La Guerra como Lección

Abril 2025

 

La guerra de invasión que lleva adelante el Estado-nación ruso contra el Estado-nación ucraniano salpica de sangre a los millenials de ambas sociedades. Y llama a la reflexión a jóvenes de todo el mundo que ven con asombro cómo anacronismos de este tipo se convierten en realidades difíciles de creer.

Con batallas cruentas que ya dejaron más de un millón de bajas entre muertos y heridos. Además de disloque económico, desplazamientos forzosos y destrucción a mansalva de valiosa infraestructura, cuya erección demandó el esfuerzo de generaciones.

Atavismos que se creían superados, como las “guerras de conquista”, muestran otra vez su espectro a pesar de todo lo hablado y codificado en normas de convivencia, respeto, cooperación y derechos humanos, negociadas en el marco de muy costosos organismos multilaterales supraestatales, supuestos garantes de una “nueva civilidad”, más empática y evolucionada.

La lección por aprender en este disruptivo 2025 es que la gente de a pie, las familias, los individuos... evolucionaron; asumiendo la vigencia de la sacralidad de la vida, el respeto a los derechos del semejante y la empatía de sentirse una sola especie unida frente a los desafíos (y peligros) de la inmensidad cósmica. Una evolución del común que excluye de por sí toda guerra de agresión.

Y la lección continúa, “descubriendo” que quienes no asumieron eso son las nomenclaturas de los “modernos” Estados nacionales; esas instituciones jurídica y policialmente artilladas en defensa propia, tan coactivas para con sus pagadores cautivos de impuestos como veladamente agresivas para con sus pares. En realidad, entes secuestradores de sociedades; con su staff de profesionales especializados en la tercerización de costes, dolos y responsabilidades. Pesadas burocracias políticamente “reaseguradas” a su vez en los mencionados organismos supraestatales.

La Historia viene una vez más en auxilio de nuestro discernimiento, al ilustrarnos con la verdad sobre el devenir de las guerras.

En efecto; no debemos olvidar que los grandes Estados nación nacieron, crecieron y se aposentaron sobre una gran cantidad de sociedades y poblaciones libres preexistentes, entre los siglos XIV y XV.

Lo hicieron imponiendo sobre ellas, en forma coactiva, la obligación de integrarse en una determinada jurisdicción territorial bajo el monopolio político, militar y sobre todo judicial de monarquías (luego repúblicas) de neto cuño mercantilista.

Se trató de un proceso histórico gradual, solapado al del auge del librecambio capitalista entre asociaciones voluntarias de comerciantes, terratenientes, banqueros, burgueses, artesanos y gentes del vulgo, verificable desde comienzos del siglo XV. Grupos humanos nucleados naturalmente en centenares de prósperas pequeñas ciudades estado, feudos, enclaves y señoríos independientes esparcidos por toda Europa. Y que salvo excepciones fueron finalmente sojuzgados y gravados por unas pocas grandes burocracias estatales bajo pretexto de paz general, bajo ley y orden unificados.

Si bien las disputas y enfrentamientos (al igual que la bonanza económica) eran algo relativamente común entre estas pequeñas sociedades, la escala y duración de sus batallas revestían poca entidad. En un tiempo en el que occidente había evolucionado hacia soberanías y poderes dispersos, sólo se enfrentaban soldados profesionales. Y por lo general en lugares abiertos, con poco o nulo involucramiento de la población civil, que continuaba con sus menesteres sin mengua de sus propiedades como no fuese algún que otro daño colateral.

Los ejércitos estaban constituidos por unos pocos cientos o miles de hombres, con mercenarios no atados a nacionalismo alguno, lo que hacía de estos combates un ejercicio con menos bajas fatales que aprontes, amenazas, fintas, concesiones negociadas y otras artes de la estrategia.

La guerra era un juego oneroso cuyo costo no podía tercerizarse y que debía ser asumido por el bolsillo del señor o unión comunal de turno, constituyendo esto el principal incentivo para su brevedad y para que el desmadre en cuestión no pasara a mayores.

Hoy en día, los países “libres” están regidos por sistemas constitucionales que se supone garantizan el respeto a la sacralidad de libre albedríos personales. Teniendo como medio de ello a la unión republicana de poderes fácticos independientes en mutuo contrapeso.

Proposición teórica de mutuo respeto que a las nuevas generaciones les resulta por lo menos ingenua, a la luz pura y dura de sus resultados prácticos. Por cierto tan decepcionantes como largamente probados.

Sistemas tal vez bellos y bienintencionados pero que no tuvieron en cuenta la externalidad -entre muchas otras- de que al crearse estos grandes Estados (por la fuerza, juntando enclaves libres) anclados en adoctrinamientos de impronta nacionalista, se estaban generando Frankensteins.

Verdaderos monstruos que hicieron de las guerras algo masivo, brutalmente inclusivo, salvaje y peligroso hasta el punto de mutuo suicidio, involucrando a la totalidad de la población hasta extremos impíos bajo la bandera de una supuesta gran madre patria por la cual, bajo directiva de nomenclaturas iluminadas, se debe morir quiéralo uno o no.

Por eso, hoy más que nunca se agranda la brecha entre el Estado y los individuos. Con la guerra como telón de fondo, aumenta el rechazo visceral de la gente de a pie a la política, a sus manejos corruptos y, claro está, a toda institución estatal coercitiva.

Frente a la anacrónica agresión rusa, cierta como nunca resuena hoy la máxima de Albert Einstein según la cual el nacionalismo… es una enfermedad infantil de la humanidad; tal como el sarampión. Tan solo una rémora más, destinada a ser superada en algún momento; cuando lo merezcamos. Como así también las ciegas “guerras totales” que esta vetustez conceptual causa.

Y como los propios Estados nacionales, finalmente, junto con todas aquellas instituciones que tengan como modo normal de financiación a la coacción extorsiva (tributos obligatorios) por sobre los modos de libre asociación contractual.





 

Entendiendo el Cambio

Marzo 2025

 

Algo nuevo está surgiendo de las entrañas de la sociedad argentina. Un concepto o proto-formato de organización comunitaria que atemoriza a muchos políticos, intelectuales y comunicadores honestos. A personas bienintencionadas pero instruidas casi exclusivamente en esquemas institucionales que, tras dos o tres siglos de reinado, empiezan a entenderse como ingenuos.

Hablamos de gente ilustrada en éticas (y estéticas) políticas que a la dura luz de sus resultados revelan, finalmente, ser hijas de marcos normativos de impronta voluntarista. A más de demasiado costosos, entrometidos, corruptibles, ineficientes y violentadores del libre albedrío para los cánones de las nuevas generaciones.

