Viva la Grieta

Diciembre 2020

 

La grieta argentina es algo serio; hoy podemos verla en toda su dimensión como algo irreversible por muchas décadas. Un foso moral, ético, de decencia que nos divide por mitades, que sigue creciendo y que da forma de un modo cada vez más nítido a dos países sin consensos básicos.

Libertad creativa y riesgo empresario versus paternalismo corporativo clientelar; prensa libre versus censura (realidad versus relato), libre inversión versus impositivismo extremo; contractualidad no violenta versus coacción mafiosa. En suma, capitalismo liberal versus pobrismo totalitario o bien republicanismo versus feudalismo. Al final del día, propiedad privada versus bolcheviquismo.

Separados por este abismo quedan dos modelos de sociedad muy diferentes, juntos a la fuerza dentro de un mismo territorio; con poblaciones equivalentes y valores contrapuestos. Se trata de graves desacuerdos; fuerzas centrífugas poderosas que no pueden ser sujetadas, ya, por la mera letra de un contrato social (Constitución Nacional) cuyo espíritu y postulados fundantes fueron y son pisoteados hasta por la mismísima Corte Suprema, una y otra vez.

Postulados que no se cumplen, sencillamente, porque la mitad de la población no está de acuerdo con dogmas como el derecho de propiedad, la transparencia y subsidiariedad de lo público o la independencia real de los poderes: valores innegociables para la otra mitad.

Está claro que a los planificadores sociales intoxicados de soberbia, a los resentidos y a los vagos anti-mérito no les va nuestra norma fundamental. La odian; la desprecian. De hecho, cuando se les presentó la oportunidad (1949), la arrojaron a la basura sin más trámite cambiándola por otra de cuño fascista más acorde a sus posiciones; cosa que sin duda volverán a hacer en cuanto les sea posible.

La idea de secesión (finalmente, el gran remedio para el gran mal que nos aqueja), por ahora, espanta a muchas almas tímidas y el negacionismo entre las personas de bien lleva las de ganar.  Una negación que podría ir debilitándose a medida que la tenaza  kirchnerista se vaya cerrando sobre la yugular de nuestras clases medias en su master-plan de sometimiento por pobreza. Una negativa sustentada hoy en la esperanza de que el avance de la desocupación, las  quiebras, la inflación y la miseria (de la conurbanización o favelización generalizada) provocará un cambio mental sobre cierta masa crítica de votantes que, desechando sentimientos previos, virarán hacia opciones políticas de mayor libertad relativa salvándonos sobre la hora del naufragio absoluto y de la diáspora “a la venezolana” que asoma en el horizonte.

Pero lo real es que quienes han puesto el tiempo y los esfuerzos de 3 generaciones en convencerse de una escala de valores tan “de vivillos” como la peronista, difícilmente salgan de aquello que los psicólogos resumen como “persistencia”: esa tendencia tan humana a cerrarse con vehemencia en los propios sentimientos y sinrazones frente a cualquier conato de “ataque” externo.

No nos engañemos: la necesidad individual de coherencia puede ser muy fuerte. Es un ejercicio muy doloroso para la mente el desmontar creencias afirmadas e inculcadas de abuelos a hijos y de hijos a nietos con tanta convicción y durante tantos años. Sería aceptar que estuvieron equivocados desde el principio; sería asumir su propia ignorancia, emergiendo a la luz solar como idiotas: culpables en primer grado de su propia desgracia económica y verdaderos antipatrias, cómplices de la brutal genuflexión argentina ante nuestros vecinos y frente al orbe. Sería tirar por la borda todos los discursos, apoyos, sornas, esfuerzos y recursos puestos hasta el momento al servicio… de la derrota nacional.

El costo psicológico de arriar las banderas de toda una vida enfrentando las miradas del prójimo puede resultar (y por lo general les resulta) demasiado elevado. Aún en el relativo secreto de un cuarto oscuro.

Lo que a la postre llevará a un resultado decepcionante en lo político. Algo que el gran Mark Twain (1835-1910) ya había advertido con tristeza cuando escribió “ninguna cantidad de evidencia persuadirá a un idiota”.

Aunque en las legislativas de 2021 se invirtiese la marea y el actual oficialismo perdiese la mayoría en ambas cámaras, la persistencia mental en el error (y en el resentimiento por propia incapacidad) seguirá presente con riesgo cierto en las presidenciales de 2023 y más allá: son demasiados, aun con transitorias migraciones políticas, los argentinos que sienten un regocijo casi voluptuoso cuando escuchan las palabras impuestos, regulaciones o Estado, constituyéndose, así, en obstáculo insoluble a la riqueza comunitaria.

Corregir esta persistencia implicaría un giro copernicano en gran parte del ámbito docente -con resultados preliminares a más de 15 años vista- que nos ponga en la senda de una educación de avanzada en valores culturales, cívicos y económicos; o al menos que no atrasen un siglo ni estén tan minados de envidias y miserias inconfesables. Algo a todas luces imposible de iniciar en las circunstancias que nos tocan.

Si pretendemos que los niños nacidos en 2021 tengan reales oportunidades de progreso y felicidad en este, nuestro lugar, no hay otro camino que empezar a pensar ya en fórmulas organizadas de resistencia civil a la esclavitud fiscal y de firmeza en la defensa de la decencia que nos lleven a abandonar el lastre pobrista a su propia suerte. A sus propias políticas y deseos anticonstitucionales, elegidos y votados. Como las políticas de igualitarismo económico con redistribución forzada a través del robo impositivo que deroga la propiedad privada y del abuso reglamentario que aniquila la libertad de industria.

Cortar con la Argentina totalitaria para luego reagrupar fiscal y legalmente (al tiempo que físicamente) a la mitad productiva, estudiosa, creadora, honesta y trabajadora de nuestra sociedad bajo el sistema de la libertad; bajo reglas liberal-capitalistas (como las de Irlanda o Singapur, para empezar), diametralmente opuestas a las del corrupto oficialismo que hoy, bajo coerción, padecemos todos.

Separado el trigo de la cizaña, veremos a los lobos estatistas despedazarse entre ellos hasta hundirse en Argenzuela, tragados por su amado Leviatán.

Vivemos entonces a esta grieta que, poniendo las cosas en negro sobre blanco, podría llevarnos a formalizar la sana separación de cuerpos y bienes en nuestra comunidad, cuyo defecto está arruinando tantas vidas y futuros.

 

 

 

 

 

 

 

El Bueno, el malo y el Idiota

 Noviembre 2020

 

La actual cruzada neo-pobrista de la gran familia peronista en el gobierno, que pretende considerar al dinero como “el estiércol del diablo” y que ve en la ciudad de Buenos Aires una “opulencia” con la que hay que acabar, es en grado extremo hipócrita, mendaz.

Calificativos poco novedosos ya que una de las constantes del movimiento fundado por J. D. Perón es, sin duda, la mentira; tanto en su dimensión institucional cuanto a nivel particular, sea esta última producto del autoengaño o de la (mucho más común) malicia pura y dura.

