Un Pelotazo en Contra

Octubre 2011

¿Por qué no logramos campeonatos mundiales en fútbol o rugby? Tenemos las estrellas, los técnicos y la motivación como para conquistar copas -poco menos que consecutivas- a ese nivel. ¿Qué es lo que pasa? ¿Qué nos falta? ¿De quién es la culpa?

No es difícil discernirlo: nuestros mejores jugadores están contratados, en su mayoría, por clubes de distintos lugares del mundo lejos de la Argentina.
El hecho de que, por las distancias, no puedan entrenar juntos con la frecuencia con la que lo hacen otras selecciones, marca la diferencia. Una diferencia que, a tal nivel de competencia, suele ser definitoria.
Lo que nos falta, entonces, son clubes poderosos que puedan pagar el cachet de estos astros haciendo que se queden en el país, permaneciendo cerca de sus compañeros y del equipo técnico.
Situación de carencia que en el caso del rugby impide también y hasta hoy, el inevitable profesionalismo.

Por desgracia, nuestras instituciones deportivas no pueden competir con el poderío económico de las de Primer Mundo. Y esto es a consecuencia de estar insertas en una sociedad que no se permite a sí misma, a sus habitantes, un ingreso per cápita igual (o mayor ¿por qué no?) al de los países más desarrollados.
La decisión (consciente, electoral-por-mayoría, “legal”, libre) de no ser una sociedad rica y poderosa, condena a nuestros clubes a sobrevivir en la pobreza. Y a nuestros deportistas de élite a emigrar.
Dejando de lado el hecho de que tal elección nos encadena a muchas otras desgracias, condena en particular a la afición argentina a no tener la satisfacción de ver -mucho más- a los nuestros en el podio.

Los culpables de las frustraciones deportivas son, naturalmente y una vez más, nuestros dirigentes. Una élite nefasta que con el ejemplo, la dádiva o el discurso induce a la gente influenciable a apoyar las violencias sociales de corto plazo “que funcionan” y luego, los torcidos caminos electorales que las facilitan.

Hablamos de referentes empresariales, intelectuales, sindicales y sobre todo políticos (sin olvidar a artistas, celebrities y deportistas) que a caballo de resentimientos, falta de formación o conveniencias estrictamente personales, promueven la pobreza en el país.

Muchos de estos formadores de opinión, verdaderos idiotas útiles funcionales a corruptas democracias populistas con instituciones de cartón pintado y a socialismos que se dicen honestos mientras nos roban, atropellando propiedad privada y libertades personales.
Se trata de dirigentes funcionales a fascismos sindicales de talante mafioso o defensores de troglodíticas dictaduras extranjeras (como las de Chávez, Castro, Ahmadinejad, Correa, Gaddafi, Ortega etc.) y de muchas otras aberraciones políticas y legislativas que insultan a la inteligencia.
Gente que insufla ritmo de bombo al trágico minué de dictaduras de primera minoría que nos aturde desde hace décadas no sólo en lo económico sino -y es su causa- en lo ético; en el sentido de lo que sería evolucionado.

El voto al capitalismo de amigos, el voto que dice si, yo apoyo que fuercen y quiten su dinero a otro para una “solidaridad” clientelizada, el voto que hace la vista gorda a corrupción, prepotencia o ataques a la propiedad, el voto plasma y en general todos los votos detenidos en el tiempo y asumidos como de izquierda, son un durísimo pelotazo en contra. Son botellazos, zancadillas, sabotaje y traición a nuestros seleccionados nacionales de fútbol y rugby.
Porque son votos que cortan las piernas (como diría Maradona) a esa rica Argentina posible de alta innovación, de alto respeto y libertad, de alta inversión empresaria y de altos ingresos. Deportivamente ganadora y poderosa, que llevaría nuestros colores a la cima reteniendo a los mejores hombres en casa.

Cientos de miles de jóvenes Indignados protestan en las calles del mundo. Reclaman “cambios profundos” y coinciden en que la democracia y sus modelos económicos tal como están planteados “no funcionan”.

Coincidimos.

Ellos intuyen, aún confusos y desordenados, que van camino de la decadencia y que están siendo empujados a aceptar, desempleo mediante, que su nivel de vida será peor que el de sus padres.
Quebrado hace tiempo el punto de inflexión, el costosísimo Estado de cada una de sus naciones creció hasta deglutir gran parte de su Producto Bruto (del trabajo de su pueblo), ahogando la competitividad, la innovación, la eficiencia productiva, el nacimiento vigoroso de más empresas y de más empleos. Aprieta la tráquea de lo que resta de capitalismo liberal en sus sistemas vitales, y los adormece -parasitados por millones de burócratas y subsidio-dependientes- en el dulce sopor del declive de sus Estados paternalistas.

