Febrero 2022
La democracia es ciertamente un mal método para solucionar en forma pacífica y a conformidad de todas las partes los conflictos que presenta la vida en sociedad; conflictos que por otra parte siempre existirán.
Ateniéndonos
a su propia definición de soluciones “de consenso por mayoría”, quedaría
decretado su fallo por ineficiencia grave desde el momento en que una clara
mayoría de las sociedades que la han adoptado tropieza desde hace décadas
(centurias en algunos casos) con serios problemas de funcionamiento y facilitación
del desarrollo, en medio de fuertes quejas tanto de inequidad cuanto de freno
productivo desde los más variados sectores.
El sistema falla incluso en su versión más sofisticada, la “democracia monitorizada”, donde un cúmulo de asociaciones intermedias, fundaciones y organizaciones no gubernamentales locales e internacionales en intento de acuerdo con las instituciones oficiales de “control y contrapeso” pujan por condicionar la natural tendencia al abuso gubernamental, a la corrupción y al constante aumento del tamaño, atribuciones y consiguiente peso improductivo del Estado, sin lograrlo.
En tanto, como bien dijo el conocido autor norteamericano Orson Scott Card (1951), “si los cerdos pudieran votar, el hombre con el balde de comida siempre sería elegido, no importa cuántos cerdos hubiera sacrificado ya en el recinto de al lado”. Y es precisamente en este sector mayoritario de personas ética y/o culturalmente menos dotadas, que puede hallarse a la madre del borrego del fallo democrático ya que usualmente sus votos darán prioridad a la preferencia temporal más breve por sobre el diferimiento (ahorro e inversión; capacitación y trabajo), eligiendo recargar fiscal y reglamentariamente a la minoría más creativa; aquella que a su esfuerzo y riesgo crea valor socio económico real beneficiando a su entorno con efecto multiplicador.
La
pulsión hacia el “hombre del balde” está en nuestra naturaleza, entre los
impulsos emocionales prejuiciosos que el actual sistema es incapaz de encuadrar
para utilizar con inteligencia en favor de la totalidad de la población.
A esta altura del siglo XXI, desde la atalaya provista por las tecnologías de interacción global en redes horizontales, el creciente encriptamiento de la privacidad (incluyendo la financiera), la inteligencia artificial y la computación cuántica facilitándolo todo o la acción filantrópica útil pasando cuantitativa y voluntariamente a los individuos más ricos y exitosos (reales multiplicadores del bienestar general, además), se ve con claridad que la transferencia gradual del control de vidas y sueños desde las estructuras del viejo Estado territorial a la gente de a pie no sólo es más factible que nunca sino que ha entrado en un curso evolutivo irreversible. Libertario.
Cuanto
antes lo asumamos, tanto mejor será porque dicho curso nos conduce al
empoderamiento de los individuos con encuadre de su emocionalidad en
cooperación voluntaria, en detrimento del ruinoso colectivo obligatorio
conducido por unos pocos autoritarios “legalmente” bendecidos.
Nos
lleva a la promoción social traccionada por emprendedores que dejan el camino
de la servidumbre fiscal para producir, ganar y sumar riqueza en competencia a
gran escala. A la libre contractualidad y a las opciones electivas en todos los
órdenes. Al “buen dinero en el bolsillo” para todo el que quiera ganarlo
trabajando, para terminar con humillaciones como la AUH, las limosnas (planes)
sociales, los merenderos, las listas en las marchas y tantas otras abyectas esclavizaciones
“militantes”.
Amén de poder decidir para qué patrón trabajar ya que en un sistema libertario de alta competencia es el asalariado, no el empresario, el que tiene la sartén por el mango sin necesidad de mafia sindical alguna. Para pasar a decidir entonces qué jubilación, qué educación, qué salud o qué seguridad, entre otros servicios, le apetece a cada uno contratar.
Un “buen dinero” que por cierto puede ser muy abundante Y horizontalmente repartido, con todo y las desigualdades, si la enormidad de recursos hoy malgastados en corrupción, parasitismo y dirigismo inútil (nuestro aquelarre de reglas paralizantes, mafias, impuestos, emisión y deuda) dejaran de esterilizarse y se reinvirtiesen libremente.
Si bien la perfección nunca será alcanzada en tanto que somos humanos, la mano invisible del moralista Adam Smith es -sin punto de comparación- menos dañina y abusiva que la mano visible del Gran Estado Artillado Ideal de Alberto y Cristina Fernández, cráneos del balde.
Trabajando en línea con la naturaleza humana en lugar de descerrajar cepos a todo lo que se mueve, usaríamos nuestro afán de lucro y sueños familiares en favor del bienestar de toda la sociedad sin forzamientos ni amenazas.
¡Sin violencia institucional!