Febrero 2024
El
libertarismo nuclea hoy a la élite intelectualmente más sólida y mejor
preparada de todo el espectro liberal, caracterizado desde hace más de dos
siglos por el dominio justificante de lo empírico-utilitario por sobre lo ético.
Puede
decirse que lo libertario es la evolución del liberalismo y sin duda su
vanguardia científica en las áreas sociológica y económica.
Parado
sobre los hombros de dos gigantes del pensamiento de la talla de Ludwig von
Mises y Friedrich von Hayek, Murray N. Rothbard (1926 – 1995) dio a luz esta disciplina
superadora con la publicación de su Manifiesto Libertario en 1973, obra que
culminó en 1982 con su libro La Ética de la Libertad.
Es efectivamente la ética, esa rama de la filosofía que estudia la moral y la acción humana (o cómo debemos vivir y comportarnos en sociedad), la idea matriz que preside al libertarismo muy por encima de lo utilitario.
Más
allá de la explosión (muy real) de riqueza y bienestar que provoca la libertad
aplicada al ámbito socioeconómico, el corazón de la propuesta libertaria se asienta
en el sentido común inherente a la corrección cívica.
Porque
lo esencial de esta ideología estriba en el principio de no agresión, aplicado
en forma estricta a todo el campo de la acción humana. Y el principio de
la no-agresión del pensamiento libertario es la base de la moral y la ética de
las personas comunes que viven de su trabajo con honestidad, sacrificio y respetando
los derechos ajenos. De esa inmensa mayoría de personas que enseñan a sus
hijos a no comenzar peleas ni agredir a otros; a no engañar, trampear ni robar.
A internalizar, en definitiva, que todo lo pacífico es bueno y que la violencia
es mala.
La existencia misma de esa asociación de personas puntuales con nombre y apellido llamada Estado (que de ningún modo “somos todos”), trastoca el sentido común por una gran cantidad de motivos pero básicamente por deber su existencia a esa forma de robo agresivo cometido contra quienes a nadie habían agredido, llamada impuesto o tributo. Verdadero engendro no voluntario, independiente de los deseos y proyectos de vida de sus víctimas.
Su
mismo nombre lo indica: imponer es forzar y tributar es rendirle tributo a un
amo. Algo incompatible con el modo de civilización libertaria o anarquista (v. gr.
sin Estado) de mercado. Porque, cuidado, también tienen derecho a vivir su
sistema todos quienes se unan voluntariamente en anarquismos redistribucionistas
o comunistas; de ahí el muy benéfico e inalienable derecho civil de secesión.
Despojados
de adoctrinamiento estatista y viéndolo bajo simple sentido común, la única
diferencia entre un ladrón común y un recaudador de impuestos es que el segundo
opera con una gran maquinaria coactiva (asociación de individuos con intereses
particulares o “Estado”) detrás, apoyándolo.
Si
hay constructos opuestos a la ética, esos son los Estados. Y responde a la más
pura lógica moral que una humanidad dominada por estos poderosos entes
territoriales de escala monstruosa (de Leviatán) sufra injusticias a esa misma
escala tales como guerras, pobrezas evitables, muertes prematuras, inequidades
de todo calibre y aplastamiento a mansalva de derechos personales y familiares.
En verdad la sociedad debería dejar en paz a las personas que, responsabilizándose de sus actos, no hayan dañado, engañado ni forzado a otros; entendiendo que el uso de la fuerza es legítimo sólo defensivamente y en contra de los que han iniciado una agresión.
Cada
persona debería poder vivir su vida como le parece tanto si sus elecciones
incluyen ascetismo, trabajo duro o servicio al prójimo como si opta por sexo
libre, ocio ininterrumpido o incluso drogas… siempre y cuando sus acciones no
interfieran con igual derecho de sus semejantes, caso que constituiría el
inicio de violencia.
Por cierto, la gradual ausencia de Estado y en particular del “de Providencia” con su exacción impositiva, posibilitaría la reinversión productiva privada de inmensas sumas haciendo a las sociedades más ricas y a las personas mucho más generosas, humanas y caritativas con los desposeídos e infortunados. La historia prueba que en la misma medida de la intervención estatal y la coerción tributaria, crece la indiferencia hacia el prójimo en la comunidad.
Aunque
parezca una verdad de perogrullo, los libertarios entienden que la moral es
una sola y que la misma vara debería aplicarse para todos. ¿Por qué si una
patota de 5 personas le quita su dinero a 2 transeúntes en la calle se llama
robo mientras que 5 millones de personas que se reparten el dinero que quitaron
por la fuerza a otras 200 mil votando (usando) como socio sicario al Estado se
llama “redistribución de la riqueza a través de los impuestos”?
Robar está mal, no importa quién lo haga. Y un supuesto “bien común” (que no es tal) tampoco justifica los medios; en especial en la implacable ley natural o Ley de Dios. Lo contrario, como está a la vista, tuvo y tiene consecuencias.