El Norte No Violento

Mayo 2017

Personajes como Jesús de Nazaret, Mahatma Gandhi o Martin Luther King predicaron y practicaron la no violencia.
Con abstracción de credos, ejemplificaron con sus vidas la superioridad moral de la no violencia, su efectividad final y sobre todo su estatus en tanto paradigma de comportamiento civilizado. De abjuración de la barbarie como paso necesario, de cara al siguiente escalón evolutivo consecuente con un bienestar superior.

En verdad, la humanidad no ha avanzado mucho desde los tiempos de Cristo: en lo medular, seguimos viviendo en sociedades violentas. Comunidades cuyos modelos operativos no funcionan si no es con una gran pistola apoyada en la espalda de su gente.
Algo que marca, de movida, el nivel de sus ineficiencias; el grado de desperdicio de energía productiva humana.
Arrastramos los pies entre sistemas que terminan fatalmente en mayorías poco (y mal) educadas, luego compradas con “derechos” que, para hacerse efectivos, deben violar derechos anteriores de otras personas. Sistemas que también resultan en una casta que vive de esta compra, que lucra con la política, que prospera parasitando el esfuerzo ajeno y que hace prosperar a sus cómplices, sean estos pseudo empresarios, sindicalistas u oportunistas militantes.

En este sentido el mundo “demócrata”, aún en sus mejores ejemplos (ni hablemos del resto), semeja un vehículo que gira en grandes círculos sobre la arena y que con cada vuelta se entierra un poco más.

La ineficacia intrínseca de la violencia que rige todavía nuestras vidas es la explicación última de casi todos los males de nuestra civilización.
Pobreza, déficit educativo, contaminación, malnutrición, guerras y enfrentamientos, odios y resentimientos, desesperanza y estrés vivencial, escasez de incentivos, miedo a los abusos y al apropiado sustento en la vejez entre otros dramas humanos son el resultado directo de sistemas tuertos. Cegados por el árbol que les impide ver el bosque de posibilidades del siglo XXI y cuya legalidad se reduce, finalmente, a un arma encañonando a los honestos.

 Existen minorías, cómo no, con visión de largo plazo y alto grado de civilidad. Con honradez intelectual en su apego a la no violencia en todo el ámbito de las acciones humanas. Personas conocedoras de la alta efectividad de la misma en su aplicación práctica a través de mecanismos de acción cooperativa, voluntaria: modelos que devienen pacificadores sociales por naturaleza y por interés propio.
Empero minorías cuya influencia no logra superar el violento umbral fáctico del sistema.

En cuanto a no violencia como sinónimo de progreso en nuestro pago chico, podemos constatar un paso adelante y dos para atrás consolidando el declive nacional, en cada uno de los comicios y golpes concomitantes habidos entre 1916 y 2011.
Un escenario donde las elecciones 2015 podrían haber sido (está por verse) el punto de inflexión. En modo alguno una panacea rápida e indolora mas si un cambio de tendencia.

Para redescubrir y apoyar un norte posible (o uno ideal; lo que importa es la dirección) antes convendría volver a visualizar la línea horizontal de las ideologías existentes.
Desde su margen izquierda, donde impera el ideal comunista totalitario, cuyo centro de gravedad son la masa proletaria y la autoridad suprema que ordena propugnando la abolición de la propiedad privada y de la herencia, hasta su margen derecha donde campea el ideal liberal libertario cuyo centro es el individuo propietario de sí mismo y de sus creaciones, propugnando la abolición de toda forma de coerción, de los impuestos bajo amenaza y, en última instancia, del mismo Estado (por caro, innecesario y peligroso).
Entre ambas banderas antagónicas, podemos recorrer el menú de las ideologías intermedias que toman sus postulados forzosamente híbridos, ora más de un extremo, ora más del otro.

De lo que no pueden caber dudas es de que la violencia más explícita contra la persona y su libre albedrío se sitúa sobre el borde izquierdo. Y de que la no violencia más contundente, a ese mismo orden fundamental, se sitúa sobre el borde derecho.

En una pequeña prueba de naturalezas, veríamos también que mientras para los libertarios la existencia de un núcleo de comunistas voluntarios (eventualmente coactivos entre sí) no sería un problema en su sociedad abierta mientras no violentaran al resto, para los totalitarios la existencia de un núcleo de personas libres en su seno, por más que no coaccionaran a nadie, resultaría intolerable desde el momento en que “contagiaría” fatalmente a los demás.
Por otro lado, tomando un ejemplo de efectividades conducentes veríamos que, en caso de una agresión externa a sus respectivas sociedades, la mejor y más efectiva respuesta sería la dada por la comunidad libertaria (la no-violencia, siempre basada en el Principio de No-Agresión, no implica no-defensa) porque la libertad haría que la creatividad, el capital y la alta tecnología (bélica defensiva y de contrainteligencia, para el caso) florecerían allí con muchísima más fuerza.
Razonamiento que se replica en el caso de la seguridad interior y de la prevención, represión y resarcimiento real a la víctima sobre todos los delitos comunes que impliquen agresión.

Un sistema liberal de punta como el que propone la filosofía libertaria hoy, no sólo es mejor por conveniencia económica directa de cada integrante honesto de la sociedad, sino que es el más justo, repartidor y ético (o meritocrático, si se quiere).
Hablamos de situarnos en el período histórico que nos toca, el Antropoceno, de abrir nuestras mentes al ambientalismo de vanguardia, el Ecomodernismo y de visualizar las inmensas posibilidades de un ordenamiento económico tan avanzado como el de la nueva Eficiencia Dinámica aplicada a una gestión empresarial con rol social.
Guste o no, el mercado en libre competencia (para cualquier rubro, desde educación hasta leche en polvo pasando por sindicalización) es un mecanismo profundamente democrático, no violento y no clientelista que, bajo la soberanía popular e insobornable de los consumidores (todos los habitantes), barre con los monopolios y con todos quienes no acaten los plebiscitos diarios de la gente de a pie, pretendiendo cobrar más de lo que un objeto o servicio vale. Valor definido tanto por un precio de lista… como por un tributo coactivo.

A más libertad y competencia, más castigo y quebrantos para las empresas explotadoras y/o cortesanas que siempre existen.
A menos libertad y apertura a la competencia, más oligopolio y monopolio, más Estado, más subsidio al indolente, corrupción e impunidad con peor distribución del ingreso. O bien: a más violencia (a más condicionantes de uso sobre derechos de propiedad en mengua), mayor ineficacia y lentitud en la creación de riqueza social. Conceptos todos de estricto sentido común y justicia de resultados, por otra parte.
Lo cual es igual a decir que cuanto más cerca del margen izquierdo de la línea ideológica estén nuestras simpatías políticas, tanto peor nos irá como país y junto con él a nosotros y a nuestros hijos a mediano y largo plazo. Y viceversa.

No es esta una ecuación complicada. Es sólo una con vistas a establecer un norte, una dirección, una tendencia que impulse seriamente los ideales pacifistas de Jesús, Gandhi y King hacia adelante.