Agosto
2019
La
mejor receta para combatir la pobreza argentina es el simple crecimiento de
nuestra economía, cuyo tamaño es increíblemente pequeño en relación a nuestra población.
A nuestra geografía e historia.
El
crecimiento de una economía se apoya en una síntesis de 5 factores: capital,
tecnología, ahorro, inversión y trabajo. Todos ellos seriamente dañados aquí por
políticas de corte fiscal-populista, redistributivo y autárquico, votadas y
aplicadas casi sin solución de continuidad durante los últimos setenta años. Una
orientación errada, evidente responsable de nuestro fracaso. De nuestra
pobreza.
Fallido
patentizado hoy por un Estado demasiado grande para el tamaño de una economía modelo
“taller protegido” que nos impone endeudamiento, emisión inflacionaria e
impuestos muy altos. Tanto, que bloquean toda posibilidad de ahorro, base a su
vez de inversiones productivas generadoras de crecimiento y empleo.
En
un notable artículo reciente, el economista Roberto Cachanosky nos recuerda el
caso irlandés; una sociedad pobre y de bajos ingresos hasta principios de los
’90.
País
isleño situado al oeste de Gran Bretaña, Irlanda no cuenta con pampa húmeda ni
Vaca Muerta alguna, tiene menos superficie que la provincia de Formosa y una
población de sólo 4,8 millones. Pero hoy logra un ingreso anual por habitante
de U$S 68.800 (y en rápido aumento), que supera al argentino en más de 4 (cuatro)
veces. Y que los coloca quintos en el ranking mundial, por encima de los
Estados Unidos y de sus vecinos ingleses.
Ah!
la exportación de sus productos (básicamente conocimiento), supera en más de 5 (cinco)
veces a todas nuestras exportaciones.
¿El
secreto irlandés para pasar a jugar en primera división? Austeridad en el gasto
estatal, bajos impuestos del orden de 12,5 % y apertura al mundo con
facilidades regulatorias y laborales que la hacen competitiva a la hora de
atraer emprendedores innovadores y capitalistas inversores.
Una
división en la que nuestra Argentina jugó durante los 80 años que duró la etapa
de economía liberal (a partir de 1853), que nos elevó al primer puesto en el
ranking mundial de ingresos por habitante en el año 1895 y que nos mantuvo en
el top ten durante décadas.
Irlanda
es un caso ciertamente interesante porque también estuvo en el top ten
antes de ahora y además… durante la friolera de 1.000 (mil) años.
En
efecto; la isla celta es ejemplo histórico (entre los siglos VII y XVII de
nuestra era) de una sociedad con leyes y cortes libertarias funcionando sin
gobierno, legislatura, justicia estatal ni cosa parecida. Se trataba, eso sí,
de una sociedad altamente organizada que fue la más culta y civilizada de la
Europa de su tiempo.
Funcionaba
con un sistema donde los “hombres libres”, voluntariamente asociados en cuerpos
comunales denominados tuath, se reunían en asambleas anuales donde se
decidían tanto políticas generales cuanto propósitos sociales beneficiosos.
La
dimensión geográfica (cambiante) de un tuath la constituía la suma total de los
terrenos de sus miembros. La soberanía, así, se subordinaba al derecho de
propiedad de sus integrantes libres; algo inverso al sistema actual de estados-nación
soberanos y coactivos que subordinan a sí mismos los derechos de propiedad de
quienes les dan origen, legitimidad y sustento.
El
país estuvo constituido de este modo por 80 o 100 tuaths, que elegían cada uno un
rey-sacerdote ceremonial que era a la vez líder militar y presidente de
asambleas pero que no podía decidir guerras, impartir justicia, legislar ni ordenar
ninguna otra agresión inconsulta por su cuenta.
La
justicia, totalmente privada, era impartida por juristas profesionales llamados
brehons, versados en las leyes consuetudinarias y cuerpos de costumbres,
seleccionados por las partes en conflicto en base a su sabiduría e integridad.
Cabe señalar que había varias escuelas de jurisprudencia que competían entre si
en tanto las sentencias se hacían cumplir en base a un complejo sistema de
seguros, garantes, castigos, multas, fiadores y ostracismos sumamente
desarrollado. Los criminales, por su parte, eran considerados deudores
que debían restitución personal a su víctima; sistema inverso al actual
donde el crimen se considera una ofensa “a la sociedad”.
Es
interesante señalar que las milicias y por tanto cualquier aventura militar que
las involucrara eran solventadas con aportes voluntarios de la comunidad, con
lo que casi no existían tales aventuras y si las había, eran de escasa
duración; simples reyertas según los estándares del resto de Europa. Otra gran
enseñanza para la actualidad, por cierto.
Este
bello y pacífico armado social, muy avanzado para su era, terminó con la
invasión y brutal sojuzgamiento de Irlanda por parte de la monarquía
absolutista inglesa (el Estado coercitivo y su violencia, como siempre).
Pero
demostró una vez más, pese al obvio silencio de la historiografía estatista, cómo puede funcionar una sociedad sin Estado.
Sin coacción social y en forma totalmente voluntaria, sin caer en el caos ni la
indefensión. Por el contrario, prosperando más que sus pares subsumidas, por el
simple y motivador hecho de ser voluntaria y por no tener que cargar con los terribles
sobrecostos de una corporación política que mucho ordena, nada produce y que si
lo hace, lo hace mal.
La
Argentina debe multiplicar en varias veces las ridículas dimensiones de su
economía para terminar en serio con la pobreza. Y el único camino conocido para
lograrlo es liberando de ataduras todo su enorme potencial: volcándonos sin
complejos a un capitalismo de siglo XXI.
El
ruido de rotas cadenas será entonces el de los herrajes que nos tienen
maneados, representados por la impedimenta pseudo legal montada por nuestras 3
viejas y muy ricas oligarquías simbióticas de políticos profesionales,
empresarios prebendarios y sindicalistas mafiosos.
Tres
corporaciones parásitas que roban y estorban a mansalva. Que impiden la
evolución de nuestra sociedad.
Podemos
seguir el ejemplo de Irlanda, claro, así como el de Singapur donde un Estado
casi sin corrupción, muy liberal en lo económico, frugal en sus erogaciones y garante
de una altísima actividad económica debida a impuestos de menos del 12%, logra
ingresos de U$S 95.000 anuales por persona.
Sin
perder de vista la saga de países “nuevos” y perspicaces, de rápido crecimiento
en los últimos años como Uzbekistán, cuyas tasas impositivas totales de apenas
4 % para pymes y de hasta 12 % para grandes empresas están atrayendo a
emprendedores y capitalistas, a pesar del temor que provoca su historial de ex satélite
del soviet.
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