Julio
2017
Escepticismo
y disconformidad abonan y potencian el hambre de la gente por el uso de
tecnologías informáticas que tiendan a distribuir horizontalmente el poder de
decisión sobre todos y cada uno de los aspectos prácticos de sus vidas personales.
Derechos
individuales, en definitiva, que hoy reposan en manos de un Estado
sobredimensionado e invasivo y de la sobreapoderada clase política que lo
usufructúa.
Vivimos
un proceso de cambio evolutivo de curso inevitable, que deberá llevar durante
este mismo siglo al entero sistema democrático a un replanteo drástico de todos
sus supuestos. Partidocracia de lobbies, representatividad real y atropellos de
simple mayoría incluidos.
Algo
que en sentido general fue previsto ya en Septiembre de 1787 por Benjamín
Franklin, uno de los Padres Fundadores de los Estados Unidos.
Según
una conocida anécdota, el prócer fue abordado por una mujer cuando salía del
Salón de la Independencia, al final del último día de la Convención Constituyente,
preguntándole “Bueno Doctor ¿Qué tenemos,
una república o una monarquía?” A lo que un Franklin de ceño fruncido
rápidamente respondió “Una república… si
se puede mantener”.
Aludía
así a sus reparos tras el duro prolegómeno de meses de intensas discusiones,
casi “palabra por palabra”, que concluyeron en la Constitución que más tarde
los argentinos tomaríamos como modelo y que a poco andar, en 1789, debió
modificarse con el agregado de 10 enmiendas.
Tras
los primeros abusos de poder, las mismas intentaban reforzar el preclaro
concepto de otro de los Padres Fundadores, Thomas Jefferson, quien advertía “Cuando los gobiernos temen a la gente, hay
libertad. Cuando la gente teme al gobierno, hay tiranía”.
Nuestros
avisados lectores supondrán qué fue de la Constitución, de las famosas
enmiendas y de los temores de Franklin y Jefferson. O sea, qué es hoy de la
democracia insignia. Veamos.
La
Primera Enmienda garantiza que el congreso no pueda censurar; es decir, hacer
leyes que restrinjan la libertad de expresión, religión o reunión pacífica.
Lo
que, teniendo en cuenta el abstruso y costoso reglamentarismo vigente,
empeorado después de los atentados del 11/09/01 o más aún con Trump en la
presidencia, es literalmente una broma.
Pero
más grave aún es la propia censura intra-ciudadana, bien representada por los
estudiantes universitarios que protestan con violencia contra cualquier idea
que no se ajuste a su estrecha agenda filo-socialista (de un adoctrinamiento
que pretenden sea obligatorio) y que, por tanto, consideren ofensiva.
La
Segunda garantiza que “el derecho del pueblo a poseer y portar armas, no será
infringido”.
Un
derecho importante que asegura que sea el Estado quien deba temer a sus
patrones y mandantes y no a la inversa. Derecho y reaseguro de hombres y
mujeres libres que sin embargo se encuentra bajo el fuego permanente y el
pedido de revocatoria de casi todos los medios de comunicación formadores de
opinión. Y por supuesto del Estado y sus integrantes, en la inteligencia de que
tal soberanía práctica contraría sus intereses de clase. El
propio Franklin, un visionario y sabio libertario que tenía claros los
condicionantes de la naturaleza humana y de la riqueza o pobreza de los pueblos
aclaró: “la democracia son dos lobos y un
cordero votando sobre qué se va a comer. ¡La libertad es un cordero bien armado
rebatiendo el voto!”
La
Tercer Enmienda es más pintoresca, garantizando que ningún soldado pueda
alojarse en una casa sin el consentimiento del propietario.
Algo
que en sí no está mal, aunque sea obsoleto por contexto histórico. El ejército
norteamericano nunca ha debido alojarse entre la población civil.
La
Cuarta, por su parte, garantiza que “el derecho del pueblo a la seguridad en
sus domicilios, papeles y efectos, contra registros y detenciones arbitrarias,
será inviolable”.
