Octubre 2004
Resulta notable, incluso estimulante observar los resultados de encuestas realizadas por organismos dependientes de las Naciones Unidas, que ponen de manifiesto el descreimiento de las sociedades latinoamericanas con respecto al sistema democrático.
Sondeos de opinión realizados en fechas recientes dan cuenta de que la mitad de los ciudadanos estaría dispuesto a resignar la democracia como forma de gobierno siempre y cuando el sistema que la reemplace les asegure un mejor nivel de vida.
Lo estimulante de esta comprobación es reconocer en el sentido común de la gente la capacidad de ordenar las prioridades en su justa medida : primero el individuo y después el sistema. El individuo y no el sistema es el fin. El sistema es solo un medio para lograr en el menor plazo posible y en forma sustentable el bienestar de los individuos. El hecho de no endiosar ese sistema de gobierno y de juzgar sus bondades ateniéndose a resultados reales habla de cierta notable independencia de criterio y madurez de perspectiva, más allá de las lagunas, errores y discrepancias que generaría la subsiguiente compulsa de opiniones acerca de qué sistema se propondría como reemplazo.
Lo cierto es que la pobreza cansa. Nuestra sociedad quiere resultados, y los quiere rápido. Durante su vida, o al menos la de sus hijos.
Vislumbra que es posible tener una vida mejor, de mayor confort y seguridad, con una mejor relación esfuerzo-resultado. Al fin y al cabo, otros países lo consiguen más plenamente que nosotros.
Desde 1983 vivimos en el sistema de la democracia y sin embargo la percepción general es que pocas cosas han mejorado. Más bien se percibe que la situación es peor que antes. Tienen razón para descreer de este sistema.
Con seguridad, la democracia no es el fin del camino en la evolución de la civilización humana. Con todos sus costados negativos y legítimamente cuestionables – como quienes la ven como la tiranía de una mayoría – la democracia es hoy por hoy el menos malo de los sistemas probados en gran escala. Desde la época de las cavernas hasta aquí, las más variadas formas de opresión y tiranía han controlado de una u otra manera a los individuos reunidos en sociedades. El sistema por el cual una mayoría relativa elige a quienes decidirán por todos, se presenta a esta altura de nuestra evolución como bastante aceptable. Y evidentemente, debemos cuidarnos de no retroceder !
En el futuro, la razón y la experiencia nos llevarán a la comprensión de que la libertad es el camino, la cooperación no violenta el sistema y el ser humano individual con su bienestar el fin. Existen ciertamente avanzados sistemas teóricos que ponen toda la inercia social en estos parámetros básicos, liberando al máximo la sinergia creativa al depositar en la gente la responsabilidad del autogobierno.
Por fortuna, vivimos en un grado de civilización suficiente como para expresar libremente ideas que choquen con la corriente general de pensamiento, sin temor a la censura, la inquisición o la intolerancia violenta. O al menos así queremos creerlo. La libertad intelectual que ponen en evidencia las encuestas mencionadas, es incipiente fruto de lo anterior. Así como los antiguos pensadores griegos se cuestionaron todo antes de arribar al puerto democrático, es lícito seguir cuestionándonos todo dado que hemos aprendido que el disenso razonado es enriquecedor.
Ese futuro donde el gobierno no sea necesario es aún una utopía pero no olvidemos que la democracia también fue utopía en su momento.
Si las encuestas de marras nos sirven de disparador para pensar en las maneras de orientar nuestro sistema democrático en la tendencia de menos violencia, menos Estado y en consecuencia más bienestar individual, habrán sido útiles.
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