Septiembre 2005
Si bien los argentinos queremos con apremio y desesperación tener en nuestro país los niveles de vida, confort, seguridad, tecnología, libertades personales, buenas jubilaciones, bajo desempleo, prestigio internacional y otros beneficios de los que gozan unas cuantas naciones, existen confusiones de base en la mayoría de nuestro electorado que han conspirado década tras década para que la nuestra no se encuentre entre ellas.
Premios Nobeles en economía y los más perceptivos estudiosos de esta ciencia en todo el mundo coinciden en concluir que el éxito económico de una sociedad responde a parámetros que ya no se discuten y que se relacionan con el grado de creatividad (ciencia y tecnología) y el grado de libertad de acción de los empresarios dentro de un sistema jurídico adecuado y respetado, para transformar esa creatividad en progreso general (trabajos bien remunerados).
Por más que lo anterior parezca una verdad de perogrullo, al persistir en la mayoría de los votantes la confusión acerca de los principios básicos que sustentan estas condiciones, nuestro país insistió, elección tras elección en consagrar gobernantes que, lejos de distinguirse como estadistas primero nos desalojaron de nuestra posición de privilegio en el concierto mundial y después nos redujeron al estado de nación mendiga y desprestigiada en que hoy nos encontramos.
Las mismas dictaduras militares sufridas son directa consecuencia de aquellas opciones que las mayorías tomaron para ellas y para las minorías que llevaron a la rastra. Así sucedió, aunque sea difícil de aceptar.
Negar todo lo anterior sería un soberbio acto de hipocresía y falso deslinde de responsabilidades al mejor estilo de la Argentina actual.
Resulta pues imperativo concientizar a la mayor cantidad de ciudadanos con derecho a voto acerca de los cimientos, las bases ineludibles de pensamiento que deben guiar su elección de las personas adecuadas si es que pretendemos salir del fango y la pobreza en que nos debatimos.
Uno de los conceptos básicos incomprendidos y más soterradamente atacados es el concepto de propiedad privada.
Es el A B C del desarrollo y la evolución pero es también una idea que concita la reacción de lo peor del ser humano. El enano fascista que los argentinos llevamos dentro se adorna de resentimiento, envidia, odio e intolerancia a la hora de justificar recortes y penalizaciones a este derecho haciéndonos olvidar que es realmente el boleto de ida hacia el progreso. Y que cuanto más se lo respete, más cómodo y veloz será ese viaje.
Efectivamente. La propiedad de una persona es una extensión de su vida.
El primer derecho humano es el derecho a disponer del propio cuerpo y por ende del producto de su esfuerzo (el trabajo).
Es tan errado y poco ético confiscar la pierna o las ideas de una persona como el producto de su esfuerzo.
Simplemente la propiedad como derecho se manifiesta a través del trabajo y forma parte de los derechos del autor de ese trabajo. Y cuando el derecho de propiedad pasa de una persona a otra ya sea por venta o por herencia, sus condiciones no cambian porque ese traspaso es fruto de la libertad de acción de su legítimo dueño, quien puede legarlo o venderlo a quien quiera. Aclarado este concepto que no puede generar dudas, se comprenderá lo siguiente.
Cuanto más irrestricto y absoluto sea el derecho de propiedad, mayores serán la creatividad, las inversiones empresarias y la demanda de trabajo.
Puede que esto genere que algunos ganen mucho, pero no debemos perder de vista el objetivo : combatir la pobreza y la exclusión social lo más rápida y definitivamente que sea posible. La envidia es mala consejera en la tarea de hacer que la mayoría mejore su nivel de ingresos.
Los gobiernos usualmente han frenado la velocidad con la que hubiéramos podido y podemos mejorar, estableciendo todo tipo de bloqueos y cortapisas a este derecho.
Impuestos de todo tipo (que son en realidad confiscaciones de una parte del fruto del trabajo de las personas), trabas y aranceles a la exportación e importación, excesivas y costosas reglamentaciones laborales, onerosa burocracia para cumplimentar infinidad de requisitos y controles, fuertes limitaciones al movimiento de los capitales, intervencionismo para influir en los mercados de precios relativos y muchas otras acciones atentan contra el derecho de propiedad y detienen con devastador impacto la rueda del progreso.
El Poder Judicial que debería protegerlo a rajatabla, falla constantemente en hacerlo y el Poder Legislativo que debería facilitar este proceso, sucumbe a la vieja tentación totalitaria de más y más reglamentos y trabas. Obviamente, los hombres están mal elegidos.
Si nos detenemos a pensar en las consecuencias de esta cadena, tal vez veamos con mayor claridad la importancia de abrir la mente de nuestros prójimos cercanos acerca de conceptos tan básicos como este.
Estaremos contribuyendo a un voto más ilustrado y a consolidar la tendencia inteligente de exigir más libertad para los ciudadanos y menos Estado bloqueador de creatividades y nuevas empresas. Estaremos trabajando en la creación de un mejor lugar para vivir para nuestros hijos y para nuestros nietos. El futuro sigue estando en nuestras manos
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