Los hinchas argentinos tienen ventaja: ya se anticiparon en el 2001 con sus cacerolazos y con el que se vayan todos, cuando fugazmente comprendieron la tremenda incompetencia y el mal a futuro que representaban sus administradores.
Y aunque no se fue nadie y los mismos oportunistas siguen montados con su fusta sobre los hombros de los que trabajan, quedó en la población una “memoria social” que, cuando reviva de su sopor, hará temblar a nuestro país y a varios otros.

Y aunque es improbable que la usen, los y las millones que gustan del buen fútbol y del rugby de excelencia tienen hoy la sartén por el mango: las elecciones generales de este mes son una de esas raras oportunidades para forzar “cambios profundos”.
Cada uno será dueño de decidir cómo, pero valga el pequeño ejemplo de lo sucedido ayer mismo en la vecina Bolivia, donde los ciudadanos castigaron al retrógrado indigenista Evo Morales en plebiscito, con un 61,5 % de votos blancos y nulos. 




Sueño Americano

Octubre 2011

Hay más de 46 millones de pobres en los Estados Unidos, sobre una población de 310 millones de personas. Para el país del norte, el límite que define la pobreza es de 1.860 dólares mensuales para una familia tipo de 4 integrantes o de 930 dólares para una sola persona.
Agreguemos que según cifras oficiales, el ingreso promedio cada 30 días para una familia de clase media se ubica en la -para nosotros considerable- suma de 4.125 dólares.

Pero lo importante no son estos números sino la tendencia porque esta pobreza, del 15 %, viene de subir casi un 1 % desde la última medición interanual constituyendo el incremento más grande desde que comenzaron a mensurarla, hace 52 años.
Son constataciones que no sorprenden a las personas informadas; datos que marcan un nuevo y claro mojón en el lento declive de la superpotencia.

Como claras son las causas, magistralmente expuestas ya en el año 2008, en el libro del estudioso argentino Alberto Benegas Lynch “Estados Unidos contra Estados Unidos” editado por el Fondo de Cultura Económica.

Un declive de más de 8 décadas que la dinámica de los hechos va acelerando, pero que fue “lento” durante mucho tiempo debido a que estuvo determinado por un encuadre comparativo con “modelos” aún peores, en otras sociedades tan poco perspicaces como mal lideradas. O deberíamos decir con más propiedad, criminalmente lideradas ya que de la obcecada limitación mental o conveniencias personales de sus dirigentes, resultó la muerte prematura o el sufrimiento innecesario por pobreza de muchos millones de hombres, mujeres y niños.

El opacamiento del poder moral y económico de los Estados Unidos coincide día por día con el aumento del peso de su Estado sobre los ciudadanos. Del reglamentarismo obsesivo, de la inflación legislativa y burocrática, del intervencionismo coactivo (de quienes no crean ni producen nada) en cada rincón de su economía de crecientes subsidios y gasto público… y de su obvia consecuencia: el aumento asfixiante de las tasas de imposición y endeudamiento sobre toda su sociedad.
En síntesis, del desconfiar del ser humano como libre emprendedor por miedo a su capacidad de daño egoísta, para pasar a confiar en él como semi-dios regulador, “olvidando” que se trata del mismo ser humano; sólo que con su capacidad de daño egoísta, ahora si, multiplicada e impune.

Sin duda vienen (al igual que nosotros) errándole al blanco. Fallando en proseguir el mandato de su Padre Fundador, Thomas Jefferson (1743 – 1826), quien dijo “los dos enemigos de la gente son el gobierno y los criminales. Atemos al primero con las cadenas de la Constitución para que no se transforme en la versión legalizada del segundo”.
Proféticas palabras pronunciadas al inicio del espectacular crecimiento norteamericano del siglo y medio siguiente, dando pie al alud de personas que buscó y halló el maravilloso Sueño Americano de justicia, libertad individual, riqueza y progreso.

Nuestra Argentina tuvo, asimismo, su glorioso tiempo de “sueño americano”. Fue cuando el liberalismo (el serio, no el posterior “martínez-de-hoz-menem-trucho”) gobernaba y los inmigrantes europeos llegaban por millones a una tierra donde -al igual que ahora- estaba todo por hacerse.
Aquí también vinieron atraídos por la política del “dejar ser, dejar hacer”, de brazos abiertos, pocos impuestos y pocos cafishos regimentadores parásitos. Atraídos por la decisión dirigencial de mantener frenada la máquina de impedir.
Nadie les regaló nada pero los dejaron hacer y lo hicieron. Construyeron sólidas familias, casas, ahorros y negocios. Mandaron a sus hijos a las universidades y dinero a sus familiares oprimidos por los Estados del viejo mundo. Y levantaron lo que era un desierto atrasado y semi salvaje llevándolo a los primeros puestos de respeto, cultura y poder en el ranking de las naciones.

