Septiembre 2011
En el imaginario del común de la gente, la idea de una evolución social deseable podría ser sinónimo de seguridad económica, entendida como gran diversidad (y permanente demanda) de empleos bien remunerados, que incluyan opciones de mejora.
Así como de verdadera facilidad para iniciar emprendimientos, independizarse y poder crecer aún más en ingresos. Vale decir: sin inútiles obstáculos impositivos, pseudo legales ni crediticios.
Y con algún sistema previsional sustentable que nos devuelva la más segura y alta retribución durante nuestros últimos años, pase lo que pase.
Profundizando un poco más, también sería sinónimo implícito de un gran respeto por las ideas del prójimo, por la personal elección de sus modos de vida y por sus bienes honestamente adquiridos. Aumentando los umbrales de tolerancia, disminuyendo los de resentimiento envidioso y propiciando a todo orden la no-violencia como principio rector. Como norte inmutable de nuestra convivencia.
En síntesis, evolución social deseable sería el logro de un entorno social donde la mayor cantidad de gente, sino toda, pueda acceder a un poder adquisitivo tal que le permita las más amplias posibilidades de elección en educación, salud, justicia, esparcimiento, previsión de retiro y sobre todo protección (si es preventiva, mejor) frente a cualquier clase de agresión.
Lo que nos impide caminar hacia este paradigma no es la dificultad para hallar las soluciones más efectivas a los problemas que nos frenan. El problema es que no se entiende cuál es el problema. Porque seguimos pegados al error de creer que la base del desarrollo y el bienestar se encuentra en la distribución del ingreso, cuando el problema de comprensión con el ingreso (el de todos y el de cada uno) es que no se distribuye sino que se gana.
Distribuyendo lo cooptado a palos a nivel general lo disminuimos, mientras que quitando lastre a lo ganado voluntariamente en el nivel individual, lo aumentamos.
Y no sólo no caminamos hacia aquella evolución social deseable sino que estamos entrampados en una democracia populista de bajísima calidad republicana. Altamente ineficaz además de injusta y sólo capaz de generar un muy bajo rango de ingresos por habitante. Un sistema tramposo que niega a 40 millones de argentinos la posibilidad de ganar en serio, para después poder distribuir ese dinero sin “comisiones” estatal-mafiosas, a través de poderosos gastos en comunidad, inversiones reactivantes y ayudas voluntarias de toda clase. Porque para ser solidarios en serio hay que tener con qué.
En verdad, las soluciones que demanda la Argentina hoy requieren de un ingreso anual de al menos 45.000 dólares per cápita; más de 3 veces superior al que logra nuestra inepta dirigencia, aún con la muleta de un dólar manipulado.
Nos encontramos, qué duda cabe, en una ciénaga política tratando de caminar con el barro a la cintura y por increíble que parezca nadie parece notar que el norte idealizado de esta democracia populista, representado por las social democracias de Europa y los Estados Unidos, es -para colmo- un modelo que se hunde.
Así como J. D. Perón nos embarcara en procedimientos fascistas que naufragaban a ojos vista al cabo de la Segunda Guerra, la actual clase política nacional, sin renunciar a ese fascismo que la marcara a fuego, pretende que sigamos embarcados en sus utopías, peligrosamente infantiles, del “Estado de Bienestar”. Ni siquiera el archi eficiente e híper productivo Primer Mundo consigue avanzar, con niveles de gasto público que, como en nuestro caso, se devoran casi la mitad del Producto Bruto.
El capitalismo chino los está pasando por arriba. Con su horroroso autoritarismo estatal, pero al menos parcialmente y en lo económico, aplica con decisión las ideas-base liberales que en su momento promovieran el espectacular liderazgo científico y la riqueza de occidente. El capitalismo hindú, también con graves limitantes pero con la libertad de empresa tatuada en la frente, lo sigue de cerca. Son las locomotoras que hoy impulsan al mundo… y al “viento de cola” que seda y prolonga la agonía de nuestra ensoñación estatista.
¿No nos dice nada todo esto? Si nada de capitalismo aniquila la riqueza de una sociedad (ver Norcorea, Cuba o URSS). Si el tibio capitalismo filo-socialista del “Estado de Bienestar” se hunde bajo su propio peso a mediano plazo, aún aplicado por los supercivilizados nórdicos. Si un poco de capitalismo real está elevando hacia la prosperidad a gigantes atrasados como India y China… ¿Qué no podría hacer por nosotros un capitalismo avanzado y tecnológico sin tapujos, de siglo XXI, de sociedad abierta, bajos impuestos, pocas reglas inteligentes e inversiones por doquier?
¿Qué no podrían hacer por nosotros las novísimas aplicaciones de la eficiencia dinámica, surgiendo como consecuencia natural de los procesos de mercados así liberados, impulsadas por la capacidad creativa y coordinadora de la más moderna función empresarial, reemplazando gradualmente nuestra monstruosa fábrica de pobres estatal?
Más es más, evidentemente. Pero la cultura de la vagancia y la ignorancia, frenan. Porque podríamos dejar atrás a Brasil y México. Porque podríamos ser mucho más que Alemania o Francia. Porque podríamos humillar a los ingleses con nuestro poder económico y hacer que los kelpers pidan de rodillas su incorporación a la Argentina. Porque impondríamos respeto y cordura a los norteamericanos. Porque tenemos el potencial para ser meca mundial de cerebros innovadores y de emprendedores con ingentes ganas de trabajar, producir y ganar sin tanto peso muerto encima.
Nos preguntamos hoy si quedará fuerza entre las desperdigadas filas derrotadas del patriotismo como para promover una mega campaña publicitaria inteligente, de largo aliento, sobre todo en radio y televisión que despierte la conciencia popular sobre las oportunidades que estamos perdiendo, para cada uno y para todos.
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