Esta percepción que para una creciente mayoría social es todavía una idea difusa, para la minoría intelectual que orienta la batalla cultural en marcha no es más que el desarrollo histórico de ideas muy específicas para el largo plazo (las libertarias), entendidas como la evolución del liberalismo clásico hacia una eficiencia dinámica (ya no estática o paretiana) de gran libertad, innovación y competencia. En consecuencia, de muy fuerte exigencia empresaria a todo orden -incluido el de la responsabilidad social- y de resultados tangibles en cuanto a bienestar general extendido, más allá de las desigualdades.

Pensamientos que de a poco empiezan a hacerse populares, empujados en su simpleza por el más común de los sentidos.

Las revoluciones que para bien o para mal cambian el curso de la historia siempre empiezan por un pequeño núcleo de intelectuales. Pasó con Marx, Engels y otros, por cierto. Y pasa hoy por la fuente doctrinal del equipo de un presidente argentino, Javier Milei, que se define en lo filosófico como anarcocapitalista, corriente que postula en último término la abolición de los impuestos y del Estado.

Fuente que arranca en los tempranos ’70 del pasado siglo con Murray N. Rothbard y su Manifiesto Libertario pero que sigue su desarrollo conceptual y práctico a través de autores como Hans H. Hoppe, Walter Block, David Friedman, Morris y Linda Tannehill, Anthony de Jasay, Jesús Huerta de Soto, Michael Polanyi, Bruce Benson, Marta Colmenares, Raúl Costales Dominguez, Thomas Sowell, Miguel Anxo Bastos o nuestros brillantes Alberto Benegas Lynch (h.) y sobre todo Diego Giacomini entre muchos otros.

Bien harían nuestros comunicadores en sumergirse en este fascinante ideario que, desde Ayn Rand y su filosofía objetivista en más, pone el acento tanto en la no-violencia cuanto en la sacralidad del individuo frente a la opresión de la masa. En interesarse, para comprender a cabalidad hacia dónde se dirige no sólo nuestra Argentina sino la humanidad en general a largo y muy largo plazo.

Siendo lo del plazo un tema no menor, atento a que algunos de estos mismos autores han fustigado a J. Milei, al opinar que debería estar avanzando mucho más rápida y profundamente en la aplicación del anarquismo de mercado con esteroides que dice profesar, al tiempo que él mismo advierte que el camino libertario en Argentina podría llevar muchas décadas (con posta intermedia en el minarquismo), dadas las restricciones de realpolitik tanto socio-económicas como de derechos adquiridos, privilegios empresarios y entramados mafiosos cuasi seculares, a las que su partido debe hacer frente.

Tomando distancia y desde la atalaya de la Historia se ve con claridad, por cierto, que la institución “Estado” (con sus diversos formatos de gobierno, desde el republicano al tiránico pasando por el monárquico o por la mafiocracia de estilo ruso) en modo alguno es el origen ni la garantía de la civilización y de la paz social, como en general se piensa.

Lejos de ello y de todo otro modelo conceptual coercitivo, el bienestar comunitario se debe a esa institución innata al ser humano que es la propiedad privada. Institución a la cual nuestra especie siempre se ha aferrado y que es la que permitió su progreso, a pesar del Estado.

Hoy, los jóvenes están despertando a la especulación contrafáctica de cuál hubiese sido el nivel de progreso del que estaríamos disfrutando de no haber tolerado o peor aún, votado a la hidra de los frenos estatales. Y abriéndose a la especulación fáctica de cuál podría ser su propia cota de evolución socioeconómica si a partir de ahora se diese una fuerte atenuación de esa misma rémora.

Resulta cada día más obvio que el principio fundante de la civilización y de la paz social no es el Estado con su ancla de sobrecostos, ineficiencias y zarpazos al capital sino el reconocimiento de la responsabilidad individual tras la vigencia de los más plenos derechos de propiedad.

Algo que es inherente a un formato libre-contractual de la sociedad, en oposición al actual modelo coactivo-fiscal.

El viraje conceptual de la opinión pública en cuanto a modo de organización comunitaria que desconcierta a nuestros “viejos” intelectuales, más que poner el foco en personas y gobiernos, lo pone en los incentivos que demarcan las instituciones. Viejas instituciones de impronta extractiva (obligatorias y ventajeras para los que a partir de allí viven de lo ajeno, con lo redistributivo como subproducto) o nuevas instituciones de impronta inclusiva (cooperativas y voluntarias para los que a partir de allí viven de la producción y el intercambio, con lo solidario como consecuencia).

Porque si bien la nueva opinión pública reniega de instituciones y políticos, aún no se pronuncia con claridad sobre el rótulo de su eventual reemplazo. Sólo pretende, creemos, una “eficiencia conducente” sólida, expeditiva y honesta.

Por su parte, las “ideas de la libertad” que nuestro primer mandatario pregona entienden a la libertad como ausencia de coacción por parte de otros (incluyendo al Estado), lo cual es condición necesaria pero no suficiente para que cada miembro de la sociedad cuente con la oportunidad de desarrollar su proyecto de vida, permitiendo al prójimo hacer lo propio.

La intención libertaria para la Argentina de hoy se completa asumiendo que esa libertad que a todos provee de nuevas opciones, de poco sirve si sus receptores no cuentan con los medios económicos como para elegir entre, al menos, algunas de ellas. Caso contrario, son esclavos a los que se les muestran múltiples manjares… que no pueden tocar.

Una situación de indigencia bloqueante que abarca hoy a casi la mitad de nuestra población (libertad, para qué? se mofaba Lenin hace 110 años).

Comprendido lo anterior, entonces, se trata de asumir que los medios económicos que proveerán a todos la posibilidad de optar, sólo llegarán con la rapidez y energía requeridas a la parte esclavizada de nuestra ciudadanía si se persiste en la adopción de las referidas “ideas de la libertad y consecuente responsabilidad individual” capitalistas.

Acciones que aseguren el ascenso socioeconómico y cultural sustentable de los empobrecidos a través de un respeto cerval (casi sobreactuado, dada nuestra historia) del derecho de propiedad, piedra angular del progreso.

Lejos, muy lejos de la redistribución coactiva y de los venenosos impuestos progresivos que signaron nuestras últimas 8 décadas de pruebas y contrapruebas dirigistas.

Superando así la infantil utopía de que “gente buena del gobierno” venga a arreglar nuestros problemas personales, dictándonos de paso qué hacer, cómo hacerlo y, claro, qué pensar.






El Punto de No Retorno

Febrero 2025

 

La sociedad argentina empieza a darse cuenta de que el país atravesó, en verdad, un punto de no retorno. De que el statu quo mental predominante durante 8 décadas, de 1943 a 2023, caducó el 10 de Diciembre de ese último año dando paso a algo radicalmente nuevo.

Tras una larga sucesión de presidencias que terminaron mal sus respectivas experiencias, los 4 últimos períodos peronistas consumaron en su progresión un desastre ético, económico y social de magnitud, logrando quebrar el consenso mayoritario de confianza en el Estado que prevalecía desde mediados de los ´40.