No vinieron, como ahora nuestros vecinos y desahuciados internos, atraídos por subsidios al no-trabajo, por “leyes” protectoras de atorrantes o por sistemas de salud pública, jubilaciones o vivienda (colectivizados y seriados a bajo nivel) que clientelizan y “regalan” irresponsablemente, con cargo al quiebre productivo nacional.
Con alicientes como los de la Sra. de Kirchner o su socio el Sr. Binner, desde luego, no hubiera venido nadie (como que nadie fue a otros lados) y la Argentina… hoy sería Bolivia.

Sin embargo y según todo indica, en pocos días volveremos a entronizar al gobierno que en los últimos 8 años aumentó en un 47 % la masa de empleados públicos o que premió y protegió a terroristas destructores del “dejar ser, dejar hacer” (nativos y extranjeros, como en el caso del asesino chileno Apablaza Guerra). Un gobierno que viola la Constitución de nuestros Padres Fundadores, asegurando a diario que los argentinos ya no estén amparados por las leyes que protegían la libertad (de invertir, comprar o vender lo que sea y a quien sea), la vida (coto a la delincuencia, piquetes mafiosos incluidos) y la propiedad privada (confiscación impositiva del producto de nuestro riesgo y labor). Imponiéndonos continuas inconstitucionalidades por vía de saturación. Un gobierno que colocó al país en el puesto 105 sobre 178 en el ranking de corrupción de Transparency International y en el puesto 115 sobre 183 del ranking de facilidad de negocios del Banco Mundial. O en los pésimos resultados del test internacional Pisa sobre educación, haciéndonos retroceder a lo largo de los últimos 10 años en comprensión de textos, matemática y ciencias. Un gobierno que considera enemigos cooptables a casi todos los pilares de nuestra nacionalidad: Fuerzas Armadas, Iglesia, Periodismo, Oposición, Complejo Agroindustrial, Poder Judicial y Congreso. Y que dividió intencionalmente, haciéndonos perder el sentido de pertenencia que nos unía como sociedad; sin objetivos compartidos a futuro ni acuerdo alguno con respecto a lo pasado.

El sueño americano, aquí y allá, muere lentamente de inanición mientras descendemos hacia el infierno de grupos humanos tan colectivistas y esclavos como una colonia de hormigas.

Sin embargo sabemos que cuando la sociedad pierda el miedo a dejar la droga tribal del subsidio (con sus efectos dañinos de hundimiento a través del robo y la mentira), los opresores habrán perdido la manera de controlarla. Porque toda tiranía, incluida la de primera minoría, se apoya en consensos generales basados en el temor.


Democracia en Pensamiento Lateral

Octubre 2011

La lógica democrática prescribe que para cambiar las cosas, primero hay que llegar al poder; para lo cual es necesario unir a una gran cantidad de gente. Y como es muy difícil nuclear una tal masa de personas que piensen exactamente igual en relación a todos los temas importantes, en la práctica la unión se articula sobre la base de pensamientos diferentes.

En un mundo cuya complejidad económico-social va en aumento y donde la conectividad informática de individuos y negocios se ramifica sin pausa en redes multidireccionales, los “temas importantes” con potencial para influir en nuestras vidas a través de resultados directos, consecuencias de rebote o efectos mariposa y dominó, son cada vez más.
El todo tiene que ver con todo es más actual hoy que nunca y decisiones “normales” de gobierno en lo educativo, judicial, policial, comercial, cultural, mediático, asistencial y de muchas otras índoles se sinergizan o bloquean a niveles (y tiempos) por lo común no previstos, en una cadena de interacciones dinámicas de muy difícil -por no decir imposible- control.

Precisamente, la política es el “arte” de consensuar entre unos pocos, los distintos puntos de vista y acciones de millones sobre una enorme variedad de cosas. Arte ciertamente arcaico a más de presuntuoso, en plena era de la información.

Si esto ya es reprobable por el forzamiento a la aceptación que implica sobre una gran cantidad de intereses y convicciones minoritarias o personales, más lo es sabiendo que en la política real, los consensos que validan estos embretamientos resultan en verdad en “soluciones híbridas” de efecto no sólo incierto sino diluido, siendo que los pensamientos diferentes tienden a anularse mutuamente.
Y es aún reprobable a escala aumentada porque esas pocas personas que llegan a las cimas políticas y al poder de decisión, surgen de una despiadada “selección natural”, donde los valores que definen el ascenso son la hipocresía, la deshonestidad, la ambición de riqueza y honores, la inescrupulosidad y la lealtad mafiosa.
Todos sabemos estas cosas; que nos importen o no, es ya una cuestión moral: estamos gobernados por individuos sumamente peligrosos, muy proclives a golpear para obtener el oro y porque, como se sabe, la “regla de oro” dice que quien tiene el oro pone las reglas.

