Junio 2021
Más
allá de la grieta hay algo en lo que casi todos los argentinos coinciden: están
hartos de que su país sea cada día más pobre y violento. Y exigen acciones
visibles.
Sin
embargo si le preguntáramos a cada uno cuál es su propuesta (la meditada, no la
que surge, explosiva, de la emocionalidad más inmediata), su receta responsable
para sacar al país del marasmo, el 95 % diría que en verdad no sabría qué hacer;
cómo avanzar en la práctica con medidas concretas, sin agravar más el daño
social que nuestro Estado produjo durante las últimas décadas.
Así
y todo y según recientes encuestas, un 70 % conserva como norte la idea de que el
Estado no es el problema sino más bien la solución; la senda “anti mercado” por
donde habremos de buscar, solidariamente y sin resignar nada, la reversión de
nuestra decadencia. Ello a pesar de
tener a la vista los resultados reales conseguidos tras 100 años de votar
gobiernos que, sin excepciones, nos propusieron exactamente eso (incluidos los
de facto) a través de un “Estado presente”. Impresionante consenso negacionista
que bien califica como síndrome de Estocolmo.
Sin embargo, cambiando la consulta a algo como ¿enviaría usted a sus hijos a un colegio privado bilingüe de excelencia si pudiera pagarlo? el mismo 95 % anterior respondería con un claro sí. Casi todos prefieren la educación privada a la pública. Del mismo modo, si se le preguntase a cada argentino si se asociaría a una prepaga de medicina de alto nivel si pudiese costearlo, la respuesta sería afirmativa en similar o mayor porcentaje aún. Casi todos prefieren depender de clínicas y profesionales privados a tener que hacerlo del sistema estatal. Y si consultáramos sobre el deseo de contar con seguridad privada contratada como la que tienen barrios cerrados, algunas empresas, comercios y viviendas particulares con personal, prevención y complementos de alta tecnología, sería igualmente abrumador el porcentaje de ciudadanos que lo preferirían a su actual y exclusiva dependencia de la policía del Estado, si pudiesen solventarlo.
Tales preferencias se verían incrementadas si a la pregunta anterior se le añadieran algunos supuestos, tales como que el actual marco regulatorio para la educación privada se liberalizara derogando trabas y estatutos gremiales (mayormente mafiosos y anticonstitucionales) al efecto de permitir una mayor oferta de opciones en modos de enseñanza, planes educativos, establecimientos y alianzas con instituciones extranjeras, en verdadera competencia por contenidos, títulos y aranceles.
Como
que también se liberara el ultra regulado mercado de la medicina privada terminando
con ruinosas obligatoriedades voluntaristas para posibilitar un mucho más amplio
abanico de coberturas médicas, planes y valores con diferentes locaciones,
comodidades, segmentaciones y facilidades, con servicios tanto aquí como en el
exterior.
Y
como que se liberalizara el ultra condicionado negocio de la seguridad permitiendo
a las empresas la instalación de innovadoras tecnologías y modos de prevención
en vía pública, la portación y uso efectivo de armas avanzadas así como la
captura de delincuentes y procedimientos supra judiciales para una inmediata
devolución a la víctima, en combinación con compañías de seguros, empresas de
detención (reeducación + trabajo restitutivo) y de inteligencia privadas, tanto
locales como extranjeras.
Podríamos seguir esta argumentación discursiva con cada una de las innumerables áreas de nuestra vida en sociedad monopolizada o sobre regulada coactivamente por nuestros gobiernos pero para esos tres breves ejemplos como para todo el resto, resulta claro que la libre competencia y su consecuente diversidad de opciones son claves.
Esa mayoría de gente “harta con su realidad” coincide sin decirlo en que la actuación del Estado (en sus tres Poderes y para sus tres niveles) tomada parte por parte y rubro por rubro resulta altamente ineficiente (burocrática, lenta, complicada) y costosa (habida cuenta de los altísimos niveles de imposición, emisión inflacionaria y deuda pública) en prácticamente todo lo que encara.