En sí, el punto de no retorno consiste en la constitución de una nueva mayoría que ya no confía en los políticos. Pero no sólo en ellos: tampoco confía en sus instituciones (poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial, federalismo incluido, con sus supuestos límites, controles, contrapesos y auditorías intra-estatales). Instituciones a las que percibe como mayormente inútiles a más de costosas y corruptas; ingenios aparatosos que no fungen como garantes de bienestar a futuro, como no sea en la consolidación de sus propias burocracias.

Lo que no tiene retorno es la “intervención” curativa al sistema, que va mucho más al hueso de lo que se preveía: ya no se confía en el Estado en tanto ordenador, juez y parte ni en su tropa rentada en tanto autoridad ética.

La experiencia mileísta enfrenta, obviamente, el cúmulo de obstáculos que le seguirá plantando el colectivo de subsidiados del consenso estatista anterior (la nueva minoría, varios millones de personas movilizadas por las oligarquías política, sindical y empresauria).

Pero aún en caso de que esta coalición de intereses logre bloquear por un tiempo -con oportuno colaboracionismo judicial- el avance hacia nuevas cotas de libertad responsable, la visión de opinión pública de lo que es políticamente correcto no mutará.

No lo hará porque esta vez no se trata de un cambio coyuntural, gatopardista, sino de un cambio de era. Lo que vimos en el ´24 llegó para quedarse y profundizarse apalancado por generaciones de voto joven que, comicio tras comicio, irán afianzando fatalmente la tendencia.

¿Cuál tendencia? La tendencia ética, estimamos, habida cuenta de los fortísimos cachetazos a la moralidad que el partido “de Perón y Evita” asestara a nuestra patria, al punto de dejarla de rodillas. Exangüe. Cargada de mafias y de villas miseria, saqueada por sus jerarcas y en estado de cuasi indefensión.

Una reacción -o mutación- que ocurre por cansancio: tras generaciones de parásitos y avivados al mando, nuestros ciudadanos van abriéndose a la revelación de que la ética (del trabajo, el estudio y la honradez) de una mayoría decidida a vivirla en serio, impacta con fuerza en el bienestar general. De que ser una sociedad con “justicia moral” es, como alguna vez lo fue, el negocio inteligente.

Cunde la idea (aún confusa, aunque reveladora) de que quienes tomen decisiones de impacto general deben sufrir en carne y patrimonio propio las consecuencias. Algo que por lo general sucede en la actividad privada y que está ausente en el ámbito estatal, lo cual es muy grave.

Se percibe una corriente subterránea, creciente, tendiente a alinear de una vez por todas los objetivos con los incentivos en pos del bienestar común. Algo que también fluye en el mundo privado tanto como fracasa en el público.

Y crece un hartazgo con los errores derivados de haber perdido demasiado tiempo y energías defendiéndonos de los otros y del Estado a causa de reglas de juego socialistas, siempre promotoras de conflictos. Además, claro, de habernos apartado del sentido común “familiar” consistente en no gastar más de lo que ingresa.

Una situación que empieza a abrir mentes a la idea de que el camino libertario (con su declarada opción por la no-violencia fiscal-reglamentaria, para empezar), podría ser la más directa y transparente respuesta a todos los planteos anteriores.

Es la tendencia de nuevos y veteranos votantes que sienten que las ideas que J. Milei propone y dispone (exabruptos escénicos aparte) se alinean mejor que cualquier otras con una sensación de esperanza.

Esperanza de salir del averno y llegar a un mejor lugar común. Menos violento. Más libre y próspero por más estimulado y voluntario. Vale decir más cooperativo, innovador y solidario tras ir sacándonos de cabeza, cuello y pies los bozales, lazos y maneas estatistas.

Aunque tal tránsito implique aumento de responsabilidades adultas, riesgos, sangre, sudor… y algunas lágrimas.

Resulta cada vez más difícil pretender no ver que los Estados y sus instituciones republicanas fracasan (entran en crisis de credibilidad con sus clientes-ciudadanos) en casi todas partes.

Baste ver por caso el bi-fallido constitucionalismo de Chile o la interminable sucesión de protestas en Francia; o la lenta deriva de otras sociedades hacia mayores autoritarismos (demócratas, eso sí) con más recorte de libertades. Y luego hacia superestados abiertamente mafiosos y censuradores como Rusia o Venezuela, por no hablar de Irán u otros menos conocidos; todos ciertamente “futuribles” al mejor estilo del artillado Gran Hermano chino.

Mientras tanto, en los países relativamente libres que quedan, vemos por doquier bellos -aunque ingenuos- modelos constitucionales diseñados en los siglos XVIII o XIX, fallando en proveer a la enorme multiplicidad de demandas propia de nuestro tiempo. Con sus gobiernos acelerando el carrusel de regulaciones, subsidios, deudas e impuestos… sobre una ciudadanía cada vez más alienada.

Cuando la insatisfacción cala hondo, sin embargo, la salida ética del laberinto se torna más probable, despertando la tendencia al bien que está en nuestro “software de fábrica”.

Una salida superadora que enlaza con el principio rector de la no-agresión del libertarismo, que en verdad es la base de la moral y de la ética de la mayoría de las personas comunes que viven de su trabajo con sacrificio, honestidad y respetando los derechos del semejante.

Personas que enseñan a sus hijos a no comenzar peleas o agredir a otros; a no engañar, trampear o robar; a asumir que todo lo pacífico es bueno y que la violencia es mala.

Los filósofos de la Grecia clásica definieron como kalakogathía a la coherencia natural que existe entre la verdad, el bien y la belleza. Un ideograma que calza como guante a la ideología no-violenta (no inicio de agresión), racional, justa y pacifista por antonomasia: la libertaria.





Tomando Conciencia

Enero 2025

 

¿Son la verdad, la honestidad y la transparencia, exigencias reales de la ciudadanía? ¿Es la no-violencia en todos los campos de la acción humana una propuesta deseable?

Se trata de demandas que aparentan ser obvias para todos aunque tal vez no lo sean tanto. Al menos no por ahora.

En verdad, tal vez las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo sean todavía el espejo íntimo de una importante fracción de argentinos. Con su imagen de ancianas bondadosas y pacíficas enmascarando una prédica violentísima (para empezar, sobre sus hijos) con aval al robo, adoctrinamiento y látigo totalitarios, ventajismo económico, ánimo vengativo contra la vida y el más oscuro rencor social disfrazado de justicia.

Una parte mayoritaria de nuestra agenda “woke”, tal como las mujeres del Colectivo de Actrices, Pañuelos Verdes y otras que en virtud de su género debieran adherir al amoroso pacifismo de una no-violencia (concepto naturalmente protector y femenino) de corte gandhiano, no adhieren en absoluto a este ideal identificándose por el contrario con féminas amigas de lo ajeno, oportunistas, mendaces y sobre todo violentas, del tipo consignado más arriba.