Refresquemos algo fáctico: el dinero en efectivo, de preferencia en negro, es lo que más gusta en el mundo a los individuos que aprecian llamarse “de izquierda”. Frenesí dolarizado que empieza por los que logran encaramarse a ese ingenio artillado administrador de opresiones al que llamamos Estado; como los Kirchner, entre tantos otros que lograron pasar del llano a la más escandalosa riqueza potenciando sus miserabilidades personales y sus ansias de poder y humillación violenta hacia los subordinados a través del viejo mito de la “vocación de servicio” público.

Y que se continúa en muchas “almas bellas” argentas, ciudadanía pronta a cargar de impuestos a quienes producen, ahorran o invierten mientras (prima facie) no se toquen sus ingresos ni bienes. Gente de insustentable doble discurso que no duda en evadir sus propias obligaciones fiscales cada vez que se le presenta la oportunidad, ya negreando, ya no declarando. Como bien hizo notar, exasperada, la Sra. C. F. de Kirchner allá por 2012 : “!En la Argentina todos son socialistas con la plata de los demás!”

 Es algo notable de observar, desde lo sociológico, la manera en que la grieta nos divide cuando sumamos lo anterior al análisis de situación, contrastando simpatías políticas. Dejemos de lado por el momento a nuestras ricas (y costosísimas) oligarquías parásitas: las corpos política, sindical y de empresarios cortesanos protegidos. Y centrémonos en la denostada clase media y media alta acomodada (incluso alta tradicional) relativamente poseedora -en general vía mérito- del tan deseado “estiércol”. La que paga impuestos desmoralizantes y confiscatorios por el solo hecho de estar “en blanco”. La que intenta progresar con honradez a pesar (y no a través) del Estado; trabajando, creando y produciendo en competencia con el mundo llevando a rastras la sobrecarga de las innúmeras prohibiciones, regulaciones y mafias existentes. Clases que, entre la fuga de cerebros, emprendedores, capitales y profesionales, el quiebre y cierre de pymes y la pérdida de puestos de trabajo (relativamente) bien remunerados, se encuentran en vías de desaparición.

 Esa buena gente real con orientaciones republicanas varias que hace un año votó por Macri, Lavagna, Espert y Gómez Centurión (12.898.000 personas), es la misma que en la práctica, en el mundo real y mayoritariamente, tratan y pagan bien a sus subordinados, inculcan valores éticos a sus hijos, dan ejemplo de testimonio social de estudio, mérito y trabajo y sostienen ONG´s, caridades religiosas y solidaridades individuales de todo tipo.

El estiércol les sirve para cosas como estas, además de procurarles un más que justo (aunque en declive desde hace 75 años) bienestar conforme los sabios preceptos de nuestra Constitución Nacional. Y es el mismo estiércol que sostiene, claro, a la mala gente real de clara orientación anti republicana que votó por los Fernández y Del Caño (13.034.000  personas). La misma que, mayoritariamente, ni trata ni paga bien a sus subordinados, inculca valores torcidos a sus hijos, da mal ejemplo social anti cultura del trabajo y espera todo de mamá/papá Estado. Son los mismos que relativizan el derecho de propiedad y están en contra de las libertades económicas y reaseguros institucionales que ordena la Constitución Nacional, a la que quisieran derogar.

 Bien haría la paleolizante, izquierdizante y resentidizante facultad de sociología de la UBA (y otras) en tomar nota de esta notable, brutal divergencia porcentual sociológica entre sus sesgadas enseñanzas… y la cruda realidad. Entre la buena gente de clase, ética y educación más alta que sigue porfiando en hacer grande y rica a nuestra Argentina y la mala gente de clase, ética y sobre todo educación más baja que insiste en hundirla en el pobrismo.

Bien harían los idiotas útiles (útiles a las tiranías) de la intelectualidad y el periodismo progre argentinos en revisar sus antipatrióticas y vetustas consignas (juveniles u oportunistas) para no seguir hundiendo en la confusión a la ciudadanía menos instruida.

 Para no seguir cavando la fosa de maldades que nos lleva a la fuga, a la desesperación o eventualmente a la disgregación de ese ya casi fallido llamado República Argentina, a través de la previsible secesión de sus partes.





Norte

Octubre 2020

 

Es fácil decir qué es lo que está mal o muy mal en Argentina; señalar qué es lo que falla en nuestra sociedad.

Cualquier persona de menos que mediana cultura puede pontificar largamente sobre el pensamiento mágico, que promueve y potencia la emocionalidad de lo tribal en detrimento de la razón; y que se expresa entre nosotros a través de una espiral de fidelidades mafiosas.

Cualquiera puede perorar sobre las pleitesías crónicas acordadas a líderes sindicales, empresarios y políticos “proteccionistas” de vuelo corto, corrupto y pobrista. Sobre los votos de confianza concedidos a referentes que a lo largo de los últimos 75 años nos guiaron de la gloria y la riqueza de una economía impulsada por el mérito… a la favelización. Al desastre y al desbande propio de sistemas empujados por la dádiva discrecional.

 Aunque lo niegue, todo argentino ha podido constatar que, cancelados el pensamiento científico y la comprensión histórica (que son bases de progreso a través del uso y goce de nuestras libertades individuales), cancelado el autocontrol de la madurez cívica, grandes sectores de la población cayeron en la trampa de la victimización; de la postración demandante propia de quienes se someten políticamente a “mamás” y “papás” siempre autoritarios y maestriles a pesar de su ignorancia.

 Es así como una aturdida sociedad argentina, al igual que la clásica “mujer golpeada” (y al igual que con el síndrome de Estocolmo o el del “esclavo satisfecho”) acepta, perdona y vota mayoritariamente al justicialismo. Al peronismo golpeador, secuestrador y esclavista.Una sociedad que se torna así más y más pesimista y en tanto tal, carente de confianza. Insumo básico, por otra parte, de cualquier intento de desarrollo sustentable.

 De estas conclusiones negativas tan trilladas sobre nuestra debacle todos tienen una idea clara, lo admitan o no. Lo que pocos argentinos tienen, en cambio, es una idea clara de cómo revertir este estado de cosas. Y lo cierto es que hay más de un camino para que nuestro país retome el ascenso que nunca debió perder en los rankings de honestidad, justicia igualitaria, educación, respeto internacional y riqueza general (primeros en ingreso per cápita en 1895; entre los 7 primeros durante décadas, hasta 1945) así como en las mediciones de felicidad.

Las estrategias posibles para relanzar a nuestra sociedad pueden diferir; lo que ya no está en duda es que a) todas ellas pasan inexorablemente por el sistema capitalista y el respeto a la propiedad y b) que no pueden dejar a nadie afuera, sin su oportunidad de progreso.

