Agosto 2010
La riqueza económica de un país no es otra cosa que la riqueza del promedio de sus habitantes.
Se trata, empero, de un concepto relativo ya que un rico en Bolivia puede asumirse pobre si se compara con un rico en los Estados Unidos y un pobre en Italia puede considerarse rico midiéndose con un pobre de Bangladesh.
Por otra parte, los recursos naturales de un país no garantizan la riqueza del promedio de sus habitantes. Nigeria es un gran país con enormes recursos naturales, donde el ingreso promedio de sus ciudadanos es muy bajo mientras que Holanda, casi sin recursos naturales y con mayor densidad poblacional, goza de un ingreso por habitante de entre los más elevados del mundo.
Ni siquiera un buen promedio de habitantes cultos, bien alimentados, sanos, con aceptables niveles de educación secundaria, terciaria y fuerte tradición emprendedora garantizan una situación de bienestar. Como podría ser el caso de Argentina, un país que además cuenta con grandes recursos físicos, y que sin embargo no cesa de decaer en cuanta medición comparativa exista.
Aunque no siempre fue así, hoy día la nuestra es una nación relativamente pobre y lo que es peor, con tendencia hacia el empobrecimiento. Los pobres en Argentina ganan poco pero también los ricos, comparativamente, tienen bajos ingresos. Hay poco dinero efectivo, tangible, gastable en el país. Vemos con desánimo que “no nos alcanza” mientras en otras partes del planeta este dinero se genera con cierta abundancia, e incluso sobra para ahorrar, consumir y reinvertir.
El destino, está visto, pertenece a los audaces y si queremos programar un país donde el habitante promedio tenga altos ingresos (y que después cada uno haga con sus ganancias lo que quiera), debemos ponernos de acuerdo en crear riqueza con menos mezquindad; en grande; con más audacia y decisión.
Sería fácil hacerlo, si quisiéramos, porque nuestra Argentina tiene todavía 2 de los 3 factores básicos que abren las puertas, por derecha, al reparto acelerado de dinero. Y puede obtener el tercero con mera decisión política (vía presión del voto ciudadano). Porque del tercer factor, las sociedades más ricas están llenas y se hallan a la búsqueda, casi desesperada, de sitios atractivos dónde ponerlo.
Los 2 factores que tenemos son el capital humano (gente preparada y preparable) y el capital físico (recursos naturales, cierta infraestructura y ventajas comparativas). El tercer factor, el que nos falta y el más fácil de conseguir porque sólo depende de nuestra voluntad, es el capital efectivo (las inversiones en metálico).
Lléguese por la vía que se llegue, en la estación terminal del razonamiento social, la disponibilidad de dinero y el bienestar para el mayor número son simples cuestiones de capital de inversión. Razón por la cual lo que nuestros pobres (y también nuestros ricos) necesitan es un sistema de reglas que lo atraiga, lo aferre y lo multiplique sin más pérdida de tiempo.
Ese sistema ya está inventado por gente mucho más inteligente que nosotros, por supuesto, y se llama capitalismo.
Obreros con buenos sueldos, buenas casas y buenos autos, es capitalismo. Jubilados disfrutando sin apremios de sus “años dorados”, es capitalismo. Educación y servicios de salud de primera, es capitalismo. Autopistas, trenes bala, puertos ultramodernos y comunidades ecológicas, es capitalismo. Moneda fuerte para viajar y orgullo nacional detrás del poder económico, es capitalismo. Orden, respeto por lo ajeno y seguridad con tecnologías de punta… es capitalismo.
Incluso banderas socialistas como participación en las ganancias, mejor distribución de la propiedad y una más efectiva solidaridad son puro y avanzado capitalismo. En los hechos, no en los sueños. Con aportes voluntarios de tiempo, creatividad y dinero reemplazando a la ineficiente coacción estatal contra natura.
Nuestra propia historia muestra lo que toda persona sabe de antemano en lo más profundo de su mente y de su corazón: el autoritarismo económico, el dirigismo y el intervencionismo -que no funcionan sino a punta de pistola- son juegos de suma negativa. Maniatan la iniciativa privada, expulsan cerebros e inversiones, dislocan mercados, deprimen la productividad del conjunto y… galvanizan rencores.
Juegos agradables a la satisfacción del resentimiento, pero tóxicos para la elevación del espíritu y la riqueza en una sociedad.
Los monopolios estatales argentinos (seguridad, infraestructura, subsuelo, espacio aéreo, salud, jubilación, legislación, moneda, educación, reglamentarismo financiero, justicia, prisiones etc.) además, han sido y son fuente inagotable de la más ruin discriminación y de su hija: la mega-corrupción. Simplemente porque son monopolios y porque quienes los comandan no son santas ni superhombres sino débiles seres humanos.
Toda persona sabe en lo profundo, también, que el juego de suma positiva se llama libertad de empresa, se llama creatividad en competencia, se llama no discriminación ni violencia impositiva sobre el manso. Todo lo cual constituye la esencia del sistema capitalista.
A más libertad de negocios, a menos monopolio asfixiante, mayor será la lluvia de capitales de inversión. A más estatismo “protector” (léase parasitario, corrompedor, frenador), a menos confianza en la potencia creadora individual, mayor resultará la sequía de capitales de inversión. Es una ecuación de hierro.
Si existiera un pueblo con la audacia de avalar la asunción de un gobierno de verdadera pureza capitalista a todo orden, esa sociedad se convertiría en poco tiempo en una de las más prósperas y opulentas del planeta. Aunque se tratase de un arruinado país centro africano, porque el ejército global de los inversores no discrimina: sólo pide (y devuelve) productividad y seguridad.
Por entendibles motivos de “autopreservación política” los sistemas del mundo real son mixtos, reptando todos muy lejos de la pureza. Y la mixtura argentina, por su elevada dosis de estatismo, es altamente tóxica para la creación de riqueza.
Desintoxicar el sistema acercándose al juego de suma positiva implica el voto de la crónica mayoría peronista, radical y socialista pobre, en defensa propia. Fulminando a los traidores de lesa patria que sigan proponiendo el atrasismo del “Estado protector” que los pisó… fulminando su bienestar.
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