Febrero
2017
En
lo que respecta a sistemas de organización social y en palabras de Mijaíl
Bakunin (intelectual ruso, 1815-1876) “Aquellos
que reclaman lo posible, jamás logran nada. Pero aquellos que reclaman lo
imposible, al menos logran lo posible”.
Botón
de conocimiento de la naturaleza humana que termina abrochando Vaclav Havel
(político y escritor checo, 1936-2011) con su definitorio “Culturas hay muchas, pero civilización una sola: donde se respetan los
derechos individuales”.
Lo
posible. Lo civilizado. Dos conceptos que la mayoría relaciona sin mayor
análisis con el vocablo democracia.
Sin
embargo, para funcionar como método útil de ordenamiento comunitario (porque de
eso se trata; de utilidad real; sin derivas hacia la dictadura plebiscitaria,
violadora de derechos individuales), la democracia debe cumplir -al menos- 7
requisitos previos:
1)
Ciudadanía con un cierto standard de bienestar material, cultural y ético que
la haga capaz de identificar y excluir del juego a toda persona mafiosa
(corrupta, violenta, mendaz).
2)
Políticos con probada vocación de servicio y alto sentido de responsabilidad
moral, plenamente conscientes de la estricta temporalidad de sus cargos.
3)
Burocracia profesional y eficiente cuyo costo sea igual o menor a la afectación
que tal gasto cargue sobre la productividad de cada minoría activa relativa.
4)
Verdadera y profunda división de Poderes.
5)
Presupuestos equilibrados, sostenidos con tributos cuya sumatoria sea
compatible con la competitividad potencial de cada actividad.
6)
Funcionamiento
real de partidos políticos basados en plataformas de compromisos específicos,
donde se detallen acciones concretas y consecuencias esperables en cada área.
7)
Férreo compromiso de tolerancia recíproca y de respeto al espíritu y la letra
de la Constitución por parte de todos los participantes del sistema.
Está
claro que son excepción las sociedades que cumplen con los requisitos para un
funcionamiento democrático que sea beneficioso para el conjunto.
La
Argentina de comienzos de 2017 no está entre ellas y es probable que no lo esté
en mucho tiempo a juzgar por la enorme cantidad de individuos que, tenazmente y
a sabiendas, apoyaron y apoyan a políticos delincuentes violadores de los
derechos personales de la gente.
Ciudadanos
que votaron y votan contra ese núcleo vital de nuestro espíritu constitucional,
cuyo violentado bloquea (y no sólo para ellos) el logro de la primera de las
condiciones antes apuntadas.
Aparte
de los cristinistas confesos son millones los que, a no dudarlo, volverán a
hacerlo este año en un enésimo intento de timo justicialista encolumnados tras
S. Massa, R. Lavagna, F. Solá y otros ex altos funcionarios del kirchnerismo
depredador. Todos en perfecto conocimiento del “modelo” santacruceño desde el inicio mismo de sus mandatos. Sin atenuantes en su complicidad con un
gobierno -y para muestra basta un botón- que forzó la aparición de 1.200 nuevas
“villas miseria”, sólo en la provincia de Buenos Aires.
Es
por ese condicionante de voto delincuente (enemigo de la civilización; amigo de
la tribalización) que, perdido todo orgullo y a pesar de los esfuerzos del
actual gobierno no-peronista por encarrilar en algo el desbarajuste, nuestro
sistema híbrido sigue y seguirá forzando a la nación a avanzar con sobrecargas
intolerables; tosiendo, escupiendo sangre y tropezando.
Y
es por idéntica razón que Fernando Iglesias (notable periodista, escritor y
político argentino contemporáneo) reflexiona con tristeza “En esta Argentina los problemas no se solucionan; más bien se regulan,
se acompañan, se cabalgan”.
Sabiendo
que, en la mayor parte de los casos, regular un “problema” no es superarlo. Es
sólo complicarlo, cargando costos -“costo argentino”- sobre la productividad potencial
y la riqueza relativa del conjunto.
La
Argentina, una sociedad básicamente individualista, es hoy una verdadera bolsa
de gatos de intereses enfrentados y sus tres poderes estatales, pésimos
arbitradores de sus muchas diferencias.
Reclamar
lo imposible equivale a exigir que todos los problemas de nuestra sociedad se
resuelvan con la máxima inteligencia empática, celeridad y eficiencia procurando
el menor daño (o postergación de justas expectativas) posible para cada una de
las partes involucradas.
Lo
que, con acuerdo a los conocimientos conductuales y tecnológicos más
vanguardistas, a nuestro natural individualista y a la experiencia socio-económica
universal acumulada, implica maximizar las oportunidades de resolución privada e
inter-personal de conflictos y estrategias de crecimiento, minimizando la
participación mal-arbitradora del Estado, tradicional cabalgador y regulador de
problemas.
La
máxima velocidad de avance socio económico se encuentra en el “imposible”
libertario de romper las cadenas, liberando todo nuestro potencial. De confiar
plenamente en la gente democratizando hasta el hueso cada área de la actividad
comunitaria, sin excepciones.
Marcando
(un siglo después) una vez más, el rumbo del cambio a un planeta sumido en crisis existencial.
Por
ejemplo, abriendo a la participación y creatividad empresarial reductos hoy
monopólicos como la justicia, la defensa, la educación y recapacitación laboral,
la salud, la infraestructura, el sistema carcelario, la previsión y asistencia social,
la investigación o la seguridad pública entre otros. Inmensos cotos de caza
para oportunistas y corruptos que tan mal funcionan, que están tan anquilosados
y que son tan enormemente costosos, aunque ese precio se disfrace con emisión
(inflación), merma del PBI (decadencia) y deuda (hipoteca contra nuestros
hijos).
Debido,
justamente, a la ausencia de competencia. A la ausencia de sentido común y de
confianza en las propias capacidades.
He
ahí el “imposible” que debemos reclamar para acercarnos a “lo posible”,
empezando por una democracia de verdad. Modesta en sus mil frustrantes
limitaciones, pero aceptablemente útil; entendida no como Fin del Camino sino
como un paso más en el largo aprendizaje social de la humanidad.
Para
llegar por último al pleno ejercicio del libre albedrío con responsabilidad
personal en la más audaz libertad de
elección de vida, de no violencia activa y de innovación creativa. De redes de
acuerdos voluntarios, de generación de riqueza, de tecnologías revolucionarias
y de oportunidades… sin tope.
¿Acaso
debe ponérsele techo a nuestro Norte de alta civilización? La clave para
alcanzarla un día sin dar cabida a los autoritarismos, desde luego, está en
defender siempre, en cada elección y cambio de opiniones, igualmente altos derechos
personales.
No hay comentarios:
Publicar un comentario