Junio 2010
La palabra garca designa en nuestro lunfardo a los oligarcas que prosperan aplicando sobre sus relaciones aquel mismo término del inicio, con sus sílabas invertidas.
Todos sabemos que en nuestro bello país exportador, los productores de materias primas tributan un elevado impuesto antes de impuestos: las tremendas “retenciones” a las exportaciones. Bajo la ley “el que exporta se jode”, se los despoja de ganancias legítimas que hubieran sido reinvertidas en sus lugares de origen, tras lo cual pasan a enfrentar al igual que el resto de la población una larga lista de pagos al Fisco.
Aparte del Impuesto Inflacionario pagamos aquí un IVA muy importante, burdamente sumado sobre cada cosa que tocamos. Desde un par de zapatillas hasta el repuesto de un molino eólico. Desde un camión con acoplado hasta la vianda y el cuaderno de un escolar. Dinero restado de las manos de todos, que también podría haber sido reinvertido en sus lugares de origen a través de las decisiones individuales de compra de millones de personas; no de la decisión de un burócrata, por más iluminado que se crea.
Nuestros patrióticos funcionarios han cargado, además, impuestos fantásticamente altos sobre ciertos productos de interés masivo, como los combustibles, el tabaco, los automóviles, el fluido eléctrico, las loterías y muchos otros que resultan encarecidos, en forma artificial.
Pero todo esto constituye solamente un piso. Desde allí nuestro Estado, cual ejército de ocupación, pasa a exigir fuertes tributos permanentes para las burocracias municipales, sobre todos nuestros bienes y ganancias, sobre los ingresos brutos, sobre los terrenos y casas (otra vez), sobre los depósitos y extracciones bancarias, a través de mañosos “sellados” siempre obligatorios, sobre nuestros vehículos (otra vez, para permitirnos usarlos), sobre cualquier cosa que sea importada, sobre el trabajo en blanco o el sindicato forzoso, a través de la estafa previsional, el impuesto a la herencia y sobre muchos otros ítems tan violentadores como injustos.
Dicen que cierta vez el presidente Ronald Reagan ironizó sobre el sinsentido del Estado ordenando: “Si se mueve, póngasele un impuesto. Si se sigue moviendo, regúlese y si no se mueve más, otórguesele un subsidio”. Su ironía se cumple aquí a rajatabla.
Menos de la mitad de todo lo que generamos con grandes sacrificios queda en nuestro poder: no es que seamos un pueblo de vagos que no quieren avanzar; es que nos exprimen, nos frenan y regulan demasiado. Queda poco que podamos reinvertir y gastar para generar más riqueza social interactuando con otros conciudadanos. Ni hablar de quienes sueñan con (y precisan de) la inversión extranjera.
Todos estos impuestos son como hilos de miedo, sudor y sangre que se suman, debilitándonos entre los colmillos del Estado vampiro con la contundencia final de una yugular abierta.
Dando forma a un “capitalismo” altamente inmoral de amigos corruptos y empresas estatales deficitarias, que sólo crean riqueza suficiente para que las pandillas políticas consigan sus objetivos de más poder aplicable a impunidad, clientelismo y venganza sucia. Beneficiando a una minoría y perjudicando a la mayoría mediante la tenaza desangre - competencia desleal, aplicada sobre los negocios privados no subsidiados.
Este sistema infame y esclavista a la medida de vivos y parásitos, tranquiliza a muchos, a pesar de todo. Son los que piensan que si las cosas les salen mal, Mamá Estado vendrá al rescate pero si no van tan mal, será satisfactorio saber que están contribuyendo para auxiliar a quienes sí estén en problemas.
Desde luego no habrá rescate decente alguno porque el círculo vicioso de nuestra decadencia ya tomó la temible forma de una espiral descendente. Y aquel altruismo hipócrita falla por la base, cuando la misma gente que encadena con sus votos a toda la población en esta trampa, es la que primero procura escabullirse de Mamá Estado pagando lo menos posible y evadiendo las cargas hasta donde su temeridad se lo permita.
Es la misma gente que huye en cuanto puede de los “beneficios universales y gratuitos” ofrecidos por el gobierno, haciendo estudiar a sus hijos en escuelas privadas, asociándose a la medicina prepaga o defendiéndose mediante alguna agencia de seguridad. Servicios e innovaciones que otros argentinos ofrecen, luchando con la dificultad de tener que generar algo con la limosna que les queda tras haber sido garcados.
Lo estatal, el progresismo socialista que nos hunde, no es más que la expresión de esa oligarquía política haciéndose rica a la vista de todos y a costa de sacrificar increíbles oportunidades de creación de riqueza social, que beneficiarían a todos menos a ellos. Carcajeándose off the record de los infelices ciudadanos de toda clase que los votan y que aportan soñando con paliar desigualdades, caídas laborales y miserias ¡100 % causadas por la succión de energías creativas de nuestro propio... Estado garca!
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