Norte

Octubre 2020

 

Es fácil decir qué es lo que está mal o muy mal en Argentina; señalar qué es lo que falla en nuestra sociedad.

Cualquier persona de menos que mediana cultura puede pontificar largamente sobre el pensamiento mágico, que promueve y potencia la emocionalidad de lo tribal en detrimento de la razón; y que se expresa entre nosotros a través de una espiral de fidelidades mafiosas.

Cualquiera puede perorar sobre las pleitesías crónicas acordadas a líderes sindicales, empresarios y políticos “proteccionistas” de vuelo corto, corrupto y pobrista. Sobre los votos de confianza concedidos a referentes que a lo largo de los últimos 75 años nos guiaron de la gloria y la riqueza de una economía impulsada por el mérito… a la favelización. Al desastre y al desbande propio de sistemas empujados por la dádiva discrecional.

 Aunque lo niegue, todo argentino ha podido constatar que, cancelados el pensamiento científico y la comprensión histórica (que son bases de progreso a través del uso y goce de nuestras libertades individuales), cancelado el autocontrol de la madurez cívica, grandes sectores de la población cayeron en la trampa de la victimización; de la postración demandante propia de quienes se someten políticamente a “mamás” y “papás” siempre autoritarios y maestriles a pesar de su ignorancia.

 Es así como una aturdida sociedad argentina, al igual que la clásica “mujer golpeada” (y al igual que con el síndrome de Estocolmo o el del “esclavo satisfecho”) acepta, perdona y vota mayoritariamente al justicialismo. Al peronismo golpeador, secuestrador y esclavista.Una sociedad que se torna así más y más pesimista y en tanto tal, carente de confianza. Insumo básico, por otra parte, de cualquier intento de desarrollo sustentable.

 De estas conclusiones negativas tan trilladas sobre nuestra debacle todos tienen una idea clara, lo admitan o no. Lo que pocos argentinos tienen, en cambio, es una idea clara de cómo revertir este estado de cosas. Y lo cierto es que hay más de un camino para que nuestro país retome el ascenso que nunca debió perder en los rankings de honestidad, justicia igualitaria, educación, respeto internacional y riqueza general (primeros en ingreso per cápita en 1895; entre los 7 primeros durante décadas, hasta 1945) así como en las mediciones de felicidad.

Las estrategias posibles para relanzar a nuestra sociedad pueden diferir; lo que ya no está en duda es que a) todas ellas pasan inexorablemente por el sistema capitalista y el respeto a la propiedad y b) que no pueden dejar a nadie afuera, sin su oportunidad de progreso.

 Asumido esto y aún sin saber muy bien cuál sea el camino menos traumático, resulta importante tener claro un norte. Un ideal de destino. Y apuntar alto: dadas las circunstancias, conviene recalar en el realismo no-mágico de que sólo si exigimos con tenacidad y firmeza “lo imposible” obtendremos, (eventual y gradualmente, vía votos) tan sólo “lo posible”.

Por otra parte la conclusión de la experiencia económica y conductual acumulada por la humanidad durante los últimos 8.000 años nos asegura, sin fisuras, que la velocidad de avance general y el plazo que los más postergados deberán soportar antes de acceder al bienestar dependen en altísima proporción de la decisión política y personal de aplicar una dosis más (o menos) pura y explícita de capitalismo avanzado y propiedad privada inviolable (seguridad jurídica y libertad/facilidad de comercio).

 En definitiva: nos caiga simpático o no, las vanguardias del intelecto, la ética y la moral, la más bella y perfecta utopía existente (la democracia republicana también fue una loca, improbable, peligrosa utopía en su momento) son sin duda “lo libertario”. Luminosa idea en progreso que representa lo más alto a lo que se puede apuntar hoy. Por cierto, si sólo debatimos y consideramos ciertas ideas excluyendo al resto por prejuicio, nos garantizaremos la ignorancia. 

Entonces ¿cómo se entiende “lo libertario” en la práctica, llevado al extremo ideal?

