Febrero
2013
Pocos
se dan cuenta de que alguien reirá de sus creencias políticas en el futuro. Un
futuro descorazonadoramente cercano, además.
Parecería
procedente prevenirse: el estado actual del conocimiento social o “democrático”
resulta en verdad digno de sorna para cualquiera que, suspendiendo por unos
minutos sus pre-juicios mentales (del tipo “el Estado es imprescindible”), se permita
una mirada objetiva sobre lo que nos rodea.
Porque,
como llegó a señalar el gran Carlos Pellegrini en un exceso de cinismo “no hay
voto más libre que el voto que se vende”.
Comprobación
profunda y terrible que marca al gen letal, nacido con el propio sistema
electoral. El mismo que nos condujo a
este presidencialismo prostituido, minado de fallos muy difíciles de revertir y
sumido en el lento proceso de su propia descomposición.
Es
dentro de este cadáver institucional donde circulan y se afanan los 40 millones
de rehenes de nuestra ex república.
Basta
abrir los ojos para observar qué tan lejos estamos (tras 160 años de intentos) de
la bella teoría constitucional, de la vocación desinteresada de servicio público,
de la intocable división de poderes protectora de minorías, personas y bienes.
No.
El control del Estado garantiza hoy y aquí riqueza personal, poder absoluto
para el reparto de cargos de fábula, empleos públicos y privilegios. Un sitio donde
negocios políticos y de empresarios cortesanos se confunden en una trenza
corrupta, que crece retroalimentándose. Y donde los “recursos” coactivos de la
nación (impuestos, emisión, deuda) son simple botín clientelar distribuible a
discreción a través de todos los niveles del gobierno.
Poca
cosa fuera de este núcleo duro realmente importa.
Estado,
votaciones, soberanía territorial, fuerzas del orden, poderío fiscal, referentes
políticos, dictado de leyes, economía digitada, gobierno… son, en el imaginario
de las multitudes que “deciden”, conceptos
aceptados que se funden y confunden.
Es
ya una obviedad que la democracia así entendida encarna, al decir de Hans
Hermann Hoppe (autor, economista, sociólogo y filósofo alemán nacido en 1949), el dios que falló.
Conclusión
que desnuda en Argentina y en algunos otros países de electorados tóxicos como
Venezuela, Angola o Irán, su cara más terminal, blanqueando la asociación
ilícita de clientes y políticos. Pero que puede verificarse hasta en Alemania,
cuna del muy europeo (y cada día más insostenible) capitalismo renano, máximo ejemplo de eficiencia en el intento de
combinar Estado benefactor con economía de mercado. Todos acaban deglutiendo su
propia y sacralizada utopía sin contemplaciones.
Cada
vez más, para la mitad honesta y creativa de nuestra población el Estado
representa una amenaza, un enemigo de sus progresos, ingresos y patrimonios. Un
ente ineficaz (improductivo, depredador, coimero), injusto (el 80 % descree de
la Justicia y de la ecuanimidad de este extraño Gran Hermano) y peligroso por
donde se lo mire. Una verdadera mafia o monopolio de forzamiento, engaño y
sobre todo… de robo a gran escala.
Para
en análisis libertario que nos identifica, no ya la palanca de algún desarrollo
social sino una fábrica de pobres funcionando “a cucheta caliente”, destruyendo
riqueza y honestidades a mayor velocidad de la que pueden ser creadas. El mal en estado casi puro.
Podemos
sonreír con el negro cinismo del prócer, porque el sistema entero es nulo de
nulidad ética absoluta. Y porque además falló miserablemente en todas las áreas,
hundiendo a más de un tercio de nuestra sociedad en un pantano criminal de
miseria y muertes evitables. De desesperante atraso con respecto a naciones como
Brasil, México, Alemania, Corea, Canadá, Francia, Japón y otras a las que, poco
antes de optar por profundizar en este tan cretino (nunca mejor adjetivado)
fiscalismo “solidario”,… ¡mirábamos de arriba! Superándolas, aunque hoy nos
parezca increíble, en niveles salariales
y en casi todas las demás variables productivas.
A
su tiempo, las fichas caerán en su sitio porque en definitiva se trata de sentido
común; de lo voluntario primando por
sobre lo coercitivo; de evolución espiritual. Del ser humano libre y
pensante imponiéndose al primate que enarbola un garrote. De que el mercado (todos
nosotros, tecnológicamente unidos por su intermedio en voto perfecto o decisión
cotidiana) castigue con pobreza y exclusión a los mafiosos que hacen fraude y atropellan,
evitando que se auto-premien con riquezas malhabidas.
Ya
que con verdadera competencia a todo nivel, franqueamos el paso a una
etapa superior: la meritocracia.
Es
el norte adonde debemos apuntar durante este interregno socializante, para dejar de ser conducidos por la fuerza y
empezar a serlo por la razón.
A
favor y no en contra de la libre-potencia creativa de la tríada invencible:
trabajo + mente + capital. Hagámoslo.
No hay otra
forma definitiva y civilizada de superar sin violencia social el odio, la
envidia y el resentimiento que emponzoñan nuestra patria: cortemos las
manos al juego monopólico del Estado y demos a todos las mismas limpias oportunidades
de prosperar a través del propio esfuerzo. Liberando a millones del “voto
esclavo”.
Para
todo lo cual no sirve seguir apoyando “oposiciones” de centro-izquierda. Empecemos a dar soporte a quienes nos
propongan razonar con más crudeza; más a fondo. A quien nos prometa más
cooperación voluntaria y menos “solución” estatal. Al político que con mayor
firmeza nos proponga quitarnos de la nuca la dura bota impositiva. La que hoy
aplasta la cara de laboriosos y honestos contra los excrementos de su
corrupción militante, siempre impune.
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