Diciembre 2007
El consenso universal es imposible. Hay sin embargo algunos conceptos básicos en los cuales las personas civilizadas estamos de acuerdo.
El respeto a la vida y la dignidad del ser humano deben prevalecer sobre sus violaciones, causadas por abusos de poder. El comportamiento ético (no dañar, no robar, no engañar, respetar lo ajeno etc.) debe prevalecer sobre el comportamiento contrario. La tolerancia, los acuerdos voluntarios y la no violencia deben prevalecer sobre los prejuicios, la amenaza de coacción o el uso de la fuerza como solución de controversias. La responsabilidad personal, el hacerse cargo de lo que cada uno haga, deben prevalecer sin excepciones sobre la impunidad y la irresponsabilidad.
Pero vemos gobiernos, medios periodísticos, asociaciones políticas, empresas, corporaciones y personas hipócritas que dicen cumplir y promover estos mandatos mientras a diario los pisotean con cinismo. Aquellos que violan estas normas primarias de conducta civil saben, aunque no lo admitan que algo está muy podrido en sus acciones.
Sabemos también que nada justo y duradero puede construirse sobre cimientos podridos porque el fin no justifica los medios y porque además a la larga, el crimen no paga. Hay quienes así y todo lo apoyan. Hay quienes se obstinan en construir con reglas torcidas, haciendo un mal para conseguir un supuesto “bien”. Saben en su fuero más íntimo, sin embargo, que se afanan sobre una insolente Torre de Babel cuyo destino final será, como ya va siendo costumbre, la parálisis y el derrumbe.
Vivimos en una sociedad falsa. Es falso nuestro mismísimo sistema de gobierno ya que, como todo argentino con dos dedos de frente sabe, aquí no funcionan (ni funcionaron) los delicados mecanismos de contrapeso de poderes sobre los que se basa una verdadera democracia representativa, republicana y federal. El mero acto de votar a un déspota no legitima los atropellos posteriores.
Es falsa nuestra economía, ya que se asienta sobre precios falsos conseguidos mediante un intrincado festival de subsidios cruzados. Es altamente negativo apropiarse mediante intimidación y amenaza de bienes ajenos para sostener estos subsidios, cuando dicha apropiación significa violar principios como los de propiedad privada (elevadísimos impuestos discrecionales) o de igualdad ante la ley (gravámenes especiales para algunos) saboteando de facto el ingreso de inversores al país.
Los precios falseados inducen decisiones económicas erradas que minan nuestra eficiencia productiva comprometiendo nuestro futuro, mientras las sociedades inteligentes del planeta se integran comercialmente y se globalizan en todo sentido. Es falsa la afirmación de que así se beneficia a los que menos tienen, cuando toda la experiencia mundial nos muestra que la desconexión se traduce en pérdida de competitividad y esta, en tapiarnos la puerta de acceso al mundo desarrollado, donde nuestros pobres dejarían de serlo.
Lo correcto sería dejar de expoliar y frenar la potencia innovadora del capital privado, permitiendo que la gente cobrara salarios mucho más altos, capaces de pagar precios verdaderos en rubros como energía, servicios y alimentación.
Es falso que los anacrónicos socialismos que nos gobiernan y los que (desde la oposición) pretenden gobernarnos, quieran la riqueza generalizada de nuestro pueblo. Lo que quieren es mantener el sistema de dádivas estatales que les asegura su puesto político como repartidores de lo ajeno, con todas las ventajas y poderes que esto conlleva. Lo que hacen (y proponen) para mantenerlo así, es asegurar una educación sin valores evolucionados, manteniendo al mayor número en la ignorancia y la dependencia.
Lo cierto es que los socialistas le temen al capital, a la riqueza, a la libertad de educación y de elección individuales ya que estos caminos llevan a una sociedad firmemente defensora de la no violencia y de acuerdos estrictamente voluntarios. Los repartidores de lo ajeno, desde luego, no podrían operar sin violenta coerción estatal de por medio.
Se falsea el respeto a la vida y la dignidad de nuestra gente cuando se la condena a vivir por décadas y décadas en un país empobrecido, sin las coberturas médicas, condiciones de trabajo y jubilaciones que ya podría tener (entre muchísimas otras ventajas) de haber accedido nuestra Argentina al sitio que le estaba reservado entre los países poderosos. Situación que se hubiese dado de no haber mediado los cínicos populismos que nos autoinfligimos.
Así las cosas, digamos la verdad o perfeccionemos la hipocresía cambiando la Constitución liberal de nuestros Padres Fundadores por otra a la medida de cuño totalitario. Generaciones de argentinos valiéndose del sistema democrático, han encumbrado a gente que dañó, robó, engañó y no respetó lo ajeno, muy a pesar de todas las declamaciones huecas que venimos escuchando desde niños.
Los falsarios son legión. Los idiotas útiles continúan dándoles su apoyo, codeándose entre sonrisas socarronas. Nuestros vecinos regionales y otras sociedades que antes nos miraban desde abajo con admiración también se codean entre sonrisas más socarronas aún. Ellos se alejan raudos del cartón pintado adentrándose en la economía globalizada mientras ven caer en el ranking a la otrora poderosa República Argentina.
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