 Asumido esto y aún sin saber muy bien cuál sea el camino menos traumático, resulta importante tener claro un norte. Un ideal de destino. Y apuntar alto: dadas las circunstancias, conviene recalar en el realismo no-mágico de que sólo si exigimos con tenacidad y firmeza “lo imposible” obtendremos, (eventual y gradualmente, vía votos) tan sólo “lo posible”.

Por otra parte la conclusión de la experiencia económica y conductual acumulada por la humanidad durante los últimos 8.000 años nos asegura, sin fisuras, que la velocidad de avance general y el plazo que los más postergados deberán soportar antes de acceder al bienestar dependen en altísima proporción de la decisión política y personal de aplicar una dosis más (o menos) pura y explícita de capitalismo avanzado y propiedad privada inviolable (seguridad jurídica y libertad/facilidad de comercio).

 En definitiva: nos caiga simpático o no, las vanguardias del intelecto, la ética y la moral, la más bella y perfecta utopía existente (la democracia republicana también fue una loca, improbable, peligrosa utopía en su momento) son sin duda “lo libertario”. Luminosa idea en progreso que representa lo más alto a lo que se puede apuntar hoy. Por cierto, si sólo debatimos y consideramos ciertas ideas excluyendo al resto por prejuicio, nos garantizaremos la ignorancia. 

Entonces ¿cómo se entiende “lo libertario” en la práctica, llevado al extremo ideal?

 Imaginemos por caso a la ciudad de Buenos Aires en el año 2095.   75 años después de que su entonces Jefe de Gobierno, Horacio Rodríguez Larreta, iniciara un proceso de secesión desencadenado por el hartazgo ciudadano de ver cómo el 4° gobierno kirchnerista, un postrer rejunte de delincuentes, totalitarios, mafiosos y oportunistas, intentaba la asfixia y genuflexión de la metrópoli republicana con todas las armas legales e ilegales al alcance de su neo-pobrismo represor.

Podremos entrever así una sociedad poderosa que, habiendo pasado por la etapa de Ciudad Estado independiente (como Singapur o Liechtenstein hoy), se halla en  deriva final hacia un sistema ciento por ciento libertario; exenta por fin de impuestos, de Estado, de políticos y de trabas al progreso.

Una ciudad revolucionaria;  de “riqueza libre” y profesionalmente gerenciada, enmarcada en una sociedad de propietariosPropietarios, literalmente, de su ciudad. Personas reales que firmaron un Contrato de adhesión a sus reglas y que se hicieron acreedores a acciones con derecho a voto electrónico, proporcional y regular. Voto que decide la elección de la gerencia administrativa de la urbe, conforme las (estrictas, libertarias) cláusulas contractuales voluntaria e individualmente aceptadas. Propietarios proporcionalmente dueños (y responsables) de todo. Incluidos los parques y calles, el mobiliario urbano y los edificios administrativos. Y propietarios, por supuesto, de sus propiedades y bienes particulares.

 Asistiríamos así a la visión de una “ciudad privada” (aunque abierta a todos, con condiciones), cuya organización podría equipararse hasta cierto punto con una sociedad anónima y su correspondiente estatuto. Con normas que impiden de cuajo la conformación de mafias, la asunción de ventajas, la comisión de corruptelas y la creación de empleos e institutos innecesarios con cargo a terceros. Con reglas atentas a tecnologías de avanzada, que aseguran la más amplia gama de libertades civiles, financieras, productivas, culturales y comerciales compatibles con el menor número de impedimentos.

Veríamos en la práctica el asombroso funcionamiento del factor confianza, traducido en innovaciones, emprendimientos e inversiones locales y foráneas a gran escala. Veríamos un lugar inspirador en su no-violencia donde ya no existe la pobreza ni la falta de oportunidades y donde el mérito aplicado consiguió que todo el que se lo propuso honestamente, haya logrado ingresos (sin poda impositiva) que le permiten acceder a una enorme variedad de servicios privados de alta prestación, cuyos costos se ven orientados a la baja en el marco de una competencia liberada de la carga de tributos coactivos y demás reglas distorsivas que antes operaban en favor de su ineficiencia.

Nos referimos también a servicios de excelencia en educación privada, seguridad privada de alta tecnología y prevención, justicia y avanzadas cárceles privadas, medicina privada, defensa privada con convenios con agencias privadas (también extranjeras) de alto poder de acción e inteligencia y administración privada de espacios y bienes públicos de propiedad coparticipada.

Todos ítems que los miembros, empleados y visitantes residentes de esta sociedad de propietarios pueden solventar holgadamente, habiéndose liberado del peso muerto del Estado. Con el complemento de fundaciones y becas de muchos tipos surgidas de la propia fuerza económica de la sociedad, potenciadora de la solidaridad; también privada, como siempre debió ser.

 Todos (y muchos otros) ítems de aplicación práctica profusamente estudiados desde hace décadas por grandes pensadores libertarios, de Murray N. Rothbard , Anthony de Jasay o Jesús Huerta de Soto a Hans H. Hoppe, con el capítulo local de muchos y muy calificados estudiosos; de Roberto Cachanosky y José L. Espert a Javier Milei por sólo citar algunos.

 Señoras, señores: ya lo dice el conocido “postulado de la tendencia”: lo importante es el norte. Lo demás se ordena solo en la medida que marchemos.

 

 

El Trato Argentino

Septiembre 2020

 

En la presente pandemia, tal como en otras encrucijadas históricas importantes, quedó demostrada la capacidad de adaptación de personas y comunidades a entornos cambiantes. Ello ocurrió, además, con una simpleza y velocidad que no entraban en los cálculos de nadie.

Ejemplo de ello es que 2.500 millones de individuos hayan pasado de la noche a la mañana de labores presenciales a teletrabajo full time, sin consecuencias visibles de alto impacto (sin perjuicio de los enormes daños de todo tipo causados por las cuarentenas medievales o “bobas”).

 

La sociedad argentina también puede cambiar de manera drástica en otras tantas modalidades de acción sin que nada esencial se destruya (sin perjuicio de lo que se encuentra en proceso de destrucción por acciones de gobierno).

Nos referimos a fuertes cambios posibles a caballo de la crisis post cuarentena. Cambios que serían, de hecho, la alternativa a algo mucho peor; vale decir, a la ya visible falla sistémica y previsible colapso de nuestro Contrato Social republicano (el de la Constitución de 1853, de cabal respeto a la división de poderes, a las libertades individuales y a la propiedad privada) que daría cierre a la grieta por izquierda convirtiéndonos en una entera masa de siervos feudalizados al estilo Santa Cruz o Formosa.

O peor aún al estilo Venezuela o Cuba, con un 95 % de pobres (con nomenklaturas boyantes, eso sí) y muchos millones de exiliados; o sea en otra sociedad fallida por pobrismo explícito en acción.

 

Estos “fuertes cambios posibles” que nuestra Argentina debería encarar ya, no implican mayor trauma, en verdad, que el sufrimiento íntimo por “caída a la realidad” de todos aquellos que piensan que es posible transitar las próximas décadas con más estatismo distribucionista.

