Julio 2023
Muchos
y documentados análisis se han hecho y mucho se ha dicho de cierto sobre el
peronismo y las razones de su perdurabilidad en el tiempo a pesar de los malos
resultados de sus diversas gestiones.
Hoy
está a la vista un nuevo desastre nacional en ítems como deuda, inseguridad,
salud y educación pública. Y en la pérdida diaria de valor del peso, causando
fuga de cerebros y una gran movilidad social descendente (pobreza) con altos
niveles generales de desesperanza, incertidumbre y desconfianza. Ítems que
posicionan con solidez al gobierno de los Fernández + Massa como el peor de los
últimos 40 años aunque conservando, según encuestas, una intención de voto de al
menos 25 %.
El que a pesar de todo existan todavía tantos argentinos dispuestos a seguir apoyando a esta dirigencia en la tarea de profundizar el pobrismo fiscalista en curso implica algunas duras certezas que no deben silenciarse.
Porque
el fallido nacional, el que la Argentina esté de rodillas, humillada frente a
países a los que antes miraba por sobre el hombro o en actitud mendicante
frente a organismos de crédito y potencias económicas de las que deberíamos ser
pares (o superiores, a esta altura) no es algo que a ellos les preocupe. Tienen
un norte distinto y no les interesa formar parte de un proyecto compartido. No,
al menos, de uno compartido con otros argentinos cuya hoja de ruta es la
Constitución; Carta Magna que desprecian; contra la que se alzan cada día a
cara descubierta.
Al
menos 8,6 millones de conciudadanos (25 % del padrón) no desean vivir en
una república con independencia de poderes. No en una con instituciones de
control imparciales en el escrutinio legal de cada uno de los actos del
gobierno, en efectiva defensa de las minorías.
Ellos
tienen un proyecto nacional distinto. Hegemónico: con los 3 poderes subsumidos en
una sola mano, electa por el simple “somos más”. Con un Estado grande,
cobijador de más y más empleados públicos que controlen y regulen al sector
privado. Que sea un férreo esclavizador de pagadores cautivos. Con impuestos sobre
minorías seleccionadas tan altos y progresivos como sea necesario, al efecto de
asegurarles a ellos y a cada vez más personas el derecho subsidiado a un ingreso
mensual suficiente, a la vivienda propia, a la jubilación y al esparcimiento. Aparte
de todos los demás derechos adquiridos sin cargo alguno de contraprestación
aparente (educación, salud, seguridad, defensa, justicia, infraestructura
etc.).
Sumatoria
de derechos que para ser efectivizados, claro, requieren de la derogación parcial
o total de derechos constitucionales anteriores de mayor entidad (derecho de propiedad
y disposición, derecho a libertades personales y de industria, derecho a
igualdad frente a los impuestos etc).
Estos derechos previos son los que nuestros próceres, sin una sola excepción, defendieron frente al poder imperial (y al de los caudillos provinciales) y cuyo mandato de estricto cumplimiento quedó definido en nuestra Constitución liberal, haciendo posible el ascenso argentino de desierto semisalvaje a potencia mundial en pocas décadas. Un sitial de riqueza y prestigio que mantuvimos con sus más y sus menos durante 80 años y que recibió el tiro de gracia durante la década de los ’40 del pasado siglo.
En
Abril del ’45 Benito Mussolini era fusilado, colgado de los pies y ultrajado en
plaza pública junto a su mujer. Caía el
fascismo en Italia al mismo tiempo que su primo nazi en Alemania pero en
nuestro país… J. D. Perón, gran protector de jerarcas fugitivos, implantaba las
ideas corporativas de su admirado Duce dando el banderazo de largada a una
decadencia cultural (aluvión zoológico), ética (sobre todo) y económica (su corolario) que sigue hasta hoy.
Su basamento,
totalmente emocional, fue lo que hasta entonces era uno de los pecados
capitales, la envidia, que pasó a ser reivindicado bajo otro nombre: “justicia
social”.
La patria
de nuestros próceres, aun hoy portadora de hondos sentimientos de orgullo
por los logros sociales de su exitosísima meritocracia, por nuestro prestigio e
influencia o por el gran poder de la moneda argentina frente al orbe nada
significó ni significa para los peronistas y sus laderos. Fueron y son
en este sentido, auténticos antipatrias.
¿Cómo
reconstruir una patria republicana en fraterna unidad con 8 millones
seiscientos mil antipatrias dentro? La respuesta más obvia es que no parece
posible.
Argentina constituye a esta altura de los acontecimientos y vista la intención de voto, un Estado fallido. Uno con al menos dos proyectos de país antagónicos; de aspiraciones totalmente divergentes. Puesta entre la espada y la pared, media población elegirá el modelo “productivista” de libre mercado y la otra mitad, el modelo “estatista” o clientelar parasitario atentos a que, según encuestas, más del 40 % sigue queriendo un Estado grande y paternalista.
Lo que nos lleva a ver con escepticismo los esfuerzos de candidatos como P. Bullrich o J. Milei por revivir la fenecida unidad nacional con un electroshock desfibrilador.
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