Junio 2010
La causa del colapso de nuestra gran nación, lo que nos frenó y nos frena, lo que viene causando gravísimos daños a nuestro país, es la colisión entre lo que nos proponen una y otra vez los políticos de siempre y la cada vez más grave necesidad de algo inteligente, superador, evolucionado.
Entendiendo por inteligente, hoy, el aprovechamiento a fondo de la globalización y de los avances tecnológicos, insertados en una economía del conocimiento modelo siglo XXI. Tres palancas que están elevando el bienestar de pueblos con menos capacidades y ventajas comparativas que el nuestro. ¿Por qué nuestros políticos no quieren usarlas? Porque estos motores sólo funcionan bien con grandes cantidades de capital privado ingresando al circuito productivo. Un factor inalcanzable con sus anticuadas ideas basadas en el “quito, me quedo, reparto y controlo”.
Tras enterrar el inconmensurable error colectivista del siglo pasado, la experiencia empírica nos enseña día tras día, incluso observando lo que pasa con los quiebres estatales de Europa hoy, que a más libertades de opción y respeto a los bienes ajenos, se corresponde más riqueza y paz social para más personas. Y que esto choca de frente con el dirigismo reglamentarista, subsidiador, corrupto y de altos impuestos progresivos que bajo distintas denominaciones, las mayorías argentinas eligen desde hace muchas décadas.
Esta colisión entre lo que predican nuestros políticos y lo que nos conviene a todos es una tragedia atribuible a simple y masiva ignorancia. Ignorancia trabajada por estos mismos náufragos de las ideologías tóxicas del pasado (socialismo, comunismo, populismo, corporativismo) fundadas en la envidia, el robo, el odio y el forzamiento. Insistiendo en instalar aquella vieja estupidez (ya sepultada por la Historia junto con los regímenes totalitarios) de la “lucha de clases” con el individuo malo, peligroso y egoísta contra el Estado bueno, paternal y justiciero.
Estado “bueno” pero… comandado por miles de altos funcionarios de todo nivel que ¡oh! son personas con las mismas motivaciones que las demás. Esto es: conseguir tanto bienestar como puedan para ellos y sus familias. Igual que el individuo “malo, peligroso y egoísta” que no se arriesgará trabajando duramente y bancando un emprendimiento productivo si no espera, a su tiempo, conseguir un buen lucro.
Porque dejando de lado los cuentos de hadas, señoras, todos sabemos que nadie entra al gobierno para empobrecerse, perder popularidad y vivir peor que antes. El patriotismo y la vocación de servicio, señores, murieron de muerte natural hace tiempo. Probablemente entre 1910 y 1930.
Es natural que todos tengamos las mismas inclinaciones, pero existe un pequeño problema: mientras que el individuo (o el directorio de una empresa, es igual) obtiene su dinero del aporte voluntario de quienes consumen su servicio o producto, los altos funcionarios sólo pueden obtener su lucro achicando (robando con las armas del Estado) nuestra propiedad y nuestra libertad. Vale decir, nuestros bienes más preciados.
Además, el emprendedor privado debe moverse en un mundo contractual y entre reglamentos estatales tan arbitrarios como intrincados. Rebuscándoselas sin “sacar los pies del plato” so pena de terminar incriminado, despojado y preso.
Nuestros políticos no. Ellos lucran bajo otra ley, minada de fueros y omertá, haciendo crecer al Estado para llevar más y más lejos su poder (y con él su propia impunidad). Acojinados por dinero ajeno, ponen amplificador a sus cuentos de control institucional, legislativo, judicial o constitucional: partes de un juego destinado a adormecer o sobornar a los votantes que hacen este sistema posible, haciéndoles creer que mejoró la igualdad y que así se redistribuye mejor. Cuando la realidad indica que el país del trabajo no subsidiado no hace otra cosa que caminar hacia su propia ruina, bajo las órdenes de quienes no producen nada.
El cálculo costo-beneficio de esta colisión ha resultado increíblemente desventajoso para el contribuyente forzoso (el 99 % de los argentinos) tanto como para el necesitado/ignorante cautivo que sostuvo a los funcionarios, si lo medimos por sus resultados: nuestro ingreso per cápita cayó de entre los 10 mejores del mundo hace cien años al puesto número 60 o 70 actual. Fracasamos como nación. ¡Nos pasaron por arriba! Somos mucho más pobres, dependientes y “desiguales” que antes.
Lo cierto es que resulta casi imposible hacer coincidir el juego real de la democracia con lo que más conviene al pueblo (el bienestar masivo de una sociedad de propietarios).
Aunque… si existe una oportunidad, esta se encuentra en la creación de las condiciones para el ingreso de inversiones de capital productivo, de capital tecnológico, de capital cultural, educativo y humano sin trabas, como lo comentábamos al principio.
Esto significaría superar el choque frontal entre lo que conviene a los políticos de siempre y lo que conviene a la gente del llano que trabaja, produce y crea para mantenerlos.
Ya tomamos la sopa de estos vivillos durante más de tres generaciones. No sigamos siendo colaboracionistas.
No es función de esta columna indicar a nadie qué es lo que debe hacer. Antes bien sugerir repensar sobre lo que no debería.
Pero como sostiene el intelectual español Manuel Lamas “Las economías crecen y los individuos prosperan a pesar de los gobiernos, no gracias a ellos. Este antagonismo se dirime hoy entre estatistas y liberales: Estado o mercado; público o privado; planes sociales o capital; intervención o desregulación; subsidios o iniciativa; dirigismo o creatividad; masa o individuo; igualitarismo material o libertad.” A lo que nosotros agregaríamos en definitiva: continuar apoyando el forzamiento vejatorio de los mansos o intentar avanzar apoyando la no-violencia en todo el campo de la acción humana, sin excepciones.
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