Vale decir, rechazando en urnas y gobiernos tratos que sean beneficiosos para todos. Porque, y debe ser dicho en alta voz, los ciudadanos con simpatías “de izquierda” se resisten a aceptar modelos de convivencia social donde una empresa o persona gane mucho (con honradez, por derecha, claro), aun si en dicho trato ganan todos (ganar-ganar: incluso el Estado, cobrando más impuestos). Sólo los satisface apoyar tratos del tipo ganar-perder, aun sabiendo que su consecuencia más probable sea la de perder-perder.

Llevado a la práctica, aprueban regular y gravar todo lo posible la libertad personal de ejercer industria y comercio lícitos mientras se relativiza y limita al máximo el derecho de tenencia y uso de la propiedad privada.

 

Es claro y visible que el Trato Argentino ha sido, durante los últimos 75 años, el de perder-perder en el marco de un esquizofrénico juego de suma cero.

En efecto, perdimos todos: no se materializaron las grandes inversiones ni el desarrollo imparable que el mundo auguraba entonces para nosotros. De haber sido menos idiotas, sujetando el frenesí intervencionista (ladrón y mafioso) que nos pierde, hoy seríamos una superpotencia; acreedora del orbe, orgullosa de sí y con pobreza cero.

Y es claro que a lo largo de ese raid de trabas regulatorias, bloqueos al derecho de propiedad y fiscalismo demencial nuestra sociedad reptó tejiendo un inmenso entramado de complicidades. De corrupción rampante y de puestos estatales innecesarios como botín clientelar o para encubrir la desocupación que se iba generando.

Una red pesada, sucia y pegajosa que hoy nos cubre trabando desde el vamos cualquier iniciativa edificante; impidiéndonos no ya avanzar en el intento de alcanzar a los más rezagados de Sudamérica sino el mero concebir nuestra comunidad como república.

O como confederación de provincias voluntariamente unidas en torno a un destino compartido; algo que hoy por hoy (brutal grieta de decencia mediante) no existe.

 

El cambio nacional, entonces, implica aprovechar la grave crisis económica y social que estamos a punto de atravesar, para descerrajar -con la suficiente potencia y extensión docente- los sopapos dialécticos capaces de voltear de la silla (y hacer caer en la realidad) a todos los “dormidos y dormidas” que siguen hundiéndose/nos en la pobreza y la desesperanza mientras apoyan el modelo perder-perder.

 

Cambiar este Trato ruinoso es vital. Lo demás, todo lo demás, la seguridad jurídica, la cultura del esfuerzo honesto y la lluvia de inversiones que multiplique por cien nuestras posibilidades pariendo una sociedad inclusiva sin versos, se logrará por añadidura. Es el primer paso: quienes aún están abiertos a la razón, podrían ser persuadidos.

Un paso, al menos, para con el número crítico de votantes que logre inclinar el fiel de la balanza postergando de momento la desintegración comunitaria.

 

Despertemos entonces con gran energía a los des-educados prestando oídos a la argentina campanada de Voltaire : “La política es el camino para que los hombres sin principios puedan dirigir a los hombres sin memoria”.

Abriendo el Paracaídas


Agosto 2020

Muestra de los resultados del sufragio disolvente emitido en Octubre pasado, es el cinismo de pretender impunidad para los corruptos tras causar gravísimos daños a millones de honestos planes de vida de terceros.
Hablamos del ya naturalizado “voto delincuente” emitido en favor de criminales probadamente culpables, de sus cómplices y laderos oportunistas.
Profesada por no menos del 33 % (48,24 % en la última elección) de nuestro electorado, es la misma posición que avala la discriminación ideológico-impositiva, el rencor ignorante en modo “tribu”, el rechazo al mérito, la venganza envidiosa, el besamanos y sumisión a mafiosos/as, la resignación de todo sueño de elevación honesta y en general la actitud política del “perro del hortelano”. 
Ideas madre que dan fuerte sentido de pertenencia a un colectivo lanzado tras una suerte de atávico efecto manada, que potencia lo irracional a volandas de una emotividad ladina y, como tal, manipulable.
Pulsiones socialmente dañinas si las hay,  motoras del inverosímil sistema anti republicano que nos rige. Y comportamientos, todos, decididamente apoyados en el lado B (el más ruin) de la inmutable naturaleza humana.

Algo tan claro y archiprobado como que este modelo destruye año por año y parte por parte el delicado orden de las libertades y responsabilidades individuales, no como jalones del avance hacia un nuevo amanecer más justo (el del relato peronista) sino como retroceso hacia la barbarie y la miseria. Las de la realidad de pasadas centurias y milenios de inmovilismos y servidumbres sociales sin escape, anteriores a la ilustración racional-liberal de los siglos XVIII y XIX que diera forma -y poder- a las clases medias a expensas de las castas privilegiadas del mercantilismo; de su infame sistema proteccionista, impositivo y reglamentario.  

El antídoto para estas y otras pulsiones destructivas e irresponsables se llama, justamente, responsabilidad.
Responsabilidad personal inherente a nuestro lado A (el más virtuoso) que junto a la competencia honrada, limpia de hijos y entenados, es el freno natural a la barbarie del fiscalismo policial y a la miseria de la ideología pobrista que hoy nos azota. Una solución hasta ahora desechada.

Desechada por una mayoría que no es el todo, por suerte. Porque la grieta que el común de la gente empieza a percibir como disolvente, nos despierta a la dura realidad de un país fallido; uno donde las columnas troncales que sostienen el contrato social se desmoronan a la vista de propios y extraños. Porque lo cierto es que la Argentina ya no califica como república real: con pandemia o sin ella, lo que vivimos no es más que una parodia de cartón pintado.
Tras un proceso de décadas prohijado por Cortes Supremas que no estuvieron a la altura y donde los populistas poco a poco y recorte a recorte pintaron la cara al resto, la Constitución Nacional es hoy letra muerta en su mandato más fundamental: el de la protección del derecho de propiedad y disposición, padre y basamento de todos los demás derechos, incluidos los humanos. Y derecho madre, por supuesto, de toda inversión productiva; de todo trabajo edificante; de toda justicia, educación, seguridad, salud  y previsión que merezcan ser vividas.
Vivimos los inicios de un Estado fallido, incierto titular de una soberanía nacional asaz devaluada.
Ni siquiera podemos remitirnos a un proyecto de nación que tenga consenso general o hermandad de destino. No hay tal norte unificador. Nunca lo hubo si hemos de ser sinceros (ni siquiera durante el apogeo argentino entre 1880 y 1930) y la triste verdad es que quienes así lo creyeron, fueron presas de un espejismo. Las hoy irremontables divergencias éticas de la grieta, que parten a la población por mitades, vienen replicándose desde 1810; y aun antes.