Se trata de un modelo de pensamiento arraigado, tras casi ocho décadas de dominio doctrinal pobrista.

Lo cierto es que en la orilla opuesta de esta agenda del no-respeto a la vida y a la propiedad, entre otras cosas, asoma otro colectivo. Uno más perspicaz y contestatario, que viene ganando la controversia cultural del siglo: la batalla por la libertad, contra la esclavitud de la pobreza.

Apoyándose en un capitalismo de altísima exigencia para el empresariado (generador inopinado -por competencia- de buenos sueldos y bienestar para los más), el libertarismo porta en el núcleo duro de su filosofía el Principio de No Agresión; la norma de no-violencia que baliza la evolución de lo humano hacia contextos más voluntarios y cooperativos; más libres tanto en lo económico como en lo cultural. En definitiva, más éticos y respetuosos de la sacralidad del individuo así como exigentes de su responsabilidad personal.

Una no-violencia práctica que implica el tránsito hacia sistemas que acaben dejando de lado todo aquello que en nuestro día a día implica inicio de agresión: fraude (mentiras y corrupciones políticas), amenazas ciertas (extorsión) o bien coerción lisa y llana en tanto modo “normal/legal” de organización comunitaria.

Por caso, si optásemos por decir la verdad y llamar al pan, pan y al vino, vino tomaríamos a los impuestos por lo que en verdad son: simple robo.

En efecto, el sentido común nos dice que todo cambio de manos bajo amenaza que afecte bienes propios es, por definición, un robo. Aquí, en la China y en Marte.

Bien advierten con impecable lógica los intelectuales ancap que la única diferencia entre un asaltante callejero y un recaudador de impuestos es que el segundo opera con una gran maquinaria burocrática y de fuerza armada por detrás (legislaturas, juzgados, policías, cárceles), apoyándolo.

Que dos, diez o cien millones de personas apoyen con sus votos a los jefes del ente recaudador y avalen sus decisiones sobre qué hacer con el efectivo obtenido no cambia en lo más mínimo la definición del hecho: ni el número condiciona la verdad ni el fin justifica los medios.

Atavismos bárbaros que todavía nos atan, nos compelen a justificar lo injustificable: a aceptar la violencia implícita en el despojo, como piedra basal de todo nuestro sistema de convivencia. Fingiendo demencia para así desconocer el séptimo mandamiento: no robarás.

Y nos adelantamos a la previsible objeción de considerar real el mítico Contrato Social supuestamente rubricado por todos a fin de evitar el “caos del anarquismo” y a la afirmación de que no es robo la exacción consentida, proponiendo el sencillo ejercicio mental de pensar en lo que sucedería si mañana se despenalizara el no pago de impuestos.

Bajemos la pistola de la nuca de los ciudadanos y en menos de 100 días obtendremos con 100 % de certeza el colapso del Estado tal como lo conocemos y el fin de sus “benéficas” funciones, aún con el más pleno conocimiento de causa por parte de los no pagadores.

Fin de ambos argumentos “fake”. Ni los impuestos son consentidos (voluntarios) ni hemos firmado contrato alguno persuadidos (por los políticos) de evitar un hipotético caos.

Por lo tanto, llamamos al pan, pan y al vino, vino cuando decimos que nuestro actual sistema de organización social se basa en la violencia “de arriba” o en la amenaza creíble de su uso, lo que es igual.

Concomitante con lo anterior, sabemos que nada que base su funcionamiento en la agresión puede ser ético ni moral. Tampoco eficiente. No, al menos, frente a aquello que base su funcionamiento en el estímulo; en el libre albedrío, en la acción voluntaria y en la responsabilidad individual.

Ciertamente los impuestos nunca fueron “el precio de la civilización” como aún hoy se pretende hacernos creer, sino más bien el timo que nos llevó por plano inclinado a la depredación y la avivada de las oligarquías dominantes.

Y tampoco el desguace del Estado en tanto institución coactivamente financiada, si es gradual e inteligente, conduce al caos, la injusticia y la miseria sino, muy por el contrario, lleva a la justicia de la prosperidad de una actividad privada de retribución contractual que bien puede reemplazar con ventaja todas y cada una de las funciones estatales útiles; en especial en nuestra era de tecnologías cada vez más extendidas, creativas, empoderadoras, personalizadas y amigables.

Como explicaba ya en 1973 el gran David Friedman (1945, economista, catedrático y autor estadounidense) “todo lo que el gobierno hace puede clasificarse en dos categorías: aquello de lo que podemos prescindir hoy y aquello de lo que esperamos poder prescindir mañana. La gran mayoría de las funciones del gobierno pertenecen a la primera categoría”.

Tomar conciencia de nuestras taras barbáricas y pavores irracionales contribuirá a acercarnos al siguiente escalón evolutivo de nuestra especie, con la vista puesta en el largo y muy largo plazo (es decir, en nuestros hijos y nietos).

No otro debería ser el norte de nuestra élite intelectual, procurando que la Argentina sea, una vez más, faro inspirador para un mundo desencantado. Uno con pocas libertades reales para la búsqueda de la felicidad y asqueado de tanta violencia mafiosa “de arriba”.





 

Bendita Desigualdad

Diciembre 2024

 

Según un reciente estudio realizado por técnicos del Banco Mundial, el 90 % de la reducción de pobreza en países que lograron este objetivo en forma consistente resulta explicado por el crecimiento del ingreso promedio, mientras que sólo un porcentual mínimo de dicha reducción se debe a variaciones en la distribución de la renta (v. gr. redistribución impositiva).

Menudo problema conceptual (otro y van…) para los radicales, peronistas y socialdemócratas en general que desde hace generaciones hastían con la cantinela del estatismo y la igualdad como palanca de progreso, en medio de un mar de evidencias en contrario.

Aunque pueda resultar contraintuitivo para algunos o inaceptable al soterrado rencor de otros, es cada vez más obvio que la desigualdad es efectivamente la clave… para lograr una mayor igualdad en bienestar neto. Esto es, vía una reducción sustentable de la pobreza por crecimiento económico de base, con consecuente ascenso sociocultural.

Más allá de que la única igualdad tutelada por nuestra Constitución -si se cumpliese- es la igualdad ante la ley (abriendo un sabio camino a la igualdad de oportunidades), las oportunidades hoy negadas sólo podrán darse en modo consistente si micro y macroemprendedores (empresarios) las generan, apalancados en su afán de lucro con vista a un superior (desigual) bienestar propio y de sus familiares.

Estamos, literalmente, frente a la virtud social del egoísmo.

