Noviembre 2007
El presente de nuestra Argentina no es agradable. Muchas son las cosas que funcionan mal en nuestra sociedad.
Aunque sabemos que podríamos ser un gran país, meca de cerebros, emprendimientos de última generación y capitales de inversión a gran escala, no lo somos.
Aunque sabemos que deberíamos ser un país de altísimo ingreso per cápita, sin pobreza, de fuerte movilidad social, con infraestructura de avanzada, tecnología de punta y oportunidades de progreso para todos, no lo somos.
Aunque anhelamos ser respetados, admirados por nuestro aporte a la civilización y escuchados con atento interés por el resto del mundo, no lo somos.
La Argentina no se instalará en el lugar que la historia le tiene reservado mientras no logremos una dirigencia cuyas mentes estén en sintonía con ideas modelo siglo XXI.
Ideas en línea con los últimos avances en la ciencia de la economía del conocimiento y con una sociología que evoluciona hacia la protección y promoción de los derechos de elección individuales.
Precisamente la explicación de que nuestra sociedad se encuentre hoy sometida a una bajísima calidad institucional o escasez de inversión creativa entre muchas otras causas de decadencia es que nuestra dirigencia sigue en sintonía con un sistema de ideas y procedimientos propios del siglo pasado.
Y como la dirigencia es un verdadero “extracto” porcentual del conjunto de votantes, podemos concluir que son los ciudadanos y no meramente los dirigentes quienes imponen estas ideas anacrónicas al país.
Podría pensarse entonces que la mayor parte de los argentinos son gente malintencionada que aprovecha el secreto del sufragio para descargar impunemente lo peor de sus pulsiones negativas.
Las motivaciones del voto, así, serían sentimientos como envidia, resentimiento, complejos de inferioridad social, codicia de los bienes ajenos, impotencia por admisión de la propia ignorancia, facilismo o el terco orgullo de persistir en lo incorrecto.
O podría pensarse con una mayor dosis de optimismo que el voto mayoritario es limpio, patriótico y bienintencionado siendo solamente la falta de educación y convicciones de decidido respeto al prójimo lo que nos hace errar al blanco una y otra vez.
Se dice que los cambios de mentalidad preceden siempre a los cambios políticos exitosos. Se dice que la educación debería ser prioridad uno en el presupuesto nacional. Se dicen muchas cosas ciertas y en verdad existen algunos políticos y funcionarios dispuestos a trabajar contra los propios intereses de su corporación elevando el nivel educativo de la población.
Sin embargo y como muchos sospechan con razón, el problema no es tan sencillo. No basta con aumentar los días de clase. No basta con pagar bien a los profesores. No basta con llenar el aula de computadoras y construir nuevas escuelas. No basta con enseñar más matemática, geografía, historia, gramática o química. Ni siquiera basta con adoptar los más modernos métodos pedagógicos estimulando la participación entusiasta y la comprensión, la inclusión y contención de cada alumno individual. No.
Todo eso está muy bien pero no es suficiente para la meta de crear una Argentina que derrame prosperidad sobre sus habitantes y sea ejemplo para otras sociedades que empiezan a globalizarse. No basta para recuperar el tiempo perdido, descontar la ventaja que nos sacaron y crecer velozmente a tasas “chinas” compitiendo en un mundo cada día más interdependiente que ofrece novísimas e impensadas oportunidades.
Ese plus sagaz que necesitamos incluir en el cóctel de nuestra política educativa para preparar a nuestros niños desde el jardín de infantes hasta el posgrado universitario es algo que podríamos llamar “la esencia del éxito”.
Cada materia, desde biología a instrucción cívica, desde educación física a plástica ; cada actitud de maestros y profesores en proceso de enseñanza dentro y fuera de las clases debe estar imbuída del espíritu de civilización evolucionada necesario (casi más necesario que la materia misma) para sobrevivir, crecer y “ganar” (ser felices) como sociedad dentro del sistema que nos tocó en suerte para este siglo. El solo apuntar a ello, ya nos coloca en situación de ventaja.
¿Cuáles son los valores a inculcar? Son simples y de sentido común.
Son conceptos que están en la base de la moral y la ética de la mayoría de las personas comunes que viven de su trabajo con sacrificio, honestidad y respetando los derechos del semejante. De las personas que enseñan a sus hijos a no comenzar peleas o agredir a otros. A no engañar, trampear o robar.
Este espíritu de civilización evolucionada presupone enseñar a pensar por si mismos, a tener permanente conciencia crítica tanto sobre su persona como sobre quienes los dirigen, a exigir y dar lo suyo al prójimo respetando las reglas de convivencia, las propiedades ajenas, las diferencias físicas y culturales o las elecciones individuales de vida.
Presupone inculcar un fuerte sentido de responsabilidad de los propios actos, de asumir las consecuencias de los errores en las decisiones de vida sin hacer cargo a otros, de estar abiertos a los cambios en las relaciones del trabajo, a las oportunidades de progreso y al aumento del poder de las libertades individuales que el mundo tecnológico de este siglo reclama de las sociedades que asumen su futuro.
El gobierno estatista y controlador que hoy sufrimos en Argentina padece de una incapacidad estructural para adaptarse a estos cambios.
Volvamos a considerar serenamente nuestro próximo voto ciudadano.
Pensamientos de orientación libertaria bajo la forma de notas de opinión crítica sobre la realidad argentina. Redactados a partir del año 2004 y hasta la actualidad, la mayoría de estos artículos fueron y son publicados por periódicos zonales con independencia intelectual, en distintas provincias. Objetivo : actuar como revulsivo mental promoviendo ideas que nos conduzcan a una sociedad de capitalismo avanzado, de gran poder económico, solidaria y respetada en el mundo.
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