Septiembre 2004
Aunque la bandera de los derechos humanos y de la no violencia aparentan estar en manos de la izquierda vernácula, a poco que iniciemos un somero análisis de estas cuestiones con criterios objetivos, pondremos al descubierto otra de las falacias con que se confunde a un electorado temeroso de caer aún más por la empinada escalera de las desgracias argentinas.
En efecto. Refugio predilecto de comunistas, trotskistas y socialistas con peronistas y radicales de izquierda entre otros, los organismos defensores de los derechos humanos en la Argentina son hoy sinónimo de aquellas tendencias y se muestran a la cabeza de la protesta antirrepresiva.
Prontos al escrache y la descalificación racial e ideológica, con verba filosa y de fuerte efecto mediático, la minoría cobijada bajo el paraguas de los derechos humanos se opone sistemáticamente a todo empleo de la fuerza pública contra piqueteros y turbas amenazantes que violan, no ya leyes, sino normas básicas de convivencia civilizada.
Todos los argentinos – izquierdistas incluídos – sabemos que el verdadero móvil de estas actitudes no es otro que aportar al caos general en busca del hartazgo y la desesperación de la mayoría silenciosa y trabajadora.
Con ello se crea el caldo de cultivo para que más ciudadanos pasen a las filas de la indigencia, convirtiéndose en potenciales clientes electorales de las posiciones radicalizadas. Como corolario, en su plan A la aplicación del modelo totalitario vendría entonces por el lado de las urnas (llámese ARI , MAS, PC, PS, PO, UCR de Moreau , PJ de Bonasso etc) mientras que en su plan B, de via indirecta, la aplicación del socialismo en su versión montonera, mediante la revolución armada, vendría después de otra dictadura militar que asumiría en medio del desquicio y la parálisis económica.
La no violencia, con la cual casi todos estamos de acuerdo, se reduce para esta minoría a no reprimir a manifestantes en proceso de violación de las leyes y a no aplicar sanciones severas a los criminales.
Consideran que delincuentes y revoltosos destructores son víctimas de un sistema que los arrojó del seno de la sociedad poniéndolos en la disyuntiva de delinquir o no alimentar a los suyos. La violencia, así, no sería tal sino simple respuesta de defensa propia a una agresión anterior y por lo tanto, legítima.
Los derechos humanos de estas víctimas están por sobre otros derechos e incluyen impunidad casi absoluta.
De la simple observación de la historia, surge nítida la responsabilidad que les cabe en el desastre actual, a las ideas totalitarias que sin solución de continuidad vienen aplicándose en el pais desde el golpe militar de 1930 o para no ir tan lejos y simplificar, desde el primer gobierno peronista.
Rota la vigencia de las ideas y principios de los constituyentes de 1853, la Argentina cayó de los primeros puestos en el ranking de las potencias al fango en el que nos debatimos. Llamemos al pan, pan y al vino, vino !
Pobreza, desocupación, desnutrición, endeudamiento, corrupción, descrédito y muchas otras lacras que sobrellevamos son el resultado matemático, brutal de millones de argentinos votando este recambio de principios durante décadas.
Las dictaduras militares intermedias, asimismo, fueron fieles a este sistema pro Estado y anti individuo. De la preeminencia del reparto por sobre la creación. De lo impositivo por sobre lo productivo.
A países similares, nada de esto les sucedió, claro. Y hoy miramos desde muy abajo a sociedades que antes mirábamos desde arriba.
De manera que la agresión inicial a las víctimas más sufrientes del derrumbe nacional fue propinada por sus propios votos, los de sus padres y madres y los de sus abuelos por ambas ramas.
Puede que algunos de ellos nunca hayan visto a sus candidatos en el gobierno pero ciertamente, son muy pocos. La mayoría decidió.
La autoagresión no justifica la violencia de manifestantes, rehenes del clientelismo político y delincuentes comunes. Sus apologistas quedan asi desnudos de argumentación y a la vista del sentido común ciudadano.
El sistema que los líderes y sponsors de las revueltas nos proponen, es el mismo - aumentado y afilado – que agrede hoy con sus frutos en descomposición a sus seguidores y a todos los argentinos sin distinción.
La no violencia verdadera, no la bastarda, es lograr una comunidad donde ningún individuo ni grupo de individuos – incluyendo aquí conceptos como sociedad y Estado – esté facultado para aplicar violencia contra una persona o grupo de personas con el fin de obligarlas a hacer algo que de otro modo no harían. Engaños, fraudes, presiones, amenazas son también violencia.
Conlleva respetar el derecho individual a aportar y pertenecer al grupo de su preferencia sin amenazas de castigo, mientras su acción no vulnere igual derecho de otro a hacer lo propio. Esto es civilización !
La fuerza solo se justifica como defensa ante una agresión previa.
Como vemos, la no violencia es una bandera de los defensores de la libertad, no de los totalitarios de izquierdas y derechas.
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