Julio 2010
Lo que necesitamos, en verdad, es un gobierno que deje de explotar a nuestra economía.
Tenemos al peronismo kirchnerista que la explota con saña pero de nada vale apoyar a figuras, partidos o conglomerados opositores de reemplazo cuya intención confesa es seguir explotándola. Con menos prepotencia, con más orden en las calles y más respeto por las formas institucionales, pero sin cambiar el planteo explotador de fondo. Partidos que levantan sus voces con indignación contra efectos y síntomas (corrupción, pobreza, inflación, delincuencia, contaminación etc.) pero que dejarán intactas las causas que los generan.
Casi todos los argentinos estaríamos de acuerdo en que nuestro país tuviera poder económico, autoridad moral y fuera escuchado con respeto en el concierto internacional. En recuperar las Malvinas y convertirnos en meca de capitales, tecnología e inmigración calificada. O en que nuestra población accediera a la mejor educación, salud, seguridad y justicia disponibles en el planeta.
Para ello, estaríamos también de acuerdo en multiplicar los negocios honestos dando lugar a más empresas, emprendimientos y cooperativas de toda clase. Es decir, a que se invirtiera mucho más dinero y creatividad en actividades generadoras de más y mejores empleos.
Casi todos estamos de acuerdo en esto y en algunas otras cosas pero nos falta ser conscientes de algo: no pudimos lograrlo durante el último siglo (ni lo podremos lograr en el próximo), por la vía elegida de explotar a nuestra economía.
El planteo explotador de fondo sólo cambiará cuando la mayoría de los argentinos, votando en defensa propia, le bajen el pulgar a las variantes parasitarias para subírselo a las productivas.
Por poner un ejemplo, la vía civilizada para recuperar las islas pasa, guste o no, por la autodeterminación de los kelpers. Y estos sólo elegirían formar parte de la Argentina si nuestro país fuese más respetuoso que Gran Bretaña en ítems como propiedad a salvo del fisco, en protección de derechos individuales o en las libertades para contratar, acordar, crear, consumir y comerciar; seguridades jurídicas que harían de la nuestra una nación varias veces más rica, estimulante, poderosa y atractiva que su actual madre patria.
Lo cierto es que la ingenuidad y falta de educación de nuestras mayorías impide aquel voto popular, corrector e inteligente, que implica entender la dinámica del Estado.
La Argentina llegó a ser un gran país, a imitación de los Estados Unidos, poniendo ambos en funciones constituciones que obligan al Estado a respetar integralmente las libertades de la gente. Aunque en la realidad, esa pretensión fue igual a querer que funcione un cinturón de castidad dejando la llave en poder del usuario.
El idealismo de la teoría funcionó (en términos históricos) poco tiempo. Mientras duró, la nación del norte experimentó un aumento tan veloz de energía económica liberada y de bienestar, como el mundo jamás había conocido. Con cien años de retraso, nuestro país siguió esas cláusulas libertarias y como es sabido, su crecimiento asombró al orbe. Fuimos la segunda potencia de América y, mientras Estados Unidos se enredaba en la guerra civil, propiciando el comienzo de un intervencionismo estatal que constituiría el virus de su decadencia, nuestro país avanzó a zancadas de gigante, descontando la ventaja.
Sin embargo el caso argentino fue como un relámpago iluminando la noche: sólo un par de generaciones en la historia de nuestra sociedad (1536-2010), que en la actualidad sigue insistiendo con el corporativismo como modelo, a contramano del espíritu constitucional.
En el caso norteamericano, el mundo asiste al drama de su Estado hipertrófico, macrocéfalo, causando el debilitamiento de su vigor productivo, la mengua de su status de ejemplo de civilización en libertad y las tremendas torpezas de su actuación como gendarme del planeta.
Así las cosas, debemos usar el hambre de bienestar y la sed de justicia que nos devoran para hacer comprender a los oprimidos (que somos todos menos el gobierno, sus amigos “empresarios” con privilegios, los activistas totalitarios y los capo-mafia sindicales) el daño que nos causa esta brutal explotación de la economía por parte de los beneficiarios de nuestro sistema fascista corporativo, mal disfrazado de democracia republicana.
Como enseña el abogado, escritor y pensador argentino Carlos Mira “en la Argentina, una enorme porción del derecho general civil ha sido derogada por el derecho laboral general y este, a su vez, ha sido derogado en gran medida por los estatutos profesionales especiales. La manía fascista de dividir a la sociedad según “ramas de actividad” arruinó la idea de un orden jurídico universal para nuestra sociedad y, por ese camino, ha lesionado incluso el principio de igualdad ante la ley. Este sistema obliga a la sociedad a estar en una permanente tensión entre grupos sociales y pone al Estado (en realidad a los vivos que lo ocupan) en la situación ideal del repartidor que, como todo el que reparte, se queda con la mejor parte.” (*)
Explotando nuestra economía mediante el expediente de darle gas al enfrentamiento tribal entre sectores que exigen a Mamá Estado que los beneficie a costa de otros sectores, los funcionarios gobernantes obtienen riqueza e impunidad.
Tenemos entonces al sector explotado (los indigentes y asalariados con la inflación y otros impuestos, el agro con las retenciones, la industria eficiente con el subsidio a la otra, los desocupados con las reglas laborales sindicales que ahuyentan empleadores etc. etc.) hundiéndose en una pérdida general de competitividad, reflejada con claridad en el descenso-país.
Y tenemos al sector explotador (parásitos de ley, con “derecho” vitalicio al esfuerzo ajeno), que vive y prospera a expensas de los legítimos derechos a la prosperidad de terceros, prosperidad que sin fascismo se redistribuiría en bienestar y crecimiento, a través del consumo y la reinversión.
(*) del sitio www.economiaparatodos.com.ar
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