Septiembre 2023
Más
allá de que Javier Milei ostente serias fallas de carácter, tino y ponderación
y aunque no llegase (en parte por esas deficiencias) a presidirnos, nunca
terminaremos de agradecer su aporte a la difusión masiva de nuevas ideas y valiosos
conceptos pro mercado (o sea pro todos, no pro algunos), a salvo de cualquier
consideración personal.
Y más
allá también de que los libertarios aporten a corto y mediano plazo al
funcionamiento normal del actual sistema (representativo, republicano y federal
con voto directo universal) el diferencial es que ellos hunden el bisturí a
mayor profundidad que el resto.
A largo plazo, asumen que estamos embarcados en un modelo inviable. Que estamos remando, finalmente, sobre un fallido totalitario cuya evidencia más burda es la grieta moral que hace estallar cíclicamente al país. Pero que aún mal enterrando esta prueba (tras el supuesto de años de batalla cultural y productiva en pos de acabar con el multitudinario parasitismo esclavo-clientelar de empleo público + planes y su dependencia mafiosa de una legión de corruptos), tampoco se encauzará el sistema ya que son sus cimientos conceptuales los que fallan; los mismos que propiciaron a lo largo de muchas décadas el armado de nuestra particular inviabilidad
Se trata de una certeza por decantación a la que las personas instruidas no pueden escapar, a riesgo de asumirse intelectualmente deshonestas. Una que cuestiona creencias sostenidas durante toda una vida, como las que aquí se entienden por “mejor sistema” o “justicia social”.
Porque
lo que en definitiva hace ese ingenio coactivo llamado Estado (todo, aunque en
especial lo que refiere al “de bienestar”, “proveedor” o “presente”), es subsidiar
la irresponsabilidad general haciendo crecer año tras año la proporción de
ciudadanos de intelecto y ética inferior.
Si algún supuesto sostiene al sistema vigente es el de que un número mayoritario de personas ostente el suficiente nivel de inteligencia y ética como para reconocer que la vida en sociedad es, ni más ni menos, cooperación humana inteligente (valores racionales) y ética (valores cívicos).
Eso
no se ha verificado y por ello padecemos a un gran Frankenstein; un leviatán invasivo
y ultra costoso que no protege la propiedad ni promueve la libre asociatividad
en pos de la producción de riqueza sino que nos empobrece a todos. Esto es, para el lucro de 3 oligarquías enriquecidas
(sindical, política y empresauria) que nos agrietan para reinar mientras tejen
las redes de un ejército de esclavos cuyo nivel cultural y moral descienda
con cada generación.
¿A qué la dureza de las palabras “fallido totalitario”? Fallido porque la experiencia empírica, tras un par de siglos lidiando con el sistema “Estado-nación”, nos muestra que casi no hubo constitución republicana por bella e ingeniosa que fuese, que lograra encadenar al gobierno con controles, divisiones y contrapesos impidiendo al funcionariado (ejecutivo, legislativo, judicial o “autárquico”, da igual por depender sus remuneraciones del mismo ente corporativo) crecer, en uso y abuso del “soberano” pagador de a pie.
Como
era de prever, la parte vil de la naturaleza humana predominó: fue ingenuo
pretender de alguien austera, patriótica vocación de servicio público y
autocontrol, comandando una poderosa máquina coercitiva minada de potenciales
cómplices en la dispensa de discrecionalidades pseudo legales… con dinero
ajeno. Empoderar hombres o mujeres normales (no ángeles sabios) al mando de un
ingenio así esperando lo anterior fue y será irracional. En el 85 % de los
casos el poder y las tentaciones solo acentuarán sus bajezas; sus contribuciones
al fallido.
Y
totalitario porque para hacer funcionar un Estado-nación con todos sus
monopolios, privilegios y redundancias es necesario implementar un sistema de
extracción forzada (jamás voluntaria), decretando la abolición del libre
albedrío. Tanto en lo que toca al fruto del trabajo personal como a la decisión
individual de no pertenecer (en su tierra, sin tener que emigrar) a un mal
sistema decidido por otros (la minoría más pequeña es la de un solo individuo,
con igual derecho que una mayoría de millones), ni apoyar por acto,
aporte u omisión acciones derivadas de esa pertenencia que repugnen a sus
valores morales y/o éticos. Y eso, por más que choque a los demócratas mejor
intencionados, es totalitarismo.
La triste verdad es que el Estado no crea el derecho (en todo caso debería limitarse a descubrirlo) ni el orden virtuoso sino que los destruye. Subsidiar pobres con impuestos detraídos de la tasa de capitalización trae más pobreza, así como subsidiar madres solteras vulnerables aumenta su número. Razonamientos que pueden ampliarse a toda la seguridad social estatal, que constituye en sí misma y en última instancia un ataque a la institución de la familia y a la responsabilidad personal; ataque que no ocurriría en un contexto de libertades; de propiedad y libre albedrío respetados, con su consecuente riqueza generalizada.
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