Diciembre 2011
Es sabido desde hace siglos que los problemas causados por el intervencionismo condujeron siempre a una escalada sin fin de parches correctivos a cual más violentador y distorsivo, en la vana búsqueda de un equilibrio que en verdad siempre estuvo (y sigue estando) al alcance del más común de los sentidos.
Por ello ajustes y crisis financieras son, para dirigistas argentinos de todo pelaje, las enemas y laxantes que cada tanto deben ser aplicados al cuerpo social para que purgue, con dolor, algunas de sus muy numerosas estupideces.
El Estado es un verdadero socio bobo, muy activo en fabricarlas.
De manera muy especial es un socio de plomo para los trabajadores asalariados que (junto a los extorsionados de subsidio/plan mensual) constituyen su mayor sustento político.
El torniquete impositivo aplicado sobre este grupo representa entre el 46 y el 51 % de sus sueldos brutos teóricos, si sumamos IVA, tributos provinciales y municipales e impuestos al trabajo.
Por otra parte, los llamados “aportes y contribuciones” sobre el trabajo representan nada menos que el 31 % del total de la recaudación impositiva nacional.
En lugar de ir donde naturalmente debería (al bolsillo familiar de cada empleado), ese dinero es desviado a usos -en opinión de nuestros líderes- más apropiados para maximizar la riqueza social. Haciendo las veces de regalos navideños -de nuestros líderes, claro- hacia otras personas que, según parece, lo necesitan más.
Obsequios tales como un enorme déficit de aerolínea pagado por quienes nunca viajaron en avión, un presupuesto universitario cargado sobre quienes nunca pisaron una facultad, una (evitable) mega-cuenta por importación de energía soportada por quienes casi no se calefaccionaron ni refrigeraron, una inflación del 25 % endosada a quienes dependieron todo el año de un sueldo o un bonito lote de dinero efectivo en sobreprecios del gasto estatal (“Madres” incluidas), merced a “arreglos” y “yapas” conseguidos por nuestros sonrientes (cómo no) y prósperos funcionarios públicos.
Alquimia redistributiva mediante, gran parte de estos “regalos” acaban saliendo de los haberes de los asalariados. Todos ciudadanos votantes que deberían asumir que horrores como estos son sólo la punta del iceberg de lo que diaria e individualmente deben costear, en el sombrío silencio de su incertidumbre.
¿No sería mejor que este socio igualitario oculto tras los esbirros de la Afip, este vivillo invisible que ríe y respira en la nuca de cada trabajador se llamara un poco a sosiego… y que dejara de obsequiar dinero ajeno? Y que cada uno ahorrara o gastara los dividendos ganados con su esfuerzo como mejor le pareciera. ¿No sería acaso este un modelo menos retorcido para incluir a más gente, aumentar el consumo popular, la demanda y finalmente la producción generadora de más empleo y más exportaciones?
Adicionemos a esto otra idiotez mayúscula: la de frenar mediante palos fiscales en la rueda a una actividad como la producción agropecuaria, sin duda el rubro más eficiente y con mayores ventajas comparativas de nuestra economía. Y a pesar de lo prescripto en nuestra Constitución, también el más discriminado.
Una breve pincelada de historia aclarará lo antiargentino del concepto “nacional y popular” sobre qué quitar a quién: se calcula en 110.000.000.000 (ciento diez mil millones) de dólares la cantidad de dinero reinvertible extraído a este sector, solamente desde el retorno de la democracia en 1983 y sólo por vía cambiaria (retenciones y desdoblamientos). Vale decir sin contar todos los demás impuestos, comunes al resto de las actividades.
Es así como, inspirado en su ideología clientelar de fortísimo sello antiproductivo, el socio bobo decide aquí que, de cada 4 camiones de soja que salen de un potrero (por poner un ejemplo gráfico de presión tributaria global), 3 se los lleve el gobierno “permitiendo” al dueño del terreno, del capital, de la soja y del riesgo quedarse con el restante.
Es harto conocida la tendencia de los productores agropecuarios a reinvertir sus ganancias mejorando sus propios emprendimientos (zonales por fuerza). Fácil es imaginar entonces el tremendo efecto multiplicador que el derrame regional de esos 110 mil millones de dólares hubiese causado en la actividad comercial y productiva de las ciudades y pueblos del interior, sin excepción.
Súmesele a esto el efecto multiplicador de la hipotética “devolución” de al menos parte del dinero quitado a aquellos sueldos y retribuciones que mencionábamos al principio, propiedad de quienes no poseen empresa alguna.
Imagínese entonces la explosión de consumo y prosperidad en la que hubiera resultado esta doble sinergia positiva: vislumbraremos así al otro país posible. A la contracara de la moneda socialista con su “amedrento, quito, me reparto y regalo”.
Un país que, quitándose la venda de los ojos, vería al Estado y sus jerarcas como lo que realmente son: una exitosa Corporación de Negocios Políticos. Manejando un sistema filo-mafioso a medida (la democracia populista no republicana) que los enriquece pisando, eso si, sobre la sangre de millones de infelices, dopados en el relato de ser “ciudadanos libres de un país que progresa con equidad”. No hay tal dentro del corrupto Mundo-Indec peronista, donde el 90 % de lo que se ve… es tan mendaz como falso.
Caminamos a los empellones en un sistema de clientelismo extorsivo bien aceitado. Muy bien psicopateado con publicidad-basura, leyes-basura y educación-basura. Que consigue (hay que reconocerlo) que los mismos desangrados voten pidiendo más y más látigo sobre… ¡sus propios desollados lomos!
Las carcajadas del “socio” con sus amigotes intelectuales del gulag, pseudo-empresarios cortesanos, oportunistas y vagos conexos deben de oírse hasta el otro lado del Río de la Plata.
Es de lamentar que nuestra sociedad siga pensando en forma tradicional; conservadora en el peor de los sentidos, ya que no existe revolución ni cambio progre alguno dentro de la tríada Estado, Violencia y Dependencia que hoy nos identifica a fuego.