Las condiciones para que surjan en nuestra Argentina decenas de nuevos multimillonarios como Marcos Galperin, Bill Gates, Jeff Bezos, Jack Ma, Elon Musk, Martín Migoya o Mark Zuckerberg que generen abundante empleo directo e indirecto a todo nivel son bien conocidas y no vamos a aburrir repitiéndolas. Son las mismas alfombras rojas que deben existir para que otros extranjeros (o ellos mismos) vengan a establecer sus empresas aquí, al amparo de sus propios infiernos fiscales y reglamentarios.

A esta altura, los argentinos deberíamos empezar a percibir sin ambages el planteo libertario de largo y muy largo plazo que tiene como norte (y que nos propone) nuestro presidente: una sociedad lo suficientemente rica como para que cada cual pueda pagar el valor real de todo aquello que use y consuma sin hacérselo pagar a otros.

Un modelo social que haga caso omiso de las desigualdades económicas a cambio de una implacable igualdad ante la ley. Es decir, uno en el que todos tengan la posibilidad económica de optar dentro de la más perfecta competencia posible; algo que hasta ahora nunca ocurrió, coartando a la mayoría en el ejercicio de sus libertades reales de opción.

La virtud del egoísmo propiciada por la mano invisible de la gente de a pie (las decenas de millones de electores diarios del mercado) impulsa en paralelo la virtud de la generosidad ya que para ser solidario en serio, hay que tener con qué. Un modus ampliamente demostrado por varios de los magnates antes citados y muchos otros benefactores voluntarios, que han creado fundaciones inteligentes con becas, oportunidades y aportes efectivos superiores a los que, con destinos similares y enormes “ineficiencias”, destinan la mayoría de las burocracias estatales.

Entendiendo además que la caridad compulsiva (derivada de impuestos, emisión inflacionaria y deuda pública) es y será siempre un oxímoron. A más de contraproducente.

Atendiendo al mencionado estudio del Banco Mundial, entonces, coincidimos en que para que nuestra Argentina suba posiciones en la tabla de las sociedades más prósperas, tanto la brega por inopinadas igualdades (salvo la igualdad ante la ley) como el empecinamiento en la redistribución impositiva (haciendo cumbre de estupidez humana en la “progresión” del tributo) son inservibles, constituyéndose por el contrario en poderosos reductores del avance del bienestar (ingreso) de los menos afortunados.

Se trata, eso sí, de mecanismos muy eficientes para satisfacer las pulsiones de envidia, resentimiento por propia incapacidad y deseos de hundir al prójimo de muchos. Y que por añadidura abren puertas al poder corruptor de nuestras tres oligarquías parásito-simbióticas: la política, la sindical y la de los empresaurios. Un combo letal.

La prueba empírica de que los pueblos más avanzados y exitosos son los que se atreven a darse las instituciones más liberales y más respetuosas de los derechos naturales (a la vida, a la libertad que da el respeto de la propiedad y a la búsqueda de la propia felicidad), no hace mella en esta fracción social (más de 10 millones de personas según las últimas elecciones). Fracción que se dividide en una minoría de vivillos oportunistas (tahúres prontos a vender patria y prójimo por 30 monedas de plata) y una mayoría de esclavos del peor tipo; idiotas útiles que aceptan ser sometidos a pobreza de por vida y coartados en sus libertades de opción con tal de satisfacer aquellas pulsiones.

Hace unos 2.400 años en la antigua Grecia, un tal Sócrates (que conocía bien la naturaleza humana) advirtió que la entonces novel democracia terminaría deteniéndose y colapsando en un callejón sin salida a medida que la mayoría menos creativa fuera apropiándose de los bienes de la minoría más creativa. Un karma que no se pudo evitar a pesar de constituciones bellamente escritas; plenas de controles y contrapesos con división de poderes, auditores, cortes supremas y demás artilugios intra-estatales.

En la simpleza del sentido común de aquel filósofo podemos hallar hoy la más perfecta explicación lógica a la creciente falta de apoyo al sistema y al crítico giro cultural en marcha proclive a libertarismos y derechas duras (no son lo mismo pero pueden tejer alianzas estratégicas en el camino), por parte de poblaciones hastiadas de la política tradicional y muy insatisfechas con sus resultados, sobre todo económicos.

Para el caso puntual de nuestro país, con el primer presidente libertario en el mundo llamando la atención del orbe y “haciendo punta” en esta tendencia, se da una rara alineación de circunstancias; y de sujetos extrañamente apropiados, ubicados en el lugar adecuado en el momento preciso.

Es de esperar que no nos quedemos una vez más en el andén perdiendo el tren que nos ofrece la Historia, esta vez en bandeja de plata. Y que nuestra élite pensante encuentre la forma de atraer en los próximos meses y años a una parte importante de esos 10 millones de esclavos mentales hacia la “viveza” comunitaria de dar rienda a la bendita desigualdad. Rienda cuanto más suelta mejor, en aras de un más enérgico crecimiento del ingreso efectivo (y ascenso sociocultural) del conjunto de los argentinos.





Un Monstruo Grande que Pisa Fuerte

Noviembre 2024

 

En una nota reciente (libertadynoviolencia. blogspot.com/2024/10/verdades-estatales-reveladas.html) invitaba a dejar por un momento la crispación del día a día, enfocando la mente en plazos más largos a fin de especular sobre nuestro futuro… en perspectiva ampliada.

Y esa opción por una perspectiva realmente amplia, que arranque “ubicándonos en la palmera” cósmica universal, podría empezar con la muy actual teoría de cuerdas en la que ciertos astrofísicos se apoyan para estimar que existen alrededor de 11 dimensiones distintas, cada una de las cuales contendría entre 10 y 500 universos.

Reduciendo la escala, estudios de 2016 estimaron que en el universo observable existen alrededor de 200 mil millones de galaxias; esto es, unas diez veces más de lo que se tenía por consenso antes de esa fecha.

En esta misma línea, los científicos creen que en una galaxia típica, como nuestra Vía Láctea, conviven unas cien mil millones (100.000.000.000) de estrellas aunque podrían ser bastantes más; hasta 400 mil millones, según algunos.

Reduciendo otra vez la escala y conforme análisis del año 2020 sobre datos aportados por el telescopio espacial Kepler, se afirma hoy que los planetas “habitables” tan sólo en nuestra galaxia, podrían ser… ¡300 millones!

¿Sigue creyendo alguien en verdad que estamos solos y que no somos observados por seres tecnológica y/o éticamente superiores, cual entomólogos?

Difícil no percibir nuestra insignificancia cósmica, más allá de las bizantinas (y peligrosas) dudas acerca de la existencia de Dios. Difícil no dudar a la luz de lo anterior, en fin, de nuestro sistema de organización social con sus tan serias falencias operativas. Difícil no percibir su violento primitivismo o su transitoriedad, propios de un sistema en equilibrio inestable minado de modalidades coercitivas que, sólo una pizca menos que siglos ha, siguen frenando nuestro desarrollo como especie y poniéndonos en riesgo.

