Noviembre
2019
“Quien
no es socialista a los 20 años, no tiene corazón. Quien sigue siéndolo después
de esa edad, no tiene cerebro” André Maurois (intelectual francés 1885
-1967).
El
desorden, los saqueos y la destrucción de propiedad pública y privada que hemos
estado viendo en Santiago y otras ciudades chilenas, protagonizados mayormente
por jóvenes, resultan campo propicio para la reflexión y abren la mente a
lecciones a considerar para nuestro país.
En
verdad las manifestaciones de protesta, tumultos y desmanes son un signo de los
tiempos y de ningún modo patrimonio exclusivo de nuestro vecino. Ocurren en
Hong Kong, España, Haití, Líbano, Francia, Bolivia etc. y por muy variados
motivos.
Hablamos,
por otro lado, del país más avanzado de nuestra región. El que tiene una
inflación menor al 3 % anual y el de mayor ingreso promedio por habitante,
producto de un crecimiento sostenido sin solución de continuidad a través de 7
administraciones tanto de centro izquierda como de centro derecha, que
coincidieron en mantener un modelo económico abierto y pro mercado, integrado
al mundo y de perfil exportador. Modelo correcto que permitió el inédito surgimiento
de una importante clase media, históricamente inexistente.
Varios
de los 18 millones de habitantes de Chile pueden estar preocupados y frustrados
por el aumento del costo de vida. Mas sólo unos pocos miles de jóvenes han sido
lo bastante estúpidos como para causar tal caos y devastación, atrayendo tras
de sí a masas de gente pacífica, causando muertes y afectando gravemente la
vida y el trabajo de todo el resto. Un resto racional que sabe que incendiar
propiedades, matar inocentes e intentar voltear con violentas puebladas a un
gobierno democráticamente elegido, no resolverá nada.
En
el Chile de 2019, además, la desigualdad que tantos ponen como excusa para el
levantamiento es un mito: la medida internacionalmente aceptada para medirla es
el índice Gini, que va de cero a uno, siendo cero la igualdad ideal y uno la
desigualdad máxima. Pues bien, Chile fue puntuado en esta escala con un coeficiente de 0.49 (Brasil 0.51,
España 0.36, Colombia 0.50, Japón 0.32, Argentina 0,42, Sudáfrica 0.60, Noruega
0.27, Estados Unidos 0.41 etc.) cuando en el año 2000 su índice era de 0.58;
vale decir, viene mejorando en forma consistente desde un pasado de fuerte
desigualdad de clase, además de haber aumentado su clase media y de haber
crecido económicamente en ingreso por habitante hasta superar a todos sus
vecinos.
La
pobreza, asimismo, que era sólo del 8,6 % hacia 2017, cae en curva descendente partiendo
desde un índice de 27,6 % en 1994, como bien señala una reciente editorial del
diario La Nación.
En
cuanto a la movilidad social, un componente central de este ítem, el índice que
la mide es el Bartholomew que ubica al Chile de hoy con coeficientes superiores a los de
España, Gran Bretaña o Estados Unidos, por caso.
Tal
vez estos jóvenes estén genuinamente enojados; sea porque su educación fue
deficiente, porque no consiguen un buen empleo o por el motivo que fuere.
Pero
a nadie debe escapar que son revolucionarios cuyo paradigma es el capturado por
las cámaras, en la imagen de un muchacho de 18 o 20 años tomándose una selfie
mientras prende fuego a una tienda de comestibles, a otro destrozando las
instalaciones del subte o a un tercero robándose de la vidriera un televisor de
pantalla plana. Revolucionarios de fuste, sin duda, que prueban su superioridad
moral y valentía (¿o cobardía?) haciendo
cosas como esas al tiempo de vociferar y grafitear con ira (¿o impotencia ante
la propia incapacidad?) sus previsibles consignas socialistas o
anarco-comunistas.