Consecuencia entonces del continuo sufragio pobrista que disuelve la unión y de sus previsibles -ya cercanas- consecuencias definitivas, no debería asombrarnos la idea mendocina de “independencia” o secesión regional.
Si bien la Constitución bloquea esta salida en sus artículos 5, 6, 31 o 123, no puede dejar de tenerse en cuenta el hecho de que la misma ha sido y es violada sin solución de continuidad en infinidad de otros acápites y sobrevolándolo todo, en lo que respecta al clarísimo espíritu liberal y capitalista con el que nuestros Padres Fundadores inspiradores y redactores impregnaron su parte dogmática.
Aquello de que es “letra muerta” no es letra muerta, por cierto, haciendo al menos dudosa la exigibilidad de ciertos mandatos fundantes, al tiempo que se vienen ignorando, escofinando o tergiversando desde hace mucho otros principios básicos de igual o mayor importancia relativa.

Una idea, la secesión, que no escandaliza a quienes concordamos con Albert Einstein en que el nacionalismo (como el sarampión) no es más que una enfermedad infantil de las sociedades y que lo que en el fondo importa aquí es la aceptación de la libre determinación responsable de las personas en su legítima búsqueda de la felicidad y progreso familiar sin lesión de derechos ajenos, por sobre la violencia política, económica y reglamentaria impuesta por terceros interesados.
Es cada ser humano individual como sujeto de derechos inalienables (vida, propiedad, búsqueda de la felicidad) y nunca como objeto forzado al servicio de otros, quien precede en existencia y quien autoriza en todo caso al Estado (y al gobierno) administrador. Mujeres y hombres que son en primera y última instancia los soberanos de un Estado (y un gobierno) integrado por servidores públicos, y no a la inversa. Tal el verdadero contrato social.
Todo lo demás es letra modificable, que nada tiene de más sagrado que lo antedicho, que a su vez conforma el núcleo duro subyacente a la ética del medio país que no votó por el frente kirchnerista (es decir, Macri + Lavagna + Espert + Gómez Centurión = 12.898.000 sufragios).
Ciertamente quienes tuvieron a bien votar “izquierda” real (es decir, Fernández + Del Caño = 13.034.000 individuos) conforman la otra mitad, refractaria al presupuesto ético anterior.

La idea mendocina de cortar amarras para evitar hundirse con el resto en el abismo, tiene lógica. Según una encuesta de este año, sin conocerse proyecto estimulante ni publicidad alguna a este respecto, un enorme 35 % de su población se mostró… ¡favorable al independentismo!
Señores, señoras, empecemos a abrir la mente y los paracaídas porque el cordón central productivo de nuestra Argentina (cordobeses, entrerrianos, porteños, santafecinos y parte de los bonaerenses además de los mendocinos) comienza a rebelarse en serio contra el cada vez más letal abrazo de oso de la legión de los vivillos estatistas.

La Hora de los Pobres


Julio 2020

Para crear igualdad sustentable en una sociedad compleja como la nuestra, mucho más útil que intentar elevar a los pobres transfiriéndoles fondos públicos es propiciar condiciones que aseguren una efectiva rotación social de toda riqueza, conforme el espíritu de la Constitución.
Algo que implicaría un cambio del paradigma actual por otro no sólo más efectivo sino también más ético y edificante  (v.gr. ¡constitucional!), virtudes fundantes que parecen estar fuera del radar del régimen que nos gobierna.

Porque lo deseable, en verdad, es que los ricos nunca tengan la certeza de que seguirán siéndolo. Que su riqueza esté siempre en riesgo en tanto no se esfuercen cada día en complacer a sus empleados y a su comunidad con mejores condiciones, valores y calidades de aquello que tengan para ofrecer; sea esto un empleo, un producto, un servicio o un aporte de capital.

Algo que en nuestro sistema pobrista no ocurre.

Aquí los ricos están bien protegidos contra la aparición de intrusos (competidores, emprendedores, innovadores) y los pobres bien “protegidos” contra cualquier cambio real en su situación ya que nuestro Estado opera de hecho para que se multipliquen y sigan sobreviviendo… sin salir de su pobreza.

El que la fortuna de los que ya son ricos no esté en riesgo real ha sido directamente proporcional a nuestro nivel de estatismo: a más Estado, siempre correspondió menos rotación en la posesión individual de dinero invertible y, claro, menos movilidad social; vale decir menos estímulo comunitario a la posibilidad de abrir el juego des-anquilosando el modelo para dar lugar a una sociedad de propietarios.
Inmovilidad que, por añadidura, es de muy costoso mantenimiento: el cúmulo de privilegios reglamentarios “legales” acordados por nuestras socialdemocracias a cierta casta empresaria pero también a sindicalistas y políticos (nuestras 3 muy ricas oligarquías parásitas) terminan al fin del día, del año, de las décadas, traduciéndose en enormes déficits de caja: inflación, deuda, fiscalismo extremo y atraso que de un modo u otro carga toda la población.
Una población por ellos empobrecida que paga todo más caro en relación a sus ingresos, comparada con poblaciones de países menos sumisos a este tipo de oligarquías refractarias a la  libertad de opciones (y al consecuente progreso capitalista de los desfavorecidos).

Lo contrario del socialismo estatista bloqueador de mercados y protector de monopolios, ventajas y riquezas previas, del vano intento de no-riesgo o “seguridad” comunitaria pagada por todos… es el  riesgo empresario, asumido y afrontado por cuenta propia.
Al contrario que a la gente pudiente (que quedaría duramente expuesta al albur de la libre competencia), a la hoy enorme masa de mal-ocupados, desocupados, nuevos pobres, indigentes y pobres crónicos de nuestra sociedad le conviene, pues, el capitalismo. Y cuanto más profundo, radical, disruptivo e irreversible sea ese capitalismo (mejor aún anarcocapitalismo), más les convendrá.
Cuantos más “locos” emprendedores a riesgo propio e inversores locales o foráneos interesados en enterrar aquí sin trabas sus creatividades, esfuerzos y dineros, tanto mejor para nuestros millones de postergados.
Cuanto más bajos sean los impuestos, más acotado y profesional el Estado, mayor la seguridad jurídica y menor el cúmulo de estorbos reglamentarios, tanto más veloz y masivo será el empoderamiento social, cultural y económico, el ascenso en todo sentido de “los humildes”.
En síntesis: cuanto peor la pasen los oligarcas ladrones y sus cómplices en un entorno de libertades crecientes, mejor la pasarán los hijos del pueblo trabajador.

Proletarios argentinos ¡uníos!

El denigrante reparto estatal de dinero en efectivo para merenderos y comedores, asignaciones por hijo, esposa, madre, abuela o bisabuela, subsidios a la indigencia y falsas discapacidades, pensiones sin aportes, bolsones de comida, copas de leche, empleo público innecesario o planes sociales sine die, el reparto de chapas, colchones, panes dulces, muñecas o bicicletas, las indemnizaciones a terroristas psicópatas y demás modalidades tan caras a las “almas bellas” de izquierda puede calmar algunas conciencias sucias pero no es sustentable ni soluciona los dramas de los desfavorecidos sino que los perpetúa.
El reparto de dinero ajeno es, si, el negocio político-clientelar y la estafa por excelencia: a lo largo de setenta años, el estaqueado y saqueo de los laboriosos, de los mansos, de los ignorantes y aún de los resentidos ha sido el métier favorito de las tres oligarquías criollas.   