Pero sigamos mirándonos en perspectiva: se estima que la Tierra, nuestra “mota de polvo azul en el espacio”, tiene una antigüedad de 4.600 millones de años, coincidente con la formación del Sistema Solar.

Siguiendo el hilo, la hipótesis más aceptada sobre nuestro origen es que la especie humana moderna (Homo Sapiens) surgió en África hace unos 200.000 años. Por otra parte, se toma como fecha de inicio de la Historia la de la aparición de la escritura, cuando el hombre pudo poner por vez primera sus ideas e impresiones por escrito, evento ocurrido en Sumer (región de la baja Mesopotamia cercana al Golfo Pérsico) hace algo más de 5.000 años.

Lo ocurrido desde entonces (una fracción de segundo en términos universales) coincide más que nada con el registro de una sucesión de violencias: de atropellos, guerras y latrocinios de diverso calibre; de tiranías y de pobreza generalizada a nivel supervivencia para una inmensa mayoría de personas. Gentes cuya existencia fue ciertamente corta, sucia, dura y cruel.

Sin embargo tras siglos y más siglos en esta situación, saliendo de la noche de la Edad Media (siglo XV), hubo un período en Europa en el que la vanguardia de la civilidad pareció encaminarse hacia una mejora real para el común.

Aunque lento en términos de una urgencia social de milenios, el comercio capitalista creció hasta mediados del siglo XVII al amparo de la independencia de unidades políticas pequeñas creando riqueza y oportunidades hasta entonces desconocidas, en ambientes de orden y derecho protectores de la propiedad privada. Realidades que tuvieron singular importancia en lo que hoy es Italia. O en Alemania, por ejemplo, donde en ese entonces coexistían en anárquico equilibrio unos 40 países, ciudades libres y grandes casas nobles independientes en competencia.

Hablamos de un orden anárquico similar al que en la actualidad conforman los escasos 195 países (Estados-naciones) del mundo, que coexisten sin una común autoridad política, militar ni legal. Obviedad factual que demuestra que la anarquía no es el cuco que pinta sesgadamente la currícula educativa obligatoria (“caos y abuso con miseria generalizada”) ni el problema a evitar, como sí lo es el muy real Estado depredador, fabricante de miseria generalizada y caos por abuso, como tan a la vista ha quedado en nuestro caso.

Lo que sucedió con aquel prometedor “experimento independista” de unidades políticas de escala más local y humana fue que desde los siglos XIV y XV venían construyéndose en Occidente grandes Estados (al principio monárquicos, más tarde republicanos) que acabaron con la recurrente “disputa” -en realidad, libre transacción entre diversidades- entre las ciudades, feudos y regiones libres anteriores. Y lo hicieron generando estructuras políticas, militares y sobre todo judiciales monopólicas, a las que cientos de centros pequeños fueron sometidos, quedando contenidos dentro de las dimensiones territoriales del leviatán que fuese. Con algunas exitosas excepciones como Mónaco o Luxemburgo, por caso, que lograron eludir hasta nuestros días al letal “monstruo grande que pisa fuerte”.

La especulación sobre nuestro futuro de largo plazo en perspectiva ampliada, como sugeríamos al comienzo de esta nota, apunta asimismo a la descentralización. A volver sobre los pasos de la historia en busca de una escala más humana y más diversa a todo orden. En busca, ahora, de modelos socioeconómicos crecientemente voluntarios que respeten la ética básica de los 3 derechos naturales que todos (incluso los extraterrestres de las civilizaciones que seguramente nos observan) portamos al nacer: los derechos inalienables a la vida, a la libertad y a la búsqueda de la propia felicidad, que derivan su aplicación práctica en el avanzado sistema de las ideas de la libertad y su corolario, la no-violencia intra-social (¡o inter-social!), el mejor paraguas existente para el desarrollo de cualquier especie.

Algo que calza como guante al corpus de ideas libertarias en boga. Algo, empero, que choca de frente con el modelo contra-estimulante que aún nos rige: primitivo; tosco. De hecho, mafioso y coactivo tanto en lo tributario como en lo reglamentario. En lo medular, un sistema no-voluntario; por lo tanto violento y a consecuencia de ello ineficiente, a más de inmoral.

Lo importante, entonces, es tomar las cosas en perspectiva y empezar a notar que vivimos encadenados a reliquias bárbaras de otra era, desagradables a cualquier espíritu evolucionado además de retrasantes y empobrecedoras, derivadas de negar que la libertad en tanto matriz humana esencial es más importante que el instrumento (adrede sacralizado y mal usado) al que denominamos democracia.

Superior incluso a instrumentos organizativos algo más elevados, como república o constitución.





Verdades Estatales Reveladas

Octubre 2024

 

Cada tanto resulta útil (y sanador) elevar la mirada tomando distancia de la crispación mensual, anual o cuatrienal para ver las cosas en perspectiva. Con cierta prescindencia temporal en procura de entrever a futuro un modelo social como el libertario, sea para nosotros, sea para nuestros nietos o bisnietos, partiendo del sistema que sufrimos hoy.

Sistema, el actual, que se sostiene en juicios inducidos desde la infancia por un adoctrinamiento sistemático desde la currícula educativa estatal; en ideas adheridas al punto de conformar un asumido dogmático difícil de superar aún por personas cultas e inteligentes. Aun por gente que se percibe posicionada por sobre toda posibilidad de influencia ideológica sesgada, sea esta subliminal o explícita.

Dado que tanto la honestidad como la valentía intelectuales no deben subestimarse, confiamos en que al menos algunos podrán liberarse de preconceptos para situarse, por un momento, por sobre verdades estatales reveladas acerca de nuestro modelo estadodependiente.

Incluyendo la serie de dogmas que son para el común, todavía, cuestiones de fe. Y decimos “todavía” con un ojo puesto en ciertos signos del cambio de los tiempos. Como el constante declive del poder real de los Estados-nación en favor de conglomerados privados o los avances informáticos que empoderan cada día más a los individuos y sus decisiones de conveniencia personal-familiar por sobre fronteras y reglas de cuño prohibicionista.

Indicios que muestran a quien sepa verlos, hacia dónde se dirige la humanidad. Signos que confluyen con otros (irrepresentatividad y desprestigio de la política, tendencias secesionistas, criptomonedas, inoperancia -y costo- de los organismos internacionales, etc.) en presagiar cambios conceptuales de fondo para el mediano y largo plazo.

