Buena Doctrina, Bienestar y Socialismo

Febrero 2014

El innovador empresario privado Steve Jobs (1955 - 2011), fundador de Apple, Pixar y otros fantásticos emprendimientos capitalistas no subsidiados con fondos del agro solía decir -y su vida fue cabal ejemplo de ello- que la relación correcta con el dinero es la de considerarlo una herramienta que nos permite ser independientes, sin formar parte de quienes somos.

Un pensamiento alejado de la cultura de la dádiva y alineado con la mejor doctrina pontificia. Que también considera a cada ser humano como único, con pleno derecho de libre albedrío, sagrado e independiente en tanto hecho a imagen y semejanza de Dios y -sin sombra de duda- un fin en sí mismo; nunca un objeto exprimible o un medio esclavizable a los fines de otros, quienesquiera que sean.
Pensamientos todos cuya contracara percibimos 44 millones de argentinos en el ejemplo de vida de la pareja presidencial, que tantos supieron elegir y reelegir. Sociedad conyugal iniciada al amparo de una despreciable tradición familiar de usura, dedicada luego a convertir a todos los habitantes de Santa Cruz en medios manipulables al servicio de sucios negociados y que culmina en la impúdica apoteosis nacional de riqueza malhabida, impunidad y soberbia que dan sentido a la existencia de la actual presidente, de su familia y de todos sus socios-cómplices. Para ellos, por historia expuesta, el dinero sí forma parte de quienes son.

Parece evidente, por otra parte, la predilección de un alto porcentaje de argentinos por una inclusión social basada en  la violación de todos los derechos de propiedad establecidos por la Constitución. Un abstruso tipo de “solidaridad” financiada con fuertes tributos regimentados, cobrados y administrados por funcionarios venales, haciendo pie no ya en el deseo de igualdad de oportunidades para ser independientes, sino en el anhelo mayoritario de un forzamiento impositivo orientado al simple rasamiento económico.
Por cierto, lo que Argentina necesita es mucho más un crecimiento explosivo que una nivelación de rentas hacia abajo. Crecimiento lograble cuadruplicando nuestro ingreso per cápita por el obvio camino de cuadruplicar inversiones y  exportaciones.

Los intentos progresistas de inclusión vía coacción resultaron sin excepción y en todas partes lentos, ineficientes, costosos, minados de robos, coimas e insostenibles a largo plazo. Aserto confirmado por los intentados aquí sin solución de continuidad durante las últimas 7 décadas (y por la historia socioeconómica de la humanidad en diferentes sitios durante las últimas 500 décadas). 
Con instituciones políticas y económicas extractivas (no-inclusivas) en lo comercial y leyes limitadoras de libertades en lo productivo, nunca se lograron buenos resultados.

Lo insólito es que aún haya aquí quien rechace la libre empresa a pesar de que el 98 % de nuestros problemas fueron creados por el Estado, en uso de su poder de freno contra la iniciativa privada. Que aún haya quien crea que insistiendo en la fórmula socialista lograremos (¡esta vez sí!) resultados diferentes. Que no perciba que la naturaleza humana en cooperación voluntaria ordenada por mutua conveniencia, siempre operó natural y enérgicamente en favor de aquel crecimiento explosivo del bienestar general toda vez que se dio libertad de acción y de renta a los emprendedores (cosa que hace más de 70 años que no ocurre). Parece mentira que haya gente que aún no asuma que no nacimos para ser forzados. Y que a más libertad de acción y de ganancia individual por derecha siempre se corresponde un mayor bienestar general, más deprisa (porque la vida es hoy y para los más vulnerables, ayer).
Datos todos que son parte de la fórmula áurea que una vez funcionó entre nosotros; cuando hacia el Centenario, el liberalismo hizo de la Argentina el segundo país más inclusivo y poderoso del continente.

El mismo multimillonario Steve Jobs, hombre de innovaciones audaces y esforzado empresario capitalista no subsidiado con fondos del agro solía decir también que en toda creación humana, “la sencillez es la máxima sofisticación”.

Tal como son sencillas las -hoy- sofisticadas propuestas libertarias integrales para un crecimiento exponencial de la fortuna de los argentinos, que supere la pobreza arrasando con todos los contra-valores estatales de  mentira, corrupción y violencia confiscatoria.
Propuestas de sentido común que dejarían atrás, en la caverna de los resentimientos y los garrotes tributarios, al mito de la igualdad económica. Caverna hipócrita en la que mal-vivimos, donde casi nadie se atreve a señalar que las comunidades que más progresan en inclusión y renta per cápita, donde la pobreza y la exclusión desaparecen más rápidamente, donde hay cada día  más ricos “trigo limpio” y menos deuda nacional, son aquellas donde también hay… ¡las más espectaculares desigualdades! y pocos impuestos.
Algo que tras la simple dinámica de un mercado competitivo debería ser evidente para todos. Salvo para los envidiosos, a quienes lastima en su orgullo ver que algunos de entre ellos se eleven en demasía, aún si ello implica que la mayoría se eleve muy por sobre donde estaba… aunque mucho menos que los exitosos.

Sucias envidias que en modo alguno avala la doctrina pontificia, siempre deseosa de sacarse de encima otro persistente mito: el de un catolicismo de mente estrecha, retrógrado y amigo de la dádiva contribuyendo por siglos al atraso de sus fieles frente al de la ética de cultura productiva y riqueza social de los protestantes.

La Iglesia no las avala porque es consciente de la utilidad de la herramienta dinero reinvertida y multiplicada por medio del trabajo humano inteligente. Porque sabe que no puede considerarse virtud solidaria a ninguna contribución social obtenida a punta de pistola; por robo. Y porque conoce por experiencia la muy poderosa caridad empática que surge de las personas cuando han decidido, sin estúpidos cepos ni podas, sobre lo que les es propio.   




