Junio 2022
Es cierto
que los seres humanos coordinados pueden hacer cosas que no pueden hacer por
separado. Lo que todavía no se ha podido demostrar es porqué esa coordinación
tiene que hacerse por la fuerza y el castigo y porqué esa coordinación estatal
para hacer cosas es mejor que la coordinación del mercado o la coordinación
voluntaria a través de las ideas. Como tampoco se ha demostrado que la
coordinación a escala de Estado sea la mejor de las posibles. En verdad, lo que
llamamos Estado no es más que un grupo de personas organizadas que obtienen
rentas, poder y estatus a costa de extraérselas al resto de la sociedad.
Las anteriores son palabras de Miguel Anxo Bastos (n.1967, notable economista y catedrático español) que saltando el océano caen como un mazo sobre el aquelarre socioeconómico argentino. Agregado de miserias que es una nueva vuelta de tuerca del caos conceptual (ensalada mental) peronista. Desastre que tiene al menos la virtud de actuar a modo de laxante cerebral ayudando a muchos connacionales a expulsar el bolo emocional de mitos y pulsiones tóxicas que inadvertidamente, o no tanto, siguen cargando.
Ocurre así que muchos argentinos empiezan a descubrir asombrados a través de referentes libertarios que es posible un ejercicio de la libertad tal que, saltando sobre clichés estatistas inculcados desde la infancia, se atreva a mencionar como norte posible y deseable de largo plazo la abolición de los impuestos… y del mismísimo Estado.
Resulta
asombroso cómo estas nuevas, fascinantes y todavía utópicas ideas (como un día
lo fue la democracia representativa) propias de un capitalismo tecnológico y post
moderno de vanguardia, prenden entre los jóvenes e impulsan la imagen pública
de sus representantes políticos. O no tan asombroso si tenemos en cuenta que
por ser jóvenes es que quieren pisar a fondo el acelerador de la historia con
poca paciencia por las formas, dejando atrás las demoledoras frustraciones del
dirigismo que (retorciendo esas mismas formas) nos hunde. Y que los hace desear
irse.
La violencia comunista y anticomunista de los ’70, la crasa ineptitud económica de los ’80, la corrupción de los ´90, el infame, ruinoso y ultra corrupto relato kirchnerista que los siguió y todos sus protagonistas, quedaron obsoletos. Son contaminantes; igual que el “Estado presente”, ente compulsivo y rapaz, destructor de iniciativas individuales que todo lo asfixia y frena desde lo fiscal y reglamentario.
Lo
nuevo, lo correcto, lo elevador… el futuro, es lo no-violento; lo libre
y voluntario. Son los valores éticos del mérito en lo educativo, la libre
contractualidad con respeto a la propiedad en lo económico o el ecomodernismo
en lo ambiental entre tantas otras cosas.
Porque los jóvenes están descubriendo que no nacieron para ser forzados, es que lo libertario está hoy en auge. Y no solamente entre los centennials y millennials. También lo está entre los muchos adultos que logramos superar la inmadurez de nuestras adolescencias de siglo XX (al decir del gran intelectual francés André Maurois, quien no fue socialista a los 20 no tuvo corazón; quien siguió siéndolo después de esa edad, no tiene cerebro) y entre los mayores que hoy se sienten tocados por el revulsivo conceptual al que los arroja el desastre del anarcopobrismo en curso.
Por cierto, el tránsito de la esclavitud fiscal al autogobierno, de la sumisión del infante a la responsabilidad adulta, no es fácil: el desarrollo económico y cultural es desestabilizador; un proceso disruptivo de diferentes velocidades; una evolución que genera al unísono bienestar y descontento.Y porque, arrinconadas, las fuerzas del mainstream izquierdista (junto a mafias, planeros y empresaurios) beneficiarias del actual sistema presionarán desesperadas por cambios gatopardistas para que, en el fondo, nada cambie siendo que al trocar gradualmente en algo optativo, el Estado acabaría desapareciendo sin pena ni gloria; drama existencial que los intervencionistas que viven de él sorbiendo sangre ajena no estarán dispuestos a permitir.
La cuestión planteada al principio, de la “escala de Estado”, es otro tema interesante a dilucidar. Suele imaginarse al anarcocapitalismo como un sistema a la escala del actual Estado territorial, aunque sin coerción; con una dirección gerencial dividida a conveniencia del solapamiento de diversos esquemas contractuales.
Sin
embargo lo más probable es que el flujo de las necesidades termine concretándose
en asociaciones comunales con distintas escalas y modos para la prestación de diferentes
servicios. Nos asociaríamos de una manera para usufructuar un puerto o un
monorriel, de otra para los servicios de salud o seguridad y de una tercera para
construir y administrar calles, puentes, plazas o autopistas.
Es lo
que sucede en la vida civil en casi todo aspecto; sólo haría falta extender gradualmente
este modelo de sentido común no monopólico de la gente de a pie, a todas las funciones.
Ya hay calles privadas en barrios cerrados y justicia privada competitiva en
tribunales de mediación, por ejemplo, y en ambos casos las cosas funcionan
bien, como también en la medicina, seguridad y educación privadas, muy
superiores a sus equivalente públicos.
Para
algunas cosas la asociación voluntaria con o sin tercerización sería a escala
individual; para otras, a nivel local y zonal. Otros casos podrían demandar
asociaciones a escala regional, continental o bien planetaria, cosa dable de
implementar en cada caso con la tecnología y el expertise disponibles,
en redes interactivas de primer, segundo, tercer o cuarto grado.
El
acceso universal a estos servicios privados -por casi todos deseados- es sólo simple
cuestión de disponibilidad de dinero, cosa que estaría previamente solucionada en
una sociedad capitalista sin complejos basada en la moderna eficiencia dinámica
con función social empresaria, incentivadora de la participación de los
empleados en las ganancias tanto como de la solidaridad privada inteligente.
La necesidad hace al servicio, a la diversidad de opciones y sobre todo al costo. El ingenio, la innovación, la inventiva nunca han faltado a la cita cuando el honesto afán de lucro en libre competencia comercial se hizo presente.
Nada
impediría que pequeñas comunidades “a escala humana” sin coacción estatal acuerden
con individuos, empresas u otras comunidades la resolución de sus necesidades
de manera convencional… o bien bajo formas y conveniencias cuyo alcance no podemos
aún prever.
Lo que sí sabemos es que a través de la historia, las utopías devinieron reales cuando una mayoría las entendió; y deseó entonces el cambio hacia el siguiente escalón evolutivo.