Uno de esos conceptos en revisión crítica es el del monopolio -innecesario, caro y peligroso según la escuela anarcocapitalista- de la justicia por parte del Estado, asunto polémico y denso si los hay pero en el que tenemos por certeza que en nuestra Argentina funciona muy mal. O casi no funciona (y ello es causa eficiente de casi todos los problemas que hoy nos asfixian) si consideramos sus inadmisibles tiempos, costos, rémoras, discriminaciones, contradicciones, absurdo papeleo, gravísimas corruptelas y demás extendidas falencias, bien retratadas por el experto abogado A. Fargosi en un demoledor artículo transcripto en Agosto de este año por el diario La Nación.

Se sabe: la matrix del fallido, en nuestro sistema legal, se halla en el “olvido” de la preeminencia del derecho natural por sobre el derecho positivo.

En tal inteligencia, debemos recordar que el derecho natural es literalmente el cimiento fundacional de la Ciencia de la Justicia estableciendo que cada ser humano, por el sólo hecho de nacer, tiene derecho inalienable a 3 cosas: a la vida, a la libertad y a la búsqueda de la felicidad. Y que establece como contraparte la obligación absoluta de respetar otras 3: los derechos a la vida, a la libertad y a la búsqueda de la propia felicidad de todos los demás.

Agreguemos que el derecho natural y su sistema social derivado, las ideas de la libertad, constituyen el mejor paraguas debajo del cual la civilización puede desarrollarse.

Por su parte, las leyes del derecho positivo, redactadas por los burócratas del Estado en sus legislaturas, son en general la metralla (consciente o no) que hiere de muerte al derecho natural y al sistema de la libertad con un claro objetivo: lograr que un grupo de hombres y mujeres someta y explote por la fuerza a otro grupo de mujeres y hombres en determinadas circunstancias, tiempos y lugares.

Fiel a su fundamento ético, el libertarismo ancap propugna que toda norma de derecho positivo se alinee, antes de su dictado, con las tres leyes del derecho natural ya que se trata de derechos previos e inmutables, válidos para todos sin excepción en todo tiempo, circunstancia y lugar.

Derechos cuya violación trajo aparejado el tren de desgracias (autoritarismos preñados de violencia fiscal, pobreza innecesaria, desesperanza, falta de oportunidades e infraestructura, inseguridad, alienación, estrés, muertes prematuras…) al que el Estado-nación y su monopolio territorial de la fuerza y la justicia nos tiene acostumbrados.

Tanto los cambios de largo, como los de muy largo plazo serán profundos e incluirán necesariamente la apertura de los gravosos monopolios estatales, que tan mal servicio nos han prestado, a la competencia de iniciativa privada.

Algo a lo que nadie debe temer puesto que el mercado en competencia real somos toda la gente de a pie, cooperando libre y voluntariamente en el curso de nuestros negocios e interacciones privadas, como lo hemos hecho siempre.

De hecho, todo progreso cierto y sustentable de la humanidad ocurrió a pesar del Estado; nunca gracias a el.





Interponiéndose

Septiembre 2024

 

Hace menos de dos meses, al día siguiente del atentado que le costó parte de una oreja y casi mata a Donald Trump, parte del electorado norteamericano terminó de hacer suya la reflexión del candidato cuando, refiriéndose al peligro que corría su vida, dijo a la gente: “No vendrán por mí. Ellos vienen por ti. Yo solo me interpongo en su camino.”

La frase es una bomba política de profundidad y bien podría aplicarse a nuestra situación.

Nuestro presidente concita adhesiones porque la gente, justamente, lo ve como alguien que se interpone entre ellos y “los privilegiados” de la Argentina. Alguien que en tal sentido los representa, al menos por default.

Demás está decir que “los privilegiados” no son otros que nuestras tres oligarquías simbióticas de empresarios protegidos (los empresaurios), políticos corruptos (la casta) y sindicalistas millonarios (los mafiosos).

Y que los “no privilegiados” agrupados hoy en la vereda de enfrente son no sólo la legión de pobres e indigentes que nos dejaran A. Fernández, C. Kirchner y S. Massa sino también millones de jóvenes de futuro tronchado y lo que queda de esa clase media que respeta, cumple, paga y se hunde bajo receta peronista década tras década.

J. Milei bien podría decirnos “vienen por vos, por tus hijos y tus nietos pero me interpongo, aunque quieran matarme”.

Nuestra república termina así, fallida, dado el esquema mental de suma cero que caracteriza al relato pobrista: si la propiedad es finalmente producto del robo, la lógica básica de la vida no puede ser sino caníbal; conquistar o ser conquistado, devorar o ser devorado. El bien privado, entonces, deviene en algo circunstancial; supeditado a cualquier subjetividad. Una coincidencia del 100 % con lo que se nos aplicó durante casi 80 años, avalado ley por ley y ejecución de medida tras ejecución de medida, por cada una de nuestras muy constitucionales Cortes Supremas.

El relato machaca, resiente y adoctrina sin pausa con la cien veces refutada cantinela socialista de explotadores versus explotados, de colonizadores versus colonizados o bien de la polvorienta plusvalía versus una supuesta justicia social.

Un modelo en el que los “vivillos” de nuestras oligarquías privilegiadas siempre ganan y en la que prospera, qué duda cabe, su capitalismo de amigos.

Lo que no está tan a la vista es que esta lógica depredadora atraviesa también, peligrosamente, a partidos como la Coalición Cívica o la Unión Cívica Radical para no hablar de coaliciones peronistas “racionales” como las que tienen por referentes a M. Pichetto o M. Llaryora entre otros.

Pueden diferir en el grado pero el relato de la necesidad de un Estado ordenador, cobrador, árbitro, juez y parte de aquí a la eternidad, cala hondo en todo este arco dialoguista.

Todos adhieren a un modelo que no acata la realidad de fondo, cual es que el Estado y sus monopolios son y serán siempre el problema y que hay un grave error intelectual (de atraso, en realidad) en plantear la dicotomía entre bienes públicos y bienes privados cuando la ciencia ya demostró de modo irrefutable que los bienes son de un solo tipo: económicos. Algo que constituye hoy y constituirá cada vez más, la “madre del borrego” institucional.

El relato estatista que los atraviesa podrá partir del grado más leve de intervencionismo dirigista (liberalismo clásico, representado hoy por economistas senior tan respetables como R. López Murphy o R. Cachanosky entre otros) mas por la razón antedicha, por incentivos y por simple historia esa praxis estará siempre condenada, cual Sísifo, a sufrir la deriva del crecimiento de los “medios políticos” por sobre los “medios económicos”; de lo fiscal por sobre lo privado y de lo corrupto por sobre lo correcto. Condenada a la primacía de lo coercitivo por sobre lo voluntario y en definitiva, de la violencia por sobre la no-violencia.

