Agosto 2005
Hace algunos dias un importante periódico de circulación nacional publicó en su sección Cartas de Lectores la propuesta de un ciudadano quien con lucidez, originalidad y valentía tuvo la virtud de propiciar un debate en ese y en otros foros de pensamiento, debate que continúa en estos momentos y que está lejos de terminar.
Antes bien marca el comienzo de un largo y estimulante camino que podría conducirnos en dirección de la luz al final del lúgubre túnel en el que la Argentina se ahoga y manotea con palos de ciego desde hace décadas.
La propuesta en cuestión es sencilla : se pide la reforma del código electoral para que los votos en blanco dejen de equipararse a los votos nulos y pasen a considerarse votos positivos.
Actualmente y gracias a mañosos manejos de conveniencia política los votos en blanco no son tenidos en cuenta a la hora de determinar cómo se compone el 100 % que distribuirá los cargos en disputa. O sea, no son votos positivos y los votantes en blanco, por grande que sea su número, no forman parte de nada.
Aceptar que el voto en blanco significa que no se está de acuerdo en convalidar nombramiento alguno en representación de los votantes, implicaría entonces que el porcentaje correspondiente de los cargos electivos quedase vacante.
Los escaños vacíos representarían así con total justicia la intención de los que voten en blanco. Nadie debe arrogarse la representación democrática de quienes no quieren ser representados.
Porque quien vota en blanco prefiere que nadie lo represente, ahorrando de paso al erario los gastos que tal representación supone. Esa persona quiere ver su espacio en blanco para ser fiel a su intención real de “que se vayan todos”. Ese es su mandato soberano y quienes se creen con derecho a desconocerlo están violentando una opinión democráticamente expresada.
Si la intención del votante fuera en cambio dubitativa frente a todas las cuestiones en juego y frente a todos los candidatos ofrecidos, bien puede impugnar su voto mediante cualquiera de las múltiples opciones que nuestro sistema electoral prevé. Por no decir que podría directamente no votar.
Las consecuencias de esta posibilidad son más que interesantes.
En principio, algunas bancas vacías dentro de grandes cuerpos colegiados no harían gran diferencia con respecto al funcionamiento de la institución. Si quedaría patente, visible, la disconformidad de parte del electorado y serviría de advertencia a la clase política en general acerca de los muchos tópicos irritantes que su acostumbrado accionar nos propina.
Claro que si la tendencia crece y la insatisfacción ciudadana así expresada alcanza porcentajes elevados, las instituciones tal como las conocemos empezarían a desaparecer.
La elección de presidente, gobernadores o intendentes con apoyo explícitamente escaso daría lugar a gobiernos débiles, anémicos de representatividad. Legislaturas semivacías hablarían por si solas de la decadencia final de un sistema que violentó la voluntad y la paciencia de sus mandantes.
Pero en definitiva la gente sabe bien todo esto y si lo que en Argentina entendemos por democracia (que no es más que una parodia que se encuentra a gran distancia del deseado sistema de valores y virtudes republicanos) no la conforma, en nombre de quién podría impedirse su recambio?
El “que se vayan todos” estaría haciéndose realidad.
Los que se oponen a esta libertad de expresión agitan el fantasma de la anarquía y claman por la defensa de la democracia como vaca sagrada irremplazable frente a la dictadura sin aclarar que la única democracia que funciona es la que acompaña a un sistema de espíritu republicano de respeto estricto a los derechos de los demás (seguridad jurídica y personal, propiedad y libertad). Y que es ¡oh casualidad! la que aplican las naciones del Primer Mundo donde el liberalismo de base hace tiempo dejó de ser discutido (véase Chile, sin ir más lejos).
La defensa de la democracia se transformó aquí en la defensa de los privilegios para la casta política y sus amigos. En la defensa de la corrupción, la mafia y el patoterismo como sistema. En la defensa de la prepotencia de una mayoría cabresteada por punteros y vivillos contra minorías indefensas, expoliadas, vejadas y convertidas en patos de la boda piquetera . Y sucede finalmente, señoras y señores que una creciente cantidad de personas empieza a darse cuenta de que la palabra democracia ha sido vaciada.
La luz al final del túnel está representada por la posibilidad que se abriría de que la ciudadanía, la sociedad por si misma y sin costosos intermediarios se haga cargo gradualmente de suplir todo lo que sea menester suplir y garantizar todo lo que sea necesario garantizar a medida que la burocracia retroceda.
No deberíamos subestimar la energía, la inteligencia, la creatividad, el poder movilizador de las iniciativas individuales y grupales de cooperación voluntaria cuando las necesidades se presentan. Cuando los palos en la rueda del progreso son removidos. Cuando el aire fresco y estimulante de libertades civiles y no violencia empieza a colarse entre el tufo de una comunidad dopada.
En lugar de anarquía seríamos testigos del surgimiento de fuerzas sociales de espontánea organización privada para brindar con eficiencia y economía de recursos los servicios que una comunidad civilizada requiere. Testigos del descubrimiento de nuevas maneras de hacer las cosas liberando toda la potencia creadora de un país que, cuando se le dio la posibilidad, marcó el camino al mundo transformándose en meca de inmigrantes y emprendedores.
No. No debemos tener miedo de nuestra gente. Más bien debemos temer a nuestros dirigentes !
Aunque no lleguemos a tanto, vale de todos modos la pena opinar a favor del cambio que se solicita en las reglas de juego de nuestras elecciones. El voto en blanco es un voto sin dudas valiente y positivo. Es un voto más civil y evolucionado sin perjuicio de que a primera vista parezca lo contrario, porque apunta a la responsabilidad y a la honestidad intelectual colectiva, nociones que, estoy convencido, forman parte de las reservas morales de nuestro pueblo.
Asustar a nuestra inefable corporación política con la idea de su desempleo sería por cierto un ejercicio constructivo.
Hasta podría ser causa de su reconversión hacia la vocación de servicio, otro concepto arrumbado en el baúl de la abuela, de la época en la que Argentina era Primer Mundo.
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