Así las cosas, un verdadero mar de impuestos y regulaciones básicamente derogadoras de los derechos de propiedad y disposición, mantiene alejada a la competencia y cerrado el coto de caza para nuestros depredadores de dos patas. Hoy más que nunca a raíz de las severas restricciones aplicadas a cuento de la pandemia, quebradoras adrede de pymes según su plan “formoseño” de poner de rodillas y convertir en siervos mendicantes a la mayor cantidad posible de ciudadanos.

La unión de los olvidados, de millones de los “usados” plantándose frente a los explotadores debe constituirse en la bala de plata de opinión pública que aniquile a estos vampiros.  Que frene y castigue a la asociación ilícita que una vez más se encaramó al Estado para robar y parasitar, para disciplinar infantilizando -embruteciendo- al pueblo; para chupar literalmente su sangre, sus sueños, su solidaridad y su labor enriqueciéndose aún más… aunque parezca mentira.

Qué bella imagen: la de esa masa crítica de argentinos hoy hundidos en el servilismo y la desesperanza, poniéndose de pie y rompiendo sus cadenas por propia conveniencia.
Exigiendo las condiciones reales de una efectiva rotación de las riquezas dentro del estado de derecho.

¿Habrá nacido el político capaz de abrir los ojos de nuestro proletariado, tras 70 años de extravío? ¿De cerrar grieta entre los honestos?¿De hacer tronar el escarmiento sobre los impunes amos de la política? ¿De concitar la unión de los esclavos?

Será entonces, por fin, la hora de los pobres.

Mosaico


Junio 2020

Son mayoría en nuestro país quienes, cuando escuchan las palabras libertario anarcocapitalista (ancap), retroceden un paso mental y se ponen en guardia.
Asocian estas etiquetas con el caos de lo anárquico, el sálvese quien pueda en lo económico, el abandono de toda solidaridad y compasión, la pérdida de derechos para los desfavorecidos, la ganancia individual antes de cualquier otra consideración y en general, con el egoísmo desatado en el marco de un sociedad regida por grandes empresas monopólicas y bancos transnacionales.
Siguiendo un reflejo condicionado, las asocian a la imagen de seres humanos empujados sin miramientos a la indigencia y la desesperación; convertidos en objetos al servicio de la fría productividad. A especuladores financieros y cínicos patrones con tendencia al esclavismo, parapetados tras los muros de sus mansiones.
En síntesis, asocian lo libertario con el zorro en el gallinero.

Tal el estereotipo promovido por la desinformación diseminada durante décadas por grandes instituciones como el Estado y su Ministerio de Educación, el empresauriado con privilegios de protección permanente y los sindicatos de afiliación obligatoria con sus mafias y estatutos de aplicación compulsiva. Auténticas oligarquías que se perciben a sí mismas (con toda razón) como  perdedoras en lo económico, de habilitarse un sistema de libertades populares reales y justicia proba. 
Una coalición formidable en poder y en dineros, por cierto, que involucra además a millones de empleados públicos (y aún privados), electoralmente inducidos al paternalismo proteccionista de izquierda. Personas que sin darse cabal cuenta, compran esa “seguridad” de mínima -que termina en pobrismo generalizado- al altísimo precio de perder su libertad y con ella, sus sueños; y lo que es peor los de sus hijos y nietos.

Lo cierto es que el caos y el egoísmo no es lo que sobrevendría a un eventual entorno ancap como pretenden hacernos creer sino lo que tenemos hoy, aquí mismo, frente a nuestras narices.
Vivimos bajo el yugo esclavizante de un Estado que es la quintaesencia del zorro en el gallinero. Que pesca en la pecera y que caza en el zoológico con impuestos asfixiantes (de hasta el 90 % de la renta) sobre los infelices inscriptos que cumplen con la “ley”. Pero que también carga con tributos de más de un 50 % (en este caso indirectos o encubiertos) al resto del abanico social supuestamente favorecido, encareciendo artificialmente todo lo que por fuerza debe adquirir para su supervivencia.
Vivimos sepultados por un mar de regulaciones que favorecen a los monopolios establecidos entorpeciendo de mil modos la competencia interna, la externa y la aparición de nuevos jugadores. Competencia limpia que sería garantía de multiplicación de empresas (y empleos reales), de efectivo control de  precios y de una geométrica expansión de opciones de todo y para todos.
Un Estado que ni siquiera es solidario; ni protector: tras siete décadas de paternalismo y “sensibilidad social” mal entendida, hoy nos aturde con el cachetazo de una realidad que abruma; confirmada por innúmeros estudios y gráficos descriptivos del proceso de conurbanización (decadencia) general de la Argentina: empobrecimiento, mala sanidad, justicia corrupta, hacinamiento en asentamientos precarios, descenso social (con más un efectivo bloqueo al ascenso), desesperanza, inseguridad, clientelismo forzado, caída de nivel educativo, escasa infraestructura, etc.

Cachetazo que nos despierta con el pavoroso hecho consumado de que fuimos ricos, cultos, educados y decentes y ahora somos maleducados, pobres, corruptos y lo peor, esclavos; literalmente, siervos de la gleba.

El egoísmo atribuido a los libertarios no es otro que el de las 3 oligarquías criollas imponiendo con cinismo este sistema. Las conocemos bien: las integran los sindicalistas, los “empresarios” cortesanos y los políticos de sonrisas falsas; todos con sus caras de piedra y su sed de riqueza rápida. El Estado como herramienta de poder e impunidad es su camino; los ciudadanos de a pie, los objetos finalmente a su servicio, como se demuestra una y otra vez.
Los integrantes de esta cruel Nomenklatura son  aquí, ahora mismo, esos tan temidos patrones y especuladores insensibles parapetados tras los muros de sus mansiones en Nordelta, Punta del Este o Miami; con cuentas numeradas en Seychelles, Nevada o Panamá. Con autos de alta gama, yates, aviones y hasta estancias compradas a precio vil a productores agropecuarios de generaciones, que se funden ahogados en impuestos.

El anarcopobrismo obligatorio y violento que nos rige, que no funciona si no es mediante la barbarie de un Estado policial apoyándolo, es lo opuesto al sistema libertario no-violento, contractual y voluntario.
Anarcocapitalismo que, en verdad, es la filosofía natural de la gente común ya que el principio de la no-agresión del pensamiento libertario es la base de la moral y la ética de la mayoría de las personas que viven de su trabajo con sacrificio, honestidad y respetando los derechos del semejante. De los ciudadanos de bien que enseñan a sus hijos a no comenzar peleas o agredir a otros. A no engañar, trampear o robar, asumiendo que todo lo pacífico es bueno y que la violencia, por principio, es mala. Que el que estudia y  trabaja, progresa y que el mérito es recompensado.
Que el que las hace… las paga; enseñando y practicando la asunción de la responsabilidad individual por las propias acciones sin escudarse en la montonera ni en la masa.