La solución evolucionada a este dilema de ineficacias y disconformidades no es, desde luego, el camino totalitario que conduce al pensamiento único sino su exacto opuesto: la tendencia al absoluto respeto sobre el derecho humano de libre albedrío individual. Hacia las formas de pensar y las decisiones diversificadas, incomparablemente más enriquecedoras.
Es la ética de la sacralidad cívica del ser humano como sujeto único, valioso e inviolentable en íntima correspondencia con la responsabilidad personal sobre las decisiones que adopte. Tenga la fortuna o educación que tenga y sea de la clase laboral o etnia que sea, entendiendo que la minoría más pequeña es la de una sola persona. Y que una sociedad de irresponsables, como la que nuestro “modelo” promueve con fuerza, tiene su evolución bloqueada a la altura de la era del simio golpeador.

Sólo cuando la parte no corrupta de nuestra sociedad asuma como correctos estos altos ideales, podrá visualizar con claridad hacia dónde quiere ir. Y a partir de allí, educar a sus hijos en consecuencia, opinar públicamente en consecuencia, apoyar u oponerse a causas sociales en consecuencia o votar (o no votar) en consecuencia. Aún sabiendo que lo correcto y lo políticamente factible sean cosas diferentes.

No es la democracia populista no-republicana la que pondrá en vigencia esta clase de ética avanzada. Ni siquiera la democracia más prolija y respetuosa de los países relativamente desarrollados. Será la democracia directa de las elecciones diarias. Será el voto cotidiano de la gente decidiendo individualmente y varias veces cada 24 horas sobre los asuntos importantes.
Tanto como lo sería que cada mayor de edad tuviese una pequeña botonera celular con visor, para votar electrónicamente aceptando o rechazando cada mínima acción y ley de gobierno que pudiera llegar a afectarlo. Utopía imposible para la atrasada democracia “delegativa” que todavía sufrimos. Pero cosa de todos los días para ese ordenamiento social voluntario denominado el mercado. Porque la decisión de comprar algo de determinada marca o abstenerse de hacerlo es votar a favor o en contra de toda la cadena de valor productiva y comercial de esa marca. Porque la decisión de ver un programa de televisión, escuchar una radio o comprar un diario es votar a favor o en contra de que sus respectivas cadenas de valor se enriquezcan, vegeten o se fundan.

Porque un grupo humano con menos -o ningún- desangre estatal, que se permita fuertes aumentos de ingresos para quienes deseen trabajar, abre también la posibilidad de votar a favor o en contra de un cierto colegio privado para sus hijos, de una cierta agencia de seguridad privada que los proteja en coordinación con una aseguradora que los cubra en situaciones hoy no cubiertas , de una cierta prepaga médica o de un cierto sistema jubilatorio privado o cooperativo que les brinde tranquilidad y satisfacción.
Si esa gente de ingreso aumentado pudiese optar para pagar un servicio o una obra (pública versus privada, desde justicia competitiva por mediación a autopistas y trenes bala pasando por ONGs solidarias), se decidiría por la de mejor relación precio-beneficio. El Estado como usurpador de decisiones tendría entonces sus días contados.

Es la forma inteligente de hacer que pensamientos diferentes no se anulen mutuamente sino que se potencien, armonizando millones de decisiones individuales a través de la propia interacción comercial, laboral y social en grandes redes de contratos y acuerdos libres de mutua conveniencia.
Porque tender a una sociedad libre podrá ser muy cruel con los empresarios, sometidos a durísima competencia, pero es el mejor creador de riqueza para las clases menos favorecidas por la enormidad de oportunidades que crea.

No debería ser necesario llegar al comando de un poder central para cambiar las cosas. Ni reunir una gran masa de personas, coaccionando sus preferencias en efecto-embudo para sostener la ficción de que piensan igual.

Sólo los delincuentes y el Estado usan la fuerza para conseguir su dinero. El resto de la sociedad se conduce -desde siempre- con acuerdos voluntarios y cooperativos o de mercado.
Por eso la inteligentzia que mejor representa a los pobres y oprimidos es la que ilumina estas mentiras de doble moral, haciendo ver que lo que es reprobable y perjudicial a nivel personal (amenazar a gente pacífica, obligar a obedecer reglas arbitrarias o quitar algo por la fuerza a su legítimo dueño) es también reprobable y perjudicial a nivel gubernamental. Y que la democracia total (elecciones diarias y libres en todos los campos de la acción humana) es mucho más ética y constructiva que la actual democracia limitada, cavernaria y vil dictadura de la mayoría.