Noviembre 2018
Nuestra Argentina figura en reportes
especializados como la tercer economía más cerrada del planeta.
Aún a casi 3 años de gobierno de Mauricio Macri
y su coalición Cambiemos, supuestamente liberal.
Se sabe, según esos mismos estudios, que el
cuartil superior de países que estuvieron relativamente más abiertos al
comercio internacional durante las últimas décadas es hoy 9 (nueve) veces más
rico (en ingreso efectivo por persona; en bienestar real) que el cuartil de
países que eligieron cerrarse más a la competencia; a la integración.
Además, tienen un sexto de su porcentual promedio
de pobreza en la cual su decil más bajo es 11 (once) veces más “rico” que su
similar de los países cerrados.
Llegamos a este sótano de réprobos planetarios
por obra y virtud del sistema de redistribución populista tantas veces
refrendado en las urnas (quitar a la producción eficiente para subsidiar a la
ineficiente), ejemplificado hoy por el referente peronista Sergio Massa, por
caso, cuando denigra al agro o por el gobernador radical Gerardo Morales cuando
propone duplicarle las retenciones. Por no mencionar más que a dos supuestos
políticos “racionales moderados”.
En rigor, todos los partidarios de modelos que
proponen mejorar el bienestar por la vía de un gran Estado empresario, proteccionista,
redistribuidor y regulador, eligen no ver
lo que está probado: que de cada peso que eroga una empresa privada promedio,
30 centavos son para inversiones mientras que de cada peso que gasta el sector
estatal, sólo van a inversiones 7 centavos. Vale decir, 300 mil pesos por cada
millón contra sólo 70 mil.
Si hablamos de eficacia en la aplicación del
dinero (siempre escaso, por definición), se trata de una regla de hierro sin
excepciones dado que el rubro “inversiones” engloba no sólo lo abonado en
concepto de tecnología, maquinarias o capital de producción sino también lo
pagado privadamente por infraestructura, seguridad, capacitación, defensa
legal, mejora social, salud y otros ítems conexos. Dejando claro que las áreas
de acción de lo particular y de lo estatal, al fin del camino acaban
convergiendo.
En definitiva, todo puede llegar a ser hecho y provisto desde arriba por el
Estado o bien por las personas desde el llano, en la sociedad contractualmente
organizada.
Al fin del día, sin embargo, la cuestión se
define en el resultado socioeconómico
logrado. En los duros hechos.
La inversión antecede a la productividad y de
esta depende a su vez la reducción de la pobreza, reducción que para ser sustentable
sólo puede basarse en el crecimiento.
Por lo comentado más arriba, a mayor
participación de lo estatal en el conjunto, menor inversión (aunque, eso sí,
mayor consumo de pan para hoy que será más hambre para mañana).
Nuestro sistema nacional-populista tan apegado
a lo estatal, resignó crecimiento en un acumulado de muchas décadas, hormigonando
así la lápida de pobreza estructural que nos aplasta (pobreza que asombra a la
región y al mundo).
Hoy el crecimiento está, a todo efecto
práctico, detenido. Sólo unos pocos sectores internacionalmente competitivos se
vislumbran con posibilidades de crecer: energía, turismo, agro, minería, tal
vez pesca… aunque el peso del Estado sobre la actividad productiva es tal
(impuestos, regulaciones, legislación laboral, crédito, etc.) que difícilmente
aparezcan, aún en dichas áreas, las inversiones necesarias en el tiempo y la escala adecuadas a una reducción seria de la
pobreza.
La pobreza cero es posible, desde luego. Y en
no demasiado tiempo.
Para conseguirla, sólo debemos maximizar la
inversión privada (nacional o extranjera, el dato no tiene la menor
importancia) minimizando al mismo tiempo la pública.
De cero a cien, la ecuación de pobreza cero cerrará a una velocidad
directamente proporcional a la del acercamiento de nuestra sociedad al punto de
inversión estatal cero y de inversión “desde el llano” cien.
Las condiciones para que ese dinero aterrice en
nuestro país son conocidas; todo argentino pensante es capaz de recitarlas y no
habremos de repetirlas aquí.
Lo que no todos saben es que la velocidad y
potencia del resultado (¿décadas o… sólo años? ¿Argentina potencia de clase
mundial o… sólo pobreza cero?) será a su vez directamente proporcional al grado
de libertades (económicas, contractuales, comerciales, culturales, sindicales,
solidarias, financieras y de todo tipo) que nuestra sociedad se atreva a
permitirse a sí misma.
A más Estado a todo nivel, menos Sociedad ofreciendo
productos y servicios (públicos y privados) innovadores. Y viceversa.
Claro que como todo estudioso actual de lo
libertario sabe, la super potencia
capaz de elevar a una sociedad hasta la estratósfera coincidirá con el punto
teórico de máxima: Sociedad cien y Estado cero. O dicho de otro modo: inversión cien, impuestos cero.
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