Marzo 2022
Vivimos
inmersos en un estatismo salvaje.
Un lugar
donde, en palabras del respetado analista Sergio Berensztein “el aparato
estatal es elefantiásico, ineficiente, opaco y con bolsones de desidia y
corrupción donde anidan, resisten y se reproducen actores económicos, políticos
y sociales que, con narrativas “progresistas y populares”, se convirtieron en
una maquinaria conservadora y extractiva que tiene de rehén a una sociedad
civil exhausta y maltratada”.
Maquinaria extractiva en grado de demencia, agregamos, recordando que desde mediados del siglo pasado quedó derogado de facto, entre otros, el fundacional Artículo 17 de nuestra Constitución (“La propiedad es inviolable y ningún habitante de la Nación puede ser privado de ella” y “La confiscación de bienes queda borrada para siempre del Código Penal Argentino”) para llegar a la situación actual donde se confisca a destajo propiedad privada con tasas de entre el 60 y 90 % de la renta real. Saqueo que en particular se ceba en los infelices ciudadanos entrampados en blanco, pasto de la sumatoria de organismos recaudadores nacionales, provinciales y municipales. Un modo de estatismo comandado por hienas fiscales en el sentido más literal y carroñero del término.
Este marco socialista y extractivo es por lejos la causa número uno de nuestra decadencia (y consecuente pobreza) y configura el escenario en el que el actual gobierno pretende seguir aumentando impuestos… a todo lo que aún se mueve. Elevando además el nunca computado impuesto inflacionario, tributo inmisericorde pero funcional a la nomenklatura del progresismo argento que, junto a los elevadísimos IVA e impuestos internos, arrean bajo su látigo a la totalidad de la población, incluyendo a la legión -hoy mayoritaria- de quienes pretenden fugar bajo los paraguas gemelos del trabajo en negro, el empleo público y el desempleo subsidiado.
La realidad es que el Frente de Todos en el gobierno con C. F. de Kirchner como principal responsable aplicó al país y seguirá aplicando por los próximos 20 meses su versión del sistema colonial que nos mantuvo en la sumisión, el aislamiento y el atraso desde 1536 hasta 1860: fuertemente extractivo, dirigista, patrimonialista y proteccionista.
Patria
sí, colonia no, decía el vacuo eslogan peronista de hace 50 años, trocado al
cabo de sucesivos gobiernos de hampones justicialistas en “patria no, colonia
si”. En este caso del eje China-Rusia, peligrosas dictaduras con las que hoy se
pretende alinearnos.
Este estatismo salvaje, retrógrado y violento, negador de propiedad privada, de derechos humanos y sobre todo de libertad de ideas para crecer constituye la médula de la batalla cultural que los libertarios argentinos libran desde dentro de Juntos por el Cambio contra quintacolumnistas como el gobernador radical G. Morales y desde fuera de esa coalición con sorprendentes héroes cívicos como J. L. Espert y J. Milei que, enfrentados con vehemencia a tantos intereses oligárquicos y mentalidades colonizadas, están torciendo la balanza en favor de una real igualdad de oportunidades con el creciente apoyo de millennials y centennials que son, numéricamente, nuestro futuro.