En realidad, como bien estableció hace años el catedrático, economista, premiado y agudo intelectual norteamericano David Friedman, “todo lo que el gobierno hace puede ser clasificado en dos categorías: aquello que podemos suprimir hoy y aquello que esperamos poder suprimir mañana. La mayor parte de las funciones gubernamentales pertenecen al primer tipo”.
Pues bien; los grandes avances tecnológicos, informáticos y de empoderamiento en red de los últimos años hacen posible que las funciones gubernamentales de esta segunda categoría también puedan ser suprimidas ya mismo. Es decir, lo privado puede suplantar con ventaja a lo público en todos los casos, sin excepciones; incluso en justicia, seguridad, previsión, salud, educación y asistencia social entre otros ítems, antes “vacas sagradas”.

Si bien hubo en la antigüedad ejemplos de pueblos libres autogobernados con éxito, lo cierto es que las complejas sociedades modernas tienen hoy más facilidades que nunca para manejarse, si lo quisieran, prescindiendo del enorme peso muerto de un Estado.

Qué bella y revolucionaria idea, la de clavarle una estaca en el corazón al vampiro que succiona cada día la sangre vital de nuestra gente. Qué poderosa y noble aspiración la de abatir para siempre con la bala de plata del voto, al inmundo leviatán que nos roba, nos frena y nos somete.

Hasta hoy en pequeños (y muy prósperos) enclaves pero hasta el siglo IX en Inglaterra, hasta el XII en Francia, hasta el XIII en Italia o hasta el XIX en Alemania, imperó una partición política que dividía al orbe en numerosos principados, ducados, marquesados, condados o Ciudades-Estado independientes que resistieron por milenios la unificación forzada en grandes Estados-Nación. No siempre la masificación coactiva fue norma.
Incluso en la admirada Grecia clásica, creadora de la democracia y paradigma de nuestra civilización, la población se repartía en un mosaico de Ciudades-Estado absolutamente independientes que negociaron o guerrearon entre sí por siglos. No existió nunca un tal “Estado griego” unificado.

De haber sido otro el curso aleatorio de la historia y de haberse resistido con éxito las concentraciones manu militari que ocurrieron, tendríamos hoy, seguramente, un mundo del mismo tamaño pero mucho más rico y diverso; más interesante en lo cultural y étnico; más abierto e imbricado en lo comercial y sobre todo, más pacífico.

Los libertarios imaginan el largo plazo transitando una reversión gradual; desde el modelo centralizado y sus reglamentaciones generales esclavizadoras de minorías hacia un modelo basado en la elección individual y la contractualidad; descentralizado; de jurisdicciones independientes aunque con intensas redes de acuerdos de conveniencia en rubros como relaciones exteriores, sistemas penitenciarios, defensa o infraestructura, entre muchos otros.
Un mosaico policéntrico de regiones o megalópolis autónomas donde los ciudadanos (accionistas al estilo cooperativo o bien socios, siempre por contrato) se autogobiernen gerencialmente en todos los sentidos con avanzadas libertades civiles. Sin tener que vivir forzados, bajo las reglas contraproducentes y la histeria militante de votantes con los que no se está de acuerdo.

Algunas de estas comunidades o free cities (concepto ya incorporado como posibilidad cierta en la legislación de algunos países; otra posibilidad factible sería la secesión) bien podrían ser de corte socialista o comunista, compartiéndolo todo en fraterna igualdad y cobrando a sus socios las contribuciones que fuera menester recaudar; supuesto sitio ideal de vida para todo progresista honesto, por cierto.
Otras podrían ser del tipo capitalista tradicional dando prioridad al respeto por la propiedad, al mérito individual, al ahorro, a la inversión, al crecimiento económico, al aumento del bienestar y a la consecuente (y muy poderosa) solidaridad voluntaria inteligente desde la riqueza. 
Decantando el tiempo es probable que predominen, sin embargo, las comunidades mixtas donde impere tras sus fronteras la regla-base de la función social empresaria en el marco de un sistema muy libre, abierto y colaborativo (incluso participativo) basado en las nuevas normas de la eficiencia dinámica, hoy adscriptas a la Escuela Austríaca de economía de mercado.

Sociedades todas de adhesión no forzada donde, abolida la coacción, los impuestos serían reemplazados por el pago a nivel personal de servicios efectivamente prestados. Desde rutas, calles y parques a justicia, educación y defensa, pasando por ambientalismo, agua o energía.
Donde la inmensidad de dinero ahorrada tras la extinción de nuestras tres oligarquías parásitas quedara en poder de los ciudadanos, sus empresas y familias, quienes decidirían su mejor uso y reinversión; generando un fortísimo shock de crecimiento y riqueza generalizada, aun cuando esta se verificase con ostensibles desigualdades.
Y donde la libre competencia resultante asegurase una gran multiplicidad de opciones en precio y calidad de todos los productos y servicios imaginables (o inimaginables hoy), pensados para todo bolsillo y situación.

Aunque ello no funcionase de manera perfecta (nada de lo humano lo hará nunca), sería sin duda mucho mejor -y más esperanzador- de lo que tenemos ahora, imperfecto, insolente y vejatorio hasta lo insoportable.
¿El costo social de iniciar su puesta en práctica? Sin duda es menor que el precio que hoy mismo pagamos en términos de sufrimiento, decadencia ética y descalabro social.
Y mucho menor que el de la alternativa estatista (redoblando la apuesta al más de lo mismo) que el régimen gobernante se encuentra pergeñando para cuando termine la pandemia.

Simples razones de sentido común que abonan el entusiasmo por un nuevo e inspirador Norte hacia donde apuntar sabiendo que, como bien dice el refrán, nunca habrá vientos favorables para el que no sabe adónde va.




Inteligencia Emocional Social


Mayo 2020

Tomemos distancia por un momento de lo cotidiano y reflexionemos sin prejuicios, con una mirada política sobre el largo plazo. Como viajando por esas rutas del sur argentino donde, llegados a una elevación, se nos abre el panorama de otra larga recta perdiéndose en el horizonte. Una visión clara hacia lo distante que nos permite un rodar más seguro y veloz.

Será en todo caso un ejercicio de prospección inusitado para los argentinos, acostumbrados desde décadas a la visión de lo urgente tapando por completo a lo importante.
Hoy, enterrando las posibilidades de hijos y nietos, que corren de cara al futuro por el estrecho brete de un país que avanza a paso firme hacia el abismo de un fallido estructural de consecuencias catastróficas.
Que camina hacia un destino previsible; con modelo final en un ultracorrupto feudalismo a la formoseña, en indigencia general a la haitiana o bien en una narco-dictadura a la venezolana para todos y todas.
En síntesis, que camina hacia la muerte por ahorcamiento de cualquier sueño de república, libertad y progreso familiar. Proponiendo sólo más estatismo pobrista y su consecuencia: la emigración final de los más capaces, con sus capitales y sus ideas innovadoras.
Que nadie se sorprenda; ya lo advirtió el gran Thomas Jefferson hace 250 años: “la democracia no es más que el gobierno de las masas, donde un 51 % de la gente puede mandar al diablo a los derechos del otro 49 %”.

