Diciembre 2024
Según
un reciente estudio realizado por técnicos del Banco Mundial, el 90 % de la
reducción de pobreza en países que lograron este objetivo en forma consistente resulta
explicado por el crecimiento del ingreso promedio, mientras que sólo un
porcentual mínimo de dicha reducción se debe a variaciones en la distribución
de la renta (v. gr. redistribución impositiva).
Menudo
problema conceptual (otro y van…) para los radicales, peronistas y socialdemócratas
en general que desde hace generaciones hastían con la cantinela del estatismo y
la igualdad como palanca de progreso, en medio de un mar de evidencias en
contrario.
Aunque
pueda resultar contraintuitivo para algunos o inaceptable al soterrado rencor de
otros, es cada vez más obvio que la desigualdad es efectivamente la
clave… para lograr una mayor igualdad en bienestar neto. Esto es, vía una reducción
sustentable de la pobreza por crecimiento económico de base, con consecuente ascenso
sociocultural.
Más allá de que la única igualdad tutelada por nuestra Constitución -si se cumpliese- es la igualdad ante la ley (abriendo un sabio camino a la igualdad de oportunidades), las oportunidades hoy negadas sólo podrán darse en modo consistente si micro y macroemprendedores (empresarios) las generan, apalancados en su afán de lucro con vista a un superior (desigual) bienestar propio y de sus familiares.
Estamos,
literalmente, frente a la virtud social del egoísmo.
Las condiciones para que surjan en nuestra Argentina decenas de nuevos multimillonarios como Marcos Galperin, Bill Gates, Jeff Bezos, Jack Ma, Elon Musk, Martín Migoya o Mark Zuckerberg que generen abundante empleo directo e indirecto a todo nivel son bien conocidas y no vamos a aburrir repitiéndolas. Son las mismas alfombras rojas que deben existir para que otros extranjeros (o ellos mismos) vengan a establecer sus empresas aquí, al amparo de sus propios infiernos fiscales y reglamentarios.
A esta altura, los argentinos deberíamos empezar a percibir sin ambages el planteo libertario de largo y muy largo plazo que tiene como norte (y que nos propone) nuestro presidente: una sociedad lo suficientemente rica como para que cada cual pueda pagar el valor real de todo aquello que use y consuma sin hacérselo pagar a otros.
Un
modelo social que haga caso omiso de las desigualdades económicas a cambio de
una implacable igualdad ante la ley. Es decir, uno en el que todos
tengan la posibilidad económica de optar dentro de la más perfecta competencia
posible; algo que hasta ahora nunca ocurrió, coartando a la mayoría en el ejercicio
de sus libertades reales de opción.
La virtud del egoísmo propiciada por la mano invisible de la gente de a pie (las decenas de millones de electores diarios del mercado) impulsa en paralelo la virtud de la generosidad ya que para ser solidario en serio, hay que tener con qué. Un modus ampliamente demostrado por varios de los magnates antes citados y muchos otros benefactores voluntarios, que han creado fundaciones inteligentes con becas, oportunidades y aportes efectivos superiores a los que, con destinos similares y enormes “ineficiencias”, destinan la mayoría de las burocracias estatales.
Entendiendo
además que la caridad compulsiva (derivada de impuestos, emisión inflacionaria
y deuda pública) es y será siempre un oxímoron. A más de contraproducente.
Atendiendo al mencionado estudio del Banco Mundial, entonces, coincidimos en que para que nuestra Argentina suba posiciones en la tabla de las sociedades más prósperas, tanto la brega por inopinadas igualdades (salvo la igualdad ante la ley) como el empecinamiento en la redistribución impositiva (haciendo cumbre de estupidez humana en la “progresión” del tributo) son inservibles, constituyéndose por el contrario en poderosos reductores del avance del bienestar (ingreso) de los menos afortunados.
Se trata, eso sí, de mecanismos muy eficientes para satisfacer las pulsiones de envidia, resentimiento por propia incapacidad y deseos de hundir al prójimo de muchos. Y que por añadidura abren puertas al poder corruptor de nuestras tres oligarquías parásito-simbióticas: la política, la sindical y la de los empresaurios. Un combo letal.
La
prueba empírica de que los pueblos más avanzados y exitosos son los que se
atreven a darse las instituciones más liberales y más respetuosas de los
derechos naturales (a la vida, a la libertad que da el respeto de la propiedad
y a la búsqueda de la propia felicidad), no hace mella en esta fracción social
(más de 10 millones de personas según las últimas elecciones). Fracción que se dividide
en una minoría de vivillos oportunistas (tahúres prontos a vender patria y
prójimo por 30 monedas de plata) y una mayoría de esclavos del peor tipo;
idiotas útiles que aceptan ser sometidos a pobreza de por vida y coartados en
sus libertades de opción con tal de satisfacer aquellas pulsiones.
Hace unos 2.400 años en la antigua Grecia, un tal Sócrates (que conocía bien la naturaleza humana) advirtió que la entonces novel democracia terminaría deteniéndose y colapsando en un callejón sin salida a medida que la mayoría menos creativa fuera apropiándose de los bienes de la minoría más creativa. Un karma que no se pudo evitar a pesar de constituciones bellamente escritas; plenas de controles y contrapesos con división de poderes, auditores, cortes supremas y demás artilugios intra-estatales.
En
la simpleza del sentido común de aquel filósofo podemos hallar hoy la más
perfecta explicación lógica a la creciente falta de apoyo al sistema y al crítico
giro cultural en marcha proclive a libertarismos y derechas duras (no son lo
mismo pero pueden tejer alianzas estratégicas en el camino), por parte de poblaciones
hastiadas de la política tradicional y muy insatisfechas con sus resultados,
sobre todo económicos.
Para el caso puntual de nuestro país, con el primer presidente libertario en el mundo llamando la atención del orbe y “haciendo punta” en esta tendencia, se da una rara alineación de circunstancias; y de sujetos extrañamente apropiados, ubicados en el lugar adecuado en el momento preciso.
Es
de esperar que no nos quedemos una vez más en el andén perdiendo el tren que
nos ofrece la Historia, esta vez en bandeja de plata. Y que nuestra élite
pensante encuentre la forma de atraer en los próximos meses y años a una parte importante
de esos 10 millones de esclavos mentales hacia la “viveza” comunitaria de dar
rienda a la bendita desigualdad. Rienda cuanto más suelta mejor, en aras de un
más enérgico crecimiento del ingreso efectivo (y ascenso sociocultural) del
conjunto de los argentinos.