, se aumentó el peso del Estado
sobre el sector productivo en un 25 % del PBI. Lo que significó pasar de un
modelo tributario extractivo a otro abiertamente confiscatorio. Abortivo de cualquier
conato de reactivación sustentable.
Por otra parte, resulta decepcionante lo poco
que se avanzó en estos cruciales ítems en los 33 meses que lleva gobernando la
socialdemocracia del frente Cambiemos, pese a la aparente vocación aperturista,
liberadora y pro-empresaria de sus referentes.
Algo que no debería sorprender ya que tampoco
se evolucionó de manera apreciable en este sentido en el propio feudo del
partido gobernante, la Capital Federal, bajo su control desde hace más de 11
años.
Ciudad de Buenos Aires que a esta altura debería
ser una superpotencia con PBI superior al de todo el resto de la Argentina
junta, a imagen de otras -hoy poderosas- ciudades del mundo que decidieron
liberar sin timideces su propio potencial humano y el de emprendedores y
capitales (exiliados fiscales) inmigrados desde otras latitudes. Desatando en
sus territorios el verdadero bien común, con todas las oportunidades (y su
justicia fáctica) expresadas en forma muy real y tangible. Porque aunque la
naturaleza humana no cambia, sí podemos cambiar las circunstancias permitiendo
que se exprese en forma más virtuosa.
La mega corrupción kirchnerista nos abofetea a
todos con su delincuencia rampante y sus resultados de órdago social.
Y sobre todo con su humillante secuela de dependencia nacional de la deuda con el
capital financiero o de la emisión inflacionaria o de la confiscación
impositiva. O de las tres lacras juntas, como es el caso actual. Y nos indica
con luces de neón, como si fuésemos estúpidos, el camino por donde NO hay que ir.
La liberación
nacional, como la misma palabra lo indica, está en liberarnos del peso muerto del Estado para poder empezar a caminar
y después, correr.
Pensadores, economistas y estadistas de fuste,
aquí y desde el extranjero, han marcado los senderos más rápidos y menos
traumáticos para una transición ordenada desde la inaguantable parasitosis de
hoy hasta un modelo de nación con verdadera libertad de industria y trabajo,
sin hijos y entenados. Hasta el empoderamiento económico de toda la sociedad,
aunque algunos se enriquezcan más que otros.
No es tan difícil. Lo complicado es hacer ver a
nuestro votante medio (sagaz y masiva intelligentsia
publicitaria mediante) dónde está el
norte que sirve. Hacia dónde mirar y dirigirse. Invitándolo a formar parte
de un trayecto épico, social e inspirador, que lo trasciende. Y cuya
culminación muy probablemente no vaya a disfrutar.