Una visión de faros largos, entonces, en esta oscura noche argentina que ilustraremos con un pequeño ejercicio contrafáctico; tomando un problema que hoy afecta al mundo.
¿Qué hubiese pasado con el coronavirus de haberse encontrado con una  organización social de tipo libertario o anarcocapitalista?
La respuesta, para horror de los socialistas, es: nada.
No hubiese causado un número de muertes mayor al de una gripe común ni hubiera puesto de rodillas a sociedades “avanzadas”, obligándolas a la autoflagelación de frenar las actividades aplicando manu militari un “remedio” arcaico, de corte medieval, como las cuarentenas.

Por definición, una sociedad libre y contractual que adscriba al principio general de la no-agresión, invierte y reinvierte en su entorno una proporción muchísimo mayor de su renta que sociedades atrasadas como las nuestras, violentamente extractivas, autoritarias, injustas y opresoras, favorables por añadidura al parasitismo.
La inmensa diferencia en la eficiencia de uso de recursos y la creatividad y emprendedorismo que se desatan en entornos voluntarios y no violentos a causa de su implícita seguridad (jurídica, física, defensiva, previsional, etc.) y libre competencia, crean (y atraen) a gran velocidad riqueza, investigación y desarrollo en ciencia y tecnología privadas, gran solidaridad filantrópica, cooperativismo, economía colaborativa y oportunidades laborales de todo tipo; en suma, bienestar y responsabilidad individual. Impulsando avances tan poderosos como impensados en campos como el cuidado y la prevención sanitaria de todos cuantos se acogen contractualmente al sistema.
En un marco así, de fuerte innovación humanista con potencia económica liberada, el COVID 19 nos hubiera encontrado a) con una aparatología medicinal muy superior a la actual; b) sin bolsones de atraso social susceptibles; c) con mucho mayor equipamiento hospitalario preventivo y d) con avances laborales, genéticos, bioquímicos y de comprensión médica a gran distancia del opaco, atrasado, costoso, vejatorio y burocratizado sistema sanitario que hoy padecen incluso los países más “ricos”. 

Lo libertario, la no-violencia aplicada, el Estado mínimo o inexistente (por caro, innecesario y peligroso, claro está) y los impuestos mínimos o inexistentes son, obviamente, otro planeta; uno deseable como Norte ideal de largo plazo; técnicamente más posible hoy que nunca aunque sin ejemplos contemporáneos.
Lo que hay, sí, son algunas (pocas) sociedades que se adelantan al resto aplicando relativamente más de esta bella “receta de la libertad”; confiando más en su gente.
Y en efecto: los países con mayor ingreso promedio, con menor número de pobres y con mayor cantidad de millonarios por habitante son (oh, sorpresa) los más capitalistas.
Dentro del exclusivo top five de las sociedades cuyos ciudadanos gozan en promedio del máximo acceso mundial al bienestar se ordenan de la 5° a la 1° según sean más abiertas, libres y capitalistas que la anterior en el ranking, conforme el conjunto de parámetros (no sólo económicos) que definen a los vocablos apertura, libertad y capitalismo.

Berrinches ideológicos, mitos, relatos caza-bobos, teorías conspirativas, incapacidades y resentimientos personales aparte, los resultados sociales positivos son directamente proporcionales al grado de capitalismo que cada comunidad se permita experimentar.
La descarnada realidad es que cuanto más redistribuidora de lo ajeno es una sociedad, cuanto más reglamentarista, proteccionista y fiscalista (vale decir, cuanto menos libre, abierta y capitalista) menor es su ingreso, mayor su número de pobres y menor su número de millonarios (honestos) inversores promedio por habitante.
Nuestra Argentina, su caída desde el escenario del top five y su actual gobierno pobrista, son cabal ejemplo de ello.

¿Es entendible en nuestra ex gran nación esta ceguera mayoritaria?
Lo entendible es el desesperado afán de toda la corporación política por enmascarar estas verdades, preservando el poder coactivo del Estado. Es entendible también el afán de sus socios en las burocracias gubernamentales a todo nivel, de sus socios (cómplices) del “empresariado” con privilegios de protección y de sus socios (cómplices) del sindicalismo mafioso. Incluso es comprensible por miedo, enojo y vergüenza, el afán negador de millones de sub-ciudadanos; entrampados ya entre la espada y la pared de la indigencia o la dura red clientelar, tras decenas de inducidos “suicidios comiciales” a lo largo de 3 (tres) generaciones.

A nivel internacional, esto se replica con distinto grado de cinismo en todas las sociedades del planeta y en grandes organismos multilaterales como las Naciones Unidas, el Parlamento Europeo o el Fondo Monetario.
Vista esta formidable alianza de intereses que involucra a cientos de millones de personas que viven literalmente del trabajo ajeno, es comprensible que se tergiverse, complejice, descalifique, enturbie y silencie lo obvio. Lo simple y directo. Lo que en el fondo es claro como el agua por naturaleza y por sentido común.
Esto es, que cuanto más contundente sea la orientación de una sociedad hacia lo libertario, hacia el noble norte de la libertad responsable del ser humano en contraposición a su sometimiento y esclavitud, más empoderada se verá.
Que cuanto más se acerque una sociedad a la no-violencia (física, reglamentaria, tributaria, laboral, psicológica etc.) alejándose de lo autoritario, fraudulento y coactivo-estatal, más bienestar genérico conseguirá.
Es por el peso de esta alianza pro-parasitaria de cientos de millones que los restantes miles de millones de personas ven frenadas sus ansias de progreso y sueños familiares.
Quien quiera ver, que vea. Quien quiera ser timado en su inocencia, que lo sea… bajo su responsabilidad personal y parental.
Entretanto la gran serpiente estatal avanza, con nuestro dinero financiando su venenoso relato; haciendo suyo el consejo del recientemente desaparecido y genial Marcos Mundstock: “si no puedes convencerlos, confúndelos”.

Un  liberalismo integral ( no sólo económico) como medio y un anarcocapitalismo (ancap) cabal como fin de largo plazo son la solución verdaderamente revolucionaria; la única vía posible para lograr la tan anhelada comunidad justa y rica. A un tiempo meritocrática y compasiva.
Materialmente poderosa y en uso de toda su ciencia, tecnología y avances en inteligencia artificial para la preservación del medio ambiente, conforme las iniciativas de vanguardia del ecomodernismo.
Simple inteligencia emocional social, en definitiva, en una más clara definición del puerto hacia donde orientar la proa de la averiada nave nacional.