Diciembre 2023
El
Lic. Javier G. Milei acaba de colocar a la República Argentina en la vanguardia
política del mundo: tenemos el primer presidente libertario de la historia.
Ni D.
Trump, ni J. Bolsonaro, con quienes suele comparárselo, lo fueron. Tampoco los
derechistas N. Bukele, V. Orban ni G. Meloni (presidentes en ejercicio) se
atribuyen esta pertenencia. Ni siquiera S. Shanmugaratnam, presidente de
Singapur, supuestamente el país de más crudo capitalismo en el planeta, dice
serlo.
Nuestro presidente se define como liberal libertario anarcocapitalista (ancap), algo muy valiente por lo frontal y notable por su anticipación conceptual para la época.
En
verdad, es probable que semejante toma de posición ideológica lo condene en
principio al ostracismo y la incomprensión, como sucedió con tantos
“adelantados” a su tiempo en distintos lugares y circunstancias, que no fueron entendidos
por sus contemporáneos, sufriendo lapidaciones intelectuales (e incluso
físicas) por parte de masas que podrían haber dado un gran salto cuali y
cuantitativo de haberlos escuchado.
Si bien Milei se define así en lo filosófico, adelanta que durante el largo -décadas- camino que nos acerque a este bello ideal, su objetivo intermedio será la minarquía o régimen de Estado mínimo. Bello ideal final, decíamos, por su riqueza generalizada y su no-violencia en las relaciones sociales, atadas a una justicia implacable en el marco de grandes libertades personales y sobre todo cívicas.
La senda hacia la estratégica posta de la minarquía alberdiana se prevé asimismo como gradual y comprehensiva dado el perverso adoctrinamiento cultural preñado de violencias y el consecuente descalabro económico que nos lega el pobrismo kirchnerista.
Los últimos 78 años de firme sostén peronista a desfalcos, mentiras históricas y graves errores económicos han llenado este trayecto de espinas que, a no dudarlo, harán sangrar tanto a inocentes como a cómplices e idiotas útiles. Por cierto es menester seguir desmitificando y reparando la muy dañada psiquis nacional a través de la batalla ética iniciada, precisamente, por nuestro actual presidente.
Ahora bien; más allá del “cambio” votado en defensa propia frente a una situación insostenible, la mayoría se pregunta si esta actitud futurista del ancap en la que nuestro país se ha puesto orgullosamente a la vanguardia (como lo hizo a fines del siglo XIX), es en verdad viable.
¿Puede, en el extremo, una gran sociedad del siglo XXI con todas sus complejidades, funcionar sin impuestos y sin Estado? Para empezar ¿funciona eso en algún lado? A lo que puede responderse: no, ya que como se ha dicho, los argentinos hemos tenido la osadía de elegir al primer presidente libertario del mundo.
No
obstante, sí está demostrado que cuanto más se aproxima una sociedad al goce de
sus libertades personales y comerciales y más alto es su nivel de respeto a la
propiedad privada, más rica es. Y viceversa.
Un
ejemplo del primer tipo es el de los U$S 130.000 de ingreso anual promedio por
persona en Luxemburgo (monarquía constitucional, por caso) mientras que para su
inversa en materia de respetos y libertades, tenemos a Burundi (república
democrática, por caso) con U$S 255.
Por otra parte, si bien el libertarismo no se encuentra en aplicación en ningún país hoy, sí lo estuvo en el pasado. Durante casi un milenio y hasta su invasión por las fuerzas inglesas al mando de Cromwell en 1649, la isla de Irlanda se manejó en paz y con gran éxito dentro de un esquema plenamente libertario, sin impuestos ni Estado.
Cientos de preguntas desvelan hoy a los partidarios del utópico equilibrio dirigista entre capitalismo y socialismo. Por ejemplo ¿cómo pueden imaginarse siquiera, en nuestra Argentina, todas las calles y plazas en propiedad privada?
Pues
bien ¿qué otra cosa son las calles y zonas comunes que funcionan y se mantienen
sin carga para el Estado dentro los miles de countries, clubes de campo, barrios
cerrados, nodos residenciales o comerciales y hasta fábricas del país?
Se
barajó una vez la idea de prohibir las alambradas y muros que separan a estos prolijos
lugares de sus entornos de pobreza, para que toda la población pudiese pasar a
través. El sentido común impidió entonces que esta iniciativa prosperase pero
lo que Milei propone para la Argentina es, justamente, que en el futuro estos odiosos
muros con alarmas, cámaras y hoscos guardias privados desaparezcan. ¿Cómo?
Haciendo tan atractivos, prósperos y seguros estos entornos como los predios
privados con los que limitan. Enriqueciendo a las mayorías mediante las mil probadas
formas de la “libertad de industria”, que duerme desde hace casi un siglo en
nuestra Constitución.
Encolumnándonos rumbo a la famosa “sociedad de propietarios”, para que estemos más enfocados en asegurar los beneficios de la libertad y del respeto protegiendo lo propio que interesados en vivir pobremente de subsidios, robando el trabajo del prójimo y frenando a la nación.
Dando
oportunidades de progreso al pleno de la sociedad, aún a costa de muchos argentinos
que hoy están en buena posición “empresarial” pero que deberán esmerarse como
nunca y poner las barbas en remojo (mejorar salarios y condiciones) a riesgo de
quebrar frente a la explosión de inversiones, seguridad (jurídica y física), bajos
impuestos, libre competencia, nuevos negocios y riqueza general.
El sistema de plazas y calles privadas que funciona en los barrios cerrados podría entonces mejorarse con tecnología y extenderse sin cercas a sus adyacencias y más allá en un decurso gradual, natural y voluntario, hasta cubrirlo todo.
La
opción a la que apuntaban los kirchneristas era la inversa: avanzar por decreto
sobre estos barrios desmontando alambradas y anexando sus calles y parques al
mantenimiento estatal, con ellos manejando la obra pública con la honestidad que
los caracteriza.
Muchas otras cuestiones prácticas encuentran respuestas tan sorprendentes y originales como detalladas, por cierto, en numerosos trabajos que desde hace décadas publican, debaten y perfeccionan intelectuales libertarios en todo el mundo.
Lo que esta corriente de pensamiento avanzado propone hoy para nuestro fallido país es volver a ser un faro para el orbe. Es iniciar el proceso de un gran cambio. Es la adopción consciente de un paradigma diferente a mucho de lo conocido (y archiprobado) hasta aquí apelando, esta vez, a nuestras fuentes; al ideario, fuertemente liberal, de los próceres de 1810/16 y padres fundadores de 1853/60.