El “vienen por vos…” del comienzo, entonces, remite a mediano y largo plazo a la interposición de nuestro presidente frente al Estado, por más que sea él hoy quien lo encabece. Remite a la apelación a esa certeza innata y de sentido común (tan libertaria) que todos llevamos dentro, a saber: el forzamiento siempre es malo ya que no nacimos para ser forzados y sí, en cambio, para responsabilizarnos individualmente por nuestros actos. La moral es una sola (no hay tal cosa como una moral estatal y otra privada) y el fin nunca justificará los medios por lo que todo lo que se inicie bajo una matriz de violencia (de forzamiento impositivo, por caso), no sólo resultará abominable desde lo ético sino, al fin del día, contraproducente.  

Un “vienen por vos…” de Milei que puede traducirse en criollo a: las oligarquías beneficiarias del sistema y los tontos útiles que avalan desde algún punto su justificación legal quieren seguir aplicándote violencia para que te sometas y pagues -por siempre- aún aquello que nunca elegirías comprar ni avalar si pudieses optar dentro de un mercado libre. Yo me interpongo frente a esa pretensión.





Una Apuesta de Largo Aliento

Agosto 2024

 

Si el gobierno de La Libertad Avanza logra llegar a las legislativas de Octubre ’25 habiendo encaminado al país en el inicio de cumplimiento de los 10 puntos del Pacto de Mayo, nuestra Argentina se encontrará ante un panorama inédito. La previsible alianza táctica de libertarios y opositores dialoguistas podría hacerse entonces de las bancas suficientes como para llevar adelante el programa de gobierno del presidente Milei.

Algo que los peronistas lograron en incontables ocasiones a lo largo de los últimos 79 años, particularmente en el Senado, aplicando a destajo su programa “Pobrismo Gradual para Todos con Shock de Riqueza para las Nomenklaturas Política, Sindical y Empresauria”.

La apuesta libertaria, como se sabe, es de largo aliento (como la de la Generación del ’80) con un norte de cambios disruptivos tanto de forma como de fondo.

En lo inmediato y mediato (30/40 años vista, si el electorado acompaña) seremos testigos del tránsito hacia un modelo minarquista referenciado en países exitosos como Irlanda o Singapur, de alta renta per cápita, equiparable al de la época de oro de nuestro Estado-nación (aprox. 1880 a 1930).

Sin Embargo, el objetivo de convertir a la Argentina en una república modelo, haciéndola potencia en el sub continente y luego a nivel mundial, pretende ser sólo una posta en el camino. Uno que hacia el último tercio del siglo nos ubique en posiciones de preeminencia global en cuanto a institucionalidad. Llevándonos a niveles de libertad personal y prosperidad comunitaria hasta ahora desconocidos; superadores del referido modelo de Estado-nación, vigente en el mundo desde hace unos 250 años. Modelo que, dicho sea de paso, dista de ser el “Fin de la Historia” en lo que a organización social humana se refiere.

Problemas de factibilidad práctica que hoy parecen desalentadoramente complejos o difíciles hasta el grado de utopía habrán quedado superados para entonces, con la ayuda de nuevas tecnologías de aplicación masiva.

Con cambios sobre lo acostumbrado (o resignadamente aceptado) que en la actualidad cuesta imaginar o que pertenecen todavía al reino de la ciencia ficción.

Avances que facilitarán grandemente el anhelo de acercarnos a una sociedad no-violenta; más contractual y voluntaria que destierre, para empezar, todo tipo de financiamiento coactivo. Algo difícil de visualizar en la instancia del proceso de evolución cultural en la que nos hallamos y dentro del mar de falta de oportunidades, indigencia y adoctrinamiento vil en el que nos sumergió el referido Estado en uso y abuso de su violencia fiscal y reglamentaria.

Un Estado mínimo con bajos impuestos y gran libertad económica centrado en seguridad, educación, salud y justicia a similitud de los países nombrados es, pues, el objetivo “cercano” de La Libertad Avanza.

El objetivo “lejano” remite a las declaraciones sin medias tintas de nuestro presidente cuando afirma que es “un topo infiltrado que vino a terminar con el Estado”, cuando se declara filosóficamente anarcocapitalista, cuando asegura que el Estado es “una organización criminal” o, brutal analogía mediante, “un pedófilo en el jardín de infantes”.

En línea con este objetivo de largo plazo, sería de gran utilidad social que la élite periodística, docente y cultural procurara superar su ignorancia acerca del libertarianismo, sus insoslayables fundamentos éticos y filosóficos, sus principales referentes históricos y sus más actuales exponentes; tanto en la solidez de su doctrina como en sus múltiples propuestas para una gobernanza sin Estado.

Se trata de un vasto corpus intelectual al cual deberían acercarse, si es que pretenden seguir opinando sobre el tema con algo más que un amateurismo minado de tabúes.

La gobernanza sin Estado, potenciada su factibilidad en la IAG y otros avances informáticos, basa su praxis en la apertura de los monopolios estatales a la competencia de iniciativa privada. Por caso, abriendo el juego a grandes compañías de seguros de capacidades y coordinaciones ampliadas.  Un entorno inusual pero viable donde la palabra clave es, por supuesto, “competencia” en función del cliente, revirtiendo soberanía… en la gente de a pie.

Enérgica libre-competencia para disfrutar finalmente de verdadera prevención, inteligencia criminal y seguridad ciudadana cuasi personalizada con cárceles-empresas, no de mera punición sino restitutivas a la víctima (por trabajo y para la reeducación), en sinergia con mediación extendida dentro de un sistema judicial privado y policéntrico -nunca monopólico- que cubra por demanda, prestigios en competencia y coordinación estandarizada (por propia dinámica de eficacia empresarial) todas las instancias delincuenciales posibles.

Este modus libertario de futuros factibles a largo plazo en cada área pensado para nuestros nietos y bisnietos, incluye en la transición ítems tales como libertad de currícula y vouchers nominales en educación para lo público (subsidio a cada estudiante) con competencia inter escuelas. En lo sindical, total desregulación y libertad de afiliación. En lo económico, competencia abierta de monedas (incluso privadas, más adelante) con gran libertad de banca, de crédito y de negocios. En salud, absoluta apertura comercial y de servicios, a máxima gama de ofertas diferenciadas para todo el sistema. En defensa, apertura a una integración paramilitar privada sumada a libertad de portación responsable y en previsión, un nuevo modelo de fondos de pensión y capitalización privado nacional e internacional, libre por ley de trabas y parasitajes políticos.

Como se ve, la desregulación del Estado que encara a partir de este octavo mes de mandato el nuevo ministerio de F. Sturzenegger es sólo el botón de inicio de un proceso mucho más ambicioso que, de perseverar políticamente, puede llevarnos a la consolidación de una sociedad casi exenta de pobreza en la que, con exacciones gradualmente acotadas a través de una transición de décadas, todos vean elevada su capacidad económica (bienestar real) al punto de poder gozar efectivamente de las opciones de consumo que provee el sistema de la libertad. Opciones que el Estado hoy nos veda a través de sus innecesarios, caros y peligrosos monopolios y de su red de protecciones discriminatorias.