Violencia Estructural


Febrero 2014

Todos conocemos a muchas buenas personas, pudientes o no, que defienden las ideas del Estado Benefactor, de la redistribución solidaria del ingreso y del altruismo socialista. Se trata de las mismas que, sabemos bien, utilizan toda su inventiva y experiencia para evadir al máximo posible su colaboración impositiva con tales ideales.
Individuos que una y otra vez votan “izquierdas” embarcándonos a todos en su viejo crucero “Utopía Criolla” pero que son los primeros en negociar ventajas con la tripulación, bajarse en el primer puerto o acomodarse en las lanchas salvavidas cuando el paquebote (cada diez años, año más, año menos dependiendo del viento de cola) finalmente naufraga.
Y todos sabemos muy bien, finalmente, que el social-estatismo genérico que disfrutamos desde el ‘45 trata mucho más de los políticos y otros caciques sociales protegiendo sus privilegios corporativos que de una frugal, inteligente administración pública 100 % orientada al explosivo crecimiento nacional que necesitamos.

Pareciera deporte nacional de esta gente, por cierto, el “hacerse los tontos” y fingir que tips tan propios de su sistema como los que alimentan la violencia estructural de nuestro Estado, no lleven a ampliar los ya tremendos desniveles y empobrecimientos sociales superpuestos… de anteriores experiencias populistas.
Hablamos de la acumulación sedimentaria de legislación amañada y del acceso a la influencia política a través del poder económico malhabido. De la manipulación de reglas electorales y del clientelismo explícito. Del ahorcamiento y control de los medios o de la utilización de los servicios de inteligencia y de acoso impositivo a modo de garrotes “correctivos” contra la disidencia y la denuncia, entre infinidad de otras modalidades bárbaras de control, sometimiento y expoliación.
Hablamos del Estado subsidiador que acciona desde hace más de siete décadas (“tontos” aparte y a la izquierda por favor), no como atenuador sino como  garante de las peores desigualdades.

Mas no se trata de tontos y tontas quienes esto avalan una y otra vez con sus votos sino, sencillamente, de personas falsas y violentas.
Aunque en su exterior semejen abuelas de sonrisa beatífica, jóvenes ambientalistas solidarios, pacientes asalariados siempre respetuosos o padres de familia de mediana edad, profesionales y educados.

En oposición a esta nefasta violencia estructural facilitada por tantos millones de -supuestas- buenas personas, la vivencia cotidiana social y de intercambio de cualquier barriada o villa nos muestra multitud de ejemplos de modos de acción informal, operando solidarios por debajo de la línea del radar estatal (siempre forzador, burocrático y costoso). Entramando un mutualismo real, amistoso y sin jerarquías, que pone en evidencia la empatía natural de la mayoría de las personas en sus espacios de libertad. Simples relaciones transitorias de cooperación y coordinación espontánea.
La vida diaria de relación en los pueblos y los barrios funciona de hecho gracias a estas redes humanas espontáneas, familiares y de contención; de condena y premio social. Mujeres y hombres que pueden ser ignorantes de la teoría libertaria pero que actúan -sin costo para terceros- en esta realpolitik de base, bajo normas de libre asociación y cumplimiento: de no-violencia práctica.

Como bien observaba Colin Ward (libertario e intelectual británico, 1924 – 2010) “lejos de ser la visión conjetural de una sociedad futura (con poca o ninguna violencia estructural de Estado), es una descripción de un modo de experiencia humana en la vida diaria que opera codo a codo con, y a pesar de, las tendencias autoritarias dominantes de nuestra sociedad”.

Incluso el trabajo en oficinas, obradores, comercios, fábricas o campos se hace merced a entendimientos informales y a pequeñas improvisaciones eficaces, ajenas a los “dictum” y “peajes” estatales. Porque la realidad de nuestra naturaleza nos impele a un tipo de orden de sentido común y conveniencia general, no discriminatorio, mucho más libre, plural, respetuoso del modo ajeno, complejo y flexible… que el impuesto por la fuerza de las armas del gobierno.

En verdad, todo Estado autoritario (y no existe otro tipo de Estado) tiende fatalmente a anular el desarrollo de la responsabilidad personal y de las iniciativas naturales que surgen de la cooperación voluntaria, en aras de su propio régimen contra-natura de cooperaciones coactivas (impuestos mediante) apoyadas en irresponsabilidades masivas (voto secreto mediante).
Cuanta más planificación centralizada y regulación limitante aplique sobre el ámbito privado, más en evidencia queda la clase política de ser el gran parásito de todos aquellos procesos informales que su modelo no logra englobar, que no puede crear, controlar ni sostener… y sin los cuales no podría existir.

Las instituciones argentinas moldeadas voto a voto por estos “altruistas” -está a la vista- acabaron siendo motores de exclusión. Y como no podía ser de otra manera, favorecieron a grandes empresas y oligopolios en detrimento del pequeño comercio, la agricultura familiar y el mediano emprendimiento en general por la simple razón de que las primeras permiten a los (y las) burócratas un más fácil control con vistas a la succión tributaria. Los amplios bolsillos de grandes holdings privados les aseguran además el acceso a transas personalizadas, “retornos” y puestos, más tarde, en sus consejos de administración (corrompe, subvierte y vencerás).

Nada tienen los libertarios contra la gran empresa; al contrario.
Sí contra el intervencionismo rampante que coloca en situación de desventaja, asfixia o quiebra a su competencia; al innovador, al negocio familiar, asociativo o mutual de riesgo y esfuerzo.
Sí contra la muy costosa administración de una violencia estructural frenante… financiada a través de agresión impositiva.