Enero
2020
Otra
vez. La matriz barbárica del pobrismo peronista y su Estado policial otra vez
encumbrada en el poder, asegurando la continuidad de nuestra decadencia por
otros 4 años. Estado policial que es la única forma de sostener un modelo social-fascista
tan injusto y violentador como carente de futuro. O como bien consignó alguien
hace un par de meses, otra vez la descarnada realidad de los peores crápulas
empinados a un poder longevo y bestial.
Porque
verdad como pocas es que los peronistas han fatigado la infamia a lo largo de
las últimas 7 décadas. Un ex gobernador y senador violador, además de corrupto,
es sólo un ejemplo entre mil de similar catadura entre los dirigentes de ese
espacio político mas… ¿quién votó a la bestia? ¿quién apoyó en el cuarto oscuro
a el/la que mató al fiscal Nisman? Sin duda otro “conciudadano” de entre los
12.473.000 que optaron por el kirchnerismo en Octubre, escupiendo en la urna las
tenebrosas carcajadas de un idiotismo criminal.
Es
la confirmación del viejo síndrome argento de la mujer golpeada, que volvió
bajo la forma de millones y que una y otra vez consiente y hasta disfruta del
cínico, violento Sodoma de su propia degradación.
“Cada
vez que te encuentres del lado de la mayoría, es tiempo de hacer una pausa y de
reflexionar”, dijo un ya sabio Mark Twain. Cosa invariablemente cierta en
política; en la democracia delegativa de masas o partidista actual que, muy
lejos de su ideal ateniense y de acuerdo con la respetada filósofa Diana Cohen
Agrest, siempre desemboca en una aporía o contradicción irresoluble consistente
en que el representado, llevado por las promesas, vota equivocado porque el
representante, en cuanto asume el poder, deja de representarlo para
representarse a sí mismo.
Cada
día más alejados de aquel ideal democrático del ágora y la asamblea real de los
ciudadanos ilustrados, devenimos en una versión moderna de los esclavos o siervos
de la gleba medievales a quienes se les quitaba cada año el 50 % de su
producto, cifra curiosamente coincidente con la de la brutal confiscación
impositiva que cae como yugo de quebracho sobre la cerviz nacional, frenándonos.
Se
trató antes y se trata hoy del sometimiento servil a los integrantes de gobiernos
corruptos e incompetentes que, con honrosas y breves excepciones, nos hundieron
en la pobreza enriqueciéndose. Como está a la vista.
Cada
vez con mayor frecuencia la política y los políticos no sólo contribuyen al
problema: son el problema.
Como
lo demuestran de manera palmaria las recientes declaraciones del senador
ultrakirchnerista Carlos Caserio para quien la clase política no es la que debe
hacer el esfuerzo que nuevamente se impone, como sí debe hacerlo la gente “normal”,
sino que está para otra cosa: para dictarle a esa gente cómo hacerlo.
En
un contexto donde cada legislador cuesta a los argentinos 10 (diez) veces más
-en euros- de lo que cuesta a cada español mantener uno y donde acaban de
legislarse impuestazos que agravan la ya confiscatoria presión tributaria, estas
palabras suenan a cachetazo contra quienes trabajan, producen y pagan; a descarada
imposición de amo a esclavos; de cafisho a meretrices; a burla
insoportable y al más crudo desafío al espíritu constitucional.
Suenan
a justa rebelión fiscal y penal de mansos saqueados e insultados contra
parásitos soberbios y saqueadores, que retrotrae rápidamente a la Bastilla, al filo
de las guillotinas, a la indignación o al “…o juremos con gloria morir”.
Este
es el resultado de permitir de hecho y lo que es mucho peor conceptualmente
que otro, usualmente más ignorante y resentido, decida cómo he de vivir. Que un
tercero, muy posiblemente responsable de su mala situación por décadas de
mal-voto propio o de sus padres, decida qué ruinosas reglas debo forzadamente
acatar… para seguir hundiéndome con él.
Es
el resultado de ser mentalmente esclavos. Siervos de la gleba en el siglo XXI que
con igual mirada bovina y cerebro colonizado que sus pares del medioevo se
resignan a su suerte y nada hacen por mejorarla, siquiera sea pensando en sus
hijos y nietos.
Ya
no son los reyes absolutistas, la nobleza feudal ni el terror religioso los que
dominan, claro; las oligarquías vampiras que lucran a costa del inmenso resto
son hoy la corporación política, la sindical y la de los empresarios
prebendarios; las tres en aceitada omertá y coordinación.
Las
mentes esclavas son el mal de nuestro tiempo y el veneno socialista del
pobrismo clientelar, la droga que las mantiene dopadas en cautiverio.
Atruenan
las palabas de Mark Twain, más obvias aún en sociedades como la nuestra con tan
alta proporción de incultura y falta de ética, legado (junto con la
proliferación de villas miseria) de más de 7 décadas de predominio básico del
manual justicialista.
La
fracción relativamente sana de nuestro pueblo, las 12.898.000 personas que en
Octubre votaron divididas por Macri, Lavagna, Espert o Gómez Centurión, deberían
abrir sus mentes con la misma valentía que tuvieron nuestros padres fundadores en
1810. Y como ellos, contra toda probabilidad, abrazar hoy las ideas humanistas
de la cooperación libertaria. De la economía participativa y de la función
social empresaria liberada de trabas y tributos en tanto cauces efectivos de un
capitalismo de vanguardia.
Ser
revolucionarios en serio, barriendo a corruptos, inútiles, vagos ideologizados
y demás parásitos sociales con la implementación gradual pero firme de
instituciones eficaces en todo sentido, de bajos costos reales ajustados a la
competencia. Lo que implica abrir mentes
y legislación a la privatización gradual
-inicialmente parcial- de costosísimas “vacas sagradas” como la justicia (generalizando
los mecanismos de mediación) o la educación pública (con vouchers co-aplicables
a la educación privada en simultáneo con la descentralización académico-económica
de todas las escuelas estatales posibles, con participación de sus directivos y
docentes) entre otras como seguridad, previsión o salud.
Una
revolución de verdad, que implique que las partidas presupuestarias que se
vayan ahorrando se apliquen directamente a la rebaja de impuestos para así
poner “ plata en el bolsillo” de los argentinos. Sólo que esta vez, dinero
genuino; billetes que podrían usar para empezar a elegir y pagar (a
diferencia de lo actual) sólo por lo que usan; servicios de mejor nivel en
todas las áreas de sus vidas.
Generando,
además, nuevo empleo bien pago para los trabajadores que vayan abandonando el
ámbito estatal.
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