Diciembre 2022
Breves,
bellas en su cruel brutalidad, las palabras de Abel Posse (diplomático,
académico y autor criollo nacido en 1934) describen con filosa precisión el momento
histórico en que “se jodió” la Argentina.
“Perón
fue el gran corruptor que dividió al país entre pueblo y explotadores. Distrajo
a los de debajo de seguir ganando y progresando con el trabajo honesto, como
los gallegos y los tanos e inauguró un espacio de democracia ajena a toda
republicanidad. Frenó una marcha igual a la de Estados Unidos, de Canadá, de
Australia y sembró la sospecha de estafa de clases en una sociedad que era
realmente abierta”.
Agregaríamos,
en una sociedad con gran movilidad social ascendente que desde hacía 50 años se
movía en el top ten planetario no sólo en lo económico sino también en
lo educativo, en lo laboral, en salud pública, infraestructura ferroviaria y
edilicia entre muchos otros ítems.
A pesar del absoluto desastre del actual, enésimo gobierno peronista (cuyos lapidarios guarismos, gravísimas pruebas de latrocinio, estúpidas mentiras a repetición y dramáticos efectos sociales obviaremos para no aburrir al lector), recientes encuestas consignan que un 15 % del padrón electoral volvería a votar a sus responsables si las elecciones fuesen mañana. Dato que no sería tan humillante para el promedio de inteligencia del país si no fuese porque los mismos sondeos detectan por cuerda separada un 10 % adicional de “voto vergonzante”, con lo que se concluye que un impactante 25 % del electorado les seguiría dando su apoyo.
Sobre un padrón de aprox. 34.340.000 electores habilitados, serían 8.585.000 personas dispuestas a emitir un tipo de voto cómplice que va de lo inmoral a lo claramente delincuente.
¿Por
qué delincuente? Porque implica la pretensión de elegir a sicarios políticos que
los representen en la tarea de someter por la fuerza reduciendo a la más brutal
servidumbre fiscal y reglamentaria a
millones de compatriotas para que los subsidien a como dé lugar; continuando
y agravando el pisoteo de sus proyectos de vida, implícitos en las (hoy
derogadas de facto) garantías constitucionales que protegen la propiedad
privada, origen de toda libertad civil y progreso económico.
Habiendo todos ellos de tal modo “jodido” a la Argentina, ahora tratan de que sigamos sufriendo un gobierno delincuente por alzamiento contra nuestra Constitución y su preclaro mandato de “sociedad abierta”. Sistema generador de riqueza social; con bajos impuestos, libre mercado, integrado al mundo, republicano en subsidiariedad, ética, austeridad y división de poderes. Lo que excluye privilegios oligárquicos como lo son sin sombra de duda los que ostentan los políticos de la casta, los empresaurios protegidos y los sindicalistas mafiosos. Oligarcas argentos que traicionando a la patria para llenar con coimas sus famosos bolsos de dólares, hundieron al país y multiplicaron por diez la miseria.
Un 25 % de gente que abjure de nuestro contrato social y que adscriba a un modelo de dictadura de tipo nicaragüense, ruso o venezolano (mafio-narco-clepto-kakistocracias), es demasiado.
Esa actitud
estato-esclavista, de abierta falta de respeto a la propiedad, de prepotencia
resentida propia del ladrón, del parásito profesional, del que es pasto de
complejos de impotencia y de inferioridad por malas decisiones de vida (y de
voto) tomadas durante mucho tiempo… es lo que excede y quiebra al sistema. Corporizando
un virtual escupitajo sobre nuestros próceres, traicionando sus ideales desde
adentro en procura de “joder” al país para salirse con la suya.
Ese 25 % de voto cómplice, entonces, no es hoy otra cosa que una Quinta Columna anti-argentina; cipaya; colaboracionista para con el ejército de ocupación y saqueo de las múltiples oligarquías y mafias peronistas. Y se constituye en masa crítica dispuesta a la acción directa, al paro, al bloqueo y a la militancia anti republicana dentro del mismo Estado contra cualquier gobernante que intente reinstaurar la vigencia constitucional y su sabia sociedad abierta.
En otra época, San Martín, Güemes, Belgrano, Rosas o Urquiza hubieran pasado por el sable a sus cabecillas (y a unos cuantos más) por alta traición.
Hoy
sólo esperamos que una justicia implacable los alcance. Veloz, resarcidora y
duramente ejemplar en penas.
Sería
una guía ética; una luz de esperanza; un camino posible de reinserción emocional,
moral y mental (en definitiva, institucional) para esos más de 8 millones de conciudadanos
perdidos; tóxicos para cualquier proyecto viable de sociedad.
Esa Justicia igualitaria, seria, valiente y tajante es, por otra parte, casi la única alternativa a una eventual deriva hacia intentos secesionistas y/o a la explosión definitiva de nuestro fallido nacional.
Porque, cuidado, la grieta a ultranza, el llegar al extremo de ya “no querer convivir” con quienes tienen tan grandes diferencias en cuanto a proyecto de país, sentido de la vida y de la honra, fue lo que en su momento desató tanto la guerra civil española como el monstruoso éxodo venezolano.