La
violación diaria de esta Enmienda es flagrante. Hoy día el gobierno federal
espía a todos, entra en las intimidades familiares, privadas o financieras
cuando le conviene y exige declaraciones impositivas tan invasivas e incriminatorias
cuanto abusivas, bajo amenaza de cárcel. La pesadilla del Gran Hermano está más
cerca de la realidad estadounidense que nunca antes.
La
Quinta asegura que nadie puede estar obligado a responder por las consecuencias
de un delito sin acusación del gran jurado.
Sin
embargo, Barack Obama firmó la Ley de Autorización de Defensa Nacional por la
que cualquier ciudadano puede ser detenido por militares en suelo
estadounidense sin que se requiera proceso alguno. La policía, asimismo, está
facultada a requisar teléfonos celulares y computadoras sin proceso, violando
las garantías contra la autoincriminación que esta enmienda también proveía.
Conectadas
con la anterior, la Sexta y Séptima Enmiendas garantizan en juicios penales o
de propiedad procedimientos rápidos, públicos y con jurado imparcial.
Los
centros de detención militares, el alto secreto y los tribunales especiales,
así como la nueva y atropelladora Ley Civil de Extinción de Dominio vigentes o
en gateras, dan por tierra con las intenciones protectoras de los
constituyentes para con la seguridad jurídica sin excepciones para con las
personas del llano.
La
Octava protege contra “el castigo cruel e inusual”, refiriéndose a quienes
violan leyes federales.
El
problema está en que, al momento de sancionarse, había sólo cuatro delitos
federales y ahora hay miles mientras la presión impositiva, que en aquel
entonces fluctuaba en pocos puntos del PBI, se encuentra en niveles de asfixia.
La
misma categorización actual como delitos (con muy graves penas) de acciones u
omisiones que afecten el poder de los integrantes del gobierno para financiarse
compulsivamente con la labor ajena es, a puro sentido común, un castigo cruel e
inusual.
En
cuanto a la Novena y Décima enmiendas, garantizan por su parte la limitación de
los poderes de la administración federal en favor de los gobiernos estaduales y
de las personas. Todo lo cual ha sido fuertemente revertido desde entonces (y
continúa su camino de profundización) a ojos vista.
Las
consecuencias de estas violaciones se encadenaron multiplicándose y la “Land of Free” ya no es lo que era, por
cierto. Los temores de sus próceres se vieron confirmados y esto, en cierto
modo, terminó arrastrando al resto del mundo.
Porque
el hecho de poner los derechos del Estado por encima de los derechos de la
gente -limitando sus libertades- tiene como consecuencia (costo) global la
decadencia a todo orden. Verdad válida hasta para una superpotencia.
Algo
aleccionador para nosotros teniendo en cuenta que, con sólo leer el último
informe de su Reserva Federal, inferiremos que el 72 % de las empresas de los
Estados Unidos hoy no son rentables, dato que no tiene precedentes.
Por
otra parte, el 40 % de los jóvenes de ese país siguen viviendo con sus padres,
constituyendo el porcentaje más alto de los últimos 75 años; señal muy significativa
en una economía que tampoco este año logrará arañar (siquiera) el 2 % de
crecimiento.
Los
salarios ajustados por inflación han permanecido inmóviles desde el 2009, otro dato
clave que junto al del gigantesco endeudamiento nacional, que hace años superó
la barrera de su PBI anual, no hace más que confirmar que estatismo y
centralidad regulatoria equivalen a crisis.
Las
encuestas dicen que en nuestro país el 80 % de los ciudadanos están
desinteresados de la política. No confían en su Justicia, en su Congreso ni en
sus organismos de seguridad.
Harían
bien, en todo caso, en terminar de romper con ella obligando por defecto a los
socialistas que desde todos los frentes políticos los cabalgan, a rever sus
ideas “iluminadas”, sus ansias de parasitismo social y su descarada intención
de seguir impidiendo mediante sobrepesos y frenos estatales el despegue de
nuestra Argentina.
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