Abriendo el Paracaídas


Agosto 2020

Muestra de los resultados del sufragio disolvente emitido en Octubre pasado, es el cinismo de pretender impunidad para los corruptos tras causar gravísimos daños a millones de honestos planes de vida de terceros.
Hablamos del ya naturalizado “voto delincuente” emitido en favor de criminales probadamente culpables, de sus cómplices y laderos oportunistas.
Profesada por no menos del 33 % (48,24 % en la última elección) de nuestro electorado, es la misma posición que avala la discriminación ideológico-impositiva, el rencor ignorante en modo “tribu”, el rechazo al mérito, la venganza envidiosa, el besamanos y sumisión a mafiosos/as, la resignación de todo sueño de elevación honesta y en general la actitud política del “perro del hortelano”. 
Ideas madre que dan fuerte sentido de pertenencia a un colectivo lanzado tras una suerte de atávico efecto manada, que potencia lo irracional a volandas de una emotividad ladina y, como tal, manipulable.
Pulsiones socialmente dañinas si las hay,  motoras del inverosímil sistema anti republicano que nos rige. Y comportamientos, todos, decididamente apoyados en el lado B (el más ruin) de la inmutable naturaleza humana.

Algo tan claro y archiprobado como que este modelo destruye año por año y parte por parte el delicado orden de las libertades y responsabilidades individuales, no como jalones del avance hacia un nuevo amanecer más justo (el del relato peronista) sino como retroceso hacia la barbarie y la miseria. Las de la realidad de pasadas centurias y milenios de inmovilismos y servidumbres sociales sin escape, anteriores a la ilustración racional-liberal de los siglos XVIII y XIX que diera forma -y poder- a las clases medias a expensas de las castas privilegiadas del mercantilismo; de su infame sistema proteccionista, impositivo y reglamentario.  

El antídoto para estas y otras pulsiones destructivas e irresponsables se llama, justamente, responsabilidad.
Responsabilidad personal inherente a nuestro lado A (el más virtuoso) que junto a la competencia honrada, limpia de hijos y entenados, es el freno natural a la barbarie del fiscalismo policial y a la miseria de la ideología pobrista que hoy nos azota. Una solución hasta ahora desechada.

Desechada por una mayoría que no es el todo, por suerte. Porque la grieta que el común de la gente empieza a percibir como disolvente, nos despierta a la dura realidad de un país fallido; uno donde las columnas troncales que sostienen el contrato social se desmoronan a la vista de propios y extraños. Porque lo cierto es que la Argentina ya no califica como república real: con pandemia o sin ella, lo que vivimos no es más que una parodia de cartón pintado.
Tras un proceso de décadas prohijado por Cortes Supremas que no estuvieron a la altura y donde los populistas poco a poco y recorte a recorte pintaron la cara al resto, la Constitución Nacional es hoy letra muerta en su mandato más fundamental: el de la protección del derecho de propiedad y disposición, padre y basamento de todos los demás derechos, incluidos los humanos. Y derecho madre, por supuesto, de toda inversión productiva; de todo trabajo edificante; de toda justicia, educación, seguridad, salud  y previsión que merezcan ser vividas.
Vivimos los inicios de un Estado fallido, incierto titular de una soberanía nacional asaz devaluada.
Ni siquiera podemos remitirnos a un proyecto de nación que tenga consenso general o hermandad de destino. No hay tal norte unificador. Nunca lo hubo si hemos de ser sinceros (ni siquiera durante el apogeo argentino entre 1880 y 1930) y la triste verdad es que quienes así lo creyeron, fueron presas de un espejismo. Las hoy irremontables divergencias éticas de la grieta, que parten a la población por mitades, vienen replicándose desde 1810; y aun antes.

Consecuencia entonces del continuo sufragio pobrista que disuelve la unión y de sus previsibles -ya cercanas- consecuencias definitivas, no debería asombrarnos la idea mendocina de “independencia” o secesión regional.
Si bien la Constitución bloquea esta salida en sus artículos 5, 6, 31 o 123, no puede dejar de tenerse en cuenta el hecho de que la misma ha sido y es violada sin solución de continuidad en infinidad de otros acápites y sobrevolándolo todo, en lo que respecta al clarísimo espíritu liberal y capitalista con el que nuestros Padres Fundadores inspiradores y redactores impregnaron su parte dogmática.
Aquello de que es “letra muerta” no es letra muerta, por cierto, haciendo al menos dudosa la exigibilidad de ciertos mandatos fundantes, al tiempo que se vienen ignorando, escofinando o tergiversando desde hace mucho otros principios básicos de igual o mayor importancia relativa.

Una idea, la secesión, que no escandaliza a quienes concordamos con Albert Einstein en que el nacionalismo (como el sarampión) no es más que una enfermedad infantil de las sociedades y que lo que en el fondo importa aquí es la aceptación de la libre determinación responsable de las personas en su legítima búsqueda de la felicidad y progreso familiar sin lesión de derechos ajenos, por sobre la violencia política, económica y reglamentaria impuesta por terceros interesados.
Es cada ser humano individual como sujeto de derechos inalienables (vida, propiedad, búsqueda de la felicidad) y nunca como objeto forzado al servicio de otros, quien precede en existencia y quien autoriza en todo caso al Estado (y al gobierno) administrador. Mujeres y hombres que son en primera y última instancia los soberanos de un Estado (y un gobierno) integrado por servidores públicos, y no a la inversa. Tal el verdadero contrato social.
Todo lo demás es letra modificable, que nada tiene de más sagrado que lo antedicho, que a su vez conforma el núcleo duro subyacente a la ética del medio país que no votó por el frente kirchnerista (es decir, Macri + Lavagna + Espert + Gómez Centurión = 12.898.000 sufragios).
Ciertamente quienes tuvieron a bien votar “izquierda” real (es decir, Fernández + Del Caño = 13.034.000 individuos) conforman la otra mitad, refractaria al presupuesto ético anterior.

La idea mendocina de cortar amarras para evitar hundirse con el resto en el abismo, tiene lógica. Según una encuesta de este año, sin conocerse proyecto estimulante ni publicidad alguna a este respecto, un enorme 35 % de su población se mostró… ¡favorable al independentismo!
Señores, señoras, empecemos a abrir la mente y los paracaídas porque el cordón central productivo de nuestra Argentina (cordobeses, entrerrianos, porteños, santafecinos y parte de los bonaerenses además de los mendocinos) comienza a rebelarse en serio contra el cada vez más letal abrazo de oso de la legión de los vivillos estatistas.

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