Noviembre 2012
La democracia es
un sistema imperfecto. En el mejor de los casos no más que un despotismo con
guante de terciopelo y en el peor, con guante (y máscara) de hierro. Pero
siempre un régimen fallido por lo autoritario.
Al menos para
los millones de ciudadanos cuyos candidatos no ganaron, refiriéndonos siempre a
gente pacífica y cooperativa que a nadie robó ni dañó, forzada a declarar, hacer y pagar cosas que jamás aceptaría libremente
informar, realizar ni financiar.
La bella idea de
que los perdedores están representados (y defendidos) en las comunas, en las
provincias o en lo nacional a través de sus respectivos legisladores, o la
también bella idea de contar con organismos públicos de auditoría y control o la
de tener un Estado dividido en 3 poderes independientes que aseguren los
derechos y las garantías constitucionales con ciega imparcialidad, son solo
utopías. Bellas ideas teóricas, mayormente inoperantes.
Lo real, lo de
sentido común, es la comprobación diaria de que todas esas bellas -y costosas- instituciones republicanas forman parte del mismo Estado y se
financian con los mismos impuestos, obtenidos de coaccionar a toda la
población. Y que quienes comandan ese fantástico mecanismo de relojería denominado
“el gobierno” son hombres y mujeres corrientes, con inclinaciones muy humanas. Que
desde luego están interesados en que toda esta superestructura se mantenga,
crezca, sea lo más cómoda posible para ellos… y que sigan cobrándose cada vez
más impuestos. Perfeccionando una legislación que persiga y fulmine como
delincuentes (“evasores”) a todos los que pretendan salirse de la trampera.
Que nadie se
sulfure ante los hechos, por favor. Porque las claves del fracaso argentino fueron perfectamente estudiadas hace ya… ¡2400
años! por los propios inventores del sistema.
El mismísimo
Sócrates concluyó entonces -en la primera y más clara comprensión del
socialismo- que la democracia nunca funcionaría porque la mayoría menos
creativa (con menos cultura del trabajo, diríamos hoy) siempre escogería vivir
en forma parasitaria de la minoría más creativa mediante la confiscación de su
riqueza, para distribuirla entre ellos.
A pesar de
opinión tan lapidaria, la utopía volvió a llevarse a la práctica por vez
primera en tiempos modernos cuando, a fines del siglo XVIII los estadounidenses
declararon su independencia adoptando el sistema representativo, republicano y
federal de autogobierno. Ingenio democrático anclado en una Constitución escrita, que por sus muchas
previsiones y brillantez intelectual se convirtió de inmediato en faro
ideológico para muchas sociedades con inquietudes liberadoras. Entre ellas, la
nuestra.
Íntegramente
basada en la sabia desconfianza de sus autores para con los -casi
irresistibles- poderes corruptores del Estado, se trató de un intento
consensuado por liberar la potencia creadora de las personas (procurando que
esta perdurase en el tiempo), alineado a la máxima jeffersoniana “Los dos enemigos de la gente son el
gobierno y los criminales. Atemos al primero con las cadenas de la Constitución
para que no se transforme en la versión legalizada de los segundos.”
Intento bien intencionado pero ingenuo, tal como
se vio más tarde… a pesar de lo cual en su aplicación inicial y durante los
primeros períodos, demostró como jamás en la historia la increíble potencia
creadora de riqueza de un capitalismo libertario operando con pocas trabas. Los
Estados Unidos pasaron entonces de ser una colonia semi-asfixiada bajo los
impuestos ingleses a la prosperidad general más asombrosa, en pocos años.
No otra cosa que volver al respeto de las reglas originales de ese "sistema" es, precisamente, lo que propone el movimiento Tea Party, cuya cara más visible hoy día es la del ex candidato a vicepresidente por el Partido Republicano (el congresista Paul Ryan) que contó con el apoyo de la mitad del electorado estadounidense.
No otra cosa que volver al respeto de las reglas originales de ese "sistema" es, precisamente, lo que propone el movimiento Tea Party, cuya cara más visible hoy día es la del ex candidato a vicepresidente por el Partido Republicano (el congresista Paul Ryan) que contó con el apoyo de la mitad del electorado estadounidense.
El propio Thomas
Jefferson (1743-1826), uno de los Padres Fundadores de su país, tercer presidente
constitucional y artífice fundamental de esta verdadera “Carta de Derechos” era
un ilustrado libertario. Lo mismo que sus discípulos y continuadores, los
presidentes Madison y Monroe.
A largo plazo
sin embargo, el viejo Sócrates tuvo razón y la
naturaleza humana terminó por imponerse (con constituciones o sin ellas),
ni bien se afianzó al comando de una herramienta tan peligrosa como es el monopolio armado estatal, tercerizando
el costo de sus corrupciones y aventuras.
Cierto es que
las corrupciones y aventuras humanas (económicas, organizativas, armadas etc.)
son inevitables pero deben ser pagadas con sus dineros y libertades por quienes
las encaran; no por todos. Mucho
menos obligados a punta de pistola por un gobierno que no representa sino a algunos, como sucede hoy y aquí.
Y ciertamente lo
que en tiempos de Jefferson y hasta hace unos años era otra utopía -sociedades
sin pobreza, súper avanzadas y súper ricas liberadas del peso del Estado- es
hoy teóricamente posible (y constituye en realidad una tendencia irreversible
de largo plazo) merced a un cúmulo de nuevas e impactantes tecnologías.
Como en los
campos de las comunicaciones y de la energía, áreas que son fuente de poder de
gobiernos autoritarios y que están virando (a medida que se extingue la era de
los combustibles fósiles) sus rígidas estructuras verticalistas hacia otras más democráticas
y locales, de redes horizontales inteligentes, interactivas y abiertas. Voluntariamente
cooperativas.
Libertarismo
idóneo y gradual para que nuestras mayorías despierten de su largo sopor
esclavo y fuguen de la jaula estatista. De este “planeta de los simios” donde
se encuentra varada la Argentina.
Y para que
puedan abordar, a medida que esto ocurra, la nave libertaria de los tips más
evolucionados: “…acuerda libremente con
todos y cada uno; déjalos
responsabilizarse, decidir y hacer; no los violentes…” o como decía el gran
John Lennon, déjalos ser.
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