Mayo
2015
De
las alturas del hall central del edificio que la agencia recaudadora provincial
ARBA tiene en la Diagonal Norte de la Ciudad de Buenos Aires, cuelgan 8 grandes
cartelones.
Leyéndolos
podremos por fin entender que: Pagar es Contribuir, Contribuir es Crecimiento,
Contribuir es Cultura, Contribuir es Educación, Contribuir es Infraestructura,
Contribuir es Trabajo, Contribuir es Seguridad y… Contribuir es Salud. ¿Será así?
Desde
esta modesta columna quisiéramos contradecir a nuestros modernos émulos del Sheriff
de Nottingham y de sus esbirros enfrentados a Robin Hood, quien en la Edad
Media y desde el bosque de Sherwood procuraba quitarles por la fuerza lo que
por la fuerza habían ellos quitado a honestos trabajadores desarmados.
Cierto
es que la vil tarea de recaudador es una profesión que genera desprecio desde
hace milenios. Tal y como la de usurero, métier
en el que la familia presidencial argentina también es versada.
Aclaremos
primero la semántica básica, que el actual gobierno se especializa en
tergiversar: la palabra contribuir
refiere, entre personas bienintencionadas, a entrega voluntaria. Supuesto que en este caso no ocurre (bastaría
para probarlo que se despenalizara el no-pago de impuestos; en muy poco tiempo
hasta el más culposo votante de partidos de izquierda, favorable a la
imposición, dejaría de tributar). Para el caso, se trata de entregas de dinero
bajo amenaza; lo que vulgarmente se denomina extorsión o robo.
En
perfecto alineamiento con los códigos de la Mafia, el primer aserto de ARBA, “Pagar es Contribuir” debe leerse
entonces como que pagar… no es garantía
de nada en el trato entre un enorme Estado armado hasta los dientes y un
ciudadano o empresa comercial de a pie. Pero que podría significar estar un
paso más cerca de no ser vejado, embargado, confiscado y arrestado por ese
Poder.
La
segunda afirmación “Contribuir es Crecimiento”
resulta tan vana como la hipocresía de quienes redactaron la primera. Esto es
así ya que el tal crecimiento equivale a producción
real (bienes, servicios, comercio) capaz de elevar la calidad de vida de la
población a través de un aumento sustentable de sus ingresos. Y el único sector
que puede hacerlo es el privado dado que lo que el Estado “produce” (asistencialismo,
servicios e infraestructura, básicamente) adolece de alta ineficiencia crónica en
resultados, si consideramos su relación costo-calidad. La insatisfacción manifiesta
de los “clientes” cautivos de sus enormes monopolios y de la asfixiante
tributación coactiva que los sostiene nos exime de mayores comentarios.
Los
intentos públicos de creación de riqueza fueron y son simples forzamientos
contra natura, no sustentados en la racionalidad económica ni en la consecuente
conveniencia del conjunto social sino en mezquinas consideraciones políticas, de
ventaja sectorial y de corrupción (inmensos y tentadores retornos).
El
sector privado siempre pudo, puede y podrá hacer todo (si; absolutamente
todo, sin excepción) a menor precio, con mayor efectividad, transparencia y
justicia en el reparto… en las condiciones adecuadas. Esto es en competencia
limpia; sin prejuicios; sin resentimientos heredados ni supersticiones anti capitalistas.
Por
lo tanto, transferir vía extorsión dinero privado al sector público restándolo
de la reinversión productiva y el gasto familiar libremente elegido, no sólo no
es contribuir al crecimiento sino que es contribuir
al freno de la potencialidad de nuestro país para crecer elevando a todos conforme a sus méritos, sin
ventajismos ni discriminaciones. Y para poder, ahí sí, ser solidarios en serio
con quienes todavía lo necesiten.
Recordemos,
entretanto, que los políticos y funcionarios estatales no son mejores personas,
más sabias, santas ni justas que las demás. No son más competentes que el pueblo
soberano individualmente considerado, voto por voto, decisión de gasto por
decisión de gasto para decidir día por día cómo
ese dinero se multiplicará en una mayor riqueza social.
Son
capaces de las mismas barbaridades que cualquiera aunque se diferencien del
resto al actuar dentro de una organización liberada
de la norma ancestral de que robar es malo para la sociedad y conlleva castigo
(allí no consideran robo el quitar dinero por la fuerza si tal acción es rotulada
como “impuesto”). Operando en una zona liberada de las reglas de la competencia
ya que las “empresas” estatales (de Aerolíneas Argentinas a Policía Federal) no
quiebran ni afrontan las consecuencias comerciales de hacer las cosas mal. Se
limitan a extraer más dinero forzado de los contribuyentes.
En
definitiva y en el mejor de los casos, funcionarios y políticos integran un
ente liberado del tipo de normas y consecuencias (respeto por lo ajeno, competencia
comercial honesta, etc.) que impiden al resto de los mortales hacer,
justamente, barbaridades. Y es así como las hacen de manera constante, cargando
en cabeza ajena el costo de experimentos económica y moralmente ruinosos;
pérdidas que en estricta justicia… deberían asumir en forma personal.
Pesados
tributos, mayores a los que los señores feudales imponían en el Medioevo a sus
siervos de la gleba, son los que nuestro esclavizado pueblo soporta hoy: ya
alcanzan a 7 meses al año de trabajo sin paga para los que están en blanco entre
impuestos frontales, superpuestos, autocebantes y enmascarados (la inflación es
uno entre decenas).
El
hecho de que el gobierno usa muy mal ese dinero manchado de sangre, privaciones
y sueños rotos, de empleos e innovaciones productivas que nunca verán la luz,
es un dato muy real.
Contrastémoslo
con la certeza científica (si; la economía es una ciencia) de que la plena
disponibilidad a todo nivel de un mercado de capitales, grandes o chicos, es el
medio que provee los mayores y más
veloces incentivos conocidos por el hombre para el aumento de la productividad
social y para llevarnos, como consecuencia, a un genuino bienestar general
ascendente.
Y
lleguemos entonces a la conclusión de que si en verdad queremos mejorar la
cultura, el trabajo, la educación, la infraestructura, la seguridad y la salud
a las que aluden los 6 cartelones restantes, el camino no es “contribuir”
pasivamente con más impuestos sino pasar a revistar en el bando de la
Resistencia política. En el bando de los Robin Hood recargados del siglo XXI,
recuperando los dineros robados para la Corona.
Porque
cada peso que quitemos al Estado dejándolo en poder de su dueño para que lo
gaste o invierta como quiera, será un peso que multiplicará por 4 su valor en
la creación de más oportunidades de verdadera riqueza y emancipación populares.
Será
un peso cuyo destino dependerá de la decisión de todos (si; el mercado libre somos todos, no los cortesanos y
vivillos de hoy) en lugar de depender de la decisión de otra (u otro ¡por Dios!
¿quousque tandem, Catilina, abutere
patientia nostra?) burócrata ignorante de sonrisa pintada, soberbia al
canto y pretensiones de madrecita iluminada.
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