Creatividad

Abril 2006

Es sabido y recientes estudios comparativos lo confirman, que los argentinos somos emprendedores, imaginativos y para muchas cosas, brillantes por naturaleza.
Sea por la particular mezcla de razas que nos distingue, por la presión de un pasado ilustre o por la mera necesidad de sobrevivir a la tremenda sucesión de gobiernos anti-empresa que venimos soportando, lo cierto es que nuestro pueblo ha desarrollado una especial aptitud creativa.

No es novedad que los connacionales que trabajan en el exterior generalmente se distinguen, hacen carrera, son muy bien conceptuados y pagados.
Existe asimismo entre los observadores extranjeros la percepción de que somos un pueblo de individuos capaces y originales, que fracasa sin embargo en el emprendimiento colectivo de forjar un país avanzado.

Esta aptitud creativa se manifiesta entre nosotros, desde luego, en el surgimiento de emprendedores que inician empresas, diseñan buenos negocios o perfeccionan sistemas productivos, por ejemplo.
Aún frenado por incontables palos estatales en la rueda, el afán de generar ganancias sobrevive y azuza una inventiva apoyada en habilidades innatas que son algo así como la reserva potencial de nuestra sociedad.
Todo argentino intuye esto y de allí nuestra convicción de estar destinados a ser líderes o, como se dice por ahí, de ser un país con vocación imperial.
Es más. Ya estuvimos en ese pedestal hace 100 años y el recuerdo colectivo de ese orgullo nacional no tan lejano aporta verosimilitud a la pretensión.

Una primera reflexión debería llevarnos a imaginar lo que podría ser nuestra Argentina, si estableciéramos las bases para que toda esa potencia creadora se expresara sin trabas. En esta sociedad global del conocimiento la creatividad, la inventiva y la libertad para disponer con eficiencia de los recursos privados son llaves infalibles de éxito.

Sin embargo y por mucho, donde más y mejor se manifiesta esta creatividad es en el campo de lo ilegal.
Especialistas en violar normas de convivencia, en evasión tributaria y negreo laboral, en el arte de la truchada, el engaño y la corrupción, en la creación de leyes amañadas y en el aprovechamiento intensivo de baches legales, en la viveza de usar sólo la cáscara del sistema republicano, representativo y federal como cobertura de los más aberrantes atropellos constitucionales, los argentinos utilizamos nuestra ventaja comparativa en la generación de un gran caos que nos descoloca.

No podía ser de otra manera ya que nos hallamos en “el país de los piolas” donde el “sálvese quien pueda” es el pensamiento no expresado número uno.

La causa de esta calamidad no debe buscarse en mitos tales como “la maldad empresaria”, la “codicia suicida” del capitalismo, la ausencia de “sentido social” o la “conspiración internacional” en nuestra contra.
Tampoco se debe a que precisemos más leyes y reglamentos, más multas y controles, más piquetes intimidatorios ni más mano dura contra todos para obligarnos a obedecer por las buenas o por las malas. No.
Maduremos, por favor.

La solución no es más gobierno… porque el gobierno es el problema.
¿Cómo? Dentro de su complejidad, el colapso nacional tiene como toda gran verdad, explicaciones simples y de sentido común.
Desde aquel primer golpe militar de 1930, todos los gobiernos que hemos padecido (salvo brevísimos períodos) se mostraron conmovedoramente hermanados en una cosa : el dirigismo.
El afán reglamentarista heredado de la administración colonial española renació tras el interregno liberal que nos había catapultado al primer mundo, resultando en una acumulación sedimentaria de normas, prohibiciones, exepciones, imposiciones discriminatorias, cargas discrecionales, privilegios irritantes, decretos, edictos, reglamentos y leyes contrapuestas a derogaciones parciales, anulaciones, represalias, subsidios especiales, inmunidades corporativas y toda clase de obligaciones, derechos y garantías virtuales que se vienen superponiendo hasta la fecha sin contradicción aparente.
Cada gobierno aportó su cuota de confusión agregando regimentación detallada sobre cada aspecto de nuestra vida privada que se le ocurrió pertinente, en una alegre ronda de funcionarios públicos civiles y militares que unieron esfuerzos para aplastar nuestras ganas de crear y de crecer.

Así las cosas, cada habitante de este país sabe que el cumplimiento estricto de toda esta maraña en lo económico lleva a la quiebra, en los comportamientos viales lleva al accidente o en lo personal lleva al enloquecimiento por via burocrática y al desánimo por las dificultades para progresar, hacer fortuna por derecha o vivir seguro.

Los argentinos no somos suicidas por naturaleza sino que respondemos con toda lógica al sistema que nos encorseta.
Un sistema perverso, lleno de injusticias y de muy difícil cumplimiento que ahoga la enorme potencialidad creadora que poseemos propiciando el egoísmo, el caos social y la falta de respeto por el prójimo.

Desde luego la responsabilidad de estos hechos recae en primer lugar sobre el (aprox.) 80 % de votantes, mujeres y hombres argentinos que convalidaron una y otra vez a los gobiernos que crearon el sistema, a las oposiciones políticas que estuvieron de acuerdo con estas ideas dirigistas difiriendo solo en cuestiones de grado, y que en conjunto provocaron las crisis “cantadas” que nos llevaron durante años a autocracias militares que tampoco revirtieron la tendencia ya que no estaba en su naturaleza hacerlo.

Crezcamos de una vez. Nuestra creatividad es la salida. La libertad es el camino. El respeto estricto a la propiedad privada la condición. La seguridad jurídica sin hijos y entenados, el basamento. La no violencia, nuestra hoja de ruta.

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