 Imaginemos por caso a la ciudad de Buenos Aires en el año 2095.   75 años después de que su entonces Jefe de Gobierno, Horacio Rodríguez Larreta, iniciara un proceso de secesión desencadenado por el hartazgo ciudadano de ver cómo el 4° gobierno kirchnerista, un postrer rejunte de delincuentes, totalitarios, mafiosos y oportunistas, intentaba la asfixia y genuflexión de la metrópoli republicana con todas las armas legales e ilegales al alcance de su neo-pobrismo represor.

Podremos entrever así una sociedad poderosa que, habiendo pasado por la etapa de Ciudad Estado independiente (como Singapur o Liechtenstein hoy), se halla en  deriva final hacia un sistema ciento por ciento libertario; exenta por fin de impuestos, de Estado, de políticos y de trabas al progreso.

Una ciudad revolucionaria;  de “riqueza libre” y profesionalmente gerenciada, enmarcada en una sociedad de propietariosPropietarios, literalmente, de su ciudad. Personas reales que firmaron un Contrato de adhesión a sus reglas y que se hicieron acreedores a acciones con derecho a voto electrónico, proporcional y regular. Voto que decide la elección de la gerencia administrativa de la urbe, conforme las (estrictas, libertarias) cláusulas contractuales voluntaria e individualmente aceptadas. Propietarios proporcionalmente dueños (y responsables) de todo. Incluidos los parques y calles, el mobiliario urbano y los edificios administrativos. Y propietarios, por supuesto, de sus propiedades y bienes particulares.

 Asistiríamos así a la visión de una “ciudad privada” (aunque abierta a todos, con condiciones), cuya organización podría equipararse hasta cierto punto con una sociedad anónima y su correspondiente estatuto. Con normas que impiden de cuajo la conformación de mafias, la asunción de ventajas, la comisión de corruptelas y la creación de empleos e institutos innecesarios con cargo a terceros. Con reglas atentas a tecnologías de avanzada, que aseguran la más amplia gama de libertades civiles, financieras, productivas, culturales y comerciales compatibles con el menor número de impedimentos.

Veríamos en la práctica el asombroso funcionamiento del factor confianza, traducido en innovaciones, emprendimientos e inversiones locales y foráneas a gran escala. Veríamos un lugar inspirador en su no-violencia donde ya no existe la pobreza ni la falta de oportunidades y donde el mérito aplicado consiguió que todo el que se lo propuso honestamente, haya logrado ingresos (sin poda impositiva) que le permiten acceder a una enorme variedad de servicios privados de alta prestación, cuyos costos se ven orientados a la baja en el marco de una competencia liberada de la carga de tributos coactivos y demás reglas distorsivas que antes operaban en favor de su ineficiencia.

Nos referimos también a servicios de excelencia en educación privada, seguridad privada de alta tecnología y prevención, justicia y avanzadas cárceles privadas, medicina privada, defensa privada con convenios con agencias privadas (también extranjeras) de alto poder de acción e inteligencia y administración privada de espacios y bienes públicos de propiedad coparticipada.

Todos ítems que los miembros, empleados y visitantes residentes de esta sociedad de propietarios pueden solventar holgadamente, habiéndose liberado del peso muerto del Estado. Con el complemento de fundaciones y becas de muchos tipos surgidas de la propia fuerza económica de la sociedad, potenciadora de la solidaridad; también privada, como siempre debió ser.

 Todos (y muchos otros) ítems de aplicación práctica profusamente estudiados desde hace décadas por grandes pensadores libertarios, de Murray N. Rothbard , Anthony de Jasay o Jesús Huerta de Soto a Hans H. Hoppe, con el capítulo local de muchos y muy calificados estudiosos; de Roberto Cachanosky y José L. Espert a Javier Milei por sólo citar algunos.

 Señoras, señores: ya lo dice el conocido “postulado de la tendencia”: lo importante es el norte. Lo demás se ordena solo en la medida que marchemos.

 

 

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