Febrero
2013
El
levantamiento juvenil de Mayo de 1968 en Francia dejó, entre otras cosas, un
legado de brillantes eslóganes que parecen pensados para nuestra Argentina de
Febrero de 2013.
Así,
consignas como “no le pongas parches, la estructura
está podrida”, “trabajador: tienes 25
años pero tu sindicato es del siglo pasado”, “prohibido prohibir” o “la
imaginación al poder” resuenan aquí con asombrosa actualidad.
Es
grave que los gobiernos kirchneristas hayan desperdiciado una década tan
favorable al país frenando y lastimando a la sociedad con su metralla de
estupideces económicas y mentiras mafiosas, pero no es menos grave la gran
desorientación en materia política de la propia ciudadanía llamada a ponerles
coto.
Una
inmadurez debida en parte al hecho de que a los partidos de oposición -para
seguir con los eslóganes- “no se les cae una idea”.
Sus
referentes se oponen, censuran e incluso advierten airadamente (desde la
inoperancia de su diseminación) al gobierno pero carecen, casi todos ellos, de
programas alternativos.
Donde
la clave se halla en la palabra alternativos.
Porque lo cierto es que sí tienen ideas, propuestas y hasta programas mas no
son una alternativa clara al sistema socializante de “Estado benefactor” que practica
el peronismo K. Dato que se traduce electoralmente en el resignado más vale malo conocido que bueno por conocer.
Puede
que nuestra “esperanza opositora” esté fraccionada en lo superficial pero
ciertamente está unida con muy leves diferencias de grado en la aprobación de
lo primordial: los lineamientos de lo que se conoce, desde hace más de 66 años,
como doctrina justicialista.
Colorido
collage de ideas orientadas a una
“tercera posición” (ni comunistas ni capitalistas), ensambladas por J. D. Perón
en los ‘40 quien bajo el lema justicia
social, independencia económica y soberanía política pretendió llevar a
cabo en nuestro país una revolución mental, social y productiva.
Un
fenomenal intento explícito de superar nuestras eternas discordias en pos de la
ansiada “unidad nacional”, a través de la cooperación de todas las clases
sociales bajo un gran Estado paternalista, subsidiador, llamado a intervenir en
todas las interacciones y necesidades particulares o de conjunto. En especial
las de índole económica.
Una
suerte de variación sobre el modelo sueco de Estado providencia (que el propio
Perón admiraba). Modelo que, como en Suecia, acabó fracasando aquí también -mucho
antes que con los super civilizados nórdicos- con más el costo de un pavoroso
lucro cesante social, verdadera mochila de arrastre en nuestra decadencia.
Sin
embargo, caído el peronismo en 1955 y a pesar de tanto relato y apronte contrapuesto,
todos los gobiernos, civiles o
militares, transitaron sus períodos sin modificar estos objetivos y presupuestos
de base. Abierta o aviesamente, todos intentaron lograr justicia social,
independencia económica, soberanía política y unidad nacional a través de las más diversas tácticas
estatistas. Con más o menos intervencionismo (y excesiva presión tributaria)
pero bloqueando siempre y sin excepciones… la llave maestra del desarrollo: una
real libertad de creación y disposición de riquezas.
Vale
decir, atemorizados de sus propios compatriotas. Desconfiados de sus
capacidades, principios y racionalidad económica. Porque un crecimiento
enérgico de bienestar y autoestima en
los más, hubiese puesto plazo fijo a sus ventajas. A su enjuiciamiento, a
su castigo y a su restitución de lo robado con corrupciones dirigistas.
Bajo
el sacro paraguas de la palabra democracia, hasta el más tonto lo
sabe, se guarecen hoy en todo el mundo “familias” fluctuantes de costosísimas mafias
parásitas, administrando territorios “blindados” bajo el sub-sistema clientelismo
soberano.
Conformando
así un ranking de gobiernos golpeadores, confiscadores (eso sí, “nacionales”),
en el que Argentina descolla.
Ahora,
si la única verdad es la realidad, entonces es tiempo de ventilar a los cuatro
vientos, sumando el poder de la informática al de la docencia y la publicidad
masivas, las conclusiones de casi 7 décadas de experiencia en nuestro fracaso como sociedad avanzada. En no
ser hoy el libre paraíso-ejemplo y meca de emprendedores que hace tan sólo 90
años el mundo entero apostaba que seríamos.
Fracasamos
en lo de la justicia social al cambiar oportunidades serias de progreso (ética
del trabajo, educación de punta, libertad de empresa, justicia real)… por
dádivas de todo tipo, insostenibles en el tiempo. Fracasamos en lo de la
independencia económica al cambiar el tremendo poder de negociación que brinda
una economía de mercado operando a escala planetaria y creando sin mordazas…
por el negocito de cabotaje con mercadito cautivo y proteccionismo sin
fin. Fracasamos en lo de la soberanía política al cambiar el sólido bienestar
popular que hubiese podido respaldarla… por ataduras, impuestos y bravatas
patrioteras “para la gilada”. Y fracasamos
en lo de la unidad nacional, como es público y notorio en esta Argentina
caníbal, tan crispada de odios y ultradividida.
La
corrección de estos fracasos y el posterior logro de los objetivos planteados (suponiendo,
para empezar, que sigamos tras esas metas de mínima tan modestas como poco evolucionadas) pasa justamente por
el “grito de Alcorta” de los dichos de aquel Mayo francés.
No
deberíamos seguir poniendo parches sobre una estructura podrida, corrupta. No
deberíamos confiar en sindicatos que, desde ideologías superadas por la historia,
frenan el avance de este siglo XXI. No deberíamos votar por gente proclive a
prohibir más que a permitir. Y sí deberíamos emular a los bisabuelos
inmigrantes que triunfaron rompiendo paradigmas asistencialistas; logrando con
su trabajo duro, tenaz e innovador que su
imaginación tomara el poder.
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