Tomando Conciencia

Enero 2025

 

¿Son la verdad, la honestidad y la transparencia, exigencias reales de la ciudadanía? ¿Es la no-violencia en todos los campos de la acción humana una propuesta deseable?

Se trata de demandas que aparentan ser obvias para todos aunque tal vez no lo sean tanto. Al menos no por ahora.

En verdad, tal vez las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo sean todavía el espejo íntimo de una importante fracción de argentinos. Con su imagen de ancianas bondadosas y pacíficas enmascarando una prédica violentísima (para empezar, sobre sus hijos) con aval al robo, adoctrinamiento y látigo totalitarios, ventajismo económico, ánimo vengativo contra la vida y el más oscuro rencor social disfrazado de justicia.

Una parte mayoritaria de nuestra agenda “woke”, tal como las mujeres del Colectivo de Actrices, Pañuelos Verdes y otras que en virtud de su género debieran adherir al amoroso pacifismo de una no-violencia (concepto naturalmente protector y femenino) de corte gandhiano, no adhieren en absoluto a este ideal identificándose por el contrario con féminas amigas de lo ajeno, oportunistas, mendaces y sobre todo violentas, del tipo consignado más arriba.

Se trata de un modelo de pensamiento arraigado, tras casi ocho décadas de dominio doctrinal pobrista.

Lo cierto es que en la orilla opuesta de esta agenda del no-respeto a la vida y a la propiedad, entre otras cosas, asoma otro colectivo. Uno más perspicaz y contestatario, que viene ganando la controversia cultural del siglo: la batalla por la libertad, contra la esclavitud de la pobreza.

Apoyándose en un capitalismo de altísima exigencia para el empresariado (generador inopinado -por competencia- de buenos sueldos y bienestar para los más), el libertarismo porta en el núcleo duro de su filosofía el Principio de No Agresión; la norma de no-violencia que baliza la evolución de lo humano hacia contextos más voluntarios y cooperativos; más libres tanto en lo económico como en lo cultural. En definitiva, más éticos y respetuosos de la sacralidad del individuo así como exigentes de su responsabilidad personal.

Una no-violencia práctica que implica el tránsito hacia sistemas que acaben dejando de lado todo aquello que en nuestro día a día implica inicio de agresión: fraude (mentiras y corrupciones políticas), amenazas ciertas (extorsión) o bien coerción lisa y llana en tanto modo “normal/legal” de organización comunitaria.

Por caso, si optásemos por decir la verdad y llamar al pan, pan y al vino, vino tomaríamos a los impuestos por lo que en verdad son: simple robo.

En efecto, el sentido común nos dice que todo cambio de manos bajo amenaza que afecte bienes propios es, por definición, un robo. Aquí, en la China y en Marte.

Bien advierten con impecable lógica los intelectuales ancap que la única diferencia entre un asaltante callejero y un recaudador de impuestos es que el segundo opera con una gran maquinaria burocrática y de fuerza armada por detrás (legislaturas, juzgados, policías, cárceles), apoyándolo.

Que dos, diez o cien millones de personas apoyen con sus votos a los jefes del ente recaudador y avalen sus decisiones sobre qué hacer con el efectivo obtenido no cambia en lo más mínimo la definición del hecho: ni el número condiciona la verdad ni el fin justifica los medios.

Atavismos bárbaros que todavía nos atan, nos compelen a justificar lo injustificable: a aceptar la violencia implícita en el despojo, como piedra basal de todo nuestro sistema de convivencia. Fingiendo demencia para así desconocer el séptimo mandamiento: no robarás.

Y nos adelantamos a la previsible objeción de considerar real el mítico Contrato Social supuestamente rubricado por todos a fin de evitar el “caos del anarquismo” y a la afirmación de que no es robo la exacción consentida, proponiendo el sencillo ejercicio mental de pensar en lo que sucedería si mañana se despenalizara el no pago de impuestos.

Bajemos la pistola de la nuca de los ciudadanos y en menos de 100 días obtendremos con 100 % de certeza el colapso del Estado tal como lo conocemos y el fin de sus “benéficas” funciones, aún con el más pleno conocimiento de causa por parte de los no pagadores.

Fin de ambos argumentos “fake”. Ni los impuestos son consentidos (voluntarios) ni hemos firmado contrato alguno persuadidos (por los políticos) de evitar un hipotético caos.

Por lo tanto, llamamos al pan, pan y al vino, vino cuando decimos que nuestro actual sistema de organización social se basa en la violencia “de arriba” o en la amenaza creíble de su uso, lo que es igual.

Concomitante con lo anterior, sabemos que nada que base su funcionamiento en la agresión puede ser ético ni moral. Tampoco eficiente. No, al menos, frente a aquello que base su funcionamiento en el estímulo; en el libre albedrío, en la acción voluntaria y en la responsabilidad individual.

Ciertamente los impuestos nunca fueron “el precio de la civilización” como aún hoy se pretende hacernos creer, sino más bien el timo que nos llevó por plano inclinado a la depredación y la avivada de las oligarquías dominantes.

Y tampoco el desguace del Estado en tanto institución coactivamente financiada, si es gradual e inteligente, conduce al caos, la injusticia y la miseria sino, muy por el contrario, lleva a la justicia de la prosperidad de una actividad privada de retribución contractual que bien puede reemplazar con ventaja todas y cada una de las funciones estatales útiles; en especial en nuestra era de tecnologías cada vez más extendidas, creativas, empoderadoras, personalizadas y amigables.

Como explicaba ya en 1973 el gran David Friedman (1945, economista, catedrático y autor estadounidense) “todo lo que el gobierno hace puede clasificarse en dos categorías: aquello de lo que podemos prescindir hoy y aquello de lo que esperamos poder prescindir mañana. La gran mayoría de las funciones del gobierno pertenecen a la primera categoría”.

Tomar conciencia de nuestras taras barbáricas y pavores irracionales contribuirá a acercarnos al siguiente escalón evolutivo de nuestra especie, con la vista puesta en el largo y muy largo plazo (es decir, en nuestros hijos y nietos).

No otro debería ser el norte de nuestra élite intelectual, procurando que la Argentina sea, una vez más, faro inspirador para un mundo desencantado. Uno con pocas libertades reales para la búsqueda de la felicidad y asqueado de tanta violencia mafiosa “de arriba”.





 

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