La
mayoría de las personas hoy día en nuestros países y sobre todo las de menos
edad, parecen venir formateadas para pensar (¿docencia “baradeliana”, tal vez?)
que pueden resolver cualquier injusticia económica con más socialismo.
Simplemente…
piensan en sus dificultades y se enojan, sin ir más allá en el análisis de sus
problemáticas: ¿por qué aumenta mi costo de vida? ¿por qué no progreso? ¿cuál
es la raíz, la causa de estas frustrantes circunstancias? ¿cómo puedo
arreglarlas?
Podríamos
preguntar, para empezar, cuántos libros ha leído aquel joven rebelde este año.
O cuántos cursos en línea gratuitos ha tomado. ¿Ha hecho algo para solucionar
su problema? Tal vez en lugar de incendiar edificios podría estar viendo
innumerables videos útiles en YouTube, aprendiendo a codificar en Python o formándose
para alguna otra actividad útil que lo atraiga. Sin costo. Desarrollando con honestas
ansias de progreso habilidades comercializables.
Pero
no; el formato izquierdista no trata sobre cómo resolver las propias
limitaciones: el socialismo que hoy campea le significará no tener que mover un
dedo (excepto para encender el fósforo
incendiario). Bastará con hacer berrinches cada vez más violentos, hasta que
otra persona (¿un ya asfixiado contribuyente, tal vez?) cargue con el costo y
arregle sus problemas existenciales; aunque ni siquiera pueda definirlos.
Despertemos,
señoras y señores. La verdadera revolución no es la de este lumpen vago y
asalvajado, muy posiblemente telecomandado desde Caracas, Teherán o La Habana
ni la de la legión de idiotas útiles (prensa incluida) que los justifican.
La
verdadera Revolución (o con mayor propiedad, la más efectiva Evolución), es la
que hoy llevan adelante los jóvenes libertarios. Es la que un día no lejano
detonará bajo las asentaderas de los
oligarcas de las mafias empresariales, sindicales y políticas que nos
vampirizan transando entre ellos con ayuda de la trituradora tributaria del
Estado.
Liberando
al pueblo de sus cadenas como proclama nuestro Himno para darle todo el poder a
la gente común. Empoderamiento económico para
emprender y progresar sin trabas ni parásitos y empoderamiento de los derechos
civiles para que la gente honesta decida sobre su vida; sobre lo ganado y lo
donado como a cada uno le plazca.
En
verdad, los rockeros rebeldes deberían aggiornar sus vetustas letras y
canciones de protesta, dejando atrás las consignas resentidas de los ’70 que
nos trajeron a este desastre para adoptar las banderas de vanguardia de la
verdadera rebeldía revolucionaria de hoy y “hacer lío”, como sugiere el Papa,
poniéndose en serio del lado de los desposeídos y del “peligroso” (para el
establishment estatista-opresor) tándem capitalismo libertario + no violencia a
todo orden, que terminaría con sus esclavitudes.
Poniéndose
con justa indignación del lado de la libertad; de los robados, frenados y
hundidos por los vivillos corruptos de aquellas tres oligarquías simbióticas.
La
situación actual argentina, con la mayoría de los sub-40 mirando con simpatía
al modelo de Estado policial para un socialismo autoritariamente
“redistribuidor” que primero los embrutece y luego una y otra vez los usa y
empobrece, revela ignorancia; y una triste orfandad ideológica presta a ser
llenada.
Es
más: la juventud ha acumulado creencias sobre la injusticia que validan, otra
vez, la violencia.
Es
por tanto un gran desafío, aceptado por los libertarios, la necesidad de un
manejo comunicacional (y a largo plazo, educativo en valores) que ilustre al
soberano y que cambie sus expectativas. Así como la conveniencia de proponer un
proyecto social inspirador que vaya más allá del mero crecimiento económico
(que en el modelo libertario podría ser enorme) para que no se replique aquí el
paradójico… “caso Chile”.
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