Julio
2019
Impunidad
aparte, la posibilidad de que la multiprocesada y condenada Cristina F. de
Kirchner se alce con la presidencia argentina (ya sea en forma directa o por
interpósita persona) y de que sus cómplices camporistas lo hagan con la
gobernación de Buenos Aires, remite a la visión de millones de personas dejándose
empujar, arrinconar en vidas miserables, robar y hasta matar, bajo el efecto
combinado de ignorancias inducidas, miedos y sobre todo… falsas esperanzas.
Un
derrotero de entrega y fatalismo visible hoy en la huida de las garras del
siniestro SEBIN y de la ruina, vía emigración, de millones de venezolanos en diáspora.
La
extensa lista de antivalores a la que los sindicatos “docentes” de nuestro país
adscriben desde hace mucho tiempo, representan bien a ese “Socialismo Siglo
XXI” venezolano de miedos, falsas esperanzas y fatalismo al que los
kirchneristas nos deslizarán si acceden nuevamente al poder. Valores torcidos
que son el sustrato ideológico de su “núcleo duro” (unos 8,5 millones de
votantes), como parte del daño causado a generaciones de estudiantes en todos
los niveles educativos de la nación.
Daño
que básicamente continuará mientras el Estado continúe dictando contenidos
obligatorios que no adscriban con claridad meridiana a los valores de la
libertad; a los de nuestro mejor pasado alberdiano y sarmientino.
Si
no adscriben a la más absoluta responsabilidad penal, parental y económica
sobre las propias elecciones de vida. Al respeto cerval por los derechos constitucionales,
en especial el de propiedad, madre de todos los demás. Y a una Justicia de
“todos iguales frente a la ley”, en tanto único igualitarismo moralmente válido
que asegure férreamente y sin excepciones los dos supuestos anteriores.
Si
no fulminan al colectivismo parasitario, basado en la estúpida idea de creer
que se puede mejorar algo gravando y subsidiando, en una sociedad de
funcionamiento utópico donde cada uno viva del resto. Y donde todavía se crea
que el gobierno es un agregado de gente buena y sabia tratando (¡y pudiendo!)
arreglar por la fuerza y desde arriba, los problemas de todos.
Si
no adscriben al emprendedorismo, a la innovación, al ahorro para inversión y
vejez, al esfuerzo educativo, laboral y cultural, a la constante del cambio
tecnológico, a la plena integración con el mundo, a la total libertad sindical
y sobre todo a la ética de una honestidad sin dobleces.
Tal
y como están planteadas las cosas en nuestra Argentina y aunque la
administración Macri retenga la presidencia este año, si no se cambia
radicalmente nuestra lamentable orientación resentido-culposo-pobrista, si el
capitalismo cultural (y por ende el económico) no se convierte en norte de
mayorías, seguiremos condenados a aumentar año tras año el caudal de votantes
dispuestos a dejarse empujar, arrinconar en vidas miserables, robar y hasta
matar tras la ilusión de reivindicaciones de una irrealidad… penosa.
Lo
mejor sin cortapisas sería que el gobierno tendiera a no dictar contenido educativo
coactivo alguno a nadie y que se retirara gradualmente de un metier en el que los
resultados de su gestión de más de 7 décadas se han revelado calamitosos. Que
se quitara de en medio abriendo a la libertad de las más avanzadas, flexibles,
profesionales e imaginativas iniciativas privadas de inversión, contenidos y
gestión esta área tan sensible; demasiado importante para confiársela a un
Estado siempre ideologizado y para colmo con una monumental historia de
ineptitudes y sobrecostos.
Lo
más sensato sería que dejara de obligar a todos a “aprender” ideas sólo en
apariencia incuestionadas sobre cientos de temas. Como sobreentendidos
corporativismos, autoritarios y masificantes; como inconsultas y ruinosas sumisiones
impositivas o como extraños derechos a la interrupción de la vida de terceras
personas; asuntos donde la diversidad de posturas morales y valoraciones éticas
o utilitarias es (o podría ser) inmensa.
Como
para muestra bastan un par de botones, fruto de esta “educación” estatal
colonizada por quintacolumnistas y minada de antivalores han sido los votos que
inclinaron la balanza llevándonos a la “conquista social” de colocarnos en la
situación desesperante de que seis millones y medio (en disminución) de
trabajadores del sector privado formal (el productivo) deban solventar ¿de por
vida? a través de confiscación tributaria a veintiún millones (en aumento) de
personas colgadas del sector estatal subsidiado (planeros y símil). Votos contumaces,
que también posibilitaron al gobierno anterior aumentar en un 70 % (¡!) el
ultra-ineficiente empleo público provincial, en el pueril intento de disfrazar
la desocupación rampante que producía (y aún produce) su irresponsable modelo
pobrista.
Desde
luego, en el largo plazo el mejor programa de ayuda para la miseria es el
crecimiento. Las inversiones. El buen empleo. En cuanto al corto
plazo, es claro que las organizaciones privadas de caridad, sus ramas
eclesiales solidarias y ONG’s ayudan a los pobres de manera mucho más
inteligente que los gobiernos. Bien haría el Estado en cerrar el Ministerio de
Acción Social y traspasar el 50 % (¡!) del presupuesto nacional que hoy se
aplica a este tipo de ayudas, a estas instituciones.
Bien
haría también en desguazar la maquinaria de la educación pública ideologizada (anticapitalista,
anti- inversora y por ende anti buen empleo) que viene lavando el cerebro de la
sociedad tras el objetivo de inculcarnos a fuego la fantástica idea de que
políticos y políticas saben mejor que el resto de nosotros en qué consiste el bienestar
general sustentable y, sobre todo, cómo llegar a él.
Toda
una casta de docentes, intelectuales y divulgadores de mitos, rentados para
convencer a la ciudadanía de que quienes comandan el Estado saben mejor que
cada ciudadano productor cómo usar su dinero; cómo multiplicarlo generando
empleo, cómo ayudar a otros (¿empezando por la propia familia, tal vez?), en
qué cosas gastarlo mejor y cómo ahorrarlo en previsión de las eventualidades de
la vida.
Para
convencernos de que jamás deberemos calcular ni cuestionar el costo-beneficio
final de su accionar ni rebelarnos contra el verdadero saqueo impositivo con el
que se sostienen cómodamente al mando sin producir nada.
Todo
parte de una parafernalia digna del peor oscurantismo medieval; de siervos de la
gleba esclava en la que el estatismo sumió a toda la población argentina.
Atornillando
los antivalores socialistas responsables del actual conformismo ignorante de la
mayor parte del padrón electoral, que asegura a las oligarquías (o “corpos”)
simbióticas de empresaurios depredadores, sindicalistas mafiosos y
políticos fabricantes de pobreza poder mudar de caretas cada dos años,
cambiando algo para que nada verdaderamente importante cambie.
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