En
efecto, como señaló el muy pragmático intelectual libertario David Friedman (economista
y catedrático norteamericano en derecho, hijo del premio Nobel de economía
Milton Friedman), “todo lo que el gobierno hace puede ser clasificado en dos
categorías: aquello que podemos suprimir hoy y aquello que esperamos poder
suprimir mañana. La mayor parte de las funciones gubernamentales pertenecen al
primer tipo”.
Bien
podría decirse que en la elección sobre qué clase de servicios prefiere cada particular
en su circunstancia, todo se reduce a una cuestión de costos. Si todos tuviesen
el dinero como para optar por el servicio más satisfactorio a su nivel de
bienestar, elegirían la versión privada que mejor les acomodara en cada ítem, dejando
rápidamente al “Estado proveedor” sin clientes. Una simple cuestión de efectivo
y de eficiencia, no de ideologías.
En el destino ideal ¿es posible que todos lleguen a tener ingresos suficientes como para acceder a un sistema de alto nivel de vida con “todo (o casi todo) privado”, donde cada uno pague por lo que usa y consume sin subsidiar coercitivamente a otros? ¿Es posible una Argentina casi íntegramente de clase media pudiente, con sólo un pequeño porcentaje de ultra ricos honestos y otro de desafortunados e incapaces reales asistidos a través de economía colaborativa, fundaciones y ONG privadas?
Para
empezar sabemos que el sobrecosto debido a la sumatoria de impuestos formales e
informales (inflación) más que duplica el valor de todo lo que adquirimos y que
en un hipotético contexto sin tributos todos verían doblado su actual poder adquisitivo.
También
sabemos que conjurado el atraco fiscal, las empresas ganarían y reinvertirían mucho más y que nuevos
emprendimientos aterrizarían aquí tanto de argentinos como de exiliados
fiscales de otros sitios, multiplicando la demanda de trabajo y los niveles
salariales en línea con una fuerte mejora de las condiciones laborales.
Por
tanto, enfrentaríamos un panorama de ingresos y empleos en alza y de costo de
servicios y mercancías en baja merced a una sinergia creciente entre
inversiones y competencia. Un encuadre favorable a la recuperación de las
clases medias perdidas, seguido del rápido crecimiento de este vital segmento
socioeconómico hasta alcanzar al menos al 80 % de la población.
Se
trata, desde luego, de un proceso gradual cuya viabilidad de reemplazo de lo estatal
por eficiencias dinámicas privadas libres, sustentables y socialmente
responsables, ha sido estudiada por numerosos pensadores e intelectuales de
tendencia libertaria en los últimos años. Proceso que incluye formas
innovadoras y audazmente capitalistas de solucionar nuestros cuellos de botella
en temas tales como el quebrado sistema previsional, la falta de acceso
popular a una verdadera sociedad de propietarios y a su correspondiente
seguridad jurídica, el cierre al mundo con sus protecciones siempre
discriminantes y corruptas, la sobrerregulación generalizada o las viejas legislaciones
estatutarias fascistas que asfixian nuestro sistema laboral.
Conociendo el paño, es claro que debemos apuntar a “lo imposible” si queremos lograr al menos lo posible. Tal debiera ser la base del “proyecto esperanza” que una oposición unida, apoyada por una inclusiva y poderosa Mesa de Enlace de la Argentina Productiva presente al electorado en los comicios de este año y en los del 2023.
En
cualquier caso, el impacto traumático de la implementación de formas como las
sugeridas se ha estimado en mucho menor al de los empobrecimientos forzados,
huidas y quiebras en cadena que marcan la brutal caída nacional en este mismo
año 2021. Y de la aún mayor explosión de penurias “diferidas” que se cierne
sobre nuestras cabezas superada la meta del acto eleccionario de Noviembre… y
por los siguientes dos años.
Ciertamente
nuestro Estado es parte central del problema.
Si aquel
70 % de creyentes en el “Estado presente” actuasen en defensa propia y se
sacudiesen la resignación de esclavos que los abruma entreviendo que su actitud
anti mercado es en verdad una militancia contra ellos mismos (que son el
mercado), deberían odiarlo; detestar todo lo que hace, permite o prohíbe; rebelarse contra todo lo
que falsamente representa e impugnarlo por la enormidad que les cuesta.
Sería
mucho más